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lunes, 29 de julio de 2024

Condones para atletos, atletas y atletes (I)

    En los Juegos Olímpicos de Pequín del año 2008 de la era cristiana se repartieron unos 100.000 condones para que los 10.500 atletas, deportistas en plena efervescencia de la flor de la juventud que albergó la Villa Olímpica, que eran la crema de la crema, la flor y nata de sus países y se hallaban en perfectas condiciones físicas, fornidos, fuertes, la mayoría solteros y sin muchos compromisos, se entretuvieran fornicando, y, de esta forma, no se enteraran de nada de lo que pasaba a su alrededor en la República Popular China que los acogía y hospedaba, ni siquiera del placer que podían experimentar si hubieran holgado más irresponsablemente y no con la sumisa bendición del profiláctico. 
 
      Las autoridades olímpicas chinas presuponiendo que muchos de ellos se enamorarían o no, pero en todo caso querrían echar unos cuantos polvos, velaron así por la profilaxis e higiene de esos polvos, no fuera a ser que trajeran los consabidos lodos, lo que evitaría, una vez envainadas las vergas en las reglamentarias fundas de latex fabricado en China, embarazos no deseados y la transmisión de enfermedades venéreas. Cien mil condones para que hicieran un amor domesticado con premeditación, nocturnidad y alevosía, en la China comunista abierta ya al capitalismo. 
 
 
    Recordemos al tirano totalitario chino Mao Tse Tung (o Mao Zedong, como prefieren escribir ahora), padre de la moderna República Popular, el nuevo emperador de la nueva dinastía comunista, que, en 1966, y para hacerse con el poder, lanzó a los Guardias Rojos a aplicar esta máxima de la Revolución Cultural: “Debemos barrer las cuatro antiguallas: las vieja ideas, la vieja cultura, las viejas costumbres y los viejos hábitos.” Su Revolución Cultural cambió las viejas ideas, la vieja cultura, las viejas costumbres y los viejos hábitos por otras nuevas ideas, nueva cultura, nuevas costumbres y nuevos hábitos que resultaron, a la postre, más viejos que el catarro de Matusalén: un cambio superficial: cambiaron todo para que todo siguiera igual: los mismos perros con collares diferentes. En China sigue vigente la dictadura comunista pero, ahora, vendida al consumismo, a la filosofía capitalista de hacerse rico como sea, a costa de lo que sea y de quien sea. En la China comunista reina el engaño, hay una muy grave represión, corrupción y contaminación material e inmaterial, todo ello con la denominación de origen capitalista Made in China
 
    Gato blanco, gato negro, no importa: lo importante es que mate ratones. Dice un proverbio chino que un presidente del gobierno español dio a conocer aquí rebuznándonoslo a todos los españolitos y españolitas, como dicen ahora para hacer distingos innecesarios: bueno o malo, qué más da, lo que cuenta es que mate. Lo que importa es su efectividad. Y no es verdad. Cien mil condones, en fin, a modo de mordazas, contra la libertad. 
 

 
    De hecho, a medida que pasan los años, los atletas olímpicos han demandado que traigan aún más condones.  Así que en el año 2012 durante los juegos Olímpicos de Londres, se superó esa cifra, necesitándose más de  cien mil preservativos.
 
    Puede que el sexo no sea una disciplina olímpica oficial pero los Juegos de Río de Janeiro de 2016 batieron todos los récords anteriores, al proporcionar 450.000 condones, incluidos por primera vez 100.000 femeninos. Las "camisinhas" llegaron a atascar, es lo que se dijo, los desagües de la villa olímpica, por lo que se aconseja desde entonces que una vez utilizados no se tiren por la taza del inodoro. 
 
    Incluso los Juegos de Tokio, en plena pandemia, en 2021, en los que no hubo oficialmente folleteo, ofrecieron 160.000 profilácticos gratis, con instrucciones estrictas para que los atletas no los usaran, no fueran a contraer el virus coronado si no guardaban las distancias, sino que se los llevaran a casa como recuerdo. (“¡Hola, mamá y papá! ¡Me lo pasé genial en Tokio! ¿Quieren ver mi condón conmemorativo?”).
 
