“...nada hay menos material que el dinero, ya que cualquier moneda (una moneda de veinte centavos, digamos) es, en rigor, un repertorio de futuros posibles. El dinero es abstracto, repetí, el dinero es tiempo futuro”. Jorge Luis Borges, El Zahir, incluido en El Aleph (1949).
El cuento de Borges El Zahir nos ofrece muchas sugerencias sobre la realidad ideal del dinero mucho más útiles que los tratados de economía: su inmaterialidad, su carácter abstracto y cómo es el artífice del futuro, por ejemplo.
El propio cuento explica el significado de su título: “Zahir en árabe quiere decir notorio, visible, en tal sentido, es uno de los noventa y nueve nombres de Dios; la plebe, en tierras musulmanas lo dice de “los seres o cosas que tienen la terrible virtud de ser inolvidables y cuya imagen acaba por enloquecer a la gente”.
El cuento versa sobre una moneda argentina de veinte centavos, prácticamente insignificante, que le dan al protagonista después de tomar una caña de naranja como cambio. Y que, una vez recibida, le produce un principio de fiebre, y le lleva a formular el siguiente pensamiento al recibir la moneda en sus manos: “Pensé que no hay moneda que no sea símbolo de las monedas que sin fin resplandecen en la historia y la fábula”. Y comienza entonces una enumeración vertiginosa de las manifestaciones de esta moneda:
Pensé en el óbolo de Caronte; este óbolo era el precio del pasaje que las almas de los difuntos debían pagar al barquero para hacer la travesía al otro mundo, creencia que en la antigua Grecia hacía que se colocara una moneda en la boca de los muertos. Es curioso que la primera imagen de la moneda que tenga el protagonista sea precisamente la última, su utilidad para que las almas de los muertos puedan alcanzar el descanso eterno y no se vean obligadas a vagar errantes.
en el óbolo que pidió Belisario; famoso general bizantino que, según se cuenta, -¿quién lo había visto y quién lo ve ahora?- acabó su vida ciego, cegado por orden del emperador Justiniano, y mendigando limosna a los viandantes rogándoles “Dad un óbolo al comandante Belisario”.
en los treinta dineros de Judas; aquellas treinta monedas de plata por las que Judas Iscariote vendió a Jesús, señalándole con un beso en la mejilla y entregándole a las autoridades romanas. Arrepentido, después, por lo que había hecho, quiso deshacerse del dinero devolviendo las monedas a quienes se las habían dado y al no aceptarlas acabó tirándolas y ahorcándose de un árbol.
en las dracmas de la cortesana Laís; ofendida porque el célebre orador griego Demóstenes quería pagarle mil dracmas por pasar una noche con ella, le pidió a cambio diez mil, ya que, siendo prostituta, no iba a venderse barata; Demóstenes rechazó la oferta diciendo: "No quiero pagar tan caro mi arrepentimiento".
La anécdota nos recuerda, mutatis mutandis, al viejo chiste que, con diversas variantes, se ha atribuido a varios personajes masculinos famosos todos ellos británicos o americanos como Winston Churchil, Bernard Shaw, Groucho Marx, Mark Twain o Bertrand Russel, del que el lector interesado y curioso puede hallar noticia en esta página electrónica, que sostienen un diálogo parecido a este con una atractiva señorita: “¿Se acostaría usted conmigo por
un millón de dólares?”, le propone él. A lo que ella contesta sin dudar: “Por
supuesto”. “¿Y por un dólar?”, replica el caballero. “¿Qué se cree usted que
soy? ¿Una prostituta?”, contesta la dama ofendidísima. “Eso ya ha
quedado claro —responde el tipo—. Ahora estábamos regateando para negociar el
precio”.
en la antigua moneda que ofreció uno de los durmientes de Éfeso; los
siete durmientes de Éfeso se habían refugiado en una cueva huyendo de
las persecuciones romanas contra los cristianos. Cuando despertaron
habían transcurrido casi doscientos años. Bajaron a Éfeso a comprar
comida. Los vendedores se sorprendieron de que esas monedas ya no eran
de curso legal, pertenecían al emperador Decio, y estaban bajo Teodosio.
Se había producido un milagro, y la prueba era que no habían dormido
una noche sino dos siglos.
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