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lunes, 30 de diciembre de 2024

No al año que viene (y II)


La única rebelión que merece la pena todavía: sublevarse contra la coacción del tiempo cronometrado que gobierna despóticamente nuestras vidas, contra este régimen totalitario que nos obliga a cumplir un año cada doce meses, contra la dictadura de los relojes y calendarios, y contra la imposición del año nuevo que ya nos tienen preparado desde las altas instancias del poder y del dinero para que nos sometamos a los horarios laborales, a la esclavitud del ocio y el negocio, al trabajo y a las vacaciones complementarias, a la agenda, es decir a hacer las cosas que no merece la pena que hagamos porque están programadas, esto es, hechas antes de hacerlas.
 
Rebelémonos contra el despertador, ese moderno toque militar de diana cuartelera que nos sobresalta por las mañanas y que nos impide despertar porque nos despierta él, no nos deja despertarnos a nosotros cuando nosotros queramos, libremente.


 
Deshagámonos de todos los relojes de pulsera y de pared, y de todas las agendas y almanaques, de todo lo que nos recuerde al tirano Cronos. 
 
Es la lucha más justa y más bella que se puede emprender, la última causa romántica que nos queda, soñadores empedernidos.
 
Exijamos una moratoria sobre el futuro. Este año no pasará. ¡No al futuro, que es la muerte, desde aquí y ahora mismo! ¡Cuantos más seamos más fuerza haremos para que no pasen los años! No es imposible: entre todos podemos. Es una lucha justa y necesaria. 
 

Que se detenga el tiempo, que se paren los relojes y sus agujas que atraviesan nuestros corazones.  Mejor ahora que el futuro.  Lo que queremos es que se acaben todos los años, no un año para dar paso a otro. 
 
No sé si este año habrá manifestaciones en Bélgica, Lausana (Suiza), París, Canadá, San Petesburgo y París, como en otras ocasiones, pero todo el mundo puede hacerlo desde su casa. Cualquiera, tú mismo, lector puedes hacer tu pequeña gran revolución aquí y ahora. 
 
Y, cuando llegue el fatídico momento que señala el cambio de año, guarda un minuto de silencio a las 12 en punto de la noche y no brindes cuando suenen las doce campanadas ni consumas las uvas, que fueron un invento de los viticultores españoles para que nos atragantáramos. 
 
Y formula un deseo: ¿Qué le pides al Año Nuevo? Nada. Pero pídele algo, por el amor de Dios: Que no venga, por el amor de lo que no se sabe, que no venga.
 
 

lunes, 28 de octubre de 2024

Cambio de hora (I)

    Que lo que gobierna nuestra vida es el reloj es algo que sentimos cuando nos cambian la hora como por ejemplo ayer, 27 de octubre, en que nos hicieron pasar por real decreto al llamado “horario de invierno”, retrasando los relojes y agrandando en una hora más la duración del día, que pasó de tener 24 horas a 25. Es entonces cuando nos damos cuenta de lo cronometrados que estamos y de lo mucho que dependemos del horologio, que es como llamaban los antiguos al reloj de sol o de arena, palabra compuesta de hora, 'tiempo' y del verbo lego 'contar'.
 
      Hay un origen religioso en el cómputo del tiempo. Lo vemos fácilmente en el mundo islámico, en el que solo empezaron a contarse los años a partir de la Hégira o huida de Mahora de la Meca a Medina en el 622 de la era cristiana. 
 
    En el islam se realizan cinco oraciones obligatorias al día, lo que supone una regulación, más o menos precisa, de las horas diurnas: al alba, al mediodía, a media tarde, al ponerse el sol y por la noche. Era el almuédano, almuecín o muecín el que hace muchos años convocaba de viva voz a la oración cinco veces al día, desde lo alto del minarete de la mezquita para anunciar que había llegado la hora del rezo obligatorio. 
 
    En la actualidad son los altavoces los que difunden la llamada, con el Allahu akbar que se repite cuatro veces, y que a veces se traduce como Alá es grande, cuando su correspondencia en román paladino sería: Dios es grande. A continuación se dice dos veces Testifico que no hay más dios que Dios y que Mahoma es su profeta o mensajero. Y el mensaje principal: acudid a la oración, volviendo a repetirse la grandeza de Dios, su unicidad y la calidad de Mahoma como su profeta.
 
 
   En el mundo cristiano, más secularizado que el islámico, quizá no nos parezca tan evidente este origen religioso, pero si nos remontamos a la Edad Media feudal podemos afirmar que la estricta regulación de la vida monástica que dividía las horas del día en ocho horas canónicas (maitines, laudes, prima, tercia, sexta -origen de nuestra siesta nacional-, nona, vísperas y completas) en las que convocaba a los monjes a rezar acabó por imponerse extra muros sobre la vida menos regularizada y reglamentada en principio de los seglares. 
 
     En pueblos y ciudades se rezaba tres veces al día el ángelus, al amanecer, al mediodía -todavía recuerdo yo cuando se retransmitía la oración del ángelus en que el arcángel anunciaba a la virgen María que iba a ser la madre de Jesús  por Radio Nacional de España, cosa que se hizo hasta el 3 de febrero de 1981-  y al atardecer, para lo que sonaban las campanas de iglesias y catedrales llamando a la oración. 
 
 
 El ángelus, J.-F. Millet (1857-1859)
 
    Y en particular se puede señalar a la orden benedictina, a la que se le atribuye el lema 'ora et labora', que en su apogeo llegó a gobernar 40.000 monasterios, que contribuyó de manera crucial a regular el ritmo de la máquina capitalista, recordándonos que el reloj no era simplemente un medio para llevar el registro de las horas, sino para sincronizar la acción humana.
 
    Señala John Zerzan en su opúsculo “Beginning of Time, End of Time”, incluido en Time and Time Again, edit. Detritus Books Olympia, Washington (2018), que con la aparición de los primeros relojes públicos en Europa en el siglo XIV se produjo, alrededor de 1345, la división de la hora en sesenta minutos y del minuto en sesenta segundos. En El tiempo y sus inconvenientes escribe Zerzan: “El reloj descendía de la catedral, al tribunal y al palacio de justicia, al banco y a la estación de ferrocarril y, finalmente, a la muñeca y al bolsillo de cada ciudadano decente. El tiempo debía hacerse más «democrático» para colonizar realmente la subjetividad”. Expresa muy bien Zerzan cómo el tiempo baja de las altas esferas de la vida pública religiosa y civil al pueblo llano, que acabará incorporando el reloj individual hasta la perfección absoluta de estar todos sincronizados. 
 
    Finalmente, no necesitamos ni cambiar nuestros relojes. Ellos solos se actualizan en nuestros ordenadores y teléfonos inteligentes.