 
    La prohibición de intimidad de Tokio en 2021, se ha levantado oficialmente, en París 2024, que bien vale una misa, y ya se sabe lo que puede dar de sí una noche parisina... (continuará

domingo, 16 de enero de 2022

Hemos entrado en el invierno


Entró en funciones el invierno destemplado,

y hemos entrado de cabeza en él nosotros

con sus ventajas y sus inconvenientes largos:

es oficial, porque lo dice el calendario.

En esta temporada vuelven los catarros,

y los resfriados, los trancazos, la vieja gripe

que había desaparecido, aseguraban,

de la faz del mundo gracias a las mascarillas

y los confinamientos que ordenó el Gobierno...

La vuelta al cole precipita a los chavales

enmascarados e inoculados a las aulas

a recibir la confirmación del dogmatismo.

Se ha apoderado de la gente la morbosa

necesidad de hacerse pruebas y testarse.

Y se someten voluntarios a cribados,

a análisis, radiografías y chequeos

para saber si están acaso sanos, libres

de enfermedades contagiosas y letales,

víctimas que son de un puritanismo sanitario.

Y viven bajo un régimen terrorista, viven

acongojados por el miedo de la peste,

del bicho, del cáncer; son conscientes de su cuerpo,

son los enfermos imaginarios, sometidos

a prevenciones, profilaxis y controles.

¡Cuánta tristeza y cuánto enojo da ver filas

larguísimas, interminables en farmacias,

en los llamados vacunódromos, hospitales,

y laboratorios de gente sana a simple vista

que necesitan una prueba fehaciente:

saber si tienen virus coronado, el bicho,

que dicen, y que recibirán la confirmación

no sin sobresalto de la tremenda enfermedad,

que es la conciencia, mala, de su propio cuerpo!

Y se confinan, y se aislan y marchitan. 

Renuncian a vivir para salvar su vida

en aras de futura tierra prometida

en la que nunca entrarán. El fanatismo

científico y religioso se ha apoderado

de todo el mundo sometido a los dictados

del invierno que ha irrumpido en nuestras almas muertas.

 ¿Cómo saldremos de este atolladero? ¿Cómo

nos libraremos de este miedo de la Parca

que nos han metido e inculcado hasta las trancas,

que nos está matando en todos los sentidos

y no nos deja ya vivir? Nos han hurtado

las autoridades sanitarias la salud, 

que era la vida, la desnuda y pura vida,

con el pretexto de imponernos la futura

sanidad, enfermos todos en potencia siempre.

¡No se chequee, caballero; señorita,

no se haga pruebas, niéguese a cuidarse tanto,

no se preocupe, líbrese de toda cuita,

descuídese, abandónese un momento y viva,

que la salud no es otra cosa más que olvido!

 

jueves, 16 de diciembre de 2021

¡Vaya futuro!

    Vaya futuro que les espera a las jóvenes generaciones. Escribía uno hace siete años y pico de esto, el 21 de marzo de 2014. Vaya futuro que nos espera a todos, porque resulta que el futuro, siempre por venir, ya está aquí. Ha llegado ya, señoras y señores. El futuro que soñaron, temieron y desearon nuestros antepasados ya habita entre nosotros: 

    Hay más libertad que nunca pero no podemos, paradójicamente, disfrutar de ella precisamente, porque la hay, porque la tenemos. 

    Y ya se sabe lo que dijo el mujeriego, refiriéndose a la mujer: "O la tienes o la gozas". Pero se puede ampliar a todo, también a la libertad. Si la tienes, si la posees, no puedes disfrutar de ella. Preocupado por su posesión, descuidas su usufructo y su disfrute. Antes, cuando no había libertad, cuando no la teníamos como dicen que la tenemos ahora, disfrutábamos más de las pocas migajas que conquistábamos y que conseguíamos llevarnos a la boca. 
 
  
    Las nuevas generaciones no pueden retozar a pelo porque corren el riesgo de pillar el SIDA, y según la pancarta del Colegio Oficial de Médicos de Madrid, no deberían  tampoco morrearse ni hacer manitas. Advierten las autoridades sanitarias a la población: “No beses, no des la mano, di hola”. 

