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miércoles, 3 de mayo de 2023

Lecciones de economía: 8. -Dinero y artes.

    Decía Antonio Machado: Todo necio confunde valor y precio. Las artes, como todas las cosas en este mundo, no se libran del proceso comercial que las convierte en mercancías y en propiedades privadas, por lo que sus obras tienen un precio, y a menudo muy alto, tan alto que muchas veces resulta incalculable, hasta el punto de que suele estar en razón inversamente proporcional al del valor y utilidad que tienen para la gente, por lo que cuanto menos valen para el común de los mortales, más caras se pagan, y viceversa. 
 
    Hoy,  como decía Óscar Guail con su agudeza habitual, conocemos el precio de todo y el valor de nada, aunque los precios de las cosas nunca sean fijos del todo, sometidos como están a los vaivenes y oscilaciones del mercado según su disponibilidad y según las fluctuaciones de las leyes de la oferta y la demanda. 

    Como el precio de una obra de arte, de un cuadro, de una melodía musical, de una poesía, de un razonamiento filosófico o de una narración es tan difícil de calcular, porque hay que efectuar su conversión a dinero, capitalización o catargiriosis, cosa que parece imposible pero se hace, se recurre para su tasación a las subastas donde las producciones artísticas se venden al mejor postor, adjudicándoles su propiedad al que está dispuesto a pagar más por ellas. 

 ¿Arte o chatarra?

    La palabra subasta, por cierto, procede de la preposición latina sub (bajo) y del sustantivo hasta (lanza). Cuando a un ciudadano se le requisaban los bienes, se clavaba una lanza para indicar que aquello estaba custodiado por el poder militar del Estado y nadie podía tocarlo hasta que no se celebrara una venta pública y se adjudicara al que más pagara por ellos tras una pública puja. Lo mismo sucedía con el botín de guerra, en el que se incluían los prisioneros, que, habiendo perdido su libertad, se subastaban en pública almoneda como esclavos que pasaban a ser propiedad de los dueños que los adquirieran. 

    Llegamos, pues, a la conclusión de que las obras de arte y los artistas también se venden y también cotizan, y sus cotizaciones suelen estar en razón inversa a su valor. Cotizar es término económico que significa pagar una cuota y fijar un precio en la Bolsa, que deriva del latín “quota” (cuánto), por lo que la cotización de una obra está relacionada con la cantidad de dinero que cuesta, pero no con la calidad, que como se ha dicho suele ir en la proporción de a mayor cotización menor calidad y viceversa: los que más venden, por otra parte, son los más vendidos.

    Uno de los pintores más cotizados del siglo XX es sin duda Salvador Dalí. Su firma da inmediatamente valor a cualquier cosa, por muy insignificante o anodina que sea. El poeta surrealista francés André Breton rebautizó despectivamente al pintor catalán con el anagrama "Avida Dollars", que definía perfectamente la relación de Dalí con el dinero, y lo expulsó del grupo surrealista por considerar que prostituía su arte al comercializarlo.

 

    Avida Dollars es, en efecto, un anagrama: Las diez letras de este latín macarrónico, que significa "deseosa de dólares", escritas en otro orden corresponden al nombre y apellido del pintor Salvador Dalí. El adjetivo "avida" está en forma femenina. A veces se traduce por "sediento", pero, más propiamente sería "sedienta de dólares". ¿Por qué el femenino? Pues porque podemos sobreentender, por ejemplo, el sustantivo "persona" o "alma": Dalí era una alma deseosa de dinero. También podemos sobreentender, en una alusión a su codicia, mujer codiciosa de dinero: prostituta, artista que comercializa su arte, que se/lo vende.

 La fuente, marcel Duchamp (1917)

    El urinario de Duchamp demostró que cualquier cosa podía considerarse una obra de arte con tal de que el artista, en este caso Marcel Duchamp (1887-1968), la declarara tal chef d'oeuvre –le puso el título de La Fuente (1917)- , la separara de su contexto original (en este caso, un retrete) y la situara en un nuevo marco adecuado -una galería, una exposición o un museo-, y algún crítico especializado o entendido en arte la considerara como tal “obra de arte” u “obra maestra”. Fue firmada inicialmente por “R. Mutt”, un nombre desconocido en el mundo artístico, por lo que se rechazó, pero cuando se supo que R. Mutt era un pseudónimo detrás del que se escondía Marcel Duchamp, reconocido artista vanguardista, se reconsideró como una obra de arte escultórica con un significado trascendente que estaba implícito en su título.

