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sábado, 20 de abril de 2024

Bombas buenas y malas

Dependiendo de su nacionalidad y el uso

que se haga de ellas, bombas buenas hay y... malas.

No son iguales todas ni meterse pueden

en el mismo saco todas juntas y mezcladas,

igual que no se deben churras y merinas

cruzar ni confundirse, aun siendo ovejas ambas.

Las bombas occidentales son las bombas buenas

a más de tecnológicamente avanzadas

e inteligentes como solo ellas saben,

pacíficas, democráticas, humanitarias;

su razón de ser, la lucha contra el terrorismo;

jamás ofensivas, son disuasorias, necesarias;

instrumentos siempre de defensa. Se diría

que no son bombas explosivas, nunca estallan

en los países donde suelen producirse,

sino en lejanos escenarios de batallas

en donde los derechos humanos no se cumplen,

según afirman, como si se respetaran

en alguna parte, pero así se justifican;

cuya fabricación reactiva, malparada,

la economía y crea puestos de trabajo;

benditas sean por lo tanto, bombas y armas

benéficas además de buenas, mientras que otras,

las otras, no occidentales, son perversas, malas,

intrínsecamente criminales, terroristas

que causan en nuestras filas lamentables bajas,

sembrando el pánico y la muerte de inocentes:

malditas sean, sanguinarias, inhumanas.

 

lunes, 13 de marzo de 2023

¿Sueño o realidad?

 No sé si sólo era un sueño lo soñado

y por lo tanto era falso, o al contrario,

lo falso es esta realidad que vivo ahora

y el sueño que me tuvo y tuve fue real.

Le cedo el verso al poeta aquel Campoamor,

injustamente olvidado en las Españas:

¿Es sueño o realidad lo que he vivido?

No lo sé, pues yo, que hablo, no estoy cierto

si al juzgarme despierto estoy dormido,

o al creerme dormido estoy despierto.

miércoles, 15 de febrero de 2023

Deseo de ser salvaje

Sentí el deseo muy temprano de ser como ellos,

al ver un indio americano dibujado

en un cómic del lejano oeste por vez primera

montando a caballo. Entonces supe que quería

ser uno de ellos, un salvaje y un piel roja:

me reconocí en seguida viéndome en su espejo,

porque ellos eran mis hermanos, mis iguales

en pie de guerra contra el rostro pálido.

Era un comanche, o un apache. Mi pueblo no

podía aceptar las condiciones de la paz

que le proponía e imponía desde Guasintón 

el gran padre blanco; y no es que no deseáramos

vivir en paz, que es lo que más queríamos,

sino que no concebíamos que pudiera haber

en este mundo nunca verdadera paz

sin libertad, que vale más que todo el oro

que hay en las minas que cobijan las entrañas

de la madre Tierra. El oro ciega y enfebrece

a los rostros pálidos. Los guerreros, sin embargo,

lo codiciamos sólo por lograr al trueque

armas de fuego y güisqui, para emborracharnos

a fin de así olvidarnos, ebrios, de la guerra,

la guerra que ¡maldita sea! no queremos,

siendo guerreros. Pero nos obligan ya

a caminar por su sendero, porque, bravos,

los apaches no queremos ser acorralados,

ni estabulados y confinados en reservas,

sino vivir sin sujeción, como coyotes,

como lo hicieron los antepasados nuestros,

cabalgando nómadas al galope con el viento

semidesnudos y salvajes, primitivos,

galopando a pelo sin estribos ni montura,

sobre una tierra que no tuvo nunca dueño;

así vivieron ellos y nosotros, libres,

antes de que llegara la civilización,

y que trazara el hombre blanco las fronteras

-malditas sean todas ellas- y escribiera

el libro siempre ensangrentado de la Historia.

lunes, 30 de enero de 2023

Pintadas

¿Vida post mortem? ¿Hay acaso vida antes? 
¿En Marte, vida? ¿La hay siquiera aquí en la Tierra? 
 
Contra la historia, olvido a fin de que revivan inmemoriales y benditos los recuerdos.
 
 Duró lo mismo que una gota de rocío sobre una brizna de hierba al despuntar el sol.
 
 Será el mejor nacionalismo aquel que sea de mínima o, mejor, ninguna intensidad. 
 
Mejor un pez que nada en aguas de la mar salada que un pescado en la pescadería. 
 
Cometa yo multicolor que vuela al viento.
 
 La paz, un lobo disfrazado de cordero. 
 
 No tengo miedo a lo desconocido, más miedo me da lo conocido que conozco. 

Las imágenes atrofian la imaginación. 
 
 
 Ser algo el día de mañana, sí, cualquier cosa, mas poca cosa, poquita, casi nada. 
 