    ¿A cuento de qué nos aconsejaban esto hace siete años? La propia pancarta lo decía: "en prevención de la gripe A". Pero podría ser en prevención del AIDS o de XCW23P2, o de COVID-19 en su última aparición estelar como variante ÓMICRON que han sacado ahora, siete años después. Vete tú a saber, que yo sólo sé que no sé nada y me llaman ignorante. 

    En realidad, hemos vuelto a la Edad Media, si habíamos salido alguna vez de ella y no estábamos metidos de lleno en ella hasta las mismísimas trancas y cachas, y rebozados hasta los tuétanos en su lodo de fanatismo e ignorancia, temor de Dios y credulidad en la Ciencia, su última reencarnación. 

    Y aquí está, renovando sus transmigraciones bajo el avatar de virosis porcina, la vieja Peste Negra. Y junto a ella, la otra peste más mortífera todavía, si cabe, la profilaxis, la prevención hija del miedo que como espada de Damoclés envenena los gozos del presente. 

    ¿Quién en su sano juicio puede gozar del presente pensando en el futuro? ¡Vaya futuro que nos estaba esperando! ¿Quién puede vivir pensando que la vida son "dos días", es decir, tiempo cronometrado por el calendario y el reloj?

jueves, 26 de agosto de 2021

El específico antes que la enfermedad

Suele decirse que no hay que “poner la venda (o la tirita) antes que la herida”. En el mundo anglosajón se dice if it ain't broke, don't fix it, o sea que si no está roto, no lo arregles, o lo que es lo mismo no hay que complicar las cosas o complicarse uno la vida complicando las cosas, que suelen ser bastante sencillas, sin necesidad. Este dicho ha alcanzado nueva vida poniéndose en latín según la ocurrencia de Henry Beard, que en su libro "Latin for all occasions" y su secuela "Latin for even more occasions", lo latinizó así: "Si fractum non sit, noli id reficere".

Algo así podríamos hacer nosotros un poco más vulgarmente con nuestro dicho: "No te limpies el culo antes de cagar". Como suena un tanto brusco por la referencia escatológica a la defecación y a la parte de nuestra anatomía donde la espalda pierde su digno nombre, como se solía decir, podemos expresarlo en latín, que resulta más fino: "Noli podicem detergere, priusquam cacaueris" o "... cacaris" con síncopa coloquial de perfecto.

Es importante diferenciar prevención y cura previa. Puedes ponerte un casco para no romperte la cabeza, pero no vendarte la cabeza como si ya la tuvieras rota. Puedes hacerte un torniquete si te ha picado una víbora, pero no hacerte uno cuanto todavía no te ha picado. Esa es la diferencia entre la prevención del accidente, que es algo en principio muy sensato, y la anticipación de la cura, que es la precaución llevada hasta el paroxismo de la paranoia. En efecto, no resulta muy sensato anticiparse tanto como para pretender poner remedio a lo que todavía no ha sucedido.


 Pero sobre la prevención de accidentes de tráfico podemos decir algo más aquí recordando lo que apuntaba Iván Illich. No basta con las limitaciones de velocidad, los semáforos, La prohibición de drogas y alcohol al volante, los cinturones de seguridad, los cascos para las motos para reducir los accidentes de tráfico; habría que reducir el tráfico a lo imprescindible, que sería el transporte de mercancías y no tanto el de personas, que disponen para sus traslados naturalmente de sus extremidades inferiores. Hasta tal punto nos hemos dejado esclavizar por los vehículos que hemos renunciado al uso de nuestros propios pies, con las nefastas consecuencias que eso conlleva para nuestra salud.

