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miércoles, 8 de mayo de 2024

Marginalidades

"Amo a mi país, pero no puedo matar ni morir por él": declaró el ухілиант (ukhílyant), como se denomina en Ucrania al desertor del servicio militar obligatorio.
 
Aproximadamente la mitad de los ucranianos que intentan escapar del reclutamiento son atrapados. Algunos, intentando cruzar a nado el río Tisa, mueren ahogados.
 
Palabras de Baquílides: δολόεσσα δ᾽ ἐλπὶς ὑπὸ κέαρ δέδυκεν ἐφαμερίων: Pero la esperanza engañosa se desliza en el corazón de los hombres, efímeras criaturas.

Paulina Tuchschneider dice tras su traumático paso por el ejército israelí cumpliendo el servicio militar obligatorio: Israel no puede existir sin el ejército.
 
 
El jefe del ejecutivo instaba al electorado a elegir entre la democracia, que él encarnaba, y el fango, como si no fueran lo mismo y la elección 
indiferente.  
 
 El secretario general de la OTAN quiere que los aliados europeos desembolsen cien mil millones de euros más para sostener la guerra de Ucrania contra Rusia.
 
 "El lenguaje no es la verdad. Es nuestra forma de existir en el universo", escribió Paul Auster. Lo que, dicho de otra forma, es: el lenguaje es la realidad.
 
 
 Los gobiernos de América latina movilizan a sus fuerzas armadas para librar una guerra contra el crimen organizado debido a la crisis que sufren de inseguridad.
 

miércoles, 28 de febrero de 2024

De la demerastia, a propósito de Alcibíades

    Platón, haciendo uso de la enorme plasticidad que le permitía la lengua griega que manejaba, inventó el neologismo 'demerasta' -griego δημεραστής, a partir de δῆμος (dêmos) puebloἐραστής (erastés) enamorado, amante, a imagen y semejanza de 'pederasta' (amante o enamorado del niño), y lo puso en boca de Sócrates en su diálogo Alcibíades (1 132 a), donde el maestro que reconocía su ignorancia  le aconsejaba al niño bonito que era Alcibíades (al que Cornelio Nepote le dedicó los adjetivos latinos luxuriosus, dissolutus, libidinosus, intemperans, que no necesitan mucha traducción) y del que estaba por otra parte enamorado (sus dos grandes pasiones, según confiesa, fueron Alcibíades y la filosofía) que no se convirtiera en un demerasta o, si se quiere, populista, con palabra de raigambre latina y, como suele decirse, de más rabiosa actualidad:


 Sócrates reprochando a Alcibíades, Anton Peter (1819)

    Y de ahora en adelante, si no te dejas corromper por el pueblo de los atenienses y no llegas a envilecerte, yo no te abandonaré (καὶ νῦν γε ἂν μὴ διαφθαρῇς ὑπὸ τοῦ Ἀθηναίων δήμου καὶ αἰσχίων γένῃ, οὐ μή σε ἀπολίπω). Pues lo que yo temo muy mucho es que convertido en amante del pueblo te eches a perder (τοῦτο γὰρ δὴ μάλιστα ἐγὼ φοβοῦμαι, μὴ δημεραστὴς ἡμῖν γενόμενος διαφθαρῇς), lo que a muchos de los atenienses ya también les ha pasado (πολλοὶ γὰρ ἤδη καὶ ἀγαθοὶ αὐτὸ πεπόνθασιν Ἀθηναίων) . 
 
Sócrates y Alcibíades,  Christoffer Wilhelm Eckersberg (1816).

    ¿Qué hay de malo en ser un amante del pueblo, un demerasta, un populista? En principio no tendría por qué ser algo negativo, sino todo lo contrario, ya que se trata de una forma de amor amparada bajo la protección del dios Eros. El problema reside en que no es un amor desinteresado, sino que en los sistemas de gobierno democráticos como era el ateniense y son la mayoría de los que hoy padecemos ese amor es interesado: busca los votos del pueblo para legitimar el gobierno unipersonal y tiránico que se ejercerá sobre el propio pueblo con su consentimiento.

    Ya un historiador tan penetrante como Tucídides vio que la democracia ateniense de Periclés que tanto se ha ponderado y ensalzado en los tiempos modernos como logro de la humanidad y modelo de democracia directa... no dejaba de ser una tiranía. En efecto, el historiador griego dejó escrito en el libro segundo 65, 9, de La Guerra del Peloponeso,  y hablando de Periclés, que fue el tutor por cierto del joven Alcibíades: Era una democracia de palabra (en teoría), pero de hecho (en la práctica) era el gobierno del primer ciudadano. ἐγίγνετό τε λόγῳ μὲν δημοκρατία, ἔργῳ δὲ ὑπὸ τοῦ πρώτου ἀνδρὸς ἀρχή. 

Sócrates y Alcibíades, Édouard-Henri Avril (1906)

    Contrapone Tucídides la palabra, “logo” λόγῳ, con la tozuda realidad de los hechos, “ergo” ἔργῳ: bajo el nombre de democracia oficialmente gobernaba el pueblo, pero en realidad el que mandaba era el presidente del gobierno, diríamos hoy con flagrante anacronismo, elegido por el pueblo.

    Se revela así que la democracia no deja de ser la perfección de la dictadura, dado que el déspota, dictador, tirano, sátrapa o como quiera llamarse está legitimado por el amor del pueblo traducido en votos. Para lograr esos votos el aspirante al puesto de presidente del gobierno debe amar y halagar hasta la hez al pueblo, convertirlo en electorado, y ser un populista o demerasta. Se trata de un amor interesado, porque es fruto de la ambición de poder. Si quieres llegar a ser el primer ciudadano, es decir, presidente del gobierno, debes ser un demerasta, un populista, y, por lo tanto, un demagogo.
 
