106.- ¿Qué estamos
diciendo al decirle a alguien: “te quiero”? Algo como esto: “Te
querré, amor mío, hasta que el matrimonio o el registro civil que
nos declare pareja de hecho nos separe en el mismo acto de
reconocimiento oficial de nuestro amor”. O, dicho con otras
palabras: “Te querré, vida mía, hasta que el Amor, o sea la
conciencia de lo que nos pasa, que es la muerte del sentimiento, nos
separe poniendo fin a nuestro cariño. Es más, mi amor, si te digo
“amor mío”: ya no eres mi amor, te he perdido, como cuando
Psique, o sea el Alma, encontró -y ¡oh paradoja! perdió en el
mismo encuentro, nada más haber visto su rostro y sabido su nombre-,
al propio amor, que era ni más ni menos que el dios Cupido.
107.- Una
cita literaria de esa novela envolvente y seductora que es “Viaje
al fin de la noche” de Louis-Ferdinand Céline. El protagonista, un
alter ego del autor si no es el propio autor, llega a América.
Después de pasar la
cuarentena, el comandante de la aduana le dice:
«Han venido aquí antes que tú muchos otros vivales de Europa que
nos han contado trolas de esa clase, pero eran, en definitiva, unos
anarquistas como los otros, peores que los otros... ¡Ni siquiera
creían ya en la Anarquía!". Sugiere
el comandante que los, según él, peores anarquistas son los que no
creen ni siquiera en la anarquía, o Anarquía. con mayúscula
honorífica que la equipara a cualquier nombre propio, es decir, a
Dios, porque esos son auténticos descreídos que para decir ¡no! al orden establecido, no necesitan proponer ningún modelo alternativo, son los
que no creen que haga falta ningún gobierno y, por lo tanto, nunca
lucharán por tomar el Poder, como han hecho otros revolucionarios,
sobre todo los comunistas, sino por destruirlo, pero para destruir el
Sistema, ese matrimonio perfecto de Estado y Capital, hay que
comenzar por la base, y la base es la fe que lo constituye, y la fe no es ningún
asunto exclusivamente religioso, sino cualquier creencia en la que
uno crea. Incluso la
creencia en la Anarquía. Incluso la creencia en la libertad.
108.- ¡Feliz fin de semana! ¡Ojalá pudiéramos celebrar como se merece no el fin de semana, este fin de semana por ejemplo que se avecina, sino el verdadero fin de la semana judeocristiana, con su sacralización del trabajo y su ocio sabático complementario en forma de descanso dominical, dejando –ojalá- de girar el peor invento de la humanidad, la rueda de los siete días para siempre!
109- Medios de
distracción masiva: Los llamados medios de comunicación distraen a
las masas ocultándoles la verdad y sus miserias al mostrarles, a
cambio, la realidad sucedánea o interina, que hace las veces de la
otra. Distraer a la gente, presentándole una realidad virtual,
ficticia, un reality show o espectáculo de la realidad que
justifica la realidad del espectáculo, es su oficio y su maleficio.
Nos distraen con otros tiempos (ya sean históricos o ya futuros) y
con otros ámbitos geográficos de lo que sucede aquí y ahora,
ocultándonos que, como intuye la sabiduría popular, “en todas
partes cuecen habas, y en mi casa a calderadas”.
110.-
Democracia.- ¿Qué cosa puede ser la voluntad del pueblo, esa
voluntad de todos y a la vez de cada uno que los políticos profesionales que se presentan a las elecciones quieren que se vuelque en las urnas, lo que
supone la metamorfosis del pueblo en electorado, y por lo tanto su muerte como pueblo? ¿Que
gobierne la izquierda o la derecha, o esa componenda del falso
espectro electoral que llaman el centro? ¿O que gobierne alguna
fuerza política que todavía no se ha dibujado en el panorama
electoral? La democracia niega al pueblo aquello mismo que le da, a
saber, la soberanía popular, concediéndosela a sus legítimos representantes elegidos en
las urnas por sufragio universal. ¿No será, más bien, la voluntad
del pueblo que no gobierne nadie, que no mande nadie, que nadie sea
más que nadie, que el pueblo sea su único y solo soberano? Toda
urna democrática es en esencia una urna fúnebre, una papelera donde yacen,
escritos, muertos, los votos, los deseos de que las cosas sean de
otra manera en listas cerradas de nombres
propios, que yacerán enseguida en la
fosa común del olvido.
Banco sin asiento para hacer un alto en el camino.
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