Ya que he mencionado aquí al llorado Iván Illich, recordemos su triple caballo de batalla: Si la gente se hace cada vez más cautiva de una velocidad que la retrasa, de una instrucción que la embrutece y de una medicina que le desequilibra la salud, es porque más allá de cierto umbral de intensidad la dependencia de bienes industriales y de servicios profesionales destruye la potencialidad del hombre, y la destruye de una manera específica. (Párrafo entresacado de su ensayo 'La convivencialidad'). Triple paradoja: velocidad que retrasa, instrucción que embrutece y medicina que nos enferma convirtiendo a todas las personas en pacientes sin estar enfermas. 


 Me viene como anillo al dedo esta viñeta del tebeo En Patufet, núm. 1699, publicado en Barcelona en catalán que vierto al castellano, que no dejan de ser dos lenguas hermanas e hijas del latín, el 6 de noviembre de 1936. Se trata de un diálogo entre un científico 'loco' que dice "-Mire, acabo de inventar un específico que me hará ganar una fortuna". Un paisano le pregunta: -¿Y qué enfermedad curará ese específico?" Y el científico despistado, que se da cuenta de que ha puesto el carro antes que los bueyes, reconoce: -"¿Eh? Ah, la enfermedad no la he inventado todavía."


 

sábado, 17 de abril de 2021

Hombre precavido vale por dos (y III)

    En muchos órdenes se va imponiendo la idea de la precaución, de forma que lo que en principio podía ser una característica individual del carácter de algunas personas, adquiere una dimensión colectiva perseguida por gobiernos y gobernantes, que prefieren anticiparse a los problemas, creándolos a menudo, que solucionarlos cuando se presenten, por lo que el principio de prevención se extiende más allá del ámbito individual al sostenimiento del orden social. 

    En el ámbito de la medicina, por ejemplo, asistimos a la sustitución de la medicina tradicional curativa por la preventiva. El cardenal de Richelieu había escrito una máxima de Estado que decía que «un médico que puede prevenir las enfermedades es más estimado que el que trabaja curándolas» (Maximes d’État, 1623).  

    La Organización Mundial que dice velar por la Salud, haciéndose eco de esta sentencia y otras por el estilo,  avisa, de hecho, de que más vale prevenir que curar, porque para ella tratar a los pacientes “ya no es suficiente” (¡!) y aboga por empezar a prevenir las enfermedades, lo que no deja de ser una forma de anticiparlas y aun de crearlas para justificar existencia de dicho organismo "protector". 


     En la justicia, se habla de una justicia preventiva que es preferible a otra punitiva, es decir que es preferible evitar que sucedan los delitos que tener que castigarlos una vez que han sucedido. Sir Edward Coke aplica la regla del médico para la seguridad del cuerpo a la justicia, y dice melior est enim iustittia uere praeueniens, quam seuere puniens, tomándolo al parecer de Hugo Grocio: pues es mejor la justicia que previene verdaderamente que la que castiga severamente. Este principio se generalizará en los regímenes totalitarios siguiendo a Napoleón Bonaparte, que escribió en sus Maximes et pensées: «la severidad previene más faltas de las que reprime.»

    En el ámbito laboral, se habla de la “prevención de riesgos laborales”, olvidando que es el propio trabajo, y no las eventualidades que pueden sucedernos en él, el auténtico riesgo de muerte para la vida y que la mejor prevención sería no trabajar. 

     En el ámbito doméstico se generalizan los llamados seguros del hogar para prevenir los accidentes domésticos, así como en la conducción se hace obligatorio un seguro de accidentes de tráfico en previsión de los riesgos que pueden producirse como efecto de la conducción. 

     Incluso en el ámbito militar se habla a veces de guerra preventiva, como desarrollo del célebre adagio si uis pacem para bellum de los antiguos romanos. Según la inevitable güiquipedia: La guerra preventiva (preventive war) es aquella acción armada que se emprende con el objetivo (real o pretextado) de repeler una ofensiva o una invasión que se percibe como inminente, o bien para ganar una ventaja estratégica en un conflicto también inminente. Aunque se suele presentar como forma de autodefensa, la legitimidad de la guerra preventiva es objeto de disputa moral, sobre todo por la dificultad de ponerse de acuerdo acerca de si la amenaza es real y, en caso de serlo, de si se trata de un peligro inminente que justifique el ataque, o bien se utiliza como pretexto para atacar primero. 

