Escribía el 2 de los corrientes el "último gran genio del siglo XX, el dramaturgo Fernando Arrabal", según El Español, el periódico donde publica ahora una columna los domingos, Manuscritos: la 'cacho-estilográfica' de Jim Morrison, que ya casi nadie le escribía a mano y añadía: "Incluso yo mismo. Mis últimos sonetos, mis últimas obras de teatro, o sobre todo mis arrabalescos o poemas plásticos, los escribo con el Mac", refiriéndose a una conocida marca de ordenadores personales. Confiesa que ya no escribe a mano sus textos. Con ellas sigue dibujando y pintando, pero ya no escribiendo "seudo-arrabalescos para manuscritos", como este, que no está mal traído, en el que llaman la atención innecesariamente los signos de interrogación, que dice: No hagamos historias ¿y menos aún la Historia?
Cuadro al óleo de Fernando Arrabal
Tomo de allí el siguiente poema plástico número 2, que combina imágenes de objetos y texto con cierta ironía y simbolismo ¿patafísico? ¿pánico? de Arrabal.
El texto manuscrito
encuadrado en marco de oro o dorado y escrito sobre una especie de nube
reza en la lengua de Moliére “… l’or n’a pas d’odeur” (“el oro no tiene
olor”), delatando así el afrancesamiento de su autor, lo que en román paladino es “El oro no tiene olor”, que evoca a su vez el proverbio latino pecunia non olet (“el dinero no huele”), atribuido al emperador Vespasiano, quien justificaba así el impuesto con el que grabó el uso de los urinarios, como cuenta Suetonio en "La vida de los doce césares" en la biografía del divino Vespasiano (XXIII): Cuando su hijo Tito le reprochó que hubiera ideado un impuesto sobre la orina, le puso delante de las narices el dinero procedente de la primera recaudación, preguntándole si le ofendía el olor; y al responder aquel que no: «Pues procede -le replicó- de las meadas» (reprehendenti filio Tito, quod etiam urinae uectigal
commentus esset, pecuniam ex prima pensione admouit ad nares,
sciscitans num odore offenderetur; et illo negante: 'atquin,' inquit,
'e lotio est'). La orina, por cierto, la recogían los bataneros para quitar las grasas de las togas, túnicas y estolas.
El proverbio latino viene a decir que el dinero (o el oro) no huele ni mal ni bien, con lo que escapa al cuestionamiento ético y moral. El dinero es amoral y neutral, y, a la vez, es el símbolo no solo de la riqueza, sino del poder, por lo que estaría más allá del bien y del mal.
Poema visual núm. 2 Fernando Arrabal
Hay un objeto que es un frasco de perfume, aunque no lo parezca a simple vista, de un conocido diseñador de moda, cuya forma evoca un lingote de oro que, este sí, tiene olor, y su fragancia se asocia como hace la publicidad televisiva navideña con el erotismo. Su nombre “1 Million” no deja lugar a dudas. El perfume promete oler a un millón de dólares o de euros, o también a que su fragancia es "one in a million", única entre un millón.
Como contrapunto a ambos objetos superpuestos y como telón de fondo, unas esposas que llevan la firma del apellido de Arrabal escrita a mano, que parece que encadenan el perfume -y por extensión el dinero- sugiriendo algo así como que el oro inodoro y el aromático perfume que huele a millonario son una prisión, algo que nos encadena y que no nos deja ser libres por lo tanto.
En resumen, parece que el poema plástico arrabaliano o arrabalesco viene a decirnos, a modo de aforismo visual, que el oro -o el dinero- no huele ni bien ni mal, pero nos encadena. Arrabal logra así, con su humor negro y espíritu dadaísta, patafísico, surrealista, pánico, o como se quiera denominar su genialidad venida a menos, reflejar la pequeña tragedia del capitalismo en miniatura: el perfume como símbolo del deseo, el oro como símbolo del poder, y las esposas como emblema de la servidumbre que ambos nos imponen.
Le faltó tal vez, a mi modo de ver, hacer una alusión escatológia y freudiana relacionando el oro y el dinero con las heces, que le hubiera permitido escribir en la lengua de Cervantes "El oro es inodoro", y utilizar el sustantivo 'inodoro' ese aparato sanitario, como dice la docta Academia, que sirve para evacuar los excrementos y la orina, provisto de un sifón que evita los malos olores, algo que logra, por ejemplo, este inodoro -nunca mejor puesto un nombre- de oro macizo del artista italiano Maurizio Cattelan que va a subastarse en una conocida galería de arte con un precio de salida de diez millones de dólares.
Nueva edición remasterizada de Gripe Aviar: "La enfermedad en poco más de dos meses ha obligado en todo el país al sacrificio de casi dos millones de gallinas".
El dinero es fe, dice un prestigioso economista. Si todos creemos colectivamente en él, como creemos sin duda, le conferimos un poder del que carece sin la fe.
Si creemos en el dinero, le otorgamos, digno de crédito, la fuerza tan poderosa que ha movido el mundo en los cinco últimos milenios y la que lo mueve todavía.
Lo canta la gran Liza Minnelli en un número musical de la película Cabaret: El dinero es el motor que hace girar al mundo con su tintineante y metálico sonido.
El dinero es la idea abstracta de algo que no existía pero que ahora existe, algo en lo que todos hemos decidido creer y que requiere una fe inmensa, religiosa.
El dinero es tan intangible que solamente algo más de la décima parte del que se mueve en el mundo es dinero real, efectivo. El resto es dinero... financiado.
¿Hablan las cosas? Puede que nos digan algo a su modo y no entendamos su lenguaje. ¿No están acaso sugiriéndonos algo esas hojas caídas en otoño sin palabras?
oOo
La baja médica es la fórmula mágica que permite vivir temporalmente sin trabajar, libres de la maldición bíblica que es nuestra condena al trabajo asalariado.