    Otro ejemplo bastante más significativo de catargiriosis o conversión en dinero es la obra “Mierda de artista” de Piero Manzoni (1933-1962). ¿En qué consistía esta singular obra maestra de arte? El artista firmó –y la simple firma de Manzoni le imprimió carácter de arte a la obra e incrementó su valor dándole un significado y su cotización- noventa latas de conserva con la etiqueta “Mierda de artista. Peso neto 30 gramos. Conservada al natural. Producida y envasada en mayo 1961” escrita en cuatro idiomas para que estuviera bien claro: italiano, francés, inglés y alemán (le faltó el castellano). ¡Vendió cada lata al precio equivalente a la cotización que tenía el oro en el día! Pero lo curioso ha sido que la lata número 69 de las 90 que firmó ha alcanzado la cotización actual de 275.000 euros en una subasta reciente de Milán. La artística caca se ha vendido no ya a precio de vil metal, su peso en oro, sino más cara aún que el oro. Se ignora cuál es el contenido de estas latas de conserva herméticamente cerradas, si Manzoni defecó y depositó sus heces en su interior, porque, según parece, ninguna ha sido abierta, todavía.

Mierda de artista, Piero Manzoni (1961)

    ¿Qué convierte las cosas en arte, ya que cualquier cosa puede convertirse en obra de arte? En primer lugar, la personalidad de un artista estampada en la firma de su nombre propio; en segundo lugar, la exhibición del objeto en una galería consagrada o museo donde se exponen otras obras de arte. El objeto se ha convertido como por arte de magia ya en obra de arte, aunque no haya ningún proceso creativo detrás en su realización, gracias a la firma del artista. Y en último lugar, el beneplácito de  la crítica especializada, que considera que la pieza es una obra de arte y como tal la consagra, aunque el público no entendido no comparta esa opinión y no la valore. 
 
    Frente al  profanum vulgus, se alza la opinión del único que entiende, además del artista, que es el crítico especializado, que se convierte así en sumo sacerdote del culto de Apolo y  las Musas, y dictamina lo que puede entrar y lo que no en la Historia del Arte. El resto del público -no entendido- queda excluido y considerado "ignorante" del arte moderno y contemporáneo.

    La alquimia pretendía encontrar la piedra filosofal que trans-mutaba todas las cosas en oro, y que era el elixir de la eterna juventud que rejuvenecía y confería la inmortalidad: pues bien, esa piedra filosofal es el dinero, lo más abstracto, que efectivamente trans-muta todas las cosas en oro y las  idealiza. La merda d' artista es el lógico producto del artista di merda.

    Hemos sacralizado el concepto de creación y el de originalidad, cuando en realidad la mayoría de las producciones artísticas, sometidas a derechos de autor como están, no tienen ningún valor para la gente, y la mayoría de las obras de arte contemporáneas son, como suele decirse vulgarmente, “una mierda pinchada en un palo”, lo que, paradójicamente, aumenta su cotización en la bolsa de valores del mercado y las subvenciones estatales. 

    Lo que más se promociona y subvenciona econónicamente hablando suele ser lo que menos vale para la gente y el pueblo, lo más inocuo y lo menos peligroso para el Estado y el Capital, como sabemos desde que la figura de Mecenas dio nombre al mecenazgo y a la protección de los poetas bajo el principado de Augusto, exigiéndoles que cantaran las glorias del nuevo régimen imperial.

martes, 27 de diciembre de 2022

Una bala perdida

    El artista británico Chris Mitton (Londres 1963-...) confiesa que cuando era niño no podía entender cómo el revólver tan utilizado en las películas del oeste americano de indios y vaqueros que veía en el cine y la televisión, el Colt 45 se llamaba “pacificador” (peacemaker, o 'hacedor de la paz' en la lengua del Imperio), hasta que comprendió la idea de que la paz se mantiene gracias a la amenaza de las armas, el viejo 'si uis pacem, para bellum' de los romanos (si quieres la paz, prepara la guerra, que es el fundamento de la pax Americana),  una ideología que ha robustecido siempre el militarismo y que evolucionó hasta la proliferación de armamento nuclear de destrucción mutua asegurada y masiva de la Guerra Fría de mediados del siglo XX hasta la actualidad, cuyo uso desembocaría en la destrucción completa tanto del atacante como del atacado, tanto de los tirios como de los troyanos.
 
      Esta arma de acción simple, cuyo tambor tiene cabida para seis cartuchos, fascinó al niño que era el artista Chris Mitton, que, una vez adulto, decidió reproducirlo haciendo una réplica exacta de 3:1 de un original, tallada a mano en un bloque de mármol de Carrara blanco, lo que le llevó seis meses, presentándolo sobre un soporte de acero inoxidable, convirtiéndola en una Obra de Arte.  En esta página se pueden ver fotos del proceso imitativo, mejor que creativo, que ha seguido el artista.
 
    Dice, a propósito, la inevitable Güiquipedia que el Colt Pacificador fue ampliamente utilizado por la industria cinematográfica, que lo elevó a la categoría de mito al asociarlo a grandes estrellas de la pantalla en las películas del viejo oeste americano. 
 
La pistola pacificadora, Chris Mitton   
 
    El que a un instrumento de muerte se le denomine 'pacificador' sólo se explica por la amenaza que conlleva. Este nombre es como el viejo epíteto latino “pacifer”, portador de la paz, a imagen y semejanza de “lucifer”, portador de la luz, que los romanos le dieron a Marte, el dios de la guerra. La paz, evidentemente, solo puede estar fundada sobre la amenaza de la guerra, lo mismo que la vida sobre la de la muerte. Claro que en ambos casos ni la paz es paz verdadera ni la vida es vida de verdad, sino todo lo contrario. Por eso nos va como nos va. 
 
  Hay, según me cuentan, una serie televisiva norteamericana, estrenada este mismo año, titulada así mismo 'Peacemaker' (El pacificador), cuyo argumento se resume muy sencillamente: Un hombre lucha por la paz a toda costa, sin importar a cuántas personas tenga que eliminar para conseguirla. Quizá debería acabar la última temporada de dicha serie con el suicidio del protagonista y de la serie. 
      
Ulises y Nausícaa, Jean Alfred Marioton (1888)
 
    Cuando Ulises naufraga en la isla de Esqueria, desarmado y desnudo, después de haber perdido tripulación y barco, donde lo encuentran unas muchachas y una de ellas, Nausícaa, la hija del rey Alcínoo, se enamora perdidamente de él, descubre que sus habitantes, los feacios, no saben de arcos ni flechas, porque son un pueblo pacífico que solo se preocupa de los aparejos de sus negras naves. En el ágora se levanta un templo al dios del mar, el terrible y fascinante Posidón, y allí mismo los feacios, que no se cuidan de las armas, se dedican en cambio a sus amarras y velas, a los mástiles y remos de sus naves "con las que cruzan ufanos el mar plateado de espumas". Gracias a ellos y a uno de sus navíos podrá Ulises, después de regalarles a cambio de su hospitalidad el relato de toda su odisea, volver a su reino, a Ítaca, que había dejado atrás hacía veinte años para poder ganar una guerra en la que al final no hay ni vencedores ni vencidos, ni buenos ni malos, sino solo derrotados.    
     

jueves, 4 de agosto de 2022

Varia variorum (Espectáculo de variedades III)

    Alegato contra las personas mayores. Este alegato no va dirigido contra los ancianos, porque en realidad, benditos sean, son como niños, sino contra los adultos, es decir, contra aquellos seres humanos que han dejado atrás su infancia y su juventud, pisoteándola como Atila el rey de los hunos, y han alcanzado la meta de la madurez entrando por el aro de la sociedad organizada y establecida; contra aquellos que, dejando de ser incendiarios, se han convertido en bomberos de sus propios fuegos revolucionarios y ardores juveniles; contra aquellos que se han acomodado en el sistema; contra aquellos a los que sólo importa la cantidad y no la calidad, quienes para conocerte quieren saber cuánto ganas, porque ya no vale aquello de “tanto tienes, tanto vales” sino “sólo vales lo que ganas”; contra aquellos que se preocupan por las cifras y sólo entienden de números, es decir, de dinero; contra aquellos que han fraguado su personalidad, su persona, la máscara hipócrita del actor de teatro antiguo, sobre el asesinato del niño que fueron alguna vez y que era capaz de interesarse por cualquier cosa excepto por los números y las cifras, lo único que les preocupa ahora a ellos, los adultos, los adúlteros, los adulterados.

    Sesentayochistas. Los jóvenes que se rebelaron en aquel mayo glorioso de 1968 en París no hicieron más que someterse a la ley de los mercados, plegarse al mercantilismo y a la mercantilización general del universo mundo. Todos -bureno, todos todos no, pero sí la inmensa mayoría- se han convertido en capitalistas y en gobernadores democráticamente electos que saben controlar a las mil maravillas el márketing electoral mediático. Los sesentayochistas son los viejos que detentan ahora el poder, malditos sean: reclamaron que la imaginación, o sea ellos, debía llegar al poder, y llegaron. Se olvidaron de muchas cosas por el camino, se olvidaron de que la imaginación debe rebelarse siempre contra el poder que la hace impotente. 

     La voz de los espíritus. En una sesión de espiritismo, el espíritu de un fallecido recientemente se comunica a través de un médium y proclama que los muertos somos nosotros.

Primaballerina en la Ópera de Breslavia, fotografía de Stefan Arczyński (1953)

 

    Del arte contemporáneo. Resucitamos aquí el viejo debate entre los modernos y los antiguos en favor de los antiguos. No es verdad que, como dijo Duchamp, todo lo que se ponga en un museo, que es un espacio consagrado a las musas y por lo tanto a las artes, se convierta por arte de magia, valga la redundancia, en obra de arte, como tampoco es verdad la fórmula más chabacana y warholiana de que todo lo que hay en un supermercado, por ejemplo una lata de cerveza, pueda entrar en un museo y, por ende, convertirse en una obra de arte. La gente lo sabe. Los modernos críticos de arte, artistas frustrados, no quieren darse por enterados. El arte contemporáneo no merece por lo general el apelativo de “arte”: es basura abstracta, una mierda pinchada en un palo, pero no arte. No denominemos, pues, arte al arte contemporáneo. Atrevámonos a desengañarnos.

    Gana la banca. La banca siempre gana. ¿Quién va a desbancarla? ¿Quién será el desbancador que desbanque a la banca? ¿Será el banquero el que gane el dinero de la banca? ¿Se producirá alguna vez la quiebra del sistema bancario usurero universal? ¿Lo verán mis ojos antes de que se los trague la negra tierra?

  Desengaño. Shepard Frairey es el nombre propio del joven artista de segunda o tercera fila que realizó el cartel guarjoliano de Obama con la palabra “HOPE” que en la lengua del imperio significa “esperanza” en la campaña electoral, estampada bajo la efigie del futuro sheriff y mesías electo democráticamente. Pues bien, el creador de esa imagen lamenta ahora en unas declaraciones a la prensa algo que yo, que no me creo nada, ya dije en su momento: que el primer presidente negro de los Estados Unidos ha decepcionado a la juventud porque no ha luchado contra el status quo como prometió reiteradamente. Y es que el tan prometido y cacareado cambio (CHANGE, en la jerga imperial) no era más que un recambio en el poder para que todo siguiera, si no iba a peor, por lo menos igual de mal. Más vale tarde que nunca. El desengaño, digo.

     ¿Cada uno es cada uno? Nos dicen que cada uno es cada uno, y es mentira. Nos falta mucho y nos sobra mucho para ser el que somos, para ser cada uno. Por eso, porque cada uno no es cada uno, no hay manera de contarnos ni puede haber una mayoría que se haga pasar por el conjunto totalitario de todos.

    Horrores televisados. Las imágenes vistas a través de la pequeña pantalla estupefaciente nos ayudan a asimilar la represión, el dolor y el sufrimiento propios y ajenos, desposeyéndonos de sentimientos. El primer gran reality show bélico fue la masacre de Golfo Pérsico en el año 1991, cuando por primera vez asistíamos desde las butacas de nuestros comedores a las imágenes en directo de los bombardeos sobre Bagdad con toda la naturalidad del mundo. Asistimos después a muchos otros, destacando la guerra contra el virus y la pandemia durante los años 2020 y 2021. Ahora tenemos, además de la actualización COVID-22 Plus,  la guerra de Ucrania.

  


    ¿Por qué no muere el Poder? Mal se plantea el pintor brasileño las cosas. Se pregunta, en efecto, el artista ingenuamente que por qué las personas del poder, los poderosos, no mueren. Y él se ha retratado apuntado con una pistola a la Reina de Inglaterra, al presidente de Irán y al de su país, al que degüella con un cuchillo, entre otros mandamases potentados del mundo. El autor comenta que la idea de pintar las obras que ha pintado donde él ajusticia a los poderosos surgió cuando empezó a ver a los líderes mundiales como responsables de la «gran cantidad de males que afectan a una enorme cantidad de gente en todo el mundo». Y se justifica considerando que como ellos matan a tanta gente, no sería mala cosa matarlos a ellos. No se da cuenta el artista de que los poderosos, como él dice, son impotentes al fin y a la postre y de que muerto el perro no se acaba la rabia, porque lo importante no es matar al individuo-títere que supuestamente encarna el poder, sino el poder mismo que él encarna porque nosotros delegamos irresponsablemente en él nuestro voto.