Que lo que gobierna nuestra vida es el reloj es algo que sentimos cuando nos cambian la hora como por ejemplo ayer, 27 de octubre, en que nos hicieron pasar por real decreto al llamado “horario de invierno”, retrasando los relojes y agrandando en una hora más la duración del día, que pasó de tener 24 horas a 25. Es entonces cuando nos damos cuenta de lo cronometrados que estamos y de lo mucho que dependemos del horologio, que es como llamaban los antiguos al reloj de sol o de arena, palabra compuesta de hora, 'tiempo' y del verbo lego 'contar'.
Hay un origen religioso en el cómputo del tiempo.
Lo vemos fácilmente en el mundo islámico, en el que solo empezaron a contarse los años a partir de la Hégira o huida de Mahora de la Meca a Medina en el 622 de la era cristiana.
En el islam se realizan cinco oraciones obligatorias al día, lo que supone una regulación, más o menos precisa, de las horas diurnas: al alba, al mediodía, a media tarde, al ponerse el sol y por la noche. Era el almuédano, almuecín o muecín el que hace muchos años convocaba de viva voz a la oración cinco veces al día, desde lo alto del minarete de la mezquita para anunciar que había llegado la hora del rezo obligatorio.
En la actualidad son los altavoces los que difunden la llamada, con el Allahu akbar que se repite cuatro veces, y que a veces se traduce como Alá es grande, cuando su correspondencia en román paladino sería: Dios es grande. A continuación se dice dos veces Testifico que no hay más dios que Dios y que Mahoma es su profeta o mensajero. Y el mensaje principal: acudid a la oración, volviendo a repetirse la grandeza de Dios, su unicidad y la calidad de Mahoma como su profeta.
En el mundo cristiano, más secularizado que el islámico, quizá no nos parezca tan evidente este origen religioso, pero si nos remontamos a la Edad Media feudal podemos afirmar que la estricta regulación de la vida monástica que dividía las horas del día en ocho horas canónicas (maitines, laudes, prima, tercia, sexta -origen de nuestra siesta nacional-, nona, vísperas y completas) en las que convocaba a los monjes a rezar acabó por imponerse extra muros sobre la vida menos regularizada y reglamentada en principio de los seglares.
En pueblos y ciudades se rezaba tres veces al día el ángelus, al amanecer, al mediodía -todavía recuerdo yo cuando se retransmitía la oración del ángelus en que el arcángel anunciaba a la virgen María que iba a ser la madre de Jesús por Radio Nacional de España, cosa que se hizo hasta el 3 de febrero de 1981- y al atardecer, para lo que sonaban las campanas de iglesias y catedrales llamando a la oración.
El ángelus, J.-F. Millet (1857-1859)
Y en particular se puede señalar a la orden benedictina, a la que se le atribuye el lema 'ora et labora', que en su apogeo llegó a gobernar 40.000 monasterios, que contribuyó de manera crucial a regular el ritmo de la máquina capitalista, recordándonos que el reloj no era simplemente un medio para llevar el registro de las horas, sino para sincronizar la acción humana.
Señala John Zerzan en su opúsculo “Beginning of Time, End of Time”, incluido en Time
and Time Again, edit. Detritus Books Olympia, Washington (2018), que con la aparición de los primeros relojes públicos en Europa en el siglo XIV se produjo, alrededor de 1345, la división de la hora en sesenta minutos y del minuto en sesenta segundos.
En El tiempo y sus inconvenientes escribe Zerzan: “El reloj descendía de la catedral, al tribunal y al palacio de justicia, al banco y a la estación de ferrocarril y, finalmente, a la muñeca y al bolsillo de cada ciudadano decente. El tiempo debía hacerse más «democrático» para colonizar realmente la subjetividad”. Expresa
muy bien Zerzan cómo el tiempo baja de las altas esferas de la vida
pública religiosa y civil al pueblo llano, que acabará incorporando el
reloj individual hasta la perfección absoluta de estar todos
sincronizados.
Finalmente, no necesitamos ni cambiar nuestros relojes. Ellos solos se actualizan en nuestros ordenadores y teléfonos inteligentes.
¿Pero qué tiempo vivimos?
ResponderEliminarNo se vive un tiempo, se vive en todo caso EN un tiempo y en un lugar, pero, además, ¿vivir? ¿quién vive?
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