    Pero hay también una pre-emptive war. No es lo mismo prevention, que quivale a nuestra prevención o precaución, que pre-emption, que es etimológicamente una “compra previa”, es decir, una acción que evita que otra se produzca, y que llamaríamos en castellano pre-ención. La diferencia es muy sutil y de hecho muchas veces se confunden ambos términos anglosajones y se traducen los dos por nuestro "prevención". La pre-ención es una acción militar contra un objetivo cuando hay pruebas irrefutables de que el objetivo está a punto de iniciar un ataque militar, es un anticiparse a la jugada que va a realizar el contrincante. La prevención es la adopción de una acción militar contra un objetivo cuando se cree su ataque inevitable, aunque no necesariamente inminente, y cuando la demora en el ataque implicaría un riesgo mayor. Tanto las prevenciones como la pre-enciones lo que hacen es que las desgracias, es decir las guerras y los ataques, vengan antes. Al menos a nuestras mentes. Al prevenirlas las atraemos, y nos enfrentamos a ellas antes de tenerlas delante, y con la preención lo que hacemos es adquirirlas. 

      Encuentro en la fábula de Esopo El jabalí y la zorra (224, Hsr. 252, Ch. 327) un ejemplo de prevención: un jabalí, apostado junto a un árbol, estaba afilándose los dientes. Al preguntarle una zorra que por qué afilaba sus dientes sin que le amenazara ningún cazador ni ningún otro peligro visible, le dijo que no lo hacía en vano, sino porque si le sobrevenía alguno no iba a tener tiempo de hacerlo entonces y haciéndolo ahora ya estaba preparado para esa eventualidad. La moraleja que se desprende del diálogo es que los preparativos deben hacerse antes de enfrentarse uno a los peligros.

    Reelaborada y versificada por nuestro Samaniego, núm. 22 del libro V de sus Fábulas en verso castellano para el uso del Real Seminario Vascongado (1826), ilustra la idea de la prevención, haciéndose eco en uno de sus versos del ideal romano del si uis pacem, para bellum, si quieres la paz, prepara la guerra, y del refrán de que el hombre prevenido vale por dos: Sus horribles colmillos aguzaba / un jabalí en el tronco de una encina. / La zorra, que vecina / del animal cerdoso se miraba, / le dice: «Extraño el verte, / siendo tú en paz señor de la bellota, / cuando ningún contrario te alborota, / que tus armas afiles de esa suerte.» / La fiera le responde: «Tengo oído / que en la paz se prepara el buen guerrero, / así como en la calma el marinero, / y que vale por dos el prevenido.» 

     Frente a esta tradición literaria y culta, hay un refrán de transmisión básicamente oral y popular que recoge algo del sano escepticismo del pueblo que, rebelándose contra esta obsesión médica no ya por la prevención sino por la propia curación, nos advierte de que “es peor el remedio que la enfermedad”, o “peor la cura que el mal que se quiere atajar”. Es el caso de algunos tratamientos del cáncer, que pueden llegar a ser más agresivos que el propio cáncer. A duras penas podemos hallar un eco literario de este sentir popular en la expresión  aegrescitque medendo, (“y se agrava curándose”) que aplica Virgilio en La Eneida XII, 46 a la herida de índole psicológica de Turno, donde el rey Latino, pretendiendo aliviar con sus palabras la ira de aquel, consigue el efecto contrario, hurgar más en la llaga, y, tal es el poder del lenguaje, hace que la enfermedad se recrudezca.

viernes, 16 de abril de 2021

Hombre precavido vale por dos (II)

    ¿Dónde está el origen de la interpretración previsora del dicho praestat cautela quam medela? Quizá en el hecho de que se cita antes la cautela que la medela, y se da a entender que si antes hay caución no hace falta recurrir después a la curación. 

    Pero no es lo mismo decir que predecir, ni sentir que presentir. No puede ser lo mismo la caución que la precaución. Pero la docta Academia a la hora de definir "caución" pontifica “prevención, precaución o cautela”, entrando así en la confusión de un círculo vicioso, equiparando caución y precaución sin tener en cuenta el valor del prefijo pre-, procedente del latín prae-, que indica anticipación, anterioridad, y que aparece en el verbo prae-stat, que literalmente significa “estar delante, aventajar, ser superior”. 

