111.- Nadie nos representa. Nadie puede arrogarse nuestra representación: ni siquiera, por paradójico que parezca, nosotros mismos. Nos sirve a nuestro propósito el aforismo jurídico uiuentis non datur repraesentatio: no es posible la representación de una persona viva (lo mismo que no es posible recibir la herencia de alguien que no ha muerto todavía: uiuentis non datur hereditas).
113.- La guerra no se justifica ya apelando a valores religiosos, sino políticos, que son un trasunto de los económicos, los que más valen y cuentan, pero eso se debe a que el dinero constituye la nueva y única religión de los que mandan y obedecen: una religión que no lo parece, un dios en el que todo el mundo cree, indiscutible. Por eso más que responder el mercado a las exigencias de los consumidores, los consumidores responden a las exigencias del mercado. Por eso, en esta economía que, según Ambrose Bierce definió para siempre como la venta de la vaca que no tenemos para comprar el barril de güisqui que no necesitamos, cotizan tanto los valores… bursátiles.
114.- Parece que lo único que les preocupa a algunas almas cándidas es que se les dispense un buen trato a los prisioneros, el trato humanitario, que dicen, no el hecho de que haya prisioneros, que es lo más inhumano que hay. Debe de parecerles muy caritativo a estas almas piadosas, que acaban resultando las más despiadadas, también que haya guerras; de hecho muchas veces las llaman misiones humanitarias o, rizando el rizo, como ha rebuznado el Rey de nuestro ruedo ibérico en un discurso oficial, “misiones de paz”. El ejército es para estas personas una oenegé (u Organización No Gubernamental) caritativa y humanitaria con pistolas, como ha regoldado un militar graduado con estrellas de muchas puntas.
115.- PSICOANÁLISIS. En vez de intentar fortalecer nuestra personalidad, deberíamos interesarnos en las técnicas de desintengración y disolución del ego, en disolverlo como una pastilla efervescente en un vaso de agua. Mi alma ansía diluirse como un comprimido, dejar de ser “mi alma”, mía y sólo mía, un alma individual y atómica, disolviendo su singularidad en el anonimato de la masa, en la fosa común del número plural. El individuo, como hemos formulado alguna vez, no nace, sino que se hace, y nunca es perfecto, nunca acaba de hacerse, ni tampoco de deshacerse. La desintegración del átomo que es el individuo personal masificado sería la bomba, la verdadera bomba de relojería atómica.
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