jueves, 4 de agosto de 2022

Varia variorum (Espectáculo de variedades III)

    Alegato contra las personas mayores. Este alegato no va dirigido contra los ancianos, porque en realidad, benditos sean, son como niños, sino contra los adultos, es decir, contra aquellos seres humanos que han dejado atrás su infancia y su juventud, pisoteándola como Atila el rey de los hunos, y han alcanzado la meta de la madurez entrando por el aro de la sociedad organizada y establecida; contra aquellos que, dejando de ser incendiarios, se han convertido en bomberos de sus propios fuegos revolucionarios y ardores juveniles; contra aquellos que se han acomodado en el sistema; contra aquellos a los que sólo importa la cantidad y no la calidad, quienes para conocerte quieren saber cuánto ganas, porque ya no vale aquello de “tanto tienes, tanto vales” sino “sólo vales lo que ganas”; contra aquellos que se preocupan por las cifras y sólo entienden de números, es decir, de dinero; contra aquellos que han fraguado su personalidad, su persona, la máscara hipócrita del actor de teatro antiguo, sobre el asesinato del niño que fueron alguna vez y que era capaz de interesarse por cualquier cosa excepto por los números y las cifras, lo único que les preocupa ahora a ellos, los adultos, los adúlteros, los adulterados.

    Sesentayochistas. Los jóvenes que se rebelaron en aquel mayo glorioso de 1968 en París no hicieron más que someterse a la ley de los mercados, plegarse al mercantilismo y a la mercantilización general del universo mundo. Todos -bureno, todos todos no, pero sí la inmensa mayoría- se han convertido en capitalistas y en gobernadores democráticamente electos que saben controlar a las mil maravillas el márketing electoral mediático. Los sesentayochistas son los viejos que detentan ahora el poder, malditos sean: reclamaron que la imaginación, o sea ellos, debía llegar al poder, y llegaron. Se olvidaron de muchas cosas por el camino, se olvidaron de que la imaginación debe rebelarse siempre contra el poder que la hace impotente. 

     La voz de los espíritus. En una sesión de espiritismo, el espíritu de un fallecido recientemente se comunica a través de un médium y proclama que los muertos somos nosotros.

Primaballerina en la Ópera de Breslavia, fotografía de Stefan Arczyński (1953)

 

    Del arte contemporáneo. Resucitamos aquí el viejo debate entre los modernos y los antiguos en favor de los antiguos. No es verdad que, como dijo Duchamp, todo lo que se ponga en un museo, que es un espacio consagrado a las musas y por lo tanto a las artes, se convierta por arte de magia, valga la redundancia, en obra de arte, como tampoco es verdad la fórmula más chabacana y warholiana de que todo lo que hay en un supermercado, por ejemplo una lata de cerveza, pueda entrar en un museo y, por ende, convertirse en una obra de arte. La gente lo sabe. Los modernos críticos de arte, artistas frustrados, no quieren darse por enterados. El arte contemporáneo no merece por lo general el apelativo de “arte”: es basura abstracta, una mierda pinchada en un palo, pero no arte. No denominemos, pues, arte al arte contemporáneo. Atrevámonos a desengañarnos.

    Gana la banca. La banca siempre gana. ¿Quién va a desbancarla? ¿Quién será el desbancador que desbanque a la banca? ¿Será el banquero el que gane el dinero de la banca? ¿Se producirá alguna vez la quiebra del sistema bancario usurero universal? ¿Lo verán mis ojos antes de que se los trague la negra tierra?

  Desengaño. Shepard Frairey es el nombre propio del joven artista de segunda o tercera fila que realizó el cartel guarjoliano de Obama con la palabra “HOPE” que en la lengua del imperio significa “esperanza” en la campaña electoral, estampada bajo la efigie del futuro sheriff y mesías electo democráticamente. Pues bien, el creador de esa imagen lamenta ahora en unas declaraciones a la prensa algo que yo, que no me creo nada, ya dije en su momento: que el primer presidente negro de los Estados Unidos ha decepcionado a la juventud porque no ha luchado contra el status quo como prometió reiteradamente. Y es que el tan prometido y cacareado cambio (CHANGE, en la jerga imperial) no era más que un recambio en el poder para que todo siguiera, si no iba a peor, por lo menos igual de mal. Más vale tarde que nunca. El desengaño, digo.

     ¿Cada uno es cada uno? Nos dicen que cada uno es cada uno, y es mentira. Nos falta mucho y nos sobra mucho para ser el que somos, para ser cada uno. Por eso, porque cada uno no es cada uno, no hay manera de contarnos ni puede haber una mayoría que se haga pasar por el conjunto totalitario de todos.

    Horrores televisados. Las imágenes vistas a través de la pequeña pantalla estupefaciente nos ayudan a asimilar la represión, el dolor y el sufrimiento propios y ajenos, desposeyéndonos de sentimientos. El primer gran reality show bélico fue la masacre de Golfo Pérsico en el año 1991, cuando por primera vez asistíamos desde las butacas de nuestros comedores a las imágenes en directo de los bombardeos sobre Bagdad con toda la naturalidad del mundo. Asistimos después a muchos otros, destacando la guerra contra el virus y la pandemia durante los años 2020 y 2021. Ahora tenemos, además de la actualización COVID-22 Plus,  la guerra de Ucrania.

  


    ¿Por qué no muere el Poder? Mal se plantea el pintor brasileño las cosas. Se pregunta, en efecto, el artista ingenuamente que por qué las personas del poder, los poderosos, no mueren. Y él se ha retratado apuntado con una pistola a la Reina de Inglaterra, al presidente de Irán y al de su país, al que degüella con un cuchillo, entre otros mandamases potentados del mundo. El autor comenta que la idea de pintar las obras que ha pintado donde él ajusticia a los poderosos surgió cuando empezó a ver a los líderes mundiales como responsables de la «gran cantidad de males que afectan a una enorme cantidad de gente en todo el mundo». Y se justifica considerando que como ellos matan a tanta gente, no sería mala cosa matarlos a ellos. No se da cuenta el artista de que los poderosos, como él dice, son impotentes al fin y a la postre y de que muerto el perro no se acaba la rabia, porque lo importante no es matar al individuo-títere que supuestamente encarna el poder, sino el poder mismo que él encarna porque nosotros delegamos irresponsablemente en él nuestro voto.

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