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lunes, 5 de febrero de 2024

El beduino que no sabía quién era

     A Bagdad desde el desierto llegó un joven nómada beduino,  y el tráfago enseguida de la ciudad lo dejó al pobre muchacho aturdido y perplejo. En medio de tanto estrépito y  ruidoso bullicio de gentes que iban y venían de acá para allá, decidió, fatigadísimo como estaba de la larga travesía tomar un baño para quitarse el polvo del desierto e irse a descansar enseguida, confiándose al sueño reparador. Pero le entró entonces una más que razonable duda en la posada: Cuando me despierte, entre tanto gentío, se dijo, ¿cómo voy a reconocerme a mí mismo y no confundirme con otro?; ¿cómo sabré que soy yo y no otro vecino?; ¿cómo sabré quién soy?


     Imbuido en la preocupación de sus cavilaciones, decidió hacerse una señal atándose un lazo de fina seda de Damasco en la verga. Y más tranquilo, se entregó al sueño más reparador y al olvido de Bagdad, de sus gentes y de todas las fatigas del viaje y las cosas del mundo. Pero un mercader avaricioso, que yacía cerca de él y había visto lo que había hecho el joven, sospechando que quería esconder algún secreto, esperó a que se durmiera el beduino, y,  tendiéndose a su lado, cuando cerró los ojos, comenzó a meterle mano bajo la chilaba sin que se diera cuenta, le desató la lazada con cuidado y robó el lazo de seda sin despertar a su dueño que dormía despreocupado. Grande fue su decepción al comprobar que aquel lazo de seda no ocultaba el plano de ningún tesoro ni ningún mensaje importante ni tenía por lo tanto ningún valor.  

Mezquita de Ahmed Khiaga y plaza del mercado, Bagdad

    Al despertarse a la mañana siguiente el árabe precavido, su primera preocupación fue buscar, llevándose las manos a sus verijas, su personal distintivo. ¡Cuál no sería su sorpresa al ver que no halló el lazo en donde lo había ocultado!

    Ah, me encuentro en la tesitura de no saber quién soy, pues si yo soy yo ¿cómo es que no está en mi verga mi personal distintivo? Y si yo soy otro distinto de mí ¿dónde estoy yo, que me hago esta pregunta?  Y ¿quién soy yo, si ahora mismo he perdido el norte y el rumbo y mis señas propias de identidad?

    oOo 

En la Casa de la Moneda se fabrica a Dios. (Juan José Millás)



"Lo que más identidad proporciona en este mundo es la pasta" (Juan José Millás)

domingo, 14 de enero de 2024

Soy nadie

    Soy nadie es uno de los poemas breves más conocidos de la norteamericana Emily Dickinson (1830-1886), en el que exalta la gloria de ser un don Nadie, del que hay dos versiones, la manuscrita y la publicada inicialmente en 1891, que traduzco aproximadamente conservando ritmo yámbico y rimas:


¡Soy nadie yo! Y tú ¿quién?
¿Eres nadie también?
¡Entonces somos dos! Silencio.
Nos echarían, sabes.

 ¡Qué horror ser alguien! ¡Qué vulgar
croar como una rana
el propio nombre todo el día
a charca que se ufana!

 

     El manuscrito de la autora presenta algunas variantes, como puede comprobarse en el Emily Dickinson Archive, que no alteran sin embargo el sentido de un poema que viene a decirnos que el anonimato es preferible al renombre de la fama, y que invita al lector a sumergirse en  un nosotros común que se opone a un ellos, los que son alguien.

Emily Dickinson (1830-1886)
 
¡Soy nadie! ¿Quién eres tú?
¿Eres -Nadie- también?
¡Entonces somos dos! 
¡No lo digas! lo divulgarían, ¡ya sabes!
 
¡Qué deprimente ser Alguien!
¡Qué vulgar, como una rana,
pasar todo el verano repitiéndole tu nombre
a un charco admirado! 
 
(Traducción de María Negroni)
 
 

viernes, 17 de noviembre de 2023

"Yo soy Espártaco"

    Una de las escenas más memorables de la película Espartaco (1960) de Stanley Kubrick, basada en la novela histórica homónima del escritor norteamericano Howard Fast (1914-2003), es cuando Marco Licinio Craso, jefe del ejército romano, dando muestra de su clemencia, les promete a los esclavos prisioneros que les será perdonada su vida (“Esclavos erais y esclavos volveréis a ser”), librándose del terrible castigo de la crucifixión a condición de identificar el cadáver o la persona en el caso de que aún viva, del esclavo llamado Espártaco -restituyo la pronunciación esdrújula original de su nombre-, que era el cabecilla de aquella sofocada rebelión.



     Se produce entonces un tenso silencio embarazoso. Los esclavos se miran unos a otros. No saben si denunciar al que ha sido el inspirador de la revuelta o guardar silencio. Es entonces cuando el personaje real llamado Espártaco, interpretado magistralmente por Kirk Douglas, se levanta, pero lo hace a la vez que él su amigo Antonino y otro esclavo que está a su lado, y pronuncian los tres al unísono “Yo soy Espártaco”. 
 
    Enseguida todos y cada uno de los esclavos restantes se levantan y pronuncian a coro: “Yo soy Espártaco”. Evidentemente todos no pueden ser Espártaco, pero todos se identifican como tal. Pero el personaje real, que se ve arropado por los demás, tampoco es Espártaco verdaderamente, porque ese nombre ya no es el nombre propio de un individuo, de un átomo personal y singular, sino que se ha convertido, digamos como por arte de magia, en un nombre común de toda una asamblea, y por lo tanto deberíamos escribirlo con letra inicial minúscula, como se hace con los nombres comunes: "Yo soy espártaco", el nombre del movimiento que pretendía abolir la esclavitud. 
 
    Algo parecido, pero al revés, de aquello del evangelio, cuando Jesucristo exorciza a un endemoniado y dirigiéndose al espíritu impuro, según la traducción de Nácar-Colunga que manejo, le pregunta: "¿Cuál es tu nombre? Contestó él: Legión, porque habían entrado en él muchos demonios" (Lucas, 8, 30), Su nombre era Legión, un nombre común que asciende así a la categoría de nombre propio, porque no es uno solo sino muchos los que habitan dentro de ese nombre común. En el caso que nos ocupa ahora la situación es inversa: un nombre propio se convierte en común y adquiere un significado simbólico, y pasa de ser el nombre de un individuo personal a ser el de una colectividad.
 

 
     Me parece una escena magistral porque muestra la falsedad y la realidad al mismo tiempo del fetiche de la identidad personal: El yo que habla, que en este caso es un yo coral o una multitud de yoes individuales, pero no una voz individual, afirma que él es el yo real, identificándose con el yo del que se habla y por el que se pregunta para darle un escarmiento: Espártaco, lo que en verdad es imposible, porque nuestros nombres propios no dejan de ser pseudónimos al fin y al cabo.
 
    De este modo queda desdibujado el bulto de la identidad personal real de Espártaco, que identificándose como tal está negando, con el simple hecho de decirlo, la verdad de la realidad que afirma. Así como está claro que los demás no pueden ser el Espártaco real de carne y hueso, tampoco el primero que lo dice lo es el que dice ser, sino uno más de esa multitud que grita al unísono la mentira de la identidad personal.
 
 
 
      La escena no es un hecho histórico propiamente dicho, sino propio de la ficción no sé si ya de la novela, que no he leído, o solo del guionista de la película de Kubrick Dalton Trumbo. Si queremos consultar la historiografía oficial,  S. I. Kovaliov cuenta en su "Historia de Roma" a propósito de la muerte de Espártaco: "En la primavera del 71 (sc. antes de nuestra era) tuvo lugar en Apulia la última batalla. Los esclavos combatieron con un valor desesperado: 60.000, entre ellos Espártaco, cayeron en la lucha. El cuerpo de Espártaco no fue encontrado. Los romanos solo perdieron 1000 hombres; 6000 esclavos hechos prisioneros fueron crucificados a lo largo del camino que iba de Capua a Roma. Sin embargo, todavía algunos grupos aislados, escondidos en las montañas, continuaron durante mucho tiempo combatiendo contra los romanos.