    Frente a ese amor interesado, podría haber un amor libre y desinteresado por el pueblo y por lo popular, no por el pueblo definido en naciones o unidades estatales, sino por el pueblo indefinido en general, ese que no quiere que se ejerza sobre él ninguna soberanía, ya que él, o sea nadie por encima de él, es su único soberano, pero no era el caso evidentemente de Alcibíades que nos ocupa. Y ese amor no tendría nada de malo o censurable, sino todo lo contrario.

miércoles, 14 de febrero de 2024

Fascismo o democracia, una falsa elección

    Según unas estadísticas sacadas de la manga de las encuestas  -¡maldito vicio pedopsicagógico de hacer sondeos y rastrear no el sentido común, que es el menos común de los sentidos, sino la opinión personal mayoritaria o voto de cada átomo personal intransferible!- con que nos bombardean los medios masivos de (in)formación, y con que nos distraen de lo que realmente importa para que no nos demos cuenta de lo que pasa a nuestro alrededor,  y para la formación del espíritu nacional de nuestra conciencia democrática acrítica y aturdida,  a los chicos y chicas españoles de la franja de edad que va de los once a los quince años de edad, la democracia al parecer se la trae flojísima, muy floja. 

    En efecto, estos“-ceañeros”, vamos a llamarlos así, si se me permite la licencia del palabro, repudian esto de la democracia, y eso nos lo sirven los medios masivos a los mayores para que tratemos de educarlos llevándolos por el buen camino y de inculcarles los valores cívicos constitucionales propios del sistema de dominio vigente, a fin de que acaben entrando por el aro y empiecen  a ser cuanto antes ciudadanos de pleno derecho: fierecillas domadas, que cumplen religiosamente, en una época esencialmente laica, con las normas establecidas, es decir, como buenos contribuyentes y votantes, o sea, que se confiesan y le declaran amorosamente al Fisco las intimidades de sus bienes -olvidando que toda propiedad es un hurto o expropiación del común, si no un pecado-, y que son consumidores de ideologías políticas en conserva y de artilugios de látex políticamente correctos para el uirile membrum,  y, en definitiva, para que traguen sapos y culebras reales como la vida misma por un tubo a través del móvil que es ya un apéndice de la mano derecha que centra la atención de sus ojos, que no ven más allá de la pantalla y de lo que por ella les arrojan. A estos “-ceañeros” la sociedad quiere adulterarlos, o sea, hacerlos adultos, hombres y mujeres hechos y derechos como Dios manda.

Una falsa elección (de Miguel Brieva)
 
    Sólo una tercera parte, la más dócil y sumisa, de dichos “-ceañeros”,  cree que la democracia es insustituible, mientras que el resto considera que es igual un régimen que otro, uno democrático que uno autoritario, lo cual, si bien se mira, tiene más que visos de certeza. Pero si siempre ha sido doloroso soportar la jerarquía de los caudillos por la gracia de Dios, quizá sea más estúpido imponérsela uno eligiendo mayoritariamente al macho o marimacho, pues puede ser hembra, ya que da igual el sexo que llaman biológico o género adoptado, que rija los destinos de la manada, es decir, colaborar con el hecho de que siga habiendo mandamases y mandados, y que siga habiendo manadas. 

Estos jovencitos, además, sólo se identifican, y hacen bien, con su pueblo o ciudad y con sus gentes más cercanas e inmediatas, no con ideas, sino con las realidades tangibles más próximas:  ni con la idea de España (sólo un 14%), ni siquiera con la de su comunidad autónoma respectiva (sólo un 10%), ni muchísimo menos con la entelequia de Europa, cuya incidencia, pese a los esfuerzos de los políticos que nos llaman a votar cada cinco años, es prácticamente nula y anecdótica: un 2%.

Los medios masivos sacan la conclusión, apresurada a todas luces, de que les atraen las dictaduras, y que esto les pasa, claro, porque no han conocido y vivido en sus propias carnes la del Generalísimo F.F., por ejemplo, ni, remontándonos un poco más atrás, tampoco la del General Primo de Rivera, por supuesto.  Es cierto, han nacido bajo la férula de la democracia; casi, si se descuidan, ni siquiera han conocido las regencia socialista ni la popular. Todavía no habían nacido, angelicales criaturas perversas polimorfas, según el padre Freud.  No tienen la culpa de no haber venido antes al mundo -ellos a violarlas y ellas a ser violadas- y de no conocer más forma de dominio que esta que padecemos todos: la única que hay hoy por hoy en la realidad, la única que cuenta. 

     A ellos este régimen democrático, que es el único que conocen y padecen,  les parece malo. Y a nosotros, que no estamos precisamente en la edad del pavipollo, no nos parece bueno, es más: nos parece, como a ellos, malo, y de algún modo, el peor que hay, porque es el único que hay. El fascismo es solo un fantasma inexistente del pasado que se proyecta en el futuro para justificar el actual establecimiento.

 ¿Democracia? ¡No, gracias! Analicemos un poco el tinglado este del gobierno que dicen del pueblo, por el pueblo y para el pueblo según el cacareado dogma de fe vigente. Detengámonos en una pequeña cuestión gramatical, aparentemente inocua: el artículo determinado y determinante: “el” pueblo. Cabe preguntarse: ¿Qué pueblo?  No es lo mismo, en efecto, el pueblo español, que el vasco, que el bombardeado pueblo gazatí, que el sufrido pueblo ucraniano, que el pueblo ruso o americano, o más propiamente, estadounidense... No es lo mismo, porque todavía hay pueblos y pueblos. Los hay de primera, de segunda y de tercera división, todavía hay clases y categorías, como en la liga nacional del despotismo absoluto balompédico. Si analizamos el cotarro actual, un pueblo concreto impone sus decisiones a todos los demás, lo cual no parece muy democrático que digamos. No es lo mismo, pues, “el” pueblo, en general sin apellidos, que ”el pueblo de los Estados Unidos” en particular, que  es, ni falta hace decirlo,  el que corta en el universo mundo el bacalao político, económico, militar y cultural, que es lo mismo todo. 

