domingo, 18 de junio de 2023

Ejercicios de jaicus (del taller de métrica)

    Si partimos del esquema rítmico que propone Agustín García Calvo en su monumental Tratado de rítmica y prosodia y de métrica y versificación para el jaicu japonés, que sería + - + - + / + - + - + - + / + - + - +, en el que "+" representa una sílaba tónica o marcada rítmicamente en principio con el acento y "–" una sílaba átona o no marcada, nos encontramos efectivamente con un esquema silábico 5 / 7 / 5, que es el que ordinariamente se reconoce en los jaicus, pero si tenemos en cuenta que en la métrica española los versos que acaban en final agudo cuentan como que tienen una sílaba más sobre las que tienen realmente, el esquema silábico rítmico del jaicu japonés sería en castellano 6 / 8 / 6, por lo que podríamos reescribirlo así, poniendo entre paréntesis la última sílaba átona: + - + - + (-) / + - + - + - + (-) / + - + - + (-). Sirvan estos ejemplos:
 
   Se levanta el viento / y comienza a susurrar, / rumoroso, el chopo. 
 
 Ando yo descalzo / por la playa; una ola / me ha besado el pie.
 
De repente España / se volvió  lo que fue siempre: / una gran prisión.
 
¡Qué pena que yo / para ganarme la vida / tenga que perderla! 

 
 Si en la democracia / un hombre es un voto, yo / soy un voto nulo.

 No queremos ser / ni electores ni elegidos: / nadie, nunca, nada. 
 
 Aunque el vendaval / derribó el cerezo, el viejo / tronco ya echa flor.  
 
Individuo no / se nace, sino que se hace / a la fuerza uno.
 
 No ha tardado, no. / Como lobo hambriento, está / vivo aquí el dolor.
 
No se da en el tiempo / ni en el espacio; se da / ahora y aquí. 
 
En ocasiones, la rima consonante entre el primero y tercer verso nos recuerdan la tercerilla o el tercetillo castellanos, como por ejemplo:
 
 Suena muy lejana, / marcando el paso del tiempo, / sorda, la campana
 
En pie ya de guerra. / Si hubo paz alguna vez, / la tragó la tierra.
 
Troya amurallada, / de tu antiguo poderío, / ya no queda nada.  

Y ampliando la rima a los tres versos, algo como:
 
No cantan amores, / bucólicos, los pastores / sino desamores. 

 
 Y la rima asonante recuerda a la soledad castellana:
 
 Pasa el tiempo, pasan / días y años, pasa todo / mas
no pasa nada.

sábado, 17 de junio de 2023

¡Qué buenos son nuestros ministros y ministras!

    El Gobierno de las Españas decidió hace cinco años, como por otra parte no cabía esperar menos, invertir dice él -lo que traducido al lenguaje corriente quiere decir malgastar- 7.300 millones de euros de los fondos de las arcas públicas durante los próximos catorce años en la construcción de cinco fragatas F-110, que sustituirán a las obsoletas de la Clase Santa María que tenían ya 35 años de antigüedad, 348 vehículos blindados Dragón 8 por 8, que sustituirán a los viejos BMR, cuyo blindaje resultaba endeble para afrontar la amenaza de los explosivos enterrados a su paso en lugares del mundo tan remotos como Afganistán, donde no se nos ha perdido nada, y en la modernización de los 69 aviones de combate (y cuatro pendientes de recibir) cazabombarderos Eurofighter, que en la lengua del Imperio significa “Eurocombatiente”. Su nombre, sin embargo, no precisa ni especifica si lo de “Euro” se refiere a Europa o a la moneda de la llamada eurozona o, lo que es más probable, a ambas cosas a la vez. 

    Los Estados Unidos de América, por su parte, están al parecer muy satisfechos de que el Gobierno del doctor Pedro Sánchez haya aumentado -incrementado, dicen ellos, en lugar de excrementado- lo que se llama con eufemismo el gasto de defensa -es decir armamento para las Fuerzas Armadas- en un 2% sobre el PIB de nuestro país.

    Así lo decidió nuestro modernísimo Consejo de Ministros y de Ministras, que de esta forma ha asegurado nuestra defensa por tierra, mar y aire con lo que constituye paradójicamente una ofensa al sentido común. ¿Cómo nos venden esta bochornosa e impresentable moto nuestros gobernantes (y gobernantas, no se olvide ni invisibilice el importante papel desempeñado por las mujeres en esta chapuza) a los votantes y contribuyentes? Pues diciendo que la inversión generará nada más y nada menos que 8.500 puestos de trabajo, directos e indirectos, en los astilleros de Navantia en Ferrol, así como en otras muchas empresas, de los que 7.000 dependen de la construcción de las fragatas: quieren darnos más trabajo. ¡Qué buenos son nuestros mandatarios (y mandatarias)! 

    En este sentido la por entonces Ministra de Educación y portavoz del Gobierno de las Españas doña Isabel Celaá dijo a los periodistas en la rueda de prensa posterior al Consejo de Ministros y Ministras que aprobó dicho despropósito: “El gasto en Defensa es, efectivamente, gasto social”. Y añadió sin que se le cayera o arrugara al menos de vergüenza la cara dura que tiene, ratificando así las palabras de la Ministra de Defensa doña Margarita Robles que había asegurado lo mismo con otras palabras en una entrevista radiofónica: “el gasto militar contribuye, aparte de la seguridad y la defensa, en la creación de puestos de trabajo”.



