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lunes, 1 de enero de 2024

Pareceres (XXXVII)

181.- La mejor traducción: No hay una traducción definitiva en absoluto de ninguna obra literaria. Si existiera algo así, no habría ninguna necesidad de traducir periódicamente los mismos textos una y otra vez. En cambio, vemos que cada cierto tiempo aparecen nuevas traducciones de muchísimas obras que tienen ya decenas de versiones a un mismo idioma, lo que se debe, entre otros motivos, a que las lenguas cambian, evolucionan como organismos vivos que son. Algunas palabras caen en desuso y otras entran de repente en la lengua, dependiendo de modas y costumbres, por eso lo ideal sería leer las obras en su versión original pero como non omnia possumus omnes y nuestros conocimientos de otras lenguas son siempre muy limitados, tenemos que recurrir a las traducciones, a falta de poder beber de las fuentes originales. Las traducciones envejecen, se hacen obsoletas con el paso del tiempo, por eso hay que rehacerlas constantemente.


182.- Prostituir(se): El verbo latino «prostituere» es verbo compuesto de «pro» y «statuere», con el sentido primigenio de 'estar frente', 'estar a la vista', de donde acaba significando “estar expuesto a la venta”, vía exponerse a la codicia o antojo del deseo. Dícese tanto de los vendedores que están frente a sus tiendas para anunciar sus productos como de los productos mismos que se exponen para su venta en el escaparate de la tienda. Especialmente, dícese de quienes PRO-ST-itυyen a otros o se PRO-ST-itυyen a sí mismos poniéndose frente al PRO-ST-íbυlο (destaco con las mayúsculas el preijo PRO- y la raíz simple -ST- del verbo stare que comparte con statuerel). Horacio usa ese verbo una vez referido a su libro que había de ponerse en venta, y que estaba impaciente por salir a la luz y exhibirse, al igual que un joven esclavo deseoso de hacer la calle, como dice Moralejo en su traducción de las Epístolas horacianas.  El autor le previene a su libro que va a aparecer en el mercado de lo que le espera, y que lo hará arrepentirse cuando su amante se harte de él. Ha de gustar a todos mientras esté en la flor de la vida; pero a la postre acabará devorado por las polillas o exiliado en algún remoto lugar. Más aún, acabará rebajado (¿o elevado?) a la categoría de libro escolar, es decir, de lectura obligatoria de los escolares. 

183.- Más o menos. Este desgraciado planeta Tierra, y nosotros, sus humanos habitantes, que gira dentro del sistema solar no alrededor del Sol, sino de la palabra “más” debería rectificar su órbita y ponerse a girar sensu contrario, en torno a la palabra “menos”, y en vez de ir a más, ir a menos: menos policías, menos fronteras, menos guerras, menos terratenientes, menos cárceles, menos ideologías, menos religiones… 

184.- ¿Año nuevo? Se nos va del calendario y de la agenda 2023. Creía yo ingenuamente el año pasado que éste iba a ser el año en el que menos idiotas iban a cruzarse en mi camino, y lamento haberme equivocado, así que volcaré todas mis esperanzas en el año nuevo que dicen que ha comenzado ya, anoche después de las doce campanadas, aunque en realidad siempre he sospechado que no hay años nuevos, que siempre es el mismo año que se repite una y otra vez y que renace cuando finaliza. Pero no dejo de reconocer el éxito que tiene el cambio numérico de año, que da la falsa sensación de que cerramos un ciclo para abrir otro con nuevas y diferentes expectativas e ilusiones, y más cuando, como es el caso de un servidor, uno ya es más viejo que el catarro de Matusalén. Pero también debo agradecer, y no dejo de hacerlo, el estar rodeado de gente que mantiene una de las características más elementales y básicas del género humano, que es la de ser animales sociales, que se empeñan, pese a todas las recomendaciones sanitarias, en no guardar la distancia social con sus congéneres. Quien conserva esta característica es grato para mí, quien la ha perdido es uno de esos idiotas que tanto se han cruzado en mi camino, como he dicho más arriba, alguien que es mejor que se mantenga alejado y distanciado, dentro de su idiocia particular, putodefendiendo, como dicen los jóvenes ahora anteponiendo el prefijo puto- a las palabras que quiere denigrar, su limitación putomental.