 

Pero en EE.UU., esa rancia democracia, tampoco manda el pueblo: el pueblo, que es la encarnación de la vieja 'gracia de Dios' que legitimaba los gobiernos y monarquías, delega, no en su totalidad sino mayoritariamente, en un presidente del gobierno para que ejerza el poder de su despotismo sobre él. Frente a la monarquía hereditaria y dinástica del Ancien Régime, nos encontramos en los regímenes hodiernos con una monarquía electiva o gobierno de uno, no de carácter vitalicio, sino temporal, para un período de tiempo que va generalmente de los cuatro a los siete años, con posibilidad de reelección.  No se llama rey, claro, sino presidente del gobierno, pero es lo mismo. Luego,  tampoco es el pueblo el que gobierna en los EE.UU., sino un tyrannosaurus rex sufragado por la mayoría, que no totalidad, de ese pueblo. Este sistema de dominación es cuasiperfecto porque convierte al pueblo en electorado o clientela política y sólo permite que éste se subleve contra el poder que toca en ese momento, sustituyendo un gobierno por otro, un partido por otro, recambiando una pieza por otra, una marca por otra, un voto por otro,  por lo que habitualmente se alternan impunemente en el trono republicanos y demócratas, derechas e izquierdas, sin alterar para nada el sistema subyacente que permite la supervivencia del aparato del poder por encima o por debajo de la moda de cada gobierno de turno.

El antifascismo, que podría haber seguido siendo en la actualidad un movimiento de oposición al sistema de dominio vigente, a cualquier forma de poder, se ha convertido sin embargo en una corriente de adhesión inquebrantable al orden nuevo, al nuevo y último IV Reich instaurado democráticamente en el vastísimo universo mundial globalizado. ¿No es cierto, acaso, que, pese a la toma del palacio de invierno en 1917 y el derrocamiento del último emperador, sigue saliendo, valga como ejemplo, el zar en Rusia de las urnas? 

domingo, 5 de noviembre de 2023

Plan de paz para Oriente Próximo (y otras guerras).

    Este plan de paz que se propone aquí no es una mera proclama pacifista al uso que pide el alto el fuego sin más, sino algo más: una guerra a la Guerra establecida, que se fundamenta en el abandono de sus dos principales armas ideológicas y estratégicas:
 
1.- Abandono de la religión: Las tres religiones monoteístas históricas (el judaísmo, el cristianismo y el islam, que quiere decir 'sumisión') son las responsables principales de las guerras históricas (cruzadas, guerras santas, yihads, o como quieran llamarse) pero no solo de las guerras religiosas, entre las que puede incluirse sin mucho escándalo el conflicto de Oriente Próximo, sino de todas las guerras, porque hasta las modernas que calificamos de económicas o políticas, que viene a ser lo mismo, tienen una raíz religiosa.
 
    Los tres dioses monoteístas Jehová, Yavé, Dios o Alá han sido siempre excluyentes y exclusivos. Consideraban que sus fieles eran el pueblo elegido, y sembraban el odio con los dioses y pueblos vecinos, que eran tachados de infieles o de gentiles. Hoy día, aunque muchas personas siguen creyendo en las viejas religiones, han sido sustituidos por su más moderna epifanía laica, que es el Dinero. Solo el abandono de la fe en esos dioses monoteístas, incluida la pérdida de la fe en su más moderna encarnación, puede garantizar el alto el fuego y el cese de las hostilidades, la anápneusis polémoio (ἀνάπνευσις πολέμοιο), el respiro de la guerra, que cantaba el divino Homero en la Ilíada, y que calificaba siempre de breve olígue (ὀλίγη), porque la paz no era más que una tregua efímera en el eterno combate entre tirios y troyanos. 
 
    Cuando se propugna aquí el abandono de la religión, se incluye también, por lo tanto, el abandono de la religión económica, que es en definitiva el resultado moderno de la evolución de las viejas religiones. 
 

 
2.- Abandono de la fe en la democracia y el Estado: Resulta duro decirlo así porque parece que si predicamos la pérdida de fe democrática estamos haciendo apología de la dictadura y de otras formas de gobierno más autoritarias y despóticas. Y no es así. No, las democracias occidentales son regímenes teocráticos, donde se sustituye la voluntad de Dios por la voluntad no del pueblo, que se caracteriza por no aceptar ninguna forma de gobierno, sino de la mayoría de los contribuyentes y votantes que suman sus voluntades individuales, traducidas en votos, para conformar una mayoría que se imponga a la totalidad, como si fuera la voluntad del viejo Dios, por lo que resultan las dictaduras más perfectas y las formas más totalitarias de Estado contra las que no es lícito alzar la voz, en las que se confunde el gobierno con el pueblo gobernado. 
 
    La democracia no es el menos malo de los sistemas de gobierno posibles, como suele decirse, sino el más perverso, porque es el único que hay, y por eso mismo no puede ser bueno, porque es el que hay y es el que nos toca combatir para que no haya guerras en el mundo. Todos los gobiernos del mundo, sean de izquierdas o de derechas, sirven a los intereses económicos del sacrosanto Capital. 
 
    La única forma de fomentar la paz, por lo tanto, en Oriente Próximo y en cualquier otro lugar del mundo es declararle la guerra al Capitalismo, que justifica como antaño los viejos dioses monoteístas, todas las guerras, desde la guerra de Troya hasta la guerra de Israel que nos sirven ahora puntualmente todos los informativos durante veinticuatro horas.
 

      Ningún Estado, por otra parte, puede garantizar la paz, porque la guerra es la esencia misma del Estado, el bienestar y la salud, como decía Bourne, de todos y cada uno de ellos, y el hecho de que haya varios, muchos, no hace más que complicar la cosa por sus luchas constantes por mantener su identidad nacional y defender sus fronteras, una identidad que solo se sostiene en la contraposición con las demás identidades nacionales.

lunes, 14 de agosto de 2023

Y media docena de memes más.

Otro clásico del Arcón sobre la democracia: ¿Se puede votar que no gobierne nadie?

Power? Off, por supuesto.

El poder de la naturaleza contra la naturaleza del Poder:

Sobre enfermos y muertos asintomáticos:

De los falsos profetas que nos advertían las Sagradas Escrituras: 

 Blanca Nieves Trans y los Siete Enanitos del Bosque:

oOo

Más otro de regalo: Las ovejas siempre temieron al lobo, pero fue el pastor quien las llevó al matadero.