¿Quién orienta al orientador que aconseja a los alumnos estudiar Formación Profesional en vez de Bachillerato? Sospecho que los vaivenes del mercado laboral.
El
absentismo laboral motivado por la crisis de ansiedad que provoca el
trabajo es el mal del siglo que afecta especialmente, dicen, a las
jóvenes generaciones.
Los Estados Unidos, dice su presidente, están siendo invadidos por un enemigo interno que hay que controlar con las fuerzas armadas antes de que se descontrole.
Ha renombrado el Departamento de Defensa como lo que es de verdad: Ministerio de Guerra, y declara la guerra interna -from within- del Estado contra el pueblo.
En la Teogonía de Hesíodo se dice que en primer lugar hubo caos y que de ahí surgió el orden o cosmos. No es verdad: el caos es el orden que hay establecido.
Navegamos, como Ulises, frente a la isla de las sirenas, cuyos cánticos nos invitan a naufragar en un consumo compulsivo que no podrá saciar ninguna mercancía.
Los cánticos de las sirenas digitales de los teléfonos móviles nos prometen conexión con el mundo cuando en realidad nos aíslan más en nuestra vida cotidiana.
De tanto ir el cántaro a la fuente, acaba quebrándose y rompiendo el asa o la frente, convirtiéndose, acto seguido, en arqueológica pieza exhibida en el museo.
Las hijoputeces del sistema: promete facilitarnos las cosas con la implementación de nuevas tecnologías cuando lo que hace es tecnológicamente complicárnoslas.
En la sátira segunda del poeta latino Juvenal, conocida como “Los hipócritas”, se hallan unos hexámetros (149-153) que hacen referencia a la incredulidad que los relatos mitológicos sobre el mundo de ultratumba, tal y como lo describían, por ejemplo, poetas como Virgilio, provocaban en sus contemporáneos.
Traduzco esos hexámetros en su ritmo dactílico, que consta de seis pies compuestos de un tiempo marcado generalmente con acento de palabra seguido de uno o dos no marcados y en principio átonos: Que ánimas haya de muertos y reino de rey soterraño, / Río de Llanto y ranas en charca estigia negruzcas / y aguas que crucen en una barcaza tantos a miles / solo lo creen los niños que aún no pagan el baño. / Mas tú tenlo por cierto* (...) Se alude al final a los niños pequeños que entraban gratis a los baños públicos sin pagar dinero como los adultos, y en la actualidad en el trasporte público, diríamos.
La barca de Caronte, José Benlliure Gil (1896)
Doy la versión en tercetos encadenados con rima consonante y versos hendecasílabos castellanos de don Francisco Díaz Carmona (1892): Nadie a no ser el niño que se baña / de balde, cree ya en manes, en infierno, / en Carón, en la Estigia, con su extraña // turba de negras ranas y su eterno / vórtice, y en la barca que allí espera / almas que conducir al hondo averno. // Mas tú júzgalo cosa verdadera. Y la traducción más antigua de don Luis Folgueras Sion, en hendecasílabos blancos (1817): ¿Son Manes? ¿Hay infierno? ¿Existe el reino / de Carón, y en el hórrido Aqueronte / ranas disformes, y pasando a miles / ánimas tristes en la barca sola? / Este dogma tremendo por creyentes / no mas tiene que a niños, y eso aquellos / que de balde se bañan. Descreído / no le deseches tú (…)
Es interesante la imagen que propone el poeta de los niños que no pagan, es decir, que no conocen aún el valor del dinero. Estos niños ingenuos y libres de los manejos del dinero creen cualquier cosa que se les cuente, por ejemplo las fábulas de ultratumba y del inframundo en las que no creemos, necios de nosotros, los adultos: las historias del can Cérbero de tres cabezas, que podría ser una imagen del monstruo del tiempo con su pasado, presente y futuro, y los suplicios eternos en el seno de los infiernos de las hijas de Dánao o de Sísifo, o de Tántalo, del que la lengua inglesa guarda, por cierto, recuerdo en el verbo 'tantalize' que suele traducirse al román paladino, cuando no se calca directamente como 'tantalizar', como atormentar con algo que se desea pero no se puede alcanzar. Se refiere a la acción de despertar el interés o la curiosidad de alguien con algo que resulta atractivo, como las inalcanzables manzanas del hambriento Tántalo, pero que no está disponible porque su realidad, diríamos hoy, es meramente virtual.
Mostraba así el poeta Juvenal en esos versos el general escepticismo que dominaba en la sociedad romana, pues solo los niños muy pequeños daban crédito a las antiguas tradiciones y habladurías mitológicas acerca de la laguna Estigia que había que atravesar en la barca de Caronte para llegar a la otra orilla, al reino de Plutón (o a la mansión de Hades, su homólogo griego), para lo que había que pagar un óbolo al barquero, de donde, por cierto, la costumbre de enterrar a los muertos en la antigua Grecia con la moneda en la boca para que pudieran costear el pasaje de la postrera travesía.
Tan grande era el valor que había alcanzado ya el dinero en la antigüedad que hasta para salir de este mundo y entrar en el otro había que pagar el pasaje, so pena de quedar las almas errantes durante toda la eternidad en la otra orilla como si no hubieran recibido sepultura.
Solo los niños creían esas chácharas de viejas, mientras que los mayores no les prestaban crédito ninguno. Bendita sea la inocencia que es ignorancia de los niños que aún no han pasado por el aro y entrado en la sociedad adulta, y que no saben lo que es el dinero, y sin embargo viven. Pero nosotros, que ya no vivimos, sino que en el mejor de los casos existimos, que no es lo mismo, deberíamos creerlo también, por eso el poeta satírico nos dice a continuación: sed tu uera puta: 'Mas tú tenlo por cierto'. No seamos descreídos y preguntémonos: ¿Dónde está el infierno? Es muy fácil decir que no existe, pero es más que posible que exista y no poco, sino mucho.