185.- Terrorismo sanitario. Ante el repunte de enfermedades respiratorias como la gripe A y B (pronto vendrán la C, la D... y sucesivas, hasta la Z) y el Covid-19, que sigue vivito y coleando, que en la última semana ha mostrado un aumento considerable del 37,17 por ciento, el Ministerio de Sanidad ha publicado recomendaciones para prevenir el contagio que incluyen el lavado de manos, cubrirse la nariz o boca al toser o estornudar y usar mascarilla lo más opaca posible a fin de evitar la respiración en caso de padecer síntomas compatibles con una infección respiratoria. Por último, se -impersonalmente- recomienda seguir las pautas de vacunación frente a microorganismos respiratorios, es decir, arremangarse y someterse a los jeringuillazos que se dispongan, y evitar, en lo posible, acudir al puesto de trabajo con síntomas de enfermedad, para lo que será preciso que el médico de cabecera nos dé la baja, claro.

Respuesta de Stefano Scoglio, coautor de Virusmanía, a la pregunta: ¿Qué es un virus?

domingo, 1 de enero de 2023

¡In-feliz Año Nuevo!

    Es tradicional felicitar en esta fecha el Año Nuevo a familiares, amigos y conocidos deseándoles prosperidad y que se cumplan todos sus sueños, nada más nefasto, por cierto que esto último, porque lo bueno de los sueños es que no lleguen a realizarse nunca porque, si lo hacen, dejan de ser lo que eran: sueños, y se convierten en algo peor: realidad. Sobre ello, ya sacamos una entrada en Odio el Año Nuevo, que a lo mejor no está mal que se relea por si acaso, que nunca se sabe, sirve para algo.


    Solemos hacer mucho ruido cuando llega esta fecha, y celebrar las últimas campanadas del año viejo -algunos se atragantan comiendo uvas al ritmo que marca el reloj- con confeti multicolor, petardos y fuegos artificiales, sonido de cláxones y brindando con burbujas de cava por el año nuevo, metiendo mucho ruido y deseando que, efectivamente, sea una novedad y no lo que sabemos que va inevitablemente a ser: la eterna repetición de lo mismo como siempre.

    No voy a decir que me ha sorprendido la viñeta de Flavita Banana que publicó El Periódico Global el día 27 de diciembre de 2022, adelantándose a esta fecha, porque no es más que una vulgar imitación de otra que corre por la red desde hace años y cuya autoría no conozco, pero que aquí hemos alguna vez también utilizado. En la viñeta de Flavita, cinco planetas giran en torno del Sol. Se distinguen, por su anillo, a Saturno, por su diminuto tamaño y órbita más corta a Mercurio, también a la Tierra que con notas musicales y destellos luminosos multicolores dice: "¿¿Lo veis?? Cada vez que paso por aquí, lo mismo".

 

        Mucho más sencilla es la que considero original y más antigua, que presenta sólo al Sol y a la Tierra, que está describiendo su órbita. El Planeta Azul exclama de pronto, como está mandado: "¡Feliz Año Nuevo!" Y es aquí el Sol el que dice algo inteligente: "No entiendo por qué hacen tanto alboroto cada vez que pasan por ahí".

    Hay un meme en la lengua del Imperio que dice exactamente lo mismo, y que quizá sea la versión original en la que se ha inspirado Flavita, pero desconozco su autoría. Está fechada en 2017 y dice: Feliz viaje nuevo alrededor del Sol. Y el astro rey sentencia: No entiendo todo ese alboroto y ruido cada vez que pasan por este punto. Quizá sea el anonimato la mejor firma de las cosas que son razonables:

 
 
    Por mi parte, vuelvo a decir lo mismo que dije a propósito de la felicitación navideña, no le deseo a nadie un infeliz año nuevo, sino todo lo contrario, pero la felicidad no está desde luego ni en el año nuevo ni en el viejo, donde lo que nos espera, como sugiere esta desgarrada pintada en la lengua del Imperio, son nuevas crisis (sanitaria, económica, política, energética, climática...) y más miedo, mucho más miedo: ¡Felices crisis y próspero MIEDO nuevo! La felicidad está, como la liebre del refrán, donde menos se la espera, pero desde luego no en la realidad del tiempo computado y la ilusión de su futuro.
 

viernes, 1 de enero de 2021

¿Llega ahora el futuro o ha estado siempre aquí?

