viernes, 17 de noviembre de 2023

"Yo soy Espártaco"

    Una de las escenas más memorables de la película Espartaco (1960) de Stanley Kubrick, basada en la novela histórica homónima del escritor norteamericano Howard Fast (1914-2003), es cuando Marco Licinio Craso, jefe del ejército romano, dando muestra de su clemencia, les promete a los esclavos prisioneros que les será perdonada su vida (“Esclavos erais y esclavos volveréis a ser”), librándose del terrible castigo de la crucifixión a condición de identificar el cadáver o la persona en el caso de que aún viva, del esclavo llamado Espártaco -restituyo la pronunciación esdrújula original de su nombre-, que era el cabecilla de aquella sofocada rebelión.



     Se produce entonces un tenso silencio embarazoso. Los esclavos se miran unos a otros. No saben si denunciar al que ha sido el inspirador de la revuelta o guardar silencio. Es entonces cuando el personaje real llamado Espártaco, interpretado magistralmente por Kirk Douglas, se levanta, pero lo hace a la vez que él su amigo Antonino y otro esclavo que está a su lado, y pronuncian los tres al unísono “Yo soy Espártaco”. 
 
    Enseguida todos y cada uno de los esclavos restantes se levantan y pronuncian a coro: “Yo soy Espártaco”. Evidentemente todos no pueden ser Espártaco, pero todos se identifican como tal. Pero el personaje real, que se ve arropado por los demás, tampoco es Espártaco verdaderamente, porque ese nombre ya no es el nombre propio de un individuo, de un átomo personal y singular, sino que se ha convertido, digamos como por arte de magia, en un nombre común de toda una asamblea, y por lo tanto deberíamos escribirlo con letra inicial minúscula, como se hace con los nombres comunes: "Yo soy espártaco", el nombre del movimiento que pretendía abolir la esclavitud. 
 
    Algo parecido, pero al revés, de aquello del evangelio, cuando Jesucristo exorciza a un endemoniado y dirigiéndose al espíritu impuro, según la traducción de Nácar-Colunga que manejo, le pregunta: "¿Cuál es tu nombre? Contestó él: Legión, porque habían entrado en él muchos demonios" (Lucas, 8, 30), Su nombre era Legión, un nombre común que asciende así a la categoría de nombre propio, porque no es uno solo sino muchos los que habitan dentro de ese nombre común. En el caso que nos ocupa ahora la situación es inversa: un nombre propio se convierte en común y adquiere un significado simbólico, y pasa de ser el nombre de un individuo personal a ser el de una colectividad.
 

 
     Me parece una escena magistral porque muestra la falsedad y la realidad al mismo tiempo del fetiche de la identidad personal: El yo que habla, que en este caso es un yo coral o una multitud de yoes individuales, pero no una voz individual, afirma que él es el yo real, identificándose con el yo del que se habla y por el que se pregunta para darle un escarmiento: Espártaco, lo que en verdad es imposible, porque nuestros nombres propios no dejan de ser pseudónimos al fin y al cabo.
 
    De este modo queda desdibujado el bulto de la identidad personal real de Espártaco, que identificándose como tal está negando, con el simple hecho de decirlo, la verdad de la realidad que afirma. Así como está claro que los demás no pueden ser el Espártaco real de carne y hueso, tampoco el primero que lo dice lo es el que dice ser, sino uno más de esa multitud que grita al unísono la mentira de la identidad personal.
 
 
 
      La escena no es un hecho histórico propiamente dicho, sino propio de la ficción no sé si ya de la novela, que no he leído, o solo del guionista de la película de Kubrick Dalton Trumbo. Si queremos consultar la historiografía oficial,  S. I. Kovaliov cuenta en su "Historia de Roma" a propósito de la muerte de Espártaco: "En la primavera del 71 (sc. antes de nuestra era) tuvo lugar en Apulia la última batalla. Los esclavos combatieron con un valor desesperado: 60.000, entre ellos Espártaco, cayeron en la lucha. El cuerpo de Espártaco no fue encontrado. Los romanos solo perdieron 1000 hombres; 6000 esclavos hechos prisioneros fueron crucificados a lo largo del camino que iba de Capua a Roma. Sin embargo, todavía algunos grupos aislados, escondidos en las montañas, continuaron durante mucho tiempo combatiendo contra los romanos.

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