Ya Lucrecio había interpretado todas esas historias como metáforas o trasposiciones de la realidad (Todo aquello sin duda que en el Aqueronte profundo / han contado que hay, lo tenemos en vida nosotros): ni Tántalo, ni Sísifo ni las hijas de Dánao son personajes de ultratumba, sino proyecciones de nosotros mismos y de nuestros sufrimientos, porque el infierno no es que no exista, existe, y mucho, pero no está en el inframundo de ultratumba que forjamos a nuestra imagen y semejanza, sino aquí y ahora mismo, bajo el reinado del Estado y el Capital: es la dura realidad que padecemos.
*Doy
los versos en latín: esse aliquos manes et subterranea regna, /
Cocytum et Stygio ranas in gurgite nigras / atque una transire uadum
tot milia cumba / nec pueri credunt, nisi qui nondum aere lauantur. / sed tu uera puta (...) (Juv. II, vv. 149-153).
Recuerdo
que cuando era
pequeño tuve por lo menos dos huchas: una con forma de casita, que era
de plástico y podía vaciarse fácilmente sin romperla y volver a
utilizarse, y otra, más típica, que me viene a la cabeza ahora, que era
un cerdito de barro con una rendija en el lomo para insertar las monedas
y que había que romper para poder disfrutar de la riqueza acumulada.
Era el cerdo símbolo de prosperidad, y una garantía de abundancia para
el futuro, ya que su sacrificio ofrecía a la familia una fuente de
proteína animal de jamones, chorizos, morcillas y embutidos varios que
podían durar en la despensa hasta un año después de la matanza.
Mi
padre me daba semanalmente la paga:
un duro, o sea, cinco pesetas. Yo sabía que, si en lugar de gastar
esa paga en chucherías, la guardaba en su totalidad o en parte en la
hucha, ahorraría al cabo de mucho tiempo un dineral -todavía no entendía
yo muy bien la palabra "capital"-, y juntando mis ahorros, una vez rota
la alcancía, podría comprar
algo que ahora deseaba... el día de mañana. La ilusión por ese algo
indefinido alimentaba mi deseo de ahorrar, pero enseguida comprendía que
ese algo era como la zanahoria que se le pone al burro para que camine
hacia delante sin distracción, algo siempre futuro y, por lo tanto,
inalcanzable por esencia, condenándome a mí mismo al suplicio de
Tántalo: se ve en la imaginación del deseo pero no se toca. Yo lo
deseaba aquí y ahora pero no tenía el dinero para comprarlo todavía. El
problema era que cuando hubiera alcanzado la suma necesaria quizá ya no
lo desearía... Aprendía así yo el valor del dinero, del futuro y del
ahorro o sacrificio a tumba abierta del presente.
Me ha sorprendido ahora, bastante entrado ya en años, al hilo de estos recuerdos, la
publicación y la polémica de un libro de economía para niños, escrito por María
Jesús Soto Barragán, y titulado “Mi primer libro de economía,
ahorro e inversión (Educación Financiera Básica)”, porque es un libro
de texto que se imparte en los colegios de primaria de Castilla y
León.
En la portada vemos a los
jóvenes protagonistas Carol y Nico con un simpático perrito. Nico señala una planta que
crece sobremanera y cuyas hojas llevan inscritos los símbolos
pecuniarios de la libra, el dólar, el euro, el yen... La planta parece que
es abonada con monedas y regada por Carol, que exclama entusiasmada:
“Un libro para enseñar a jóvenes y... ¡no tan jóvenes!”·
Detrás de ellos un monstruo cornudo, que representa la inflación. Y junto a
una hucha el lema: ¡Aprende a ser un
inversor responsable, descifrando los enigmas de las finanzas!
La
propaganda del libro dice lo siguiente: Con ellos, se refiere
a Carol y Nico, aprenderás cómo nacieron los primeros billetes
y monedas, pues el dinero no cae del cielo y ganarlo o perderlo tiene
sus riesgos y no siempre la misma rentabilidad. Te enseñarán qué
es ahorrar e invertir, cómo se elabora un presupuesto y qué
profesionales nos ayudan a invertir bien y evitar que el monstruo de
la inflación (sic) se coma (resic) nuestros ahorros. Mediante
explicaciones sencillas, ejemplos, curiosidades, tiras cómicas y
unas magníficas ilustraciones, comprenderás palabras que escuchas a
tus padres o en la radio, que lees en prensa, libros e internet, y
que ahora no sabes qué significan.
Las
últimas líneas del
párrafo transcrito tienen un indudable cariz pedagógico: se trata
de enseñar a los más pequeños a comprender palabras que oyen a
todas horas y cuyo significado desconocen, benditas criaturas: sabia
ignorancia la suya, que diría Nicolás de Cusa. Supongo que se refieren
a déficit, superávit, inflación, microeconomía... y demás
monsergas propias de un adoctrinamiento capitalista bastante
perverso.
La
diputada de Podemos en
Castilla y León Lorena González Guerrero ha denunciado con gran
acierto y valentía desde mi punto de vista la imposición de este libro
en los
colegios de su Comunidad en un vídeo titulado “Escalofriante”,
publicado en el muro de Podemos en Feisbuq, donde lamenta, entre otras
cosas, que los libros de texto de primaria fomenten la usura.
Han arreciado las
críticas desde los sectores más conservadores y ultramontanos contra las declaraciones de la diputada. Dicen
que la formación morada “ha vuelto a hacer muestra de su ideología
comunista y anticapitalista: se ha quejado de que un libro explique a
los niños cómo ahorrar para el futuro.”
Pero tiene razón Lorena
González Guerrero, por mucho que les pese a los conservadores: Que
se enseñen en los colegios de primaria conceptos como el ahorro, la
inversión, la inflación o el trabajo para ganar dinero y poder
pagar una buena universidad (se sobreentiende que con lo de buena se
refieren a “privada”) son adoctrinamiento capitalista que prepara
a los estudiantes de primaria para que cuando lleguen al instituto de secundaria se decanten por la economía de la
empresa, por ejemplo, en detrimento de otros saberes y estudios humanísticos.
Lo
paradójico del caso
es que la crítica que ha hecho la diputada
ha conseguido despertar el interés por el libro, convirtiéndolo
en un superventas. Hay quien considera que es un libro magnífico, muy
pedagógico e interesante y muy adaptado a las capacidades limitadas de
los niños. Sin duda la mejor educación que se les
puede dar a los pequeños para no ser analfabetos... financieros. Así nos
luce el pelo.
Vuelvo sobre la relación escatológica existente entre la mierda y el dinero que se analizaba en El oro que cagó el moro a propósito de la lectura de un texto de las Antigüedades Judías de Flavio Josefo, que me ha traído a la memoria una anécdota vaga e imprecisa de mi infancia sobre la ingesta de monedas.
Cuando yo era pequeño, una vecina del barrio donde vivíamos tenía tanta fama de agarrada que la llamábamos Doña Tacañona. De ella se contaba que cuando su hijo pequeño se tragó una vez una moneda de una peseta, la unidad monetaria española desde 1869 hasta la implantación en 2002 del euro, ese engendro monetario de la Unión Europea, buscó y rebuscó durante una semana entre sus heces, que debía hacer en un orinal, hasta que finalmente recuperó la dichosa peseta enroñecida.
Este episodio me venía a la memoria leyendo a Flavio Josefo, Antigüedades Judías, V. 420-421 en traducción de Jesús Mª Nieto, que narra un episodio durante el asedio de Jerusalén y la destrucción del Templo por los romanos en el año 70 d.C., a las órdenes de Tito.
Sitio y destrucción de Jerusalén por los romanos bajo el mando de Tito, David Roberts (1850)
El sitio de Jerusalén es un evento que marcó el fin del Templo y el inicio de la diáspora judía. Josefo cuenta que algunos judíos ingirieron monedas de oro para ocultárselas a los soldados romanos, con la intención de evacuarlas después: Unos vendieron sus
posesiones a un precio muy bajo y otros sus objetos más valiosos. Se
tragaban sus monedas de oro para que no las descubrieran los bandidos y
luego, tras huir al bando romano, las expulsaban del cuerpo junto con
sus excrementos y así tenían los recursos suficientes para conseguir lo
que necesitaban.
Según varios comentaristas, no era posible tragar sin
atragantarse las monedas de oro de la época de Nerón por su tamaño y por
su peso, ya que pesaban unos ocho gramos y tenían un diámetro máximo de
dieciocho milímetros. El caso es que fuera o no fuera cierta la noticia, los soldados romanos, al correr el rumor, comenzaron a matar indiscriminadamente a cualquier sospechoso de haber engullido monedas de oro, con la esperanza de al fin recuperarlas.
Continúa el historiador Flavio Josefo contándonos la secuela de este incidente: Pero otra desgracia cayó sobre los que ya habían
conseguido salvarse de esta forma. Uno de los desertores que se hallaba
con los sirios, fue sorprendido cuando recogía monedas de oro entre sus
excrementos. Como ya hemos dicho, se las tragaban antes de salir, pues
los rebeldes registraban a todos y en la ciudad había gran cantidad de
oro.
Según Josefo, en una sola noche fueron asesinadas alrededor de dos mil judíos por este motivo: Una vez descubierto el plan de una sola persona, por
todo el campamento corrió la noticia de que los desertores estaban
repletos de oro. La multitud árabe y los sirios abrían y registraban las
entrañas de los suplicantes. Creo, al menos yo, que a los judíos no les
ha sucedido una desgracia más cruel que ésta: en una sola noche fueron
rajados más de dos mil.
El episodio tiene un simbolismo muy poderoso: el oro, forma antigua del dinero, que debía servir para asegurar la supervivencia en el futuro, que así se garantiza, se convierte en la causa directa de la muerte. Tal es su valor, que su posesión resulta mortal. De alguna manera nos recuerda al mito del rey Midas, cuya obsesión por el oro lo condena a la desesperación cuando descubre que no puede alimentarse de lo que se lleva a las manos, porque todo lo que toca lo convierte en oro, es decir, en mierda.
Dovela de la portada de la Coronería de la catedral de Burgos, en la que un pecador, sedente y desnudo, defeca monedas de oro sobre una mensa nummularia o tabla de cambios, monedas con las que se fabricarán otras nuevas que el condenado volvería a tragar, representando así la usura.
Refleja este episodio el grado de deshumanización que alcanza la guerra. El otro deja de ser un ser humano y se convierte en un objeto del que extraer recursos, un recurso humano. La imagen de los judíos tragando piezas de oro puede verse como una metáfora del cuerpo como el último refugio o sarcófago de la posesión: el oro se incorpora para finalmente desecharlo. El individuo trata de interiorizar su futura riqueza y hacerla parte de sí mismo. Sin embargo, este acto de preservación solo acelera su trágico destino.
Sea el que sea el crédito que queramos darle a esta
noticia de la ingesta de las monedas de oro para cagarlas y recuperarlas, lo cierto es que el
incidente tuvo una secuela terrible: dos mil judíos que se habían escapado fueron destripados por sirios y árabes, que formaban parte de
las tropas auxiliares romanas, al enterarse del rumor de que se habían
tragado los áureos romanos que equivalían a una estatera de oro griega,
es decir, veinticinco dracmas griegos, ya que el oro se había
desvalorizado con la guerra. Más adelante, se puede leer que los
soldados se habían apoderado de tanto botín que en Siria se vendía el
oro, al peso, a la mitad de su precio anterior .
En este sentido, la imagen de los judíos masacrados por haber tragado oro también puede verse como un símbolo del sufrimiento de un pueblo perseguido por su propia riqueza y herencia. A lo largo de la historia, los judíos han sido objeto de violencia debido a su asociación con el dinero, lo que otorga a este relato de Josefo un carácter casi profético.
Mammón confiere al hombre una riqueza de la que nunca goza porque el gozo es una gracia, es decir, algo gratuito, que solo puede otorgar la gracia de Dios. Pero en el mundo reina la compraventa, la no-gracia o des-gracia de Dios.
No se puede ser fiel a ambos señores: ser fiel a uno implica ser infiel al otro. Se puede ser fiel a Mammón gestionando las riquezas y bienes del mundo, haciéndolas fructificar según la ley del dinero, haciendo el juego político y económico; y se puede hacer incluso con cierta moralidad. Se puede fomentar, por ejemplo, el comercio justo, pero el comercio, digan lo que digan, es esencialmente injusto.
"Esta subordinación no
está necesariamente restringida a la venta de esclavos o a la fuerza
de trabajo. Ocurre en toda transacción de venta, la cual
inevitablemente comienza una relación competitiva, destructiva
aunque la venta sea de un objeto ordinario. En todo caso, una persona
trata de establecer superioridad sobre otra. La idea de que la venta
puede ser un servicio es falsa; en verdad, lo único que se expresa
en la transacción es un deseo de poder, un deseo de subordinar la
vida al dinero. La relación de venta,
además, tiene otra característica, que deriva de lo que ya hemos
dicho: profana lo que es sagrado." (Jacques Ellul)
La adoración de Mamón, Evelyn de Morgan (1909)
La reacción de Jesús, sigue diciendo Ellul, contra los vendedores del Templo no es una reacción moralista contra un comercio poco honesto o poco justo, es la execración de los profanadores del Templo, los que han introducido el comercio o des-gracia de Dios en un lugar donde debería manifestarse la gracia de Dios, y representaban lo que se iba a cumplir pronto a manos de Judas: el sacrificio en el sentido de venta de una vida humana por treinta monedas.
Jesús expulsa a los mercaderes del templo, Alexander Bida (1885)
El dinero es una fuerza destructiva de la vida, y Dios representaba la resistencia contra esta fuerza agresiva y destructora.
Hay una convención tácita y un consenso de todos extraño, una confianza ciega, que conduce a los hombres a atribuir al dinero un valor que de por sí no tiene, porque carece per se de valor de uso y de valor de cambio. El dinero no tiene fuerza material si no se la atribuyen los hombres. En la medida en que los hombres se la conceden, el dinero se convierte en dueño y señor de los Estados, de los ejércitos, de las masas, de la inteligencia. No es una cuestión moral de buen o mal uso, sino espiritual. Crea el fenómeno de compraventa: todo lo que se hace se paga, todo se compra, incluido el hombre.
Mammón, G. F. Watts (1885)
Durante la Edad Media se puede hablar de un combate de la Iglesia contra el Dinero: prohibición del interés, exaltación de la pobreza a través del correspondiente voto, regulación del comercio, teoría del precio justo y salario justo, limosna franca... pero en la actualidad podemos afirmar que la Iglesia ha sido vencida por el Dinero.
Así que hoy día, habida cuenta del proceso histórico, debemos reconocer, como señala Agustín García Calvo en "De Dios" (pág. 107), que el Dinero ha venido a ser la Suma Realidad o Realidad de las realidades porque en Él se anulan todas las diferencias entre las cosas, y por lo tanto "Dios y Mamona son el mismo", y que es "Dios" el que va a convertirse en Nombre Propio de la Realidad de las realidades y del Objeto de la Fe, pues Mamona o Mammón, el dinero, no ha dado el paso a convertirse del todo, como 'Dios' en Nombre Propio entre nosotros para nombrar al Objeto Último de la Fe.
En el evangelio de Mateo (VI, 24) leemos: “Ninguno puede servir a dos señores: porque o tendrá aversión al uno, y amor al otro: o si se sujeta al primero, mirará con desdén al segundo. No podéis servir a Dios y a las riquezas”. Y en el de Lucas, por su parte, otra versión de lo mismo (XVI, 13): “Ningún criado puede servir a dos amos: porque o aborrecerá al uno, y amará al otro: o se aficionará al primero, y no hará caso del segundo: no podéis servir a Dios y a las riquezas”.
El dicho final que transmiten ambos evangelistas (“No podéis servir a Dios y a las riquezas”) aparece a veces en otras versiones como “No podéis servir a Dios y al dinero”. Las
palabras “riquezas” y “dinero” son traducciones, a su vez de la palabra no latina
“Mammona”, que emplea Jesús y que proviene del arameo ܡܲܡܘܿܢ (māmōn),
que significa justamente "riqueza" o "dinero". El dicho advierte de la imposibilidad de ser leal a dos intereses contrapuestos, al espiritual, digamos, y al económico, porque son en principio incompatibles, aunque en realidad, como veremos más adelante, no lo sean tanto como parecían.
Su origen etimológico exacto no está del todo claro, pero generalmente se cree que deriva de una raíz semítica relacionada con términos de confianza o seguridad, indicando, por lo tanto, la fe o la confianza en la riqueza. La
etimología de Mammon, que Martin Achard toma de Hauck, es «Aman», raíz
que implica un sentido de estabilidad, de firmeza, y de la que derivan
los términos que significan: ser fiel, tener confianza- ser estable, durable -creer- y también verdad, fidelidad.
Mammón y su esclavo, Sacha Schneider (1896)
En
el poeta cristiano Prudencio(Hamartigenia u Origen del
pecado, v. 428) aparece el adjetivo mammoneus “que solo atiende al
lucro, interesado, codicioso, avariento” aplicado al sustantivo
fidem, en un hexámetro: mammoneamque fidem pacis sub amore
sequuntur, que quiere decir algo así como: Y por amor de la paz
siguen fe de Mamón lucrativa. En el latín cristiano fides,
traducción del griego πίστις, «designa el acto del espíritu
y el objeto al que este se aplica”, recogiendo el significado
religioso, propio del latín arcaico y perdido con el tiempo. A la
fides, que es en Prudencio la fe cristiana, le aplica el autor aquí un calificativo que la convierte en la fe heterodoxa que se pone en el dinero, como si
dijéramos, con palabra de la jerga económica, el crédito que se le da.
Con el tiempo Mamón se personificó en la literatura medieval como un demonio o divinidad pagana que representaba la codicia y la avaricia, lo que explica la variante popular “No podéis servir a Dios y al diablo”, salvo que se demuestre que, con el proceso histórico del devenir de los tiempos, han venido a ser lo mismo.
De hecho se llegó a decir que Mamón era el nombre de un demonio que subyuga a la humanidad, lo que probablemente está ya en Agustín de Hipona, quien en su Del sermón de la Montaña, II, 14 comenta el dicho
evangélico atribuido a Jesús de que no se puede servir a dos
señores, a Dios y a Mammona, que en hebreo, dice,
significa “las riquezas”. Y añade que corresponde también con
el nombre púnico o cartaginés ya que en esa lengua la ganancia se
dice “Mammon”. Y comenta a continuación, equiparando a Mamona
con el diablo: Quien sirve a Mamona (las riquezas) se somete a un
señor duro y pernicioso; en efecto, amarrado por la propia pasión,
está sometido al diablo y no le ama, porque ¿quién hay que ame al
diablo?, pero, sin embargo, le soporta.
Jesús lo personifica considerándolo una especie de divinidad, haciendo que el nombre común ascienda a la categoría de nombre propio. No es una divinidad pagana con la que Jesús quiera decir que hay que elegir entre el Dios verdadero y esta divinidad pagana.
En el Tárgum y en el Talmud, según el libro de Jacques Ellul "Dinero y poder” (originalmente “L'homme et l'argent', publicado en 1954), ya está personalizado. Es un pretendiente a la divinidad que forma parte de los elementos de este mundo que están llamados a desaparecer con la llegada del Reino de Dios.
Dios y Mammón están opuestos en la predicación de Jesús. Hay dos mundos: el de la compraventa y el de la gratuidad, radicalmente contrarios, extraños entre sí y contrapuestos El dinero no es un objeto sino un sujeto. Jesús no aconseja ganarlo honestamente o que haya que usarlo bien, como ha hecho la Iglesia con su limosna caritativa y su voto hipócrita de pobreza, sino que tiene un poder comparable al de Dios, que se constituye en dueño y señor del hombre, por eso cuando el hombre cree que puede servirse del dinero, se engaña totalmente porque es el dinero el que se sirve de él subordinándolo a sus fines y avasallándolo. No está en nuestras manos dirigir el uso del dinero, porque él -habría que escribir Él, con mayúscula honorífica reservada al Altísimo- tiene una potencia directriz, lo que le confiere un carácter sacrosanto.
Cristo expulsando del Templo a los cambistas, El Greco (1570)
"Así, cuando afirmamos que usamos el dinero, cometemos un gran error. Podemos, si estamos obligados, usar el dinero, pero es el dinero el que en realidad nos usa y nos convierte en sus sirvientes poniéndonos bajo su ley y subordinándonos a sus fines. No hablamos solamente de nuestra vida interior; nos referimos a nuestra situación global. No somos libres para dirigir el uso del dinero de un modo u otro, pues estamos en las manos de su poder controlador” (Jacques Ellul).
...en las claras monedas del hechicero de las 1001 Noches, que después eran círculos de papel; un desconocido de barba blanca le paga a un carnicero con monedas de
plata de una blancura deslumbrante que el carnicero se apresura a
guardar. Cuando fue a disponer de ellas, comprobó que no eran monedas
de plata, sino redondeles de papel blanco. Resultó que era un brujo o
hechicero y que la plata que lo había deslumbrado era falsa.
en el denario inagotable de Isaac Laquedem;
uno de los muchos nombres propios del judío errante a través del tiempo y
del espacio, cuya leyenda apareció en el siglo XIII en la vieja Europa,
condenado a vagar hasta el día del Juicio Final, siempre con el mismo dinero, aunque lo gastará, en el morral pero sin hogar ni posesiones.
El judío errante, Gustave Doré (c. 1856)
en las sesenta mil piezas de plata, una por cada verso de una epopeya, que Firdusi devolvió a un rey porque no eran de oro;
las sesenta mil monedas de plata del poeta persa Firdusi, destinadas a
pagar los sesenta mil versos de su famosa epopeya, se las devolvió al sultán
porque no eran de oro como le había prometido.
en la onza de oro que hizo clavar Ahab en el mástil;
el capitán Ahab, cuenta Herman Melville, había clavado en el mástil del
buque ballenero una onza de oro para recompensar al primero de la
tripulación que avistase a Moby Dick. El doblón de oro representa la
obsesión del capitán por capturar a la ballena.
en el florín irreversible de Leopold Bloom; el florín de Leopold Bloom, el héroe o antihéroe, si se prefiere, del Ulises
de James Joyce, es una moneda que representa a todas las monedas, que
ha sido singularizada con tres muescas en el borde fresado con la
esperanza de que vuelva a su antiguo propietario y recuperarla algún
día, pero que circulará por todo el mundo entre sus iguales sin retorno.
en el luis cuya efigie delató, cerca de Varennes, al fugitivo Luis XVI; el
luis de oro fue la moneda con la efigie del monarca que permitió a
Jean-Baptiste Drouet, según algunos, reconocer a Luis XVI cuando este y
su esposa María Antonieta pretendían huir de París viajando de incógnito. Esa moneda delató al monarca, que sería juzgado de
alta traición, condenado a muerte y ejecutado en la guillotina.
Todas esas monedas son, como la argentina que lleva al borde de la locura al narrador, ese
Zahir detrás del cual se esconde el rostro divino y terrible de Dios. La última frase con que se cierra el cuento refleja el pensamiento del protagonista: quizá detrás de la moneda esté Dios.
“...nada hay menos material que el dinero, ya que cualquier moneda (una moneda de veinte centavos, digamos) es, en rigor, un repertorio de futuros posibles. El dinero es abstracto, repetí, el dinero es tiempo futuro”. Jorge Luis Borges, El Zahir, incluido en El Aleph (1949).
El cuento de Borges El Zahir nos ofrece muchas sugerencias sobre la realidad ideal del dinero mucho más útiles que los tratados de economía: su inmaterialidad, su carácter abstracto y cómo es el artífice del futuro, por ejemplo.
El propio cuento explica el significado de su título: “Zahir en árabe quiere decir notorio, visible, en tal sentido, es uno de los noventa y nueve nombres de Dios; la plebe, en tierras musulmanas lo dice de “los seres o cosas que tienen la terrible virtud de ser inolvidables y cuya imagen acaba por enloquecer a la gente”.
El cuento versa sobre una moneda argentina de veinte centavos, prácticamente insignificante, que le dan al protagonista después de tomar una caña de naranja como cambio. Y que, una vez recibida, le produce un principio de fiebre, y le lleva a formular el siguiente pensamiento al recibir la moneda en sus manos: “Pensé que no hay moneda que no sea símbolo de las monedas que sin fin resplandecen en la historia y la fábula”. Y comienza entonces una enumeración vertiginosa de las manifestaciones de esta moneda:
Pensé en el óbolo de Caronte; este óbolo era el precio del pasaje que las almas de los difuntos debían pagar al barquero para hacer la travesía al otro mundo, creencia que en la antigua Grecia hacía que se colocara una moneda en la boca de los muertos. Es curioso que la primera imagen de la moneda que tenga el protagonista sea precisamente la última, su utilidad para que las almas de los muertos puedan alcanzar el descanso eterno y no se vean obligadas a vagar errantes.
Caronte y Psiqué, S. Stanhope (1890)
en el óbolo que pidió Belisario; famoso general bizantino que, según se cuenta, -¿quién lo había visto y quién lo ve ahora?- acabó su vida ciego, cegado por orden del emperador Justiniano, y mendigando limosna a los viandantes rogándoles “Dad un óbolo al comandante Belisario”.
en los treinta dineros de Judas; aquellas treinta monedas de plata por las que Judas Iscariote vendió a Jesús, señalándole con un beso en la mejilla y entregándole a las autoridades romanas. Arrepentido, después, por lo que había hecho, quiso deshacerse del dinero devolviendo las monedas a quienes se las habían dado y al no aceptarlas acabó tirándolas y ahorcándose de un árbol.
en las dracmas de la cortesana Laís; ofendida porque el célebre orador griego Demóstenes quería pagarle mil dracmas por pasar una noche con ella, le pidió a cambio diez mil, ya que, siendo prostituta, no iba a venderse barata; Demóstenes rechazó la oferta diciendo: "No quiero pagar tan caro mi arrepentimiento".
Laís de Corinto, Hans Holbein el Joven (1526)
La anécdota nos recuerda, mutatis mutandis, al viejo chiste que, con diversas variantes, se ha atribuido a varios personajes masculinos famosos todos ellos británicos o americanos como Winston Churchil, Bernard Shaw, Groucho Marx, Mark Twain o Bertrand Russel, del que el lector interesado y curioso puede hallar noticia en esta página electrónica, que sostienen un diálogo parecido a este con una atractiva señorita:“¿Se acostaría usted conmigo por
un millón de dólares?”, le propone él. A lo que ella contesta sin dudar: “Por
supuesto”. “¿Y por un dólar?”, replica el caballero. “¿Qué se cree usted que
soy? ¿Una prostituta?”, contesta la dama ofendidísima. “Eso ya ha
quedado claro —responde el tipo—. Ahora estábamos regateando para negociar el
precio”.
en la antigua moneda que ofreció uno de los durmientes de Éfeso; los
siete durmientes de Éfeso se habían refugiado en una cueva huyendo de
las persecuciones romanas contra los cristianos. Cuando despertaron
habían transcurrido casi doscientos años. Bajaron a Éfeso a comprar
comida. Los vendedores se sorprendieron de que esas monedas ya no eran
de curso legal, pertenecían al emperador Decio, y estaban bajo Teodosio.
Se había producido un milagro, y la prueba era que no habían dormido
una noche sino dos siglos.