 ¡Ay! ¡Cuántos jóvenes prematuramente viejos,  envejecidos, más que el buen Matusalén! 
 
Todos los nombres propios son pseudónimos.
 
 Últimas noticias: nada nuevo bajo el sol. 
  Pero el Sol ¿no es nuevo cada día que amanece? 
 
Lo que se pierde, bien mirado, es también, por otra parte, aquello mismo que se gana. 
 
 ¿Quién me ha metido en la cabeza esta idea?  ¿Quién me ha metido en ella todas las ideas?
 
 Los españoles no nacemos españoles, nos hacemos, si no nos hacen antes, españoles.
 
 Ahora es el momento: ahora mismo o nunca.

jueves, 18 de agosto de 2022

Donde hay patrón...

 


Donde hay patrón no manda, se dice, marinero,

ni en barco de pesca ni en un buque de la armada

ni en un navío mercantil. Subordinada

la marinería como está, obedece siempre

las órdenes de quien detenta el mando a bordo

sin rechistar.  El comandante es quien manda,

es el primero en embarcar y es el postrero

que desembarca. Las ordenanzas sacrosantas

disponen eso, militares y civiles,

cumplidas siempre a rajatabla en el combate

y en esta mentirosa paz con que camuflan

los acólitos de Marte, el dios beligerante,

la eterna llaga y vieja guerra, detestada,

como cantó el poeta Horacio, por las madres

que envían sus hijos a morir al frente heroica-

y dulcemente, dando su vida por la puta

patria y por las ideas, me cago en todas ellas,

malditas sean.  Marineros y grumetes

pese al valor que pueda tener su iniciativa

propia, no tienen voz ni mando. Si hay alguno

que no está conforme con las órdenes dictadas

por sus jerárquicos superiores, ante todo

debe acatarlas lo primero, y tras cumplirlas

podrá expresar su desacuerdo si es que sirve

entonces de algo. En un sistema de dominio

democrático como el vigente, elige el pueblo

soberano a su amo, y es así la democracia

la más perfecta, más cumplida y acabada

dictadura que haya.  Y cierto si es, como se dice,

que todos somos marineros y que vamos

en el mismo barco, que es la nave del Estado,

según la clásica metáfora, no es menos

cierto que entonces no podemos ser iguales

en tanto que haya jerarquía y haya mando

y obediencia ciega.  A fin de cuentas quien gobierna

es don Dinero, y no el gabinete del gobierno

mayoritariamente electo. Bien se sabe

que si hay Estado, por muy demócratico que sea,

mandar no pueden marinero ni soldado,

y el Capital, que es capitán de capitanes,

gobierna. El pueblo es objeto del gobierno,

no manda, sino que es mandado y gobernado.

Manda el mercado, convirtiendo en mercancías

todas las cosas y personas empleadas,

recursos humanos suyos todas las personas.

domingo, 16 de enero de 2022

Hemos entrado en el invierno


Entró en funciones el invierno destemplado,

y hemos entrado de cabeza en él nosotros

con sus ventajas y sus inconvenientes largos:

es oficial, porque lo dice el calendario.

En esta temporada vuelven los catarros,

y los resfriados, los trancazos, la vieja gripe

que había desaparecido, aseguraban,

de la faz del mundo gracias a las mascarillas

y los confinamientos que ordenó el Gobierno...

La vuelta al cole precipita a los chavales

enmascarados e inoculados a las aulas

a recibir la confirmación del dogmatismo.

Se ha apoderado de la gente la morbosa

necesidad de hacerse pruebas y testarse.

Y se someten voluntarios a cribados,

a análisis, radiografías y chequeos

para saber si están acaso sanos, libres

de enfermedades contagiosas y letales,

víctimas que son de un puritanismo sanitario.

Y viven bajo un régimen terrorista, viven

acongojados por el miedo de la peste,

del bicho, del cáncer; son conscientes de su cuerpo,

son los enfermos imaginarios, sometidos

a prevenciones, profilaxis y controles.

¡Cuánta tristeza y cuánto enojo da ver filas

larguísimas, interminables en farmacias,

en los llamados vacunódromos, hospitales,

y laboratorios de gente sana a simple vista

que necesitan una prueba fehaciente:

saber si tienen virus coronado, el bicho,

que dicen, y que recibirán la confirmación

no sin sobresalto de la tremenda enfermedad,

que es la conciencia, mala, de su propio cuerpo!

Y se confinan, y se aislan y marchitan. 

Renuncian a vivir para salvar su vida

en aras de futura tierra prometida

en la que nunca entrarán. El fanatismo

científico y religioso se ha apoderado

de todo el mundo sometido a los dictados

del invierno que ha irrumpido en nuestras almas muertas.