 

miércoles, 9 de agosto de 2023

Cuatro helenismos

    Propongo analizar cuatro helenismos o palabras de origen griego integradas en nuestra lengua culta que comienzan en castellano por “dem(o)-”, derivado de δῆμος “pueblo”, a saber demografía, demoscopia, demagogia y democracia, todas ellas seguidas de un derivado verbal que es, respectivamente, -grafía “descripción”, -scopia “observación”, -agogia “conducción” y -cracia “gobernación”.

    Todas tienen como objeto al pueblo, cuya definición pretenden establecer quizá vanamente, dado su carácter indefinido. Ya sabemos que 'pueblo' es muchas cosas: desde ciudad o villa (el pueblo de Madrid), a población de menor categoría opuesta a ciudad (el pueblo de Villadiego), también es el conjunto de personas de un lugar, región o país, es decir, la población o gente que lo puebla. El problema que se plantea en este caso es que no es lo mismo “el pueblo”, en general, que, si añadimos un adjetivo gentilicio particular, “el pueblo vasco”, o “el pueblo español” o “el pueblo japonés”, lo que implica constatar que hay muchos pueblos y hay una jerarquía entre ellos, pues no son equiparables, piénsese por ejemplo en el imperio y emporio de los Estados Unidos de América frente a cualquier república africana. 

    Pero también pueblo es sinónimo de gente humilde, común y corriente, frente a los poderosos, sin perder de vista que también es sinónimo de país o nación con gobierno propio, es decir, se quiere hacer pasar como sinónimo de Estado. No se puede olvidar tampoco que en eso que llamamos “pueblo”, del latín POPVLVS, se funden desde hace dos mil años por lo menos las dos clases sociales políticas y económicas: los patricios, que eran los padres de la patria, los de arriba, y los plebeyos, los de abajo.

    Ya en griego antiguo sucedía algo parecido con la palabra δῆμος, que era por un lado el lugar donde habitaba una comunidad, y por otro las personas que habitaban dicho lugar, sin olvidar el sentido político o jerárquico, donde 'pueblo' se definía por oposición al rey, al tirano o a los gobiernos en general, y en los estados democráticos se refería al conjunto de ciudadanos libres que gobernaban sobre los que no lo eran (esclavos, mujeres y niños); adquiriendo finalmente, por extensión, el significado general de “gente, raza, pueblo”.

    La demografía se encarga de hacer un estudio estadístico de una población ya sea sincrónica- o diacrónicamente, pero al hacer dicho estudio reduce lo que es un proceso a un tiempo y a un espacio determinados. Pretende, pues, con la aplicación de la estadística, que viene de estado,  definir lo indefinido, reflejar el aumento o la reducción de la población, algo que está sucediendo constantemente, porque unos nacen y otros mueren, de forma que es prácticamente imposible hacer un censo sin que se modifique ipso facto. Es como tomar una fotografía de un vuelo, que implica paralizarlo, congelarlo, detenerlo.

    

 La demoscopia, por su parte, consiste en el sondeo de opiniones, aficiones y comportamientos de la gente. Los demóscopos practican su ciencia no para saber qué opina la gente, cosa que sería imposible en su totalidad por aquello de quot homines tot sententiae, 'cuantos hombres tantas opiniones',  sino para que la gente sepa mayoritariamente lo que tiene que opinar. Las encuestas demoscópicas mienten, no porque los encuestados puedan de hecho mentir, que lo hacen a veces, sino porque la opinión de una persona o de un grupo de ellas no puede ser extrapolable ni representativa de la totalidad ni de lo que opinen mil, diez mil, cien mil o un millón de las personas.

 

    La demagogia es el arte, vamos a decir, de ganarse con toda clase de halagos y mentiras el favor popular que suele traducirse en votos; etimológicamente la palabra está emparentada con “pedagogía”: en ambos casos se trata de una ἀγωγή, agogé, una conducción o dirección, lo que implica siempre que hay un conductor o director y, por contraposición, algo distinto que es conducido o dirigido, ya sea el pueblo o ya sea el niño por los dirigentes. Desde Aristóteles la demagogia es la corrupción de la democracia, pero en realidad, la demagogia bien mirada, es la esencia misma de la democracia, como veremos a continuación.

 

    La democracia, según la docta academia, es “el sistema político en el cual la soberanía, es decir, el poder, reside en el pueblo, que lo ejerce directamente o por medio de representantes”, es decir, toma al pueblo como sujeto y oculta lo más evidente, tomarlo también como lo que es: el objeto del gobierno. Una definición menos falsa sería: “Sistema político en el cual el pueblo, bien directamente o bien indirectamente, se gobierna a sí mismo no permitiendo que nadie que no sea él mismo lo gobierne”. Nótese que esto, que es lo más evidente, es lo que se oculta en la definición de democracia “gobierno del pueblo”, dado que  es ambigua y puede entenderse de dos formas contradictorias: subjetivamente, tomando al pueblo como sujeto que ejerce el gobierno, y objetivamente, tomando al pueblo como objeto de gobierno, lo que es una contradicción en sus términos, dado que el pueblo se convierte a la vez en gobernante y en gobernado, anulándose la oposición sujeto/objeto, y diluyéndose o más bien ocultándose la idea que no la realidad la cosa del “gobierno”. 

viernes, 16 de junio de 2023

Resultados electorales

    No hace falta ser pitoniso ni futurólogo para predecir quién va a ganar (quién ha ganado ya) las elecciones antes de que se celebren, y no sólo las españolas sino las de cualquier país y en cualquier momento de su coyuntura histórica. Gane quien gane, pierde siempre el pueblo. Resulta indiferente que gane la derecha, la izquierda, el centro o las extremidades de ese falso espectro político: se trata de la misma bestia, Leviatán. 
 
    Dicen que hay un voto conservador que se opone a otro supuestamente progresista. Yo no lo creo. Todos los votos son conservadores en esencia. Si votar sirviera para cambiar las cosas y no para lo que sirve, que es lo contrario, estaría prohibido.  
 
    Dicen que la democracia es el gobierno del pueblo, pero el pueblo no quiere ningún gobierno. Son los gobiernos los que quieren que haya un pueblo que los elija, que los apoye, que los sustente sometiéndose al dictado mayoritario  de las urnas.