     Habría que decir que lo que vale más que la medicación es la caución, y no tanto la pre-caución. Y frente a la idea omnipresente de precaución habría que enarbolar la de la mera cautela: Una cosa es tener cuidado, tener visión de las cosas, y otra es anticiparse a la visión, que es un error que nos impide ver lo que tenemos delante. 


     Se dice a veces que a los niños hay que advertirles de que hay cosas que ellos no ven y que pueden hacerles daño, como por ejemplo meter la corriente eléctrica si meten los dedos en un enchufe. Es cierto. El problema viene cuando, una vez adultos, se les sigue tratando como a niños dado el paternalismo del Estado moderno. 

    En este sentido ha triunfado en nuestros días la idea de que hay que prevenir los males antes de curarlos, y eso lo dice el Estado Terapéutico que vela por nuestro bien. El problema es que el Estado Terapéutico es como el Ogro filantrópico que decía Octavio Paz: un monstruo filántropo, es decir, que ama tanto la humanidad que por eso mismo la hará sufrir, como reza aquel otro refrán de “quien bien te quiere te hará sufrir”.

    Nos hará mal por nuestro bien, dándonos el cambiazo: un mal presente, que no vemos, pero que está aquí haciéndonos la vida imposible, por un bien futuro, que tampoco vemos porque no está aquí pero  nos impide ver lo que hay delante de nuestras narices. 

    Por eso están "triunfando" las llamadas vacunas del coronavirus, porque previenen la enfermedad que causa dicho virus haciendo que sus síntomas se atenúen y sean más leves. Son las tiritas que se ponen antes de la herida. En lugar de ocuparse de la curación de las heridas cuando se produzcan, nos ocupamos de la profilaxis para que no se produzcan, confiando en la magia de que podemos ahuyentarlas. 

    Encuentro la sugerencia de la maldad de la precaución en un paso de Séneca, la epístola núm. 5, a Lucilio (7-9), una formulación que me ha resultado bastante esclarecerdora, es decir, reveladora de la mentira en la que habitualmente vivimos, que es que solemos valorar más la previsión que la propia visión, la precaución que la caución, hasta el punto de equipararlas erróneamente. Así dice el sabio cordobés: Por ello la previsión, el bien máximo de la condición humana, se ha convertido en un mal. (Itaque prouidentia, maximum bonum condicionis humanae, in malum uersa est). 

      
    ¿Cómo puede afirmarse que la previsión o prouidentia en latín, de donde derivan nuestra providencia, que es sin embargo un falso amigo, y nuestra prudencia, de ser un bien, el mayor bien de la condición humana, se haya convertido en un mal? Séneca establece la comparación con los animales, que huyen de los peligros que ven (ferae pericula, quae uident, fugiunt), y una vez que los han evitado están seguros. Nosotros, sin embargo, a diferencia de ellos, nos atormentamos con los peligros pasados y los futuros, que no existen, unos porque son agua pasada y los otros porque no son. 

    Nos torturamos con el porvenir y con el pasado (nos et uenturo torquemur et praeterito). Es decir que nosotros, a diferencia de las fieras, nos sentimos inseguros por peligros que no vemos porque pertenecen al pasado y al reino de la memoria o al futuro y la suposición, en lugar de acomodarnos a los que tenemos por delante, que son los únicos que hay. 

     ¿Por qué la prouidentia es mala, si la uidentia es buena? Porque la prouidentia impide la uidentia al ser una anticipación. Digamos que frente a la previsión de las cosas, hay que proponer la sencilla visión, porque la previsión puede cegarnos, y no dejarnos ver, si nos ciega, lo que tenemos delante.

jueves, 15 de abril de 2021

Hombre precavido vale por dos (I)

    No hace falta recurrir a muchos ejemplos para sugerir cómo desde las Instancias Superiores se nos dice lo que tenemos que hacer. Me refiero con esta expresión tanto a las autoridades del Gobierno como a las de nuestra alma, que nos apremian a ocuparnos de nuestra propia persona, de nuestro cuerpo, que para eso es nuestro y nos ha tocado en suerte administrarlo y gobernarlo, y como nuestro que es podemos hacer con él lo que queramos, hasta donárselo a la ciencia post mortem por ejemplo, cualquier cosa menos desentendernos de él. 
 
