domingo, 5 de noviembre de 2023

Plan de paz para Oriente Próximo (y otras guerras).

    Este plan de paz que se propone aquí no es una mera proclama pacifista al uso que pide el alto el fuego sin más, sino algo más: una guerra a la Guerra establecida, que se fundamenta en el abandono de sus dos principales armas ideológicas y estratégicas:
 
1.- Abandono de la religión: Las tres religiones monoteístas históricas (el judaísmo, el cristianismo y el islam, que quiere decir 'sumisión') son las responsables principales de las guerras históricas (cruzadas, guerras santas, yihads, o como quieran llamarse) pero no solo de las guerras religiosas, entre las que puede incluirse sin mucho escándalo el conflicto de Oriente Próximo, sino de todas las guerras, porque hasta las modernas que calificamos de económicas o políticas, que viene a ser lo mismo, tienen una raíz religiosa.
 
    Los tres dioses monoteístas Jehová, Yavé, Dios o Alá han sido siempre excluyentes y exclusivos. Consideraban que sus fieles eran el pueblo elegido, y sembraban el odio con los dioses y pueblos vecinos, que eran tachados de infieles o de gentiles. Hoy día, aunque muchas personas siguen creyendo en las viejas religiones, han sido sustituidos por su más moderna epifanía laica, que es el Dinero. Solo el abandono de la fe en esos dioses monoteístas, incluida la pérdida de la fe en su más moderna encarnación, puede garantizar el alto el fuego y el cese de las hostilidades, la anápneusis polémoio (ἀνάπνευσις πολέμοιο), el respiro de la guerra, que cantaba el divino Homero en la Ilíada, y que calificaba siempre de breve olígue (ὀλίγη), porque la paz no era más que una tregua efímera en el eterno combate entre tirios y troyanos. 
 
    Cuando se propugna aquí el abandono de la religión, se incluye también, por lo tanto, el abandono de la religión económica, que es en definitiva el resultado moderno de la evolución de las viejas religiones. 
 

 
2.- Abandono de la fe en la democracia y el Estado: Resulta duro decirlo así porque parece que si predicamos la pérdida de fe democrática estamos haciendo apología de la dictadura y de otras formas de gobierno más autoritarias y despóticas. Y no es así. No, las democracias occidentales son regímenes teocráticos, donde se sustituye la voluntad de Dios por la voluntad no del pueblo, que se caracteriza por no aceptar ninguna forma de gobierno, sino de la mayoría de los contribuyentes y votantes que suman sus voluntades individuales, traducidas en votos, para conformar una mayoría que se imponga a la totalidad, como si fuera la voluntad del viejo Dios, por lo que resultan las dictaduras más perfectas y las formas más totalitarias de Estado contra las que no es lícito alzar la voz, en las que se confunde el gobierno con el pueblo gobernado. 
 
    La democracia no es el menos malo de los sistemas de gobierno posibles, como suele decirse, sino el más perverso, porque es el único que hay, y por eso mismo no puede ser bueno, porque es el que hay y es el que nos toca combatir para que no haya guerras en el mundo. Todos los gobiernos del mundo, sean de izquierdas o de derechas, sirven a los intereses económicos del sacrosanto Capital. 
 
    La única forma de fomentar la paz, por lo tanto, en Oriente Próximo y en cualquier otro lugar del mundo es declararle la guerra al Capitalismo, que justifica como antaño los viejos dioses monoteístas, todas las guerras, desde la guerra de Troya hasta la guerra de Israel que nos sirven ahora puntualmente todos los informativos durante veinticuatro horas.
 

      Ningún Estado, por otra parte, puede garantizar la paz, porque la guerra es la esencia misma del Estado, el bienestar y la salud, como decía Bourne, de todos y cada uno de ellos, y el hecho de que haya varios, muchos, no hace más que complicar la cosa por sus luchas constantes por mantener su identidad nacional y defender sus fronteras, una identidad que solo se sostiene en la contraposición con las demás identidades nacionales.

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