miércoles, 16 de octubre de 2024

La indignidad del trabajo asalariado

    Ha llovido mucho, pese al calentamiento global (o por eso mismo), desde que en 1983, el gobierno del Reino de las Españas impuso a los currantes el límite legal de 40 horas de trabajo semanales. Pocos años después, durante los noventa, tuvimos los primeros accesos a interné y a las muchas facilidades que ofrecía el entramado para automatizar, digitalizar y facilitar servicios complicándonos por demás enormemente la vida a los usuarios, lo que no se ha traducido todavía en una reducción de las horas de trabajo semanales sin llevar aparejada una reducción de los salarios. Por eso ahora los políticos progresistas proponen una pequeña reducción horaria sin merma de emolumentos. Se trata, dicen, con un lenguaje ampuloso que no quiere decir nada de "una redistribución de la riqueza, entendiendo que el tiempo es la mayor de las riquezas". Y en esto último tienen razón, porque el tiempo es la forma más abstracta del dinero, que abre un vacío, que es el futuro, que es preciso llenar con los ocios o negocios que sean, un vacío que pre-okupamos y que no nos deja vivir. 
 
     Durante mi infancia siempre oía aquello de que el trabajo dignificaba al hombre, y que todos los trabajos eran dignos a los ojos del Señor. Creo que lo dijo un tal Marx. Por eso los socialistas y comunistas gritaban "¡Viva la clase obrera!  ¡Muera el paro! ¡Vivan el trabajo y el pleno empleo!", porque el proletariado estaba llamado a dejar de serlo algún día y para eso debía pervivir. Pero yo no entendía cómo no decían, mejor y por lo tanto: "¡Muera la clase obrera! y ¡Abajo el trabajo asalariado que nos convierte a todos, dentro del sistema capitalista de producción, en prostitutas, y a las prostitutas en trabajadoras!". 
 
     Por eso los que mandan plantean ahora la reducción de la semana laboral a 37 horas y media que negocian gobierno, sindicatos y patronal, con miras a reducirla en un futuro no muy lejano, pero futuro a fin de cuentas, a 32, lo que apoyan mayoritariamente los currantes en todas las franjas de edad, sobre todo los trabajadores más jóvenes. Esta reducción tendrá, al aparecer, distintos ritmos de aplicación en función de los distintos sectores y tipologías de empresas, proceso que irá acompañado de los complementarios procedimientos de digitalización y automatización necesarios para poder reducir la jornada, y blablablá. Se da por hecho, aunque no se sabe, cuándo va a tardar en suceder. 
 
     Desde el gobierno se pretende ayudar a las pequeñas empresas a implantar reducciones de jornada sin reducción de salario, y hasta los sectores más conservadores se abren ahora a la negociación, porque no pueden ignorar que es necesario trabajar menos para vivir mejor, y que la gente no quiere trabajar tanto cuando no hace tanta falta. Por eso es fundamental que la reivindicación no se detenga en la reducción a 37 horas y media que ahora se negocia. Porque, aunque va a suponer una mejora en las vidas de muchísimas personas, es más una regularización de las desiguales jornadas que ahora conviven que un avance en sí mismo. 
 
    Solo es el inicio del camino hacia la semana de 32 horas repartidas en cuatro días, que se presenta como el verdadero triunfo de la clase trabajadora de nuestro tiempo y uno de los avances sociales con mayor potencial transformador de esta época (sic por el lenguaje).
 
    Pero la semana laboral judeocristiana, una división del tiempo completamente arbitraria y sin sentido alguno, no peligra en absoluto, sino todo  lo contrario, se refuerza considerablemente: el fin de semana de tres días no pone en peligro que el lunes siga siendo lunes. Y el trabajo no deja de ser la maldición bíblica de Jehová (Génesis, VI, 19): "Mediante el sudor de tu rostro comerás el pan, hasta que vuelvas a confundirte con la tierra de que fuiste formado: puesto que polvo eres, y a ser polvo tornarás."  
     El trabajo no dignifica a nadie, como dejó escrito en algún sitio que  aún no he podido localizar el helenista y especialista en Homero Gabriel Germain (1903-1978): “La glorificación del trabajo es una mentira. El hombre no está hecho para trabajar. Ha nacido para prodigarse en actividades libres, para crear si es capaz de ello, aunque no creara más que un nuevo modelo de pajarita de papel... Que se ahorren el panegírico, capitalista o comunista, del Trabajo y de la Producción. Falsos dioses para falsos hombres -y hombres falsos”. Recordemos al viejo hidalgo de Buñuel, que vive con un huevo al día y dice orgulloso al morir: Al menos no he trabajado nunca.

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