    Ya unos meses atrás el presidente del Gobierno, el mentado doctor Sánchez, justificó la venta de armas a Arabia Saudí diciendo que el contrato venía del anterior ejecutivo -eufemismo de Gobierno-, disculpando así que el nuevo que él preside tuviera que ejecutar dicho compromiso y no pudiera anularlo. Ya se sabe. No se cansa uno de repetirlo: Los que mandan son los más mandados. 

    Por su parte, el entonces Ministro de Asuntos Exteriores don Josep Borrell afirmó, sin que tampoco se le cayera el rostro de vergüenza ni le temblara siquiera la voz, que las armas que España vendía a Arabia Saudí sabían a quién tenían que matar... Él no lo dijo con estas palabras exactamente. Dijo, astuto como es, algo así como que eran unas armas "inteligentes", tanto que nunca se equivocaban en el blanco... ¡Qué maravilla! El problema de esta definición políticamente tan correcta es que,  como le advertía doña Lidia Falcón en una valiente carta abierta, donde se avergonzaba como ciudadana española, como mujer y como feminista, dirigida al señor ministro, y de paso al alcalde de Cádiz y a los trabajadores de Navantia: "Pero lo que no nos ha dicho usted es cuál es el blanco".

 

viernes, 16 de junio de 2023

Resultados electorales

    No hace falta ser pitoniso ni futurólogo para predecir quién va a ganar (quién ha ganado ya) las elecciones antes de que se celebren, y no sólo las españolas sino las de cualquier país y en cualquier momento de su coyuntura histórica. Gane quien gane, pierde siempre el pueblo. Resulta indiferente que gane la derecha, la izquierda, el centro o las extremidades de ese falso espectro político: se trata de la misma bestia, Leviatán. 
 
    Dicen que hay un voto conservador que se opone a otro supuestamente progresista. Yo no lo creo. Todos los votos son conservadores en esencia. Si votar sirviera para cambiar las cosas y no para lo que sirve, que es lo contrario, estaría prohibido.  
 
    Dicen que la democracia es el gobierno del pueblo, pero el pueblo no quiere ningún gobierno. Son los gobiernos los que quieren que haya un pueblo que los elija, que los apoye, que los sustente sometiéndose al dictado mayoritario  de las urnas.



    Nos dicen que tengamos fe en el sistema y en el futuro. O para evitar las resonancias religiosas de la palabra "fe", la sustituyen por "confianza", que es término más laico y neutro, pero es lo mismo. El sistema y el futuro son lo mismo, porque el futuro es la muerte y el sistema no está nunca hecho hasta que no ha alcanzado su fin, su muerte siempre futura. Pero ¿por qué hay que tener confianza en algo tan evanescente como el futuro, un embeleco de curas y políticos para meternos el veneno de la esperanza en el alma?

    Los mandamases, desde el mandarín de China hasta el presidente del gobierno de cualquier tribu, los que más mandan en este mundo  son los más obedientes, los que más obedecen, los más mandados, los que más fe -o confianza-  tienen en Dios, es decir, en el Orden supremo establecido que se nos impone desde arriba: en el Dinero. Y lo que se nos impone desde lo alto es la fe o confianza o crédito, por usar el término económico, en uno mismo y en el futuro, ad maiorem gloriam Dei, para mayor gloria del Estado y del Mercado que son el Jano bifronte de la bestia monoteísta actual.


     Me alegraría mucho que siguiera viva la mecha de la rebeldía que alguna vez prendió. Pero sé que muchos de los que se indignaron antaño acudieron a votar religiosamente, cumpliendo con su deber cívico, lo que no ha dejado de entristecernos a algunos profundamente y aun de indignarnos. Si para algo sirven las elecciones es para desactivar la protesta, para que haya pueblo sometido, convertido en electorado, reducido a su condición de votante y contribuyente, para que todo cambie a fin de poder seguir igual.

    A los indignados les dijeron: "Si queréis que os tomemos en serio, presentaos a las elecciones, y dejad de ser un hatajo de mastuerzos". Y ellos, tontos de ellos, se presentaron a las elecciones y enterraron en las urnas su indignación entrando por el aro como domadas fierecillas.
 
    Si para luchar contra el capitalismo, porque nos declaramos de algún modo anticapitalistas, adoptamos la estrategia de adaptarnos al marco político capitalista y democrático dominante, acabaremos, en el mejor de los casos, gestionando “un poco mejor” el capitalismo, y, lo peor de todo, reforzándolo.


jueves, 15 de junio de 2023

Execración de las nuevas tecnologías

 
Felices, Laurie Lipton (2015)

La ciberdependencia es el opio hoy 
del pueblo, que diría el viejo Carlos Marx 
si levantara la cabeza y viera que hay 
una adicción globalizada y compulsiva 
en todos los rincones del planeta Tierra
que nos convierte en espectadores impasibles
y hace que hagamos click en la pantalla y eso 
que llaman realidad virtual y no es verdad, 
y nunca en nuestra propia realidad real, 
navegando sin llegar a puerto nunca bueno 
por los procelosos mares del ciberespacio, 
sin ser capaces ni siquiera de denunciar 
su falsedad intrínseca y consustancial. 
Maldigo, pues, la inteligencia artificial
 las tecnologías de la nueva información
 y comunicación, malditas sean todas, 
que sólo sirven para incomunicarnos 
atrapados en sociales redes solitarias
y mantenernos a todos bien desinformados
 a fuerza de saturación de informaciones
 y controlados por los hilos del poder.
Realidad virtual, Laurie Lipton (2015)
 

miércoles, 14 de junio de 2023

Del júbilo al jubileo y a la jubilación

    Hay en latín antiguo un verbo iubilare atestiguado por el gramático Varrón en De lingua Latina VI, 68, que cita como sinónimo de quiritare, especificando que este último era vocablo propio del registro urbano, mientras que el primero lo era del rústico: ut quiritare urbanorum, sic iubilare rusticorum