Resulta muy sugerente al respecto de la crematofobia la lectura del artículo "Identidad y dinero" que Juan José Millás publicó en El Periódico el 23 de agosto de 2023, del que extraigo unos párrafos por su interés (el énfasis en negrita es mío):
Hay personas que
salen a la calle sin el carné de identidad convencidas de que la
identidad se lleva en la cara. Yo, además del DNI, suelo llevar el
de conducir, el pasaporte, la cartilla de la Seguridad Social, la
tarjeta de la biblioteca pública y el bonobux. Todo a mi nombre,
para demostrar que yo soy yo si
fuera necesario.
Significa que en el fondo no me creo que soy Juan José Millás,
aunque tampoco me creería ser José Pérez, en el caso de que me
hubiera llamado de este modo. Pero ya
que nos obligan a ser alguien, digo que soy Juan José Millás (...)
Y es que nadie lo lleva escrito en la cara. Tienes que demostrarlocon un documento que es, por cierto, un documento falso. Todos los
que expide el Estado son falsos, y no porque los expida el Estado,
sino porque no hay documento intrínsecamente verdadero.
Nos hemos puesto de acuerdo en que lo falso es verdadero y ya está.
Se llama consenso. No hay nada más falso que un billete de 50 euros
y es falso porque no tiene otro respaldo que el de la fe. Creemos en
él como otros creen en Dios y punto. Pero si tú vas por la vida con
muchos billetes de 50 euros te sobran hasta el DNI, el pasaporte y el
libro de familia, te sobra todo porque lo que más identidad
proporciona en este mundo es la pasta (...).
La manera de atajar nuestra incipiente crematofobia, según los psicagogos, sería
buscar la ayuda de un experto, ya sea un médico de salud mental o un
gestor financiero. No obstante, llamar a un amigo, salir a caminar o
leer un libro prestado de la biblioteca pública son sin duda estrategias
más comunes y baratas que pueden ayudarnos a sentirnos un poco mejor cuando
estemos abrumados por la extrema pobreza de nuestra personalidad individual.
Según el proverbio inglés "money makes the man", o sea, el dinero hace al hombre (y no al revés, ya que el hombre no hace dinero por muy self-made man y emprendedor que sea y por mucho que se crea), es decir, el dinero le confiere al ser humano su identidad, le hace ser el hombre que es. No es menos acertado el proverbio griego, que también lo clava y que nos transmite el poeta Píndaro: dinero, dinero el hombre, es decir, el hombre es dinero (χρήματα,
χρήματ᾽ ἀνήρ).
La
crematofobia se manifiesta en mayor o menor escala cuando tenemos miedo
a salir de casa y perder el dinero, que es nuestra identidad, a que nos roben la cartera, a ir a
comprar algo que necesitamos o queremos y descubrir, a la hora de pagarlo, que no tenemos ni efectivo ni tarjeta, o que esta no tenga
saldo porque nos hemos quedado sin blanca. ¿Qué sería de nosotros? No
seríamos nada, no seríamos nadie, lo que no dejaría de ser por otra parte, si fuera posible, una bendición.
Todas las fobias que padecemos podrían reducirse a una sola: el miedo que infunde la propia muerte. Todas son variaciones del miedo fundamental, la tanatofobia que subyace por debajo de todos y cada uno de nuestros múltiples temores.
Preguntado ChatGPT sobre cuántas fobias existen, responde que no hay un número determinado en la literatura científica, ya que en teoría podrían desarrollarse infinitas. En la práctica clínica se han llegado a registrar, sin embargo, al menos 500 fobias con nombres específicos, pero el repertorio varía según la fuente y los criterios de clasificación.
A todas las fobias se les antepone el nombre griego de la cosa que las causa, como hemos hecho antes con la muerte -thánatos, que es esencial a todas-, para que suene a culto y no se entienda bien lo que hay por debajo y lo que todas y cada una de ellas tienen en común.
Una de las últimas de que tengo noticia es la crematofobia, que no tiene nada que ver, como pudiera parecer a simple vista, con los hornos crematorios ni con la cremación, sino, como vamos a ver enseguida, con el vil metal de los dineros. También se la llama crometofobia. Me sorprende la doble denominación, que achaco a la confusión vocálica que nos llega al castellano por la vía anglosajona del helenismo.
El nombre apropiado de los dos es crematofobia, compuesto derivado del griego χρῆμα χρήματος (chrēma chrēmatos), que significa 'dinero', como por ejemplo en crematístico, lo relativo al interés pecuniario de un negocio, y en crematística, que era el nombre antiguo de la economía, y de φόβος (phóbos), sufijo que quiere decir 'miedo' o 'temor'.
Se lo hago notar a ChatGPT y me da las gracias por la corrección, y reconoce que la forma *crometofobia es incorrecta desde el punto de vista etimológico, ya que no deriva de chrēmatos, confusión que se debe, según él, a la similitud fonética. Se confunde, además, con cromatofobia, que es la fobia al colorido cromatismo.
El caso es que por lo que veo en la Red esta fobia suele definirse como "miedo a gastar dinero" y como “la ansiedad que produce tener poco dinero”. No sé si son el mismo miedo o son dos distintos el miedo a gastar lo que se tiene, sea poco o mucho, y el miedo a no tener nada que gastar.
En el segundo caso, los expertos nos alertan de que 'la ansiedad generada por tener poco dinero puede acabar impactando seriamente' en nuestra salud, provocándonos estrés financiero: depresión, problemas de sueño, aumento de la presión arterial, u obesidad mórbida entre otras afecciones.
La manera de superar la crematofobia sería, según los terapeutas, modificar nuestra relación con el dinero. Pero ¿cómo podemos redefinir (sic) nuestra relación con el dinero, que es lo que a nosotros nos define, sin que peligre nuestra propia identidad personal, habida cuenta de que el dinero es lo que nos confiere entidad a cosas y personas?