Una viñeta de Máximo publicada en El País el 30 de diciembre de 2006 sigue, pese al tiempo transcurrido, estando de rabiosa actualidad, como suele decirse. Trata sobre el futuro que siempre estamos empezando y que nos planteamos como si fuera una pista espacial que tenemos que recorrer para llegar a una meta u objetivo trazados previamente, y que por su parte nunca acaba de empezar. Descubro, al traducir el texto al latín, que no existe el sustantivo "futuro" como tal en la lengua de Virgilio. 



Si quisiera decir la frase del llorado Máximo en latín ("Siempre estamos comenzando el futuro y el futuro no acaba de comenzar"), me enfrentaría a un pequeño problema. Nuestra lengua madre no dispone de un sustantivo correspondiente a nuestro futuro. Había un adverbio "cras" y se creó un verbo "procrastinare" con el sentido de dejar un asunto para el día siguiente, procrastinar, que la Real Academia define como "diferir, aplazar". 
 
El poeta Marcial en un epigrama sustantivó este adverbio, tomándolo como metalingüístico: Es el célebre V, 58, en traducción de José Guillén:  ¿Vivirás mañana? Dices que empezarás a vivir mañana, “mañana” dices, Póstumo, siempre. Dime, ese “mañana”, Póstumo, ¿cuándo llega? ¡Qué lejos está ese mañana! ¿Dónde está? ¿Adónde hay que ir a buscarlo? ¿Se oculta quizás entre los partos y los armenios? Ese “mañana” tiene ya los años de Príamo o de Néstor. Ese “mañana”, ¿por cuánto, dime, se puede comprar? ¿Vivirás mañana? Vivir hoy es ya ir con retraso. Persona sensata es, Póstumo, quien vivió ayer.
 



Para hacer retroversión de nuestro futuro al latín debo recurrir a una forma adjetiva del verbo sum con género neutro, y usarla probablemente en plural para referirse no a una sola cosa sino a todas: futura: las cosas que van a ser, y de ahí el singular abstracto: lo que va a pasar. Es un participio de futuro avant la lettre que indica que algo que no es puede ser, y que revela el triunfo de la potencia aristotélica: como morituri, en aquel morituri te salutant (los que van a morir, los "morideros" te saludan, que le decían los gladiadores al César antes del combate) o nasciturus (el que va a nacer, como se llama entre nosotros al que todavía no ha nacido). Es un participio que sólo revela nuestro temor y nuestro deseo, pero no un hecho empírico y constatable porque no hay, propiamente hablando,  hechos futuros: lo hecho hecho está y por eso mismo es pasado y no puede ser futuro ya ni puede hacerse ni tampoco deshacerse. 
 
Y es que el futuro no existe, o mejor dicho, no hay futuro, porque existir sí que existe y está, desgraciadamente muy presente en la agenda de nuestras vidas. Por eso lo llamamos porvenir, porque está siempre por venir, como el adviento que celebran año tras año los cristianos, pero por definición no llega nunca, como rezaba aquella copla flamenca: "Sentaíto en la escalera, / esperando el porvenir/, y el porvenir que no llega." Ya lo decían también a su manera nuestros clásicos: Quevedo en "Ah de la vida": Ayer se fue; mañana no ha llegado; / hoy se está yendo sin parar un punto... Y nuestro Lope de Vega en su "Siempre mañana, y nunca mañanamos".



Esta otra viñeta recogida en la Red, cuya autoría desconozco, es una reflexión apropiada para el día de Año Nuevo, que es, por cierto, más viejo todavía que Matusalén. De nuevo no tiene nada más que la pretensión de serlo que le otorga sumar un dígito más en la cifra del cómputo de los años de la era cristiana. Todos los años por estas mismas fechas empezamos un año presuntamente nuevo, y no es ninguna novedad, prisioneros como vivimos en la dictadura del reloj y el calendario y de la ilusión, falsa pero real, del tiempo. 
 
Este apotegma, que se hace eco de un dicho popular, lo denuncia:  2020 se disfraza de 2021: el mismo viejo perro con un collar nuevo que hace que parezca diferente; imposible pasar página por más que se empeñe el calendario.
 
La felicidad que nos deseamos a nosotros y a nuestros seres queridos consistiría precisamente en el olvido de las campanadas del tiempo cronometrado y en el descubrimiento de la falsedad de su precisión matemática, porque un minuto bien contado, igual que un siglo y un año, no hace falta decirlo, nunca se acaba de contar.