"¡No al 2007!" era el grito de guerra de unos pocos centenares de manifestantes que se congregaron la noche del 31 de diciembre de 2006 en la ciudad francesa de Nantes, para protestar por la entrada en vigor del Año Nuevo, a la sazón 2007, cuya imposición iba a afectarnos de rebote a todos los habitantes del planeta. No invento la noticia. Hasta la BBC, que miente más que informa, dio cuenta de ella.
Los asistentes exhibieron en aquella ocasión pancartas en las que se podía leer: "¡No al 2007!" o "¡2007 no pasará!" o "Ahora es mejor" o "No a la huida hacia delante. No al calendario 2027" y "¿Por qué cambiar? 2006 no estaba mal ¿no?" Los manifestantes pidieron a los gobiernos y a la ONU que detuvieran la "loca carrera" del tiempo y declararan una moratoria sobre el futuro.
La tensión aumentó a medida que trascurrían los minutos hacia la medianoche, pero la llegada ¿inevitable? de 2007 no hizo que disminuyera para disminuir su entusiasmo, porque los manifestantes comenzaron a corear entonces: "¡No a 2008!"
Ha llovido bastante desde entonces.
¿Qué eran, además, esos pocos cientos de manifestantes en comparación con las innumerables arenas del desierto? Poca cosa, la verdad, pero lo importante no es que fueran o sean muchos o pocos, sino que haya personas sensibles que, salgan o no salgan a la calle, no celebren adocenados como borregos la llegada del nuevo año que nos venden con la estúpida alegría de los petardos, cohetes, claxonazos de coches, matasuegras y borracheras indecentes, sino que manifiesten de alguna manera su desacuerdo ante la imposición crónica de la dictadura del año nuevo.
A lo largo de aquella memorable noche no sólo fue rechazado el entonces nuevo y escandaloso año 2007 que se imponía, sino también 2008 o 2030 -y su correspondiente agenda- o 2043 o el que nos quieran imponer ahora, que es el 2025, o el que toque según el calendario que apliquemos, sin que nos demos cuenta de que está fuera de servicio. Y es que los manifestantes no renunciaban a vivir el momento presente (“carpe diem”), sino todo lo contrario. Lo que no querían, lo que no queremos, es vivir en el standby o compás de espera de ser felices en algún momento del futuro, quizá el mes que viene, o quizá el próximo año, o cuando nos jubilemos, o incluso cuando nos muramos y vayamos al cielo a disfrutar allí y sólo allí de la vida eterna y verdadera.
Lo que no queremos es vivir esperando el porvenir, porque como dice la copla, y nos hacemos eco de ella, “el porvenir nunca llega.”
Los manifestantes leyeron en aquel entonces un comunicado en el que hicieron un llamamiento a todos los gobiernos y a las Naciones Unidas para que dejaran de someter nuestras vidas al tiempo cronometrado. Se envió al Parlamento una carta de protesta por el cambio de calendario que iría directamente, suponemos, a la papelera sin leer.
Lo que podemos hacer nosotros, en recuerdo de aquellos activistas pioneros que desafiaron la lluvia que caía sobre Nantes, es renovar su grito de guerra y proclamar bien alto: "¡No al año que viene", aunque ya haya empezado, aunque estemos hoy a la fecha que digan que estamos -mentira- y protestar contra el cambio de hora, la semana laboral, que es la institución más aberrante que pesa sobre la humanidad con toda su gravedad porque no responde a ningún ciclo de la naturaleza, y el uso personal del reloj, el almanaque y la agenda, que no nos hace ninguna falta para vivir, que es eso y no otra cosa lo único que importa.
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