Todo el mundo sabe que las marionetas son esos muñecos articulados de madera y trapo generalmente que representan a personas. Poca gente se percata sin embargo de que también hay marionetas de otros materiales como carne y hueso, o cuerpo y alma, que, al igual que las primeras, ignoran que son marionetas y que son manejadas hábilmente mediante hilos casi invisibles por otras marionetas o fuerzas ocultas que les hacer representar las sencillas obras dramáticas que son sus propias vidas convertidas en las biografías que protagonizan en el teatro del mundo.
La palabra es préstamo del francés 'marionnette', diminutivo de Marie que era el nombre de la Virgen y significaba "estatuilla de madera o de yeso de la Nuestra Señlora" y solía colocarse en los nichos de las casas. De ahí pasó a significar en la lengua de Molière, figura que representa a un ser humano o a un animal, movida con la mano por una persona oculta que le hace desempeñar un papel, de donde deriva el sentido en que la utilizamos hoy para referirnos a persona fácilmente manipulable.
Se valen de hilos muy sutiles, tan finos que no se ven a simple vista, pero están ahí, capaces de mover los engranajes de nuestras más bajas pasiones, nuestros más oscuros intereses.
Los que manejan los hilos saben que las marionetas podrían llegar a rebelarse y romper los hilos que las manejan, por lo que ellos, que sólo aspiran a ser sus dueños durante una temporada, ceden el puesto de vez en cuando a un nuevo títere y amo. Logran así que el tinglado del teatro del mundo permanezca como está, que el sistema se perpetúe, que siga la alternancia: derecha hoy, izquierda mañana, o viceversa. Siempre con el mismo objetivo de mantener a las marionetas de carne y hueso que ignoran que son marionetas y que, en el colmo de la estupidez, llegan a creer que son libres, uncidas al carro que lleva a sus manipuladores en triunfo.
Pero estos faraones democráticos ni siquiera llevan un esclavo detrás recordándoles que son mortales, quieren ser inmortales, construyen pirámides de arena y ya no contentos con mandar durante una generación fundan dinastías destinadas a perpetuarse. Son dueños de nuestros cuerpos, por eso velan por nuestra salud, pero quieren ser también dueños de nuestras mentes y de nuestras almas.
Ni siquiera revoluciones tan gloriosas como la francesa y la rusa que se produjeron contra el sistema pudieron hacer nada contra él, que acabó asimilándolas enseguida, convirtiéndolas en parte también del sistema contra el que se rebelaban.
Yo, personalmente, un triste títere o marioneta como otra cualquiera, no puedo hacer nada tampoco contra el sistema porque, como el Rey Sol, puedo decir que el sistema o el estado, tanto monta, soy yo también.
¿Hay algo, sin embargo, en esta triste marioneta que soy yo que pueda hacer algo contra el sistema? Puede. A lo mejor ya lo he hecho, denunciando cómo son y están las cosas y cómo necesitan de nuestra fe para sostenerse: es posible que sin nuestra fe se desmoronen. Nada nos lo asegura, por supuesto, pero tampoco nada nos dice lo contrario. Es cuestión de probar, de ir tanteando. Puede que sea así, que sin nuestra fe, que mueve y sostiene montañas, todo se venga abajo como por arte de magia. Ojalá sea así. Así sea y que yo lo vea.
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