Un labrador regresa a su casa triste y pensativo. Su mujer, viéndolo en tal estado de abatimiento, imagina que le han robado en el mercado, pero al ver la bolsa llena de dinero y saber la causa de su melancolía, le reconforta y le dice que confíe en ella.
-Me rendiré y le cederé al diablo el campo al primer rasguño que me haga.
-Tú, confía en mí y déjame hacer. -Le dice Perrete, que era el nombre de su esposa. -Dices que es un diablo joven. Yo haré que se rinda enseguida y el campo seguirá siendo nuestro. Si fuera un diablo viejo, habría que preocuparse, porque sabe más el diablo por viejo que por diablo.
A primera hora de la mañana, el pobre labriego fue a confesarse, y, acto seguido, comulgó, y se santiguó varias veces en la pila del agua bendita.
El diablo llamó a la puerta del labrador -¡Villano, abre la puerta o la echaré abajo!
De una patada abrió la puerta y, resuelto y decidido, entró, y no encontrando al labrador, halló a su mujer en el suelo llorando a lágrima viva y lamentándose.
-¿Qué pasa aquí? -preguntó el diablo-. ¿Dónde está el labrador?
-¡Ay, ha ido a casa del herrero a afilar el hacha para pelearse con vos después de hacerme a mí un rasguño con ella sin querer aquí entre las piernas!
Acto seguido la vieja se levantó las faldas hasta la barbilla y le mostró la vulva al diablo diciéndole que esa era la herida que le había hecho su marido.
El diablo se quedó petrificado ante la visión horripilante de "aquella enorme solución de continuidad en todas sus dimensiones" (Rabelais, La Fontaine), como si hubiera visto la cabeza de la mismísima Medusa. Y llegó incluso a persignarse, él, que es el anticristo, y huyó aterrorizado diciéndose a sí mismo: A mí no me hace eso. Me voy a toda velocidad. Le dejo, desde luego, el campo. Es suyo.
Perrette y el diablo. Grabado de Charles Eisen (1720-1778)
Perrette había
hecho, sin saberlo, lo mismo que aquellas mujeres persas que cuando huían sus hijos del fragor de la batalla, cuenta Plutarco en su opúsculo "Virtudes de las mujeres", y poco les faltaba ya a los enemigos para tomar la ciudad, salieron a su encuentro, y levantando
sus peplos y enseñándoles la desnudez de sus coños, les decían: ¿Dónde
vais, los más cobardes de todos los hombres? ¿No veis que no podéis en vuestra huida
meteros aquí, que es de donde habéis salido?. Los persas se
avergonzaron de la visión y de las palabras de sus madres, y reprochándose a sí
mismos su cobardía, se dieron media vuelta y se lanzaron de nuevo alcombate contra
los enemigos, poniéndolos en fuga.
Lo mismo que aquella espartana, anónima y desconocida, que, como sus hijos huyeran de la batalla y se presentaran ante ella como si quisieran refugiarse en su claustro materno, les recriminó: ¿Adónde vais, después de haberos escapado, ruines esclavos fugitivos? ¿Acaso tenéis la intención de esconderos en este agujero del que salisteis? Y levantándose la falsa, se lo enseñó, desnudo como estaba, pues no estaban aquellas mujeres entonces acostumbradas a las bragas.
oOo
Pequeño diablo, Roland Topor (1977)
El texto anterior es un re-cuento o versión libre del relato en prosa de François Rabelais (...-1532)
titulado "Cómo el Diablo fue burlado por una vieja de Papahiguera (o Papalahiga)", incluido en el Libro Cuarto de los Hechos y Dichos Heroicos del Buen Pantagruel, que fue posteriormente versificado por Jean de La Fontaine (1621-1695), el célebre fabulista
francés, bajo el título de "Le Diable de Papefiguière".
Ambos textos presentan muy bien la colpofobia o metus cunni del varón encarnada en un
diablo joven como representante del sexo masculino.
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