    Nos dicen que tengamos fe en el sistema y en el futuro. O para evitar las resonancias religiosas de la palabra "fe", la sustituyen por "confianza", que es término más laico y neutro, pero es lo mismo. El sistema y el futuro son lo mismo, porque el futuro es la muerte y el sistema no está nunca hecho hasta que no ha alcanzado su fin, su muerte siempre futura. Pero ¿por qué hay que tener confianza en algo tan evanescente como el futuro, un embeleco de curas y políticos para meternos el veneno de la esperanza en el alma?

    Los mandamases, desde el mandarín de China hasta el presidente del gobierno de cualquier tribu, los que más mandan en este mundo  son los más obedientes, los que más obedecen, los más mandados, los que más fe -o confianza-  tienen en Dios, es decir, en el Orden supremo establecido que se nos impone desde arriba: en el Dinero. Y lo que se nos impone desde lo alto es la fe o confianza o crédito, por usar el término económico, en uno mismo y en el futuro, ad maiorem gloriam Dei, para mayor gloria del Estado y del Mercado que son el Jano bifronte de la bestia monoteísta actual.


     Me alegraría mucho que siguiera viva la mecha de la rebeldía que alguna vez prendió. Pero sé que muchos de los que se indignaron antaño acudieron a votar religiosamente, cumpliendo con su deber cívico, lo que no ha dejado de entristecernos a algunos profundamente y aun de indignarnos. Si para algo sirven las elecciones es para desactivar la protesta, para que haya pueblo sometido, convertido en electorado, reducido a su condición de votante y contribuyente, para que todo cambie a fin de poder seguir igual.

    A los indignados les dijeron: "Si queréis que os tomemos en serio, presentaos a las elecciones, y dejad de ser un hatajo de mastuerzos". Y ellos, tontos de ellos, se presentaron a las elecciones y enterraron en las urnas su indignación entrando por el aro como domadas fierecillas.
 
    Si para luchar contra el capitalismo, porque nos declaramos de algún modo anticapitalistas, adoptamos la estrategia de adaptarnos al marco político capitalista y democrático dominante, acabaremos, en el mejor de los casos, gestionando “un poco mejor” el capitalismo, y, lo peor de todo, reforzándolo.


sábado, 10 de junio de 2023

Comunicado del Partido Que No Existe

    Concluido el plazo para formalizar la inscripción en el registro de partidos políticos y coaliciones electorales de cara a las elecciones generales del reino de España el 23 de julio, el Partido Que No Existe, también conocido como PI (Partido Inexistente), manifiesta que no se ha registrado como tal partido ni sumado a ninguna coalición electoral habida o por haber, por lo que, fiel a sus principios, no presenta su candidatura a dicha farsa electoral democrática, como hacen los partidos existentes, dirigida a que todo cambie a fin de poder seguir igual, y a que la utopía más descabellada y loca que hay, que es el capitalismo, se mantenga porque la pugna no se da entre la izquierda y la derecha, como quieren hacernos creer, sino como recuerda la copla que nos dejó Isabel Escudero: “Ni derecha ni izquierda, / entre arriba y abajo / está la pelea.” 

     En la nota de prensa el Partido Inexistente comenta que ante el horror que nos produce la verdad, o mejor dicho, la constatación empírica de que la realidad que se nos presenta no es verdad sino mentira, nos evadimos constantemente a través de los entretenimientos que nos ofrece la tecnología y toda su amplia gama y variedad de contenidos como las series televisuales, las informaciones de los periódicos ya sean progresistas o conservadores, da igual que da lo mismo, en los que las noticias no se distinguen de la propaganda ni esta de la publicidad, las películas, los programas de televisión, los deportes, la cultura, y un larguísimo etcétera, en el que se incluye la política como máxima distracción, dado que el entretenimiento es fundamental para la manipulación y gobierno de la gente. 

 Felices (fragmento), Laurie Lipton (2015)

    Al renunciar a ser candidato, el Partido extraparlamentario se desmarca así de la loca carrera por el Poder que emprenden tanto los llamados en la antigua Roma petidores como sus rivales competidores, aspirantes todos a ocupar los cargos públicos del llamado cursus honorum, la carrera política o de los honores, que así se denominaba porque entonces era honorífica, es decir, reportaba honores pero no estaba remunerada económicamente como ahora. En aquel entonces su desempeño proporcionaba honor, pero no honorarios, prestigio pero no dinero. Pero en nuestra época, esencialmente económica, los honorarios, en plural, son los importes de los servicios prestados al Estado y al Mercado.

    Rechaza, pues, el Partido Que No Existe ser candidato. No vestirá en los lugares públicos tales como los foros o el Campo de Marte de los platós televisivos una toga blanca resplandeciente. Vestirá, si siente la necesidad de hacerlo, una prenda de cualquier color, que si es blanca, lo será de un blanco normal y corriente, no deslumbrante y enceguecedor. 

    Conviene en este punto aclarar que en la antigüedad había dos maneras de referirse al color blanco, no una sola como ahora, y por lo tanto dos colores blancos: albo y cándido: albo era blanco sin más, un blanco mortecino o apagado, natural sin afeites ni adobos artificiales, y, por lo tanto, no muy vivo, un blanco normal y corriente, que diríamos nosotros, mientras que cándido, de donde viene el término 'candidato', aludía a una blancura subida de tono y reluciente, causada artificialmente por la greda cuando se lava con ella la prenda, por lo que su blancura candente o incandescente deslumbraba a la vista.


    Los políticos de entonces blanqueaban, nunca mejor dicho, así la negrura de su imagen, logrando una candidez artificial que se conseguía lavando la toga blanca con tiza o greda, por lo que un poeta satírico como Persio acuñó la expresión “cretata ambitio”, en aquellos hexámetros suyos que hacían una pregunta que conllevaba una respuesta negativa en su formulación (V, 176-177): ius habet ille sui, palpo quem ducit hiantem / cretata ambitio? [...] ¿Dueño de sí es, boquiabierto de halagos, aquél al que guía / una ambición blanqueada? La cretata ambitio es, pues, una soberbia engredada, una ambición desmesurada, muy blanca y resplandeciente, que se define como el ardiente deseo de conseguir algo, especialmente poder, riquezas, dignidades o fama, a cambio del voto devoto. De manera que los que llamaban candidatos o pretensores de los cargos públicos del Estado no solo eran ambiciosos interiormente, sino que también por fuera mostraban su altivez y soberbia pues no solo llevaban vestidura blanca, sino lavada con greda a fin de parecer con aquel lustre brillante e inmaculado almas cándidas merecedoras de la dignidad que pretendían.

    Asimismo, por otra parte, el Partido Inexistente se felicita en su nota de prensa de que un sindicalista gallego que había sido multado por haber ultrajado a la bandera nacional, llamándola 'puta bandeira' y diciendo que había que 'prenderlle lume á puta bandeira', o sea, quemar la puta bandera, haya sido desagraviado. No es ningún ultraje a la bandera ni a la patria decir que hay que prender fuego a las putas banderas -'putas' es un epíteto de todas las banderas-, sino que lo ultrajante es que haya patrias y pendones ondeando a los vientos, simbolizando y dando pábulo a las patrias.

    El Partido Que No Existe es partidario de que se mantenga en la actual coyuntura la disolución de las dos cámaras, tanto la alta del Senado como la baja del Congreso indefinida- y definitivamente, pero no solo las españolas sino todas las cámaras existentes, tanto centrales como autonómicas o federales, en el mundo universal. Fiel a su lema “Ni electores ni elegidos” (neque electores neque electi, ni (pros)elitistas ni élites o minorías selectas rectoras), alza el estandarte abstencionista de aquellos que reaccionando ante el agravio de la existencia de los Estados/Mercados, propugnan el total absentismo de las convocatorias electorales que a los de abajo ni nos van ni nos vienen trayéndonos al pairo.

José Martínez Ruiz, Azorín, en 1903
     El Partido Que No Existe, finalmente, dice contar con una amplia base de simpatizantes constituida tanto por personas vivas como muertas. En este sentido, la nota de prensa finaliza haciéndose eco de las declaraciones de la voz de ultratumba, una voz que sin embargo está muy viva, del joven José Martínez Ruiz (1873-1967), antes de ser más conocido por su pseudónimo literario de Azorín, que dice: "¿Para qué votar? ¿Para qué consolidar con nuestra blanca papeleta cándidamente al Estado?". Es una pregunta, obviamente, retórica que conlleva la respuesta en la segunda cuestión. Seguimos oyendo su voz, que a muchos votantes y simpatizantes de los partidos del derechas (incluidas la derecha, la izquierda, el centro y sus extremidades en la denominación) no les agradará: "La democracia es una mentira inicua. Votar es fortalecer la secular injusticia del Estado. Ni señores ni esclavos, ni electores ni elegidos, ni siervos ni legisladores. Rompamos las urnas electorales y escribamos en las encarecidas candidaturas endechas a nuestras amadas y felicitaciones irónicas a cuantos crean ingenuamente en la redención del pueblo por el parlamento y la democracia."

viernes, 9 de junio de 2023

Pareceres (XXII)

106.- ¿Qué estamos diciendo al decirle a alguien: “te quiero”? Algo como esto: “Te querré, amor mío, hasta que el matrimonio o el registro civil que nos declare pareja de hecho nos separe en el mismo acto de reconocimiento oficial de nuestro amor”. O, dicho con otras palabras: “Te querré, vida mía, hasta que el Amor, o sea la conciencia de lo que nos pasa, que es la muerte del sentimiento, nos separe poniendo fin a nuestro cariño. Es más, mi amor, si te digo “amor mío”: ya no eres mi amor, te he perdido, como cuando Psique, o sea el Alma, encontró -y ¡oh paradoja! perdió en el mismo encuentro, nada más haber visto su rostro y sabido su nombre-, al propio amor, que era ni más ni menos que el dios Cupido. 

Cupido y Psique, David Vance
 
 107.- Una cita literaria de esa novela envolvente y seductora que es  “Viaje al fin de la noche” de Louis-Ferdinand Céline. El protagonista, un alter ego del autor si no es el propio autor, llega a América. Después de pasar la cuarentena, el comandante de la aduana le dice:  «Han venido aquí antes que tú muchos otros vivales de Europa que nos han contado trolas de esa clase, pero eran, en definitiva, unos anarquistas como los otros, peores que los otros... ¡Ni siquiera creían ya en la Anarquía!". Sugiere el comandante que los, según él, peores anarquistas son los que no creen ni siquiera en la anarquía, o Anarquía. con mayúscula honorífica que la equipara a cualquier nombre propio, es decir, a Dios, porque esos son auténticos descreídos que para decir ¡no! al orden establecido, no necesitan proponer ningún modelo alternativo, son los que no creen que haga falta ningún gobierno y, por lo tanto, nunca lucharán por tomar el Poder, como han hecho otros revolucionarios, sobre todo los comunistas, sino por destruirlo, pero para destruir el Sistema, ese matrimonio perfecto de Estado y Capital, hay que comenzar por la base, y la base es la fe que lo constituye, y la fe no es ningún asunto exclusivamente religioso, sino cualquier creencia en la que uno crea. Incluso la creencia en la Anarquía. Incluso la creencia en la libertad.

 


108.- ¡Feliz fin de semana! ¡Ojalá pudiéramos celebrar como se merece no el fin de semana, este fin de semana por ejemplo que se avecina, sino el verdadero fin de la semana judeocristiana, con su sacralización del trabajo y su ocio sabático complementario en forma de descanso dominical, dejando –ojalá- de girar el peor invento de la humanidad, la rueda de los siete días para siempre!

 109- Medios de distracción masiva: Los llamados medios de comunicación distraen a las masas ocultándoles la verdad y sus miserias al mostrarles, a cambio, la realidad sucedánea o interina, que hace las veces de la otra. Distraer a la gente, presentándole una realidad virtual, ficticia, un reality show o espectáculo de la realidad que justifica la realidad del espectáculo, es su oficio y su maleficio. Nos distraen con otros tiempos (ya sean históricos o ya futuros) y con otros ámbitos geográficos de lo que sucede aquí y ahora, ocultándonos que, como intuye la sabiduría popular, “en todas partes cuecen habas, y en mi casa a calderadas”. 

 110.- Democracia.- ¿Qué cosa puede ser la voluntad del pueblo, esa voluntad de todos y a la vez de cada uno que los políticos profesionales que se presentan a las elecciones quieren que se vuelque en las urnas, lo que supone la metamorfosis del pueblo en electorado, y por lo tanto su muerte como pueblo? ¿Que gobierne la izquierda o la derecha, o esa componenda del falso espectro electoral que llaman el centro? ¿O que gobierne alguna fuerza política que todavía no se ha dibujado en el panorama electoral? La democracia niega al pueblo aquello mismo que le da, a saber, la soberanía popular, concediéndosela a sus legítimos representantes elegidos en las urnas por sufragio universal. ¿No será, más bien, la voluntad del pueblo que no gobierne nadie, que no mande nadie, que nadie sea más que nadie, que el pueblo sea su único y solo soberano? Toda urna democrática es en esencia una urna fúnebre, una papelera donde yacen, escritos, muertos, los votos, los deseos de que las cosas sean de otra manera en listas cerradas de nombres propios, que yacerán enseguida en la fosa común del olvido.

 

Banco sin asiento para hacer un alto en el camino.

lunes, 5 de junio de 2023

Manifiesto del Partido Que No Existe (y II)

     ¿Cómo se puede formar parte del partido que no existe? No se expiden carnets ni hay militancia ni conscripción o servicio militar. Tampoco existe la figura del afiliado incorporado al partido como si fuera un miembro prohijado. Cualquiera forma parte del partido que no existe con tal de negarse a participar en las elecciones, renunciando tanto al derecho de sufragio activo como al pasivo, es decir negándose tanto a elegir como a ser elegido. 

    Contra el dogma fundamental democrático de que "una persona (o un hombre, como se decía antes, incluida la mujer) es un voto", del que estaban excluidos los menores de edad y los que no pertenecen al Estado correspondiente porque no tienen la nacionalidad, un voto que se expresa periódicamente cuando las autoridades lo requieren, el sentir popular nos advierte de que una persona no es un único voto, sino, al menos, dos: un voto a Dios y otro al Diablo, lo que hace imposible su contabilidad. Pero en esa contabilidad de que uno no puede votar más que una vez y expresar un único voto se basan las Juntas Electorales para realizar sus cómputos, por lo que los resultados de unas elecciones nunca podrán ser verdaderos. 

          El recuento de votos configura una mayoría, siempre relativa de individuos personales computados, que impone su gobierno a la totalidad, haciéndose valer la una por la otra, pero la mayoría es una masa de individuos personales que se han convertido en electores cediendo su soberanía para que se produzca la ilusión de un cambio que no es más que la sustitución de unos nombres propios por otros, de unas caras amables como aparecen en los carteles y en los anuncios publicitarios con una sonrisa de estúpida felicidad.

 
    Los miembros del partido que no existe no renuncian de este modo a participar en los asuntos públicos directamente, sino que renuncian a hacerlo indirectamente por medio de representantes elegidos en elecciones periódicas por sufragio universal, en las que la voluntad de una mayoría se impone de modo totalitario a la totalidad.  
 
     Somos conscientes de que por no existir el partido que no existe es el auténtico aglutinante de la voluntad popular, no vamos a decir que “representante” porque no aspira a ningún tipo de representación, pero sí que aglutina al pueblo que no se resigna sumisamente a convertirse en electorado. Por eso el pueblo es el gran ausente del parlamento, y por eso nunca ha habido ni podrá haber unas elecciones democráticas, dada la contradicción interna del término griego 'democracia' que aúna dos conceptos contrapuestos como son 'pueblo' y 'poder o fuerza' que se ejerce sobre él.
 

    Se ha dicho en alguna ocasión que el partido que no existe puede agrupar a casi el 40% del electorado, que no emite su voto en la urna electoral. Y se ha dicho que es normal ese porcentaje en cualquier régimen democrático, normalizándolo así. Pero hay un error en esa formulación: el partido que no existe no agrupa a casi la mitad del electorado, sino del pueblo, a esa parte del pueblo que se resiste a ser computada y a convertirse en electorado, dando su consentimiento al mandato de los delegados, por lo que es el partido del pueblo que no se cuenta y que, por lo tanto, tampoco se somete. El partido que no existe es el único que expresa -no que representa, porque no tiene ningún interés en la representatividad- la voluntad popular, la soberanía popular, mientras que el parlamento representa al electorado, que es el pueblo convertido en masa de votantes, un pueblo que no deja de ser un invento del gobierno convenientemente adoctrinado para  dejarse gobernar.

    Cuando un político elegido cada cuatro años dice que es un representante del pueblo, hace creer que él, que es un mero portavoz de los electores que le han confiado su voto, una minoría por muy mayoritaria que sea, es él personalmente la encarnación del pueblo que representa, cuando el pueblo, como conjunto, no puede ser partido en secciones, facciones, banderías, ni conscripto en censos electorales permanentes.  
 

    Cada cuatro años generalmente se considera que debe renovarse el fetiche de la representatividad, dada su fecha de caducidad, mientras que el poder se ejerce siempre sobre el pueblo, se basa en una ficción: que un gobierno y una cámara legislativa surgidos de la elección popular representan absolutamente la verdadera voluntad popular. Un parlamento nunca puede representar a un pueblo.

    Sólo el partido que no existe en la realidad puede hacer algo contra la realidad misma porque no forma parte de ella. Los partidos existentes, por el contrario, solo pueden sustentarla porque esa y no otra es la razón única de su existencia.
 
 

    Disculpa final por el uso y abuso del término 'partido' a lo largo del manifiesto, que es un sustantivo polisémico formado sobre el participio de perfecto del verbo 'partir', derivado de 'parte', que subyace bajo todos sus significados. Debajo de sus usos se halla la idea de partición de un todo o conjunto. En el caso de los partidos políticos ordinarios del derechas puede verse que son particiones o divisiones del conjunto del pueblo convertido en ciudadanía electoral de la que están excluidos los extranjeros y los nacionales menores de edad. Los que disienten de una determinada forma de hacer política se organizan en una facción distinta de la gobernante y concurren en las elecciones periódicas para obtener un respaldo mayoritario, siempre relativo, de la ciudadanía, y lograr que la mayoría se imponga a la totalidad. Los partidos políticos ordinarios son pues particiones, divisiones o facciones de la ciudadanía que aspiran a imponerse sobre la totalidad fomentando un cambio, que será solo nominal, que hará que todo siga igual al fin y a la postre. El partido que no existe, a diferencia de los partidos existentes, no aspira a eso, sino a todo lo contrario.

domingo, 4 de junio de 2023

Manifiesto del Partido Que No Existe (I)

    Hay un partido político, por así llamarlo, muy heterogéneo que agrupa a quienes no quieren delegar su poder en representantes o mandatarios que ejercen su gobierno sobre toda la población, y que toman decisiones en nombre de sus mandantes, según el fetichismo político del sistema democrático vigente que los convierte de delegados en gobernantes. 
 
    Podría decirse que dicho partido representa, valga la paradoja, a quienes no quieren que los represente nadie. Es este obviamente un partido extraparlamentario, que está, por lo tanto, fuera del arco del parlamento y que no aspira bajo ningún concepto a entrar en el hemiciclo, pero no es un partido marginal sino centrado en el rechazo de la representatividad. 
 
    No está constituido como tal partido político, ni aspira a estarlo, pero se constituye de alguna forma provisionalmente cada vez que alguien, como ahora nosotros, se pone a hablar de él, denominándolo, como hacemos aquí, el partido inexistente o, mejor aún, sacando la negación para que actúe claramente desde fuera del término, el partido que no existe. El hecho de hablar de él es su acto fundacional constituyente.  

Borregos, Paul Kuczynski (2013)

     Este partido se caracteriza porque no existe, como queda dicho, es decir, no está inscrito en el Registro de Partidos Políticos. No tiene nombre propio ni siglas ni logotipo ni ideología ni simbolismo. No hay ningún acta notarial que refleje su constitución donde figuren los promotores y consten sus datos personales su nombre propio y apellidos, número de documento nacional de identidad, domicilio, estado civil, profesión... y demás requisitos legales e imposiciones individuales.
 
    Tampoco tiene un domicilio social ni unos estatutos por los que regirse como los partidos ordinarios existentes, todos ellos de estructura jerárquica piramidal, pero este partido que no existe, como se ha dicho al principio, aunque no exista, lo hay,  está presente aquí y ahora, cada vez que alguien se pone a hablar de él y a darle voz. Se trata de un partido que cuenta, aunque no en el sentido del cómputo numérico, con una poderosa fuerza simpatizante que no delega su poder en ningún mandatario a través del sufragio universal: nosotros mismos, por ejemplo.
 
 
     A diferencia de los partidos políticos existentes, que son los partidos del derechas constituidos como tales (metemos en el mismo saco a los partidos tanto de izquierdas como de derechas, incluidas sus extremidades o las modalidades extremas de ambas, y a los que aspiran a ocupar el centro de ese falso espectro político), el partido que no existe es un partido del revés, contrapuesto a todos los existentes, que no se caracteriza por ninguna nota positiva, sino al contrario por las siguientes notas negativas: 
 
a) No presenta, ante la convocatoria de comicios electorales, ninguna lista cerrada de candidatos (pero tampoco se le ocurre caer en el error de proponer listas abiertas) ni para la cámara baja del Congreso ni para la alta del Senado, ni para elecciones autonómicas, municipales o europeas ni de ningún tipo posible, como los partidos ordinarios que aspiran a representación parlamentaria y que, según la vigente ley electoral, deben tener una composición equilibrada de mujeres y hombres, “de forma que en el conjunto de la lista los candidatos de cada uno de los sexos supongan como mínimo el cuarenta por ciento”, lo que por cierto contraviene la indeterminación sexual de aquellas personas que no quieran definirse como binarias.
 
b) No participa en ninguna campaña electoral, por lo que no pide el voto para ningún partido político o coalición, ni, por supuesto, para sí mismo. Tampoco pregona el voto en blanco ni el voto nulo,  ya que quien convoca unas elecciones somete al pueblo a la condición de electorado, y cuando los electores eligen entre los términos de la alternativa que se les oferta están sometiéndose a quien ha diseñado la alternativa. 
 
    Ante una convocatoria electoral el partido que no existe no da ninguna consigna a sus simpatizantes, simplemente, no se da por enterado. Los que mandan, que son en última instancia los más mandados, pueden preguntar lo que quieran a los que se dejan mandar cuando cumplen con el deber que se les ha inculcado por el bien común de responder a lo que les preguntan. En una sociedad democrática como la nuestra las alternativas que se ofrecen son indiferentes, y generalmente se reducen a dos opciones indistinguibles -al estilo norteamericano-, de ahí que el bipartidismo sea la perfección más cabal de la democracia: la derecha y la izquierda son las dos manos que utiliza, ambidiestro que es, indistintamente el Poder. 
 
 
c) El partido que no existe no cuenta con afiliados ni militantes entre sus bases, por lo que tampoco hay cuotas ni aportaciones económicas privadas reflejadas en una cuenta financiera abierta exclusivamente para dicho fin, como hacen los partidos del derechas. No se admiten tampoco donaciones de ningún tipo, por lo que no presenta cuentas que no tiene al Tribunal de Cuentas. El partido que no existe a diferencia de los partidos del derechas, no cuenta con recursos económicos procedentes de la financiación pública ni autonómica ni central, ni ordinarios ni extraordinarios, ni tampoco de la financiación privada, por lo que no recibe ni admite subvenciones ni del Estado ni del capital. 
 
d) El partido que no existe no cuenta con cargos directivos tales como presidente, tesorero, secretario general ni representante legal alguno, dado que sin ser un partido ilegal o contrario a la ley, es un partido alegal, ya que no está regulado ni prohibido por el ordenamiento de las leyes vigentes. El partido que no existe, como queda dicho, rehúye cualquier forma de organización jerárquica o vertical, como la que tienen los partidos ordinarios existentes.