lunes, 5 de junio de 2023

Manifiesto del Partido Que No Existe (y II)

     ¿Cómo se puede formar parte del partido que no existe? No se expiden carnets ni hay militancia ni conscripción o servicio militar. Tampoco existe la figura del afiliado incorporado al partido como si fuera un miembro prohijado. Cualquiera forma parte del partido que no existe con tal de negarse a participar en las elecciones, renunciando tanto al derecho de sufragio activo como al pasivo, es decir negándose tanto a elegir como a ser elegido. 

    Contra el dogma fundamental democrático de que "una persona (o un hombre, como se decía antes, incluida la mujer) es un voto", del que estaban excluidos los menores de edad y los que no pertenecen al Estado correspondiente porque no tienen la nacionalidad, un voto que se expresa periódicamente cuando las autoridades lo requieren, el sentir popular nos advierte de que una persona no es un único voto, sino, al menos, dos: un voto a Dios y otro al Diablo, lo que hace imposible su contabilidad. Pero en esa contabilidad de que uno no puede votar más que una vez y expresar un único voto se basan las Juntas Electorales para realizar sus cómputos, por lo que los resultados de unas elecciones nunca podrán ser verdaderos. 

          El recuento de votos configura una mayoría, siempre relativa de individuos personales computados, que impone su gobierno a la totalidad, haciéndose valer la una por la otra, pero la mayoría es una masa de individuos personales que se han convertido en electores cediendo su soberanía para que se produzca la ilusión de un cambio que no es más que la sustitución de unos nombres propios por otros, de unas caras amables como aparecen en los carteles y en los anuncios publicitarios con una sonrisa de estúpida felicidad.

 
    Los miembros del partido que no existe no renuncian de este modo a participar en los asuntos públicos directamente, sino que renuncian a hacerlo indirectamente por medio de representantes elegidos en elecciones periódicas por sufragio universal, en las que la voluntad de una mayoría se impone de modo totalitario a la totalidad.  
 
     Somos conscientes de que por no existir el partido que no existe es el auténtico aglutinante de la voluntad popular, no vamos a decir que “representante” porque no aspira a ningún tipo de representación, pero sí que aglutina al pueblo que no se resigna sumisamente a convertirse en electorado. Por eso el pueblo es el gran ausente del parlamento, y por eso nunca ha habido ni podrá haber unas elecciones democráticas, dada la contradicción interna del término griego 'democracia' que aúna dos conceptos contrapuestos como son 'pueblo' y 'poder o fuerza' que se ejerce sobre él.
 

    Se ha dicho en alguna ocasión que el partido que no existe puede agrupar a casi el 40% del electorado, que no emite su voto en la urna electoral. Y se ha dicho que es normal ese porcentaje en cualquier régimen democrático, normalizándolo así. Pero hay un error en esa formulación: el partido que no existe no agrupa a casi la mitad del electorado, sino del pueblo, a esa parte del pueblo que se resiste a ser computada y a convertirse en electorado, dando su consentimiento al mandato de los delegados, por lo que es el partido del pueblo que no se cuenta y que, por lo tanto, tampoco se somete. El partido que no existe es el único que expresa -no que representa, porque no tiene ningún interés en la representatividad- la voluntad popular, la soberanía popular, mientras que el parlamento representa al electorado, que es el pueblo convertido en masa de votantes, un pueblo que no deja de ser un invento del gobierno convenientemente adoctrinado para  dejarse gobernar.

    Cuando un político elegido cada cuatro años dice que es un representante del pueblo, hace creer que él, que es un mero portavoz de los electores que le han confiado su voto, una minoría por muy mayoritaria que sea, es él personalmente la encarnación del pueblo que representa, cuando el pueblo, como conjunto, no puede ser partido en secciones, facciones, banderías, ni conscripto en censos electorales permanentes.  
 

    Cada cuatro años generalmente se considera que debe renovarse el fetiche de la representatividad, dada su fecha de caducidad, mientras que el poder se ejerce siempre sobre el pueblo, se basa en una ficción: que un gobierno y una cámara legislativa surgidos de la elección popular representan absolutamente la verdadera voluntad popular. Un parlamento nunca puede representar a un pueblo.

    Sólo el partido que no existe en la realidad puede hacer algo contra la realidad misma porque no forma parte de ella. Los partidos existentes, por el contrario, solo pueden sustentarla porque esa y no otra es la razón única de su existencia.
 
 

    Disculpa final por el uso y abuso del término 'partido' a lo largo del manifiesto, que es un sustantivo polisémico formado sobre el participio de perfecto del verbo 'partir', derivado de 'parte', que subyace bajo todos sus significados. Debajo de sus usos se halla la idea de partición de un todo o conjunto. En el caso de los partidos políticos ordinarios del derechas puede verse que son particiones o divisiones del conjunto del pueblo convertido en ciudadanía electoral de la que están excluidos los extranjeros y los nacionales menores de edad. Los que disienten de una determinada forma de hacer política se organizan en una facción distinta de la gobernante y concurren en las elecciones periódicas para obtener un respaldo mayoritario, siempre relativo, de la ciudadanía, y lograr que la mayoría se imponga a la totalidad. Los partidos políticos ordinarios son pues particiones, divisiones o facciones de la ciudadanía que aspiran a imponerse sobre la totalidad fomentando un cambio, que será solo nominal, que hará que todo siga igual al fin y a la postre. El partido que no existe, a diferencia de los partidos existentes, no aspira a eso, sino a todo lo contrario.

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