 ¿Cómo saldremos de este atolladero? ¿Cómo

nos libraremos de este miedo de la Parca

que nos han metido e inculcado hasta las trancas,

que nos está matando en todos los sentidos

y no nos deja ya vivir? Nos han hurtado

las autoridades sanitarias la salud, 

que era la vida, la desnuda y pura vida,

con el pretexto de imponernos la futura

sanidad, enfermos todos en potencia siempre.

¡No se chequee, caballero; señorita,

no se haga pruebas, niéguese a cuidarse tanto,

no se preocupe, líbrese de toda cuita,

descuídese, abandónese un momento y viva,

que la salud no es otra cosa más que olvido!

 

lunes, 15 de noviembre de 2021

Algunos ríos

    El río, que es metáfora del tiempo, fluye, corriente que huye de mis ojos y mis manos, y al mismo tiempo permanece y deja algo: si el agua pasa, queda el cauce y queda el nombre. Lo escribe Séneca en una carta donde cita y comenta al tenebroso Heraclito: “Al mismo río dos veces bajas y no bajas”. No hay dos veces: ni tú ni el río ni sus aguas sois los mismos, cambiáis, dejáis de ser para poder seguir siendo los mismos, los idénticos Proteos, versátiles metamorfosis inmutables, reencarnaciones en un ciclo interminable: se vive sólo una vez, ahora o nunca, se baja sólo una vez, que no es ninguna, que ni siquiera es una en un sentido propio, a la vida, el turbio y claro arroyo que te arrolla ahora mismo. ¿Qué hora es? La misma hora, a todas horas, la misma en punto, exactamente siempre es la misma hora, ahora mismo, inmensa que se divide y subdivide y multiplica en muchas otras horas, días, noches, años... En esta incierta hora en la que escribo yo ahora, caben las inciertas horas todas de mi vida, las pasadas y las porvenir, proyectando una vasta sombra milenaria que nunca acaba de pasar ni de contarse... 
 
 
    Por eso mismo ahora estoy aquí, en Toledo, de paso, en donde el Tajo fluye, peregrino, con sus estrofas permanentes de agua clara, cruzando el puente de Alcántara, suspirando manso buscando sin querer el mar que no conoce, el mar al fin de su trascurso, su destino, el mar, que es el morir, la muerte rediviva; el mar, la muerte, el mar recomenzado siempre. La mer, la mer toujours récommencée: la mar.
 
  
    Y el Ebro fluye grande y bello, pescadero, (Catón el Viejo lo dejó en latín escrito), a orillas de esta Zaragoza del olvido en donde yo, si no era algún antepasado mío, soldado raso, sin graduación alguna, marcando el paso desfilaba torpemente, contando el tiempo que faltaba interminable; contándolo y creándolo en el mismo acto de computarlo y dividirlo en mil fragmentos, ciudad que, como el río, pasa y no se mueve quedándose pasmada en su reflejo de agua igual que en la fotografía, ahora mismo.
 
 
 
    También el Júcar fluye, aquí y ahora, en Cuenca, la ciudad encantadora de mi desencanto, flanqueado por los chopos de oro en sus riberas en medio de esta luz radiante, que llueve intensa con mansedumbre, y me abre el alma al horizonte convaleciente del amor y de su olvido. 
 

    También estoy ahora mismo en Roma, aquí, en la Ciudad Eterna, entre tantas ruinas y sombras y ecos milenarios de un ayer que se vislumbra eterno ahora todavía en este instante, donde caben los recuerdos y las visiones de un futuro inexistente, a orillas de este viejo padre nuestro Tíber que baja raudo y turbulento, como si quisiera ya precipitarse al mar Tirreno, llevándose los siglos y milenios y años de historia furibunda universal consigo: el Tíber pasa, deja atrás las milenarias y silenciosas piedras, lápidas funerarias. 
 
 
    También el Sena, que cantaba Apollinaire, también el Sena, bajo el puente Mirabeau, discurre ahora mismo, lánguido, en París dejando estelas largas de melancolía, arrastrando días que no volverán y amores, nuestros amores... Y también me arrastra a mí, que lo contemplo desde el puente, con su flujo, llevándose mi reflejo en su corriente de agua fugitiva, especular, evanescente acaso, la imagen propia, que es la sombra que proyecto y se difumina en la pantalla de la noche. 
 
    Los nombres propios de estos ríos Tajo y Ebro, Júcar, Tíber y Sena, son conjuros contra el olvido donde se embosca, agazapado, el viejo monstruo de tres cabezas, cancerbero del infierno, el tiempo, que es metáfora de todos ellos.