Un ejemplo de revalorización o apreciación, donde se confunden a lo necio el valor y el precio, que es lo contrario de la de valuación o depreciación y desprecio, es el plátano (o la banana, según otros) de Cattelan.
Un plátano en una frutería suele costar menos de un euro. Sin embargo el
plátano de Maurizio Cattelan, pegado a una pared con cinta adhesiva, vale muchísimo más. Por arte de magia, ya no es un plátano,
sino una obra de arte catalogada como tal, que ha costado en una subasta la escandalosa cifra de
seis millones de dólares.
¿Qué es lo que convierte a una fruta en una obra de arte?
¿Puede cualquier cosa convertirse en arte? Parece que sí si cae en manos de un artista. La personalidad de un
artista más o menos consagrado, pero cuanto más consagrado mejor, puede apropiarse de cualquier cosa y estampar en ella la firma de su nombre propio. Ese sería el primer paso.
En segundo lugar, la
exhibición del objeto en una exposición de una prestigiosa galería de algún marchante (ojo al galicismo, que es sinónimo de comerciante, pero con el añadido semántico de "de obras de arte") o museo donde se exponen otras piezas. El objeto se convierte así como por arte de magia
ya en obra de arte, aunque no haya ningún proceso creativo detrás en su
realización, gracias a la firma del artista y a su exposición y comercialización posterior en una subasta.
No puede faltar, en último término, el
beneplácito de la crítica especializada, que considera que la pieza es
una obra de arte y como tal la consagra, aunque el público no entendido
no comparta esa opinión y no la valore.
Frente al profanum vulgus, se alza la opinión del único que
entiende, además del artista, que es el crítico de arte especializado, que se
convierte así en sumo sacerdote del culto de Apolo y las Musas, y
dictamina lo que puede entrar y lo que no en la categoría de la Historia del Arte. El
resto del público -no entendido- queda excluido y considerado
"ignorante" del arte moderno y contemporáneo.
La alquimia pretendía encontrar la piedra filosofal que trans-mutaba
todas las cosas en oro, y que era el elixir de la eterna juventud que
rejuvenecía y confería la inmortalidad: pues bien, esa piedra filosofal
es el dinero, lo más abstracto, que efectivamente trans-muta todas las
cosas en oro puro idealizándolas.
Llegamos así al ejemplo más conspicuo de este proceso de revalorización, y de comercialización que conozco, que es la obra, que contradice el principio clásico de 'cacatum non est pictum', o sea 'la mierda no se pinta (ni es objeto de representación artística)', que se denominó “Mierda de
artista” de Piero Manzoni (1933-1962). ¿En qué consistía esta singular
obra maestra del arte contemporáneo? El artista firmó –y la simple firma de Manzoni le
imprimió carácter de arte a la obra e incrementó su valor dándole un
significado y su cotización- noventa pequeñas latas de conserva de 6,5 por 4,8 centímetros numeradas con la etiqueta
“Mierda de artista, una edición estrictamente limitada y firmada por el artista. Peso neto 30 gramos. Conservada al natural.
Producida y envasada en mayo 1961”, y escrito en cuatro idiomas para que
estuviera bien claro: Artist's shit (inglés), Künstlerscheisse (alemán), Merda d'Artista (italiano), Merde d'Artiste
(francés). Le faltó el
castellano, pero gracias al francés y al italiano se entiende perfectamente. Las latas, según parece, contenían las heces de sus propios excrementos conservados al natural.
¡Vendió cada lata al precio equivalente a la cotización que
tenía el oro en el día! Pero lo curioso ha sido que la lata número 69
de las 90 que firmó ha alcanzado la cotización actual de 275.000 euros
en una subasta reciente de Milán. La artística mierda se ha vendido no ya a
precio de vil metal, su peso en oro, sino más cara aún que el oro. Se
ignora cuál es el contenido de estas latas de conserva herméticamente
cerradas, si Manzoni defecó y depositó sus heces en su interior, porque,
según parece y que se sepa, ninguna ha sido abierta hasta la fecha para comprobar su contenido.
La "merda d' artista" es el lógico producto
del "artista di merda".
Hemos sacralizado el concepto de creación y el de originalidad,
cuando en realidad la mayoría de las producciones artísticas, sometidas a
derechos de autor como están, no tienen ningún valor para la gente, y
la mayoría de las obras de arte contemporáneas son, como suele decirse
vulgarmente, “una mierda pinchada en un palo”, lo que, paradójicamente,
aumenta su cotización en la bolsa de valores del mercado y las
subvenciones estatales.
Lo que más se promociona y subvenciona econónicamente hablando suele
ser lo que menos vale para la gente y el pueblo, lo más inocuo y lo
menos peligroso para el Estado y el Capital, como sabemos desde que la
figura de Mecenas dio nombre al mecenazgo y a la protección de los
poetas bajo el principado de Augusto, exigiéndoles que cantaran las
glorias del nuevo régimen imperial.
Piero Manzoni ya se había ocupado del cuerpo humano en obras anteriores: además de inflar globos con su propio aliento en los grupos de trabajo “Corpi d'aria” (1959/60) y “Fiato d'artista” (1960), ofreció al público en “Consumazione dell'arte”, huevos cocidos, que previamente había firmado con su huella digital, para comer.
Desde el consumo de estos huevos hasta la excreción, que es el resultado (en el sentido biológico) lógico de la ingesta de alimentos, se completa el ciclo de producción orgánica. El artista reduce la creación a la expresión biológica más directa: su producción -orgánica- es la mierda.
El embalaje estandar industrial, una simple lata y el etiquetado uniforme y en serie, hicieron que su escatológica “Merda d'artista” parecidera un bien de consumo trivial, lo cual venía a sugerir artísticamente que todos los bienes de consumo triviales son una mierda literalmente.
El valor de dicha mercancía debía corresponder al valor diario actual de una onza troy de oro. Con lo cual se equiparaba el oro con la mierda y viceversa, lo que nos hacía reconsiderar que estas categorías no están tan aparentemente opuestas como parecen a primera y simple vista.
Lo que cualquiera puede sentir en este mundo de mierda, que los sustitutos de vida en esta obsolescencia programada inundada de mercancías y reducidos por el bien supremo cada cual a esa misma condición a la que se deben en tanto creaciones y criaturas, el artista en su propia condición engreída recurre a la valorización haciendo una abstracción retorcida, cual bayeta con la que pretende limpiar y dar esplendor a la decadencia, impotencia y detritus que experimenta en su rol y dedicación personalizada a nuestro Señor y su inmundicia, y que en su gremio se lo agradecen con esas subastas que convocan y a donde acude el supremo Señor enriquecido con la abstracción, con el ritual y los sacrificios que le ofrecen sus más devotas y creyentes criaturas.
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