    Hay una escena humorística breve de los Monty Python sobre la donación de órganos que merece la pena ver, aunque sólo sea para reírse un poco, que buena falta hace la risa en momentos de una seriedad tan ridícula como la que nos gobierna, incluida en su espléndida película “El sentido de la vida”. Cuando le preguntan al cirujano qué hará con el hígado extirpado ante mortem, responde que se usará para salvar más vidas, por el bien de la nación, por el bien común, lo que conlleva el sacrificio del donante.
 
  
 
    Los médicos especialistas nos invitan constantemente a ocuparnos de todos nuestros órganos con revisiones periódicas y chequeos para evitar males mayores. Nos recuerdan a menudo los dentistas, por ejemplo, que, no debemos hacernos sólo una limpieza anual de boca, sino semestral y aun trimestral... Y, no contentos con eso, los galenos especialistas y generalistas nos invitan a pre-ocuparnos, es decir, a ocuparnos de nuestros órganos con antelación, con lo que consiguen que no nos ocupemos de otras cosas, como por ejemplo, de vivir, sencillamente, que no es por otra parte una ocupación, sino todo lo contrario, una des-pre-ocupación. 
    
    Cuando nos ocupamos de algo, como quieren nuestras Instancias Superiores, -y no digamos ya cuando nos pre-ocupamos- estamos intentando poner la tirita o la venda antes de habernos hecho la herida, y tomando el fármaco antes de tener la dolencia. Aplicamos unas soluciones que son más problemáticas que el propio problema, que sería preferible dejar irresoluto. ¿Merece la pena matar moscas a cañonazo limpio? ¿No es peor el efecto secundario y daños colaterales del bombardeo de la artillería que el vuelo de los moscardones sobre nosotros? 
 
        Claro está que hay un refrán atestiguado en las fuentes escritas y literarias que dice que “Hombre prevenido vale por dos”, o bien “hombre precavido..., o apercibido" en nuestros clásicos como en “castillo apercibido, no es sorprendido o decebido”,  según el cual el previsor es el doble de valioso que el alegremente despreocupado.
 
 
    Responde este refrán, que no es vox populi sino voz de las Instancias Superiores, es decir, vox Dei, voz de Dios,  a una idea muy arraigada en el mundo moderno que es la de la prevención. Hay que prevenir los males y las desgracias antes de que sucedan para evitar en primer lugar que sucedan, y, si eso no es posible, porque hay siempre imprevistos, para evitar al menos el daño psicológico que nos infligirían si nos pillan desprevenidos precisamente. Ya algo de contradicción asoma en la propia formulación. Si prevenimos algo, estamos haciendo que suceda antes de tiempo, que tome la delantera sobre lo previsto, aunque precisamente lo que pretendemos es evitarlo anticipándonos. 
 
    En la base de la medicina profiláctica moderna se encuentra otro refrán “Más vale prevenir que curar”, que recomienda la precaución antes de que suceda una desgracia de la cual tengamos que arrepentirnos y curarnos después. Su variante “Más vale prevenir que lamentar” viene a decir lo mismo. Se considera que ambos son una traducción del lema latino medieval tomado del ámbito médico Praestat cautela quam medela, que se le atribuyó sin ningún fundamento a Hipócrates, el padre de la medicina curativa. Suele traducirse erróneamente como “más vale precaución que medicina”, dando a entender que es mucho mejor evitar que algo malo suceda antes que tener que remediarlo una vez que haya sucedido sometiéndose uno a tratamientos médicos.
 
    Este principio, de índole más bien moral y personal, no procede, como se pretende, de la medicina antigua, que era fundamentalmente curativa, sino al contrario, es la idea moