Donde hay patrón no manda, se dice, marinero,
ni en barco de pesca ni en un buque de la armada
ni en un navío mercantil. Subordinada
la marinería como está, obedece siempre
las órdenes de quien detenta el mando a bordo
sin rechistar. El comandante es quien manda,
es el primero en embarcar y es el postrero
que desembarca. Las ordenanzas sacrosantas
disponen eso, militares y civiles,
cumplidas siempre a rajatabla en el combate
y en esta mentirosa paz con que camuflan
los acólitos de Marte, el dios beligerante,
la eterna llaga y vieja guerra, detestada,
como cantó el poeta Horacio, por las madres
que envían sus hijos a morir al frente heroica-
y dulcemente, dando su vida por la puta
patria y por las ideas, me cago en todas ellas,
malditas sean. Marineros y grumetes
pese al valor que pueda tener su iniciativa
propia, no tienen voz ni mando. Si hay alguno
que no está conforme con las órdenes dictadas
por sus jerárquicos superiores, ante todo
debe acatarlas lo primero, y tras cumplirlas
podrá expresar su desacuerdo si es que sirve
entonces de algo. En un sistema de dominio
democrático como el vigente, elige el pueblo
soberano a su amo, y es así la democracia
la más perfecta, más cumplida y acabada
dictadura que haya. Y cierto si es, como se dice,
que todos somos marineros y que vamos
en el mismo barco, que es la nave del Estado,
según la clásica metáfora, no es menos
cierto que entonces no podemos ser iguales
en tanto que haya jerarquía y haya mando
y obediencia ciega. A fin de cuentas quien gobierna
es don Dinero, y no el gabinete del gobierno
mayoritariamente electo. Bien se sabe
que si hay Estado, por muy demócratico que sea,
mandar no pueden marinero ni soldado,
y el Capital, que es capitán de capitanes,
gobierna. El pueblo es objeto del gobierno,
no manda, sino que es mandado y gobernado.
Manda el mercado, convirtiendo en mercancías
todas las cosas y personas empleadas,
recursos humanos suyos todas las personas.
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