    Tanto quiritare como su variante iubilare significarían “llamar a gritos, gritar pidiendo ayuda, llamar en auxilio, es decir: vocear”. El término quiritare se redujo a critare en latín vulgar, y es el origen del italiano “gridare”, del catalán “cridar” y del francés “crier”, y también del castellano y portugués “gritar”, que presentan la conservación irregular de la -t- intervocálica no sonorizada en -d-, lo que podría deberse quizá a una geminación de carácter expresivo. 

    Varrón, buscándole una razón etimológica y los tres pies al gato a este verbo, lo relaciona con los quírites, por lo que quiritare sería, según él, apelar a los quírites o ciudadanos romanos. Pero parece que es una falsa etimología, una simple coincidencia. Quiritare podría tener un origen expresivo u onomatopéyico simplemente. 

    Frente a este término del sermo urbanus, se encuentra iubilare, propio del sermo rusticus, que significaría “gritar de alegría (un campesino)”. Y ahí Varrón cita para corroborarlo un verso de una atelana de un tal Aprisio que, imitando el habla pueblerina, dice en latín: Io bucco! Quis me iubilat? -Vicinus tuus antiquus. ¡Eh, bocazas! ¿Quién me llama a gritos? -Tu viejo vecino

    Según el diccionario indoeuropeo de Pokorny el latín iūbilō 'lanzar gritos de júbilo, cantar' podría derivar de *i̯ūd-dhǝ-lō con el significado onomatopéyico de 'hacer yū', algo parecido, podríamos decir nosotros, a nuestro “yupi”, que es, según el diccionario de la RAE, una interjección utilizada para expresar alegría o sorpresa de origen onomatopéyico. Sería, por lo tanto, iubilare una onomatopeya similar a sibilare, cuya formación estaría relacionada con el griego ἰύζω “proferir un grito agudo”.

    Disponemos también en latín de la palabra iubilum, que es un derivado regresivo del verbo iubilare, y que terminó por significar alegría, gozo o alabanza, y es el origen de nuestro "júbilo" y "jubiloso". 

    Frente a estos  términos antiguos se tomó en época más reciente el préstamo iōbēlēus, adaptación del griego ἰωβηλαῖος, derivado del hebrero yōbēl (“cuerno de morueco que se utilizaba como instrumento musical similar a una trompeta”, con el que se anunciaba la gran solemnidad de los judíos del año santo que se celebraba cada cincuenta años), vocablo que, por metonimia, acabaría sirviendo para dar nombre al año santo. Según el DLE de la RAE, jubileo procede del hebreo šĕnat hayyōbēl; literalmente 'el año del ciervo'.



    Dicho préstamo se vio influido y contaminado enseguida por el verbo latino “iubilare”, por lo que pasó a denominarse “iubilaeus”, de donde procede nuestro “jubileo” y “año jubilar”. El jubileo o Año Santo es una celebración que tiene lugar en distintas iglesias cristianas históricas, particularmente la católica y la ortodoxa, que hunde sus raíces en el judaísmo. 

    Según la Biblia, en efecto, Levítico 25, 10-12, que cito por la traducción española que manejo de Nácar-Colunga, Yavé habló a Moisés en el monte Sinaí, estableciendo en primer lugar el año sabático: al cabo de seis años de sembrar el campo y vendimiar la viña, la tierra descansará al séptimo año en honor de Yavé, que también descansó al séptimo día tras sus trabajos de creación del mundo imponiendo así la semana laboral y el descanso sabático que los cristianos cambiaron de día y lo pasaron al domingo, descanso dominical o del Señor; y en segundo lugar estableció para los hijos de Israel un año particular cada medio siglo: "Santificaréis el año cincuenta, y pregonaréis la libertad por toda la tierra para todos los habitantes de ella (…) El año cincuenta será para vosotros jubileo; no sembraréis, ni recogeréis lo que de sí diere la tierra, ni vendimiaréis la viña no podada; porque es el jubileo que será sagrado para vosotros”. 

    Y de ahí llegamos a la jubilación, que nuestra Real Academia Española de la Lengua define como "acción y efecto de jubilar o jubilarse", así como "pensión que recibe quien se ha jubilado", lo que es indicio etimológico de la tradición de nuestra herencia judeocristiana, que nos remonta al Génesis de la Biblia en cuanto a la condena al trabajo ("con el sudor de tu rostro comerás el pan") y al  Levítico, en cuanto consagración del período de descanso del año sabático y del jubilar como complemento indispensable de una vida dedicada a la servidumbre del trabajo asalariado, pero también ofrece el significado pagano y poco usado ya, de raigambre latina, de "viva alegría, júbilo". Pese al desusado significado latino, no podemos evitar la asociación de las palabras y la relación del júbilo primitivo con la llegada del sabático jubileo y la merecida y jubilosa jubilación.

martes, 13 de junio de 2023

El error del pueblo, votar (del Partido Inexistente)

    Hace ya años, en 1977, cuando el Partido Comunista Griego quedó fuera del Parlamento de su país al no obtener los votos necesarios para ello, su secretario general Babis Dracópulos hizo unas declaraciones muy significativas:  “el pueblo también tiene derecho a equivocarse”. El pueblo griego, convertido en electorado, se había equivocado no votando a su partido, y excluyéndolo del Parlamento. Tenía razón el secretario general, pero no porque no hubiera sido elegido su partido, sino porque el pueblo que vota siempre se equivoca, sea lo que sea lo que vote; gane quien gane el pueblo siempre pierde.

    Más modernamente, en 2020, vino a decir algo parecido, si no era lo mismo, José, alias “Pepe”, Mújica, que fue presidente de Uruguay, a propósito de la elección de Bolsonaro con un apoyo popular importante en el Brasil: “No debe sorprendernos, entonces, que nuestros pueblos a veces acierten y a veces se equivoquen. Tienen todo el derecho a equivocarse”. La equivocación del pueblo brasileño consistía, según el exdirigente uruguayo, en haber votado al tal Bolsonaro. Pero hubiera dado igual que hubiera votado a su rival. No por ello habría dejado de equivocarse, porque el error es votar.

    Mucho antes que ambos ya lo había formulado otro político, como ellos, del derechas, Jose Batlle y Ordóñez (1856-1929), que fuera presidente del Uruguay antes que Mújica precisamente: “No es que el pueblo nunca se equivoque, sino que es el único que tiene el derecho de equivocarse.” Parece que más que un derecho es un deber el de equivocarse, como el voto, que se considera ambas cosas contradictorias. ¿Cómo no va a equivocarse el pueblo si elige delegar su soberanía?

    Lo que vienen a decirnos estas declaraciones de diversos políticos es que equivocarse es característico del pueblo. Podríamos decirlo en latín en tres palabras: errare populi est. En seguida se nos revela que este latinajo inventado sería una variante de aquel otro, tantas veces reiterado, que dice en su primera parte: errare humanum est..., y que en su segunda parte se muestra enseguida como cristiano por la mención del demonio: ...perseuerare autem diabolicum: Equivocarse es humano, pero perseverar es diabólico. Este dicho está inspirado en Cicerón, quien en una de sus filípicas sentenció: cuiusuis hominis est errare, nullius nisi insipientis perseuerare in errore: es propio de cualquier ser humano equivocarse, perseverar en el error sólo es propio del necio.

    Otro adagio latino que nos viene a las mientes reza: uolgus uolt decipi: el vulgo quiere ser engañado. Es la voluntad (uolt) del pueblo (uolgus) que lo engañen (decipi). Hay una variante que sustituye el pueblo por el mundo que viene a decir lo mismo: mundus uolt decipi, ergo decipiatur: El mundo quiere que lo engañen, pues que sea engañado.

     Tanto el pueblo o el mundo como el hombre, en efecto, tienen derecho a equivocarse, cada cierto tiempo, una y otra vez y todas las veces que haga falta. En el caso del pueblo convertido en electorado suele ser ordinariamente cada cuatro o cinco años, como está establecido, cuando se le concede la gracia de perseverar en el error.

    Pero como también reza otro refrán, el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra, lo que podría aplicársele sin mucho empacho al pueblo, cuando vuelve a elegir, como si supiera lo que quiere, expresando su voluntad mediante un voto de confianza. Y ahí es donde el pueblo soberano se equivoca porque cree saber, y no reconoce que no sabe lo que hace.

    Siempre que vote perseverará en el error -eso es lo único diabólico- delegando su soberanía en un individuo personal, sea quien sea, porque los cabezas de listas o jefes ilustres, cuyos nombres propios e imágenes y declaraciones cacarean a todas horas los medios de (in)formación de masas -y las masas democráticas son los electores censados- son los santones que en las ocasiones solemnes de los mítines -y no hay nada más litúrgico, fascista y religioso en el peor sentido de la palabra que un mitin político, que tanto se parece a la celebración de la eucaristía donde los fieles repiten de memoria las consignas y oraciones del misal como papagayos y no pueden objetar nada a lo que dice el sacerdote porque es palabra de Dios y enseguida serían expulsados por el servicio de orden- ofician en traje de ceremonial etiqueta para conseguir los votos del pueblo, es decir, que el pueblo se someta al sacrificio declarando su voluntad de ser el rebaño del buen pastor. 

 

    El error es consustancial al pueblo que vota y al ser humano siempre que haga una elección. Cualquier decisión de delegación política de su soberanía será errónea. El sistema se encargará, sin embargo, de defender su derecho a equivocarse, eligiendo soberano, pero podría no hacerlo si se niega a elegir, como propone el Partido Inexistente, o eligiendo al único candidato que no le defraudará: Nadie.

     Como escribía Martínez Ruiz en La voluntad a propósito de los políticos profesionales que se presentan a la feria y farsa electoral: "No hay cosa más abyecta que un político; un político es un hombre que se mueve mecánicamente, que pronuncia inconscientemente discursos, que hace promesas sin saber que las hace, que estrecha manos de personas a quienes no conoce, que sonríe siempre con una estúpida sonrisa automática… Esta sonrisa, Azorín la juzga emblema de la idiotez política."

lunes, 12 de junio de 2023

PRINCIPES MORTALES, REM PVBLICAM AETERNAM

    Cuenta el historiador Tácito en sus Anales (Libro III, capítulo 6) que el emperador Tiberio tras la llorada muerte de Germánico  intentó que el pueblo pasara página y dejara de lamentar un luto prolongado que resultaba ya excesivo y que hasta cierto punto corría el peligro de volverse subversivo, ya que el pueblo no sólo lamentaba la pérdida de un príncipe en la flor de la edad, sino que de alguna manera culpaba indirectamente de ella al propio emperador. 


 
  La muerte de Germánico, Nicolas Poussin (1626-1627)

    Tiberio publicó a tal fin un edicto, donde decía, entre otras cosas, que copio de la esmerada traducción de don José Luis Moralejo: El luto había sido adecuado al reciente dolor, y bien estaba buscar solaz en la pena; pero era hora ya de hacer volver el ánimo a la firmeza, al igual que antaño el divino Julio al perder a su única hija, al igual que el divino Augusto cuando le fueron arrebatados sus nietos, había ahogado su tristeza. No había por qué recurrir a ejemplos más antiguos, de cuántas veces el pueblo romano había sobrellevado con entereza los desastres de sus ejércitos, las muertes de sus caudillos, la desaparición total de nobles familias.

    Intentaba Tiberio aplacar así los ánimos de la plebe que lloraba la muerte de Germánico, al que Tácito llega a comparar para ensalzarlo con Alejandro Magno por su juventud, apostura y por el tipo de muerte por envenenamiento. Tras la muerte de Germánico, en efecto, Tácito recrea las emotivas escenas que se producen en Roma a raíz de la noticia de su enfermedad y su trágico fin. La llegada de sus cenizas a Italia y su procesión hacia Roma hacen que se desborde el dolor popular, que contrasta con la frialdad y el retraimiento del emperador Tiberio, que siempre temió que Germánico pudiese hacerle sombra. Germánico, de hecho, era un personaje muy querido por el pueblo por su enorme carisma, a diferencia del despiadado y aborrecido Tiberio. Asimismo, su viuda Agripina se convertía en una suerte de heroína doliente y popular. 
 
Agripina desembarcando en Bríndisi con las cenizas de Germánico, Benjamin West (1766)

    Tiberio recurre en su edicto al tópico y célebre argumento de principes mortales, rem publicam aeternam esse, en palabras del propio Tácito, lo que viene a decir que los Jefes de Estado, como seres humanos que son, son mortales; el Estado, eterno. O, dicho de otra manera, los príncipes de este mundo vienen y van, pasan, pero el Estado permanece. Lo que, con otras palabras, dicen los funcionarios del Estado de los gobiernos: estos pasan, mientras ellos permanecen. Pero los funcionarios, aunque duren más que los gobiernos, acaban pasando también como mortales que son. Lo que no queda nunca vacía es la casilla del gobierno, que obliga a reponer al muerto: a rey muerto, rey puesto. En la traducción de Moralejo: Los príncipes eran mortales, la república eterna.

    ¡Qué sarcasmo que el propio emperador diga que la república era eterna, cuando ya no quedaba de ella nada más que el nombre, estando como estamos en el período que los historiadores de Roma denominan el principado,  a las puertas del Imperio, que resultó al cabo una vuelta a la monarquía primitiva! Lo que parece eterno es el régimen y no porque deba serlo sino porque nos empeñamos en que así sea. Y el régimen es el dominio del hombre por el hombre, el Estado en cualquiera de sus formas, ya sea monárquico o republicano, lo que viene a ser algo al fin indiferente.

    Pero todavía le quedaba una baza al astuto emperador que era Tiberio, que era el recurso a la distracción y el entretenimiento del panem et circenses. Por eso recomienda al pueblo al final de su edicto como si se tratara del consejo de un padre bondadoso y benévolo que se preocupa por la salud y el bienestar de sus hijos, a los que pretende consolar y animar: Por tanto debían volver a sus ocupaciones habituales y, ya que se acercaba el tiempo de los Juegos Megalenses, también a las diversiones.

domingo, 11 de junio de 2023

El maestro que no quiso ser maestro

Vuelve el maestro que no quiso ser maestro cargado de años a sus espaldas y desengaños. Es viejo y, cosa paradójica, joven. Dicen que es el nuevo Buda, Cristo que ha resucitado. 
 
 
Vuelve el maestro, que al hacerse cargo él mismo de la Orden religiosa un día ya lejano, -sumaba, próspera, la regla muchos fieles-, públicamente la disolvió y renunció en el acto solemne mismo de la toma de posesión, a presidirla, con gran escándalo, rechazando sus propiedades materiales y sus bienes, negándose a ejercer así su magisterio. No quiere ser el fundador de ninguna escuela filosófica ni religión, sino liberarnos de todas ellas, de mezquitas y de iglesias y de sinagogas, dioses e ídolos de barro. 
 
 Sabe que, cuando muera, sus seguidores muchos construirán en nombre suyo un credo, sin embargo, quedando en sus palabras libertarias presos, hasta que alguien venga acaso a liberarlos. 
 
 Ha vuelto a sus orígenes, buscando al niño, en pos de los azules días soleados de su infancia y su primera juventud, al valle tras la estación del monzón, al cabo ya del año. 
 
Ha vuelto a fin de reencontrarse con su sombra en Varanasi, que es el nombre sacrosanto de Benarés, ciudad que se alza junto al Ganges que fluye mansamente, Ganga milenario cuya corriente arrastra a todos, vivos, muertos, metáfora del tiempo en el que naufragamos. 
 
 Vuelve el maestro iconoclasta a hacer que broten viejas palabras entrañables de sus labios. Ha vuelto, igual que un peregrino, humildemente. Ha vuelto a despedirse de sus antepasados, saldando así la vieja cuenta de su deuda. Ha vuelto y sigue caminando paso a paso. Ya cruza el puente de bambú sobre las aguas del breve arroyo el joven y, a la vez, anciano que abominaba de mesías y gurúes y de escrituras y de libros revelados. 
 
No va a impartir una lección magistral al uso, sino una charla abierta al diálogo y al trato, humilde plática, en la ciudad de los bramanes. No quiere que le rindan culto: no es un santo. Quiere prestar su voz y, sobre todo, oídos a la razón que se vaya pública desgranando. Resuena grave y no es ni propia ni es ajena su voz que deja a los que escuchan fascinados. 
 
Afirma pocas cosas, niega muchas, todas. Abriendo, sordos, los oídos, escuchamos: la vida no tiene propósito ni sentido y no hay camino establecido de antemano. La vida, valga la metáfora, es un viaje sin rumbo fijo, sin ningún itinerario conocido y previo: no hay senderos, no hay salida ni tampoco meta: sólo vagabundos pasos que se abren a la inmensidad del campo abierto, sin norte en nuestra singladura ni astrolabio. ¿Alguien ha puesto al cielo techo, al mar fronteras? ¿Alguien ha puesto alguna vez puertas al campo? Hay que partir de la ignorancia, que sabemos, y buscar aquello que es común y a todos dado gratuitamente, que es el uso de razón, que no es tener ideas, sino lo contrario. 
 
Mas la razón se ha vuelto loca y nos ha vuelto locos a todos, loco al mundo declarando odiosas guerras, dividiéndonos en patrias, ideologías, clases, sexos, razas, bandos. 
 
Que nadie acepte, insiste en ello, lo que él diga por que él lo diga, sin mirar, adentro, abajo, en el corazón, que es uno y es, al tiempo, muchos, que todos somos uno, el mismo, y somos varios. 
 
 Y lanza entonces la pregunta al aire, al viento, interrogante que es el más certero dardo, que cuestiona todo y lo pone en tela de juicio: ¿Qué es? Atraviesa nuestro corazón de arriba abajo. 
 
¿Qué es la belleza? ¿Qué sentimos, por ejemplo, ante las altos picos del Himalaya blancos cuando se vuelven purpurinos a la luz crepuscular del fulgurante y viejo ocaso, sobrecogidos como un niño en cuerpo y alma? 
 
Hay que dejar que la pregunta se abra paso, igual que un pájaro que sale de la jaula y emprende el vuelo, y no cazarlo de un tiro dando una respuesta apresurada, sino que vuele y que nos siga interrogando, no convertir los sentimientos en palabras, dejar que afloren silenciosos, sosegados. Que la pregunta en sí contiene la respuesta, un silabeo de silencio entrecortado: que sólo hay miedo, y que hay que liberarse de él, de toda fe, y creencia y religión y engaño. 
 
¿No veis acaso la belleza inmensa que hay resplandeciendo con luz propia, como un faro, aquí y ahora mismo, si desaparecemos nosotros mismos, que la estábamos contemplando? 
 

Y se pregunta: “¿Quién soy yo? ¿Mi propia imagen? ¿Ese reflejo en el espejo proyectado que pretende que me asemeje a él y caiga preso de mi propia idea? No soy eso yo, eso es falso. 
 
Y ¿qué es la muerte, que nos da pavor y miedo y escalofrío y nos provoca tanto espanto y nos estremece con su certidumbre? ¿Qué es? ¿Otra pregunta sin respuesta que valga acaso? ¿Por qué ponerla, cerca o lejos, en el futuro? Mejor dejar que llegue ahora, al fin y al cabo, la muerte, que es la vida verdadera, eterna, mejor que llegue, sin forzarla, a liberarnos. 
 
El tiempo todo cabe en un momento: ahora, ahora es el futuro, ahora es el pasado: el mañana es hoy, ahora mismo: todo el tiempo. Me voy de todo así y de mí desengañando, sumiéndome en los hondos pozos del olvido de mi biografía y soy, al fin, un libro en blanco, libre de mi propia identidad, real y falsa, libre de la realidad, que es un engaño. Por eso, ven, ahora mismo, muerte mía, a liberarme de mí mismo y los trabajos de mi existencia, que es mi muerte verdadera; dame tú la vida y déjame vivir acaso.

sábado, 10 de junio de 2023

Comunicado del Partido Que No Existe

    Concluido el plazo para formalizar la inscripción en el registro de partidos políticos y coaliciones electorales de cara a las elecciones generales del reino de España el 23 de julio, el Partido Que No Existe, también conocido como PI (Partido Inexistente), manifiesta que no se ha registrado como tal partido ni sumado a ninguna coalición electoral habida o por haber, por lo que, fiel a sus principios, no presenta su candidatura a dicha farsa electoral democrática, como hacen los partidos existentes, dirigida a que todo cambie a fin de poder seguir igual, y a que la utopía más descabellada y loca que hay, que es el capitalismo, se mantenga porque la pugna no se da entre la izquierda y la derecha, como quieren hacernos creer, sino como recuerda la copla que nos dejó Isabel Escudero: “Ni derecha ni izquierda, / entre arriba y abajo / está la pelea.” 

     En la nota de prensa el Partido Inexistente comenta que ante el horror que nos produce la verdad, o mejor dicho, la constatación empírica de que la realidad que se nos presenta no es verdad sino mentira, nos evadimos constantemente a través de los entretenimientos que nos ofrece la tecnología y toda su amplia gama y variedad de contenidos como las series televisuales, las informaciones de los periódicos ya sean progresistas o conservadores, da igual que da lo mismo, en los que las noticias no se distinguen de la propaganda ni esta de la publicidad, las películas, los programas de televisión, los deportes, la cultura, y un larguísimo etcétera, en el que se incluye la política como máxima distracción, dado que el entretenimiento es fundamental para la manipulación y gobierno de la gente. 

 Felices (fragmento), Laurie Lipton (2015)

    Al renunciar a ser candidato, el Partido extraparlamentario se desmarca así de la loca carrera por el Poder que emprenden tanto los llamados en la antigua Roma petidores como sus rivales competidores, aspirantes todos a ocupar los cargos públicos del llamado cursus honorum, la carrera política o de los honores, que así se denominaba porque entonces era honorífica, es decir, reportaba honores pero no estaba remunerada económicamente como ahora. En aquel entonces su desempeño proporcionaba honor, pero no honorarios, prestigio pero no dinero. Pero en nuestra época, esencialmente económica, los honorarios, en plural, son los importes de los servicios prestados al Estado y al Mercado.

    Rechaza, pues, el Partido Que No Existe ser candidato. No vestirá en los lugares públicos tales como los foros o el Campo de Marte de los platós televisivos una toga blanca resplandeciente. Vestirá, si siente la necesidad de hacerlo, una prenda de cualquier color, que si es blanca, lo será de un blanco normal y corriente, no deslumbrante y enceguecedor. 

    Conviene en este punto aclarar que en la antigüedad había dos maneras de referirse al color blanco, no una sola como ahora, y por lo tanto dos colores blancos: albo y cándido: albo era blanco sin más, un blanco mortecino o apagado, natural sin afeites ni adobos artificiales, y, por lo tanto, no muy vivo, un blanco normal y corriente, que diríamos nosotros, mientras que cándido, de donde viene el término 'candidato', aludía a una blancura subida de tono y reluciente, causada artificialmente por la greda cuando se lava con ella la prenda, por lo que su blancura candente o incandescente deslumbraba a la vista.


    Los políticos de entonces blanqueaban, nunca mejor dicho, así la negrura de su imagen, logrando una candidez artificial que se conseguía lavando la toga blanca con tiza o greda, por lo que un poeta satírico como Persio acuñó la expresión “cretata ambitio”, en aquellos hexámetros suyos que hacían una pregunta que conllevaba una respuesta negativa en su formulación (V, 176-177): ius habet ille sui, palpo quem ducit hiantem / cretata ambitio? [...] ¿Dueño de sí es, boquiabierto de halagos, aquél al que guía / una ambición blanqueada? La cretata ambitio es, pues, una soberbia engredada, una ambición desmesurada, muy blanca y resplandeciente, que se define como el ardiente deseo de conseguir algo, especialmente poder, riquezas, dignidades o fama, a cambio del voto devoto. De manera que los que llamaban candidatos o pretensores de los cargos públicos del Estado no solo eran ambiciosos interiormente, sino que también por fuera mostraban su altivez y soberbia pues no solo llevaban vestidura blanca, sino lavada con greda a fin de parecer con aquel lustre brillante e inmaculado almas cándidas merecedoras de la dignidad que pretendían.

    Asimismo, por otra parte, el Partido Inexistente se felicita en su nota de prensa de que un sindicalista gallego que había sido multado por haber ultrajado a la bandera nacional, llamándola 'puta bandeira' y diciendo que había que 'prenderlle lume á puta bandeira', o sea, quemar la puta bandera, haya sido desagraviado. No es ningún ultraje a la bandera ni a la patria decir que hay que prender fuego a las putas banderas -'putas' es un epíteto de todas las banderas-, sino que lo ultrajante es que haya patrias y pendones ondeando a los vientos, simbolizando y dando pábulo a las patrias.

    El Partido Que No Existe es partidario de que se mantenga en la actual coyuntura la disolución de las dos cámaras, tanto la alta del Senado como la baja del Congreso indefinida- y definitivamente, pero no solo las españolas sino todas las cámaras existentes, tanto centrales como autonómicas o federales, en el mundo universal. Fiel a su lema “Ni electores ni elegidos” (neque electores neque electi, ni (pros)elitistas ni élites o minorías selectas rectoras), alza el estandarte abstencionista de aquellos que reaccionando ante el agravio de la existencia de los Estados/Mercados, propugnan el total absentismo de las convocatorias electorales que a los de abajo ni nos van ni nos vienen trayéndonos al pairo.

José Martínez Ruiz, Azorín, en 1903
     El Partido Que No Existe, finalmente, dice contar con una amplia base de simpatizantes constituida tanto por personas vivas como muertas. En este sentido, la nota de prensa finaliza haciéndose eco de las declaraciones de la voz de ultratumba, una voz que sin embargo está muy viva, del joven José Martínez Ruiz (1873-1967), antes de ser más conocido por su pseudónimo literario de Azorín, que dice: "¿Para qué votar? ¿Para qué consolidar con nuestra blanca papeleta cándidamente al Estado?". Es una pregunta, obviamente, retórica que conlleva la respuesta en la segunda cuestión. Seguimos oyendo su voz, que a muchos votantes y simpatizantes de los partidos del derechas (incluidas la derecha, la izquierda, el centro y sus extremidades en la denominación) no les agradará: "La democracia es una mentira inicua. Votar es fortalecer la secular injusticia del Estado. Ni señores ni esclavos, ni electores ni elegidos, ni siervos ni legisladores. Rompamos las urnas electorales y escribamos en las encarecidas candidaturas endechas a nuestras amadas y felicitaciones irónicas a cuantos crean ingenuamente en la redención del pueblo por el parlamento y la democracia."

viernes, 9 de junio de 2023

Pareceres (XXII)

106.- ¿Qué estamos diciendo al decirle a alguien: “te quiero”? Algo como esto: “Te querré, amor mío, hasta que el matrimonio o el registro civil que nos declare pareja de hecho nos separe en el mismo acto de reconocimiento oficial de nuestro amor”. O, dicho con otras palabras: “Te querré, vida mía, hasta que el Amor, o sea la conciencia de lo que nos pasa, que es la muerte del sentimiento, nos separe poniendo fin a nuestro cariño. Es más, mi amor, si te digo “amor mío”: ya no eres mi amor, te he perdido, como cuando Psique, o sea el Alma, encontró -y ¡oh paradoja! perdió en el mismo encuentro, nada más haber visto su rostro y sabido su nombre-, al propio amor, que era ni más ni menos que el dios Cupido. 

Cupido y Psique, David Vance
 
 107.- Una cita literaria de esa novela envolvente y seductora que es  “Viaje al fin de la noche” de Louis-Ferdinand Céline. El protagonista, un alter ego del autor si no es el propio autor, llega a América. Después de pasar la cuarentena, el comandante de la aduana le dice:  «Han venido aquí antes que tú muchos otros vivales de Europa que nos han contado trolas de esa clase, pero eran, en definitiva, unos anarquistas como los otros, peores que los otros... ¡Ni siquiera creían ya en la Anarquía!". Sugiere el comandante que los, según él, peores anarquistas son los que no creen ni siquiera en la anarquía, o Anarquía. con mayúscula honorífica que la equipara a cualquier nombre propio, es decir, a Dios, porque esos son auténticos descreídos que para decir ¡no! al orden establecido, no necesitan proponer ningún modelo alternativo, son los que no creen que haga falta ningún gobierno y, por lo tanto, nunca lucharán por tomar el Poder, como han hecho otros revolucionarios, sobre todo los comunistas, sino por destruirlo, pero para destruir el Sistema, ese matrimonio perfecto de Estado y Capital, hay que comenzar por la base, y la base es la fe que lo constituye, y la fe no es ningún asunto exclusivamente religioso, sino cualquier creencia en la que uno crea. Incluso la creencia en la Anarquía. Incluso la creencia en la libertad.

 


108.- ¡Feliz fin de semana! ¡Ojalá pudiéramos celebrar como se merece no el fin de semana, este fin de semana por ejemplo que se avecina, sino el verdadero fin de la semana judeocristiana, con su sacralización del trabajo y su ocio sabático complementario en forma de descanso dominical, dejando –ojalá- de girar el peor invento de la humanidad, la rueda de los siete días para siempre!

 109- Medios de distracción masiva: Los llamados medios de comunicación distraen a las masas ocultándoles la verdad y sus miserias al mostrarles, a cambio, la realidad sucedánea o interina, que hace las veces de la otra. Distraer a la gente, presentándole una realidad virtual, ficticia, un reality show o espectáculo de la realidad que justifica la realidad del espectáculo, es su oficio y su maleficio. Nos distraen con otros tiempos (ya sean históricos o ya futuros) y con otros ámbitos geográficos de lo que sucede aquí y ahora, ocultándonos que, como intuye la sabiduría popular, “en todas partes cuecen habas, y en mi casa a calderadas”. 

 110.- Democracia.- ¿Qué cosa puede ser la voluntad del pueblo, esa voluntad de todos y a la vez de cada uno que los políticos profesionales que se presentan a las elecciones quieren que se vuelque en las urnas, lo que supone la metamorfosis del pueblo en electorado, y por lo tanto su muerte como pueblo? ¿Que gobierne la izquierda o la derecha, o esa componenda del falso espectro electoral que llaman el centro? ¿O que gobierne alguna fuerza política que todavía no se ha dibujado en el panorama electoral? La democracia niega al pueblo aquello mismo que le da, a saber, la soberanía popular, concediéndosela a sus legítimos representantes elegidos en las urnas por sufragio universal. ¿No será, más bien, la voluntad del pueblo que no gobierne nadie, que no mande nadie, que nadie sea más que nadie, que el pueblo sea su único y solo soberano? Toda urna democrática es en esencia una urna fúnebre, una papelera donde yacen, escritos, muertos, los votos, los deseos de que las cosas sean de otra manera en listas cerradas de nombres propios, que yacerán enseguida en la fosa común del olvido.

 

Banco sin asiento para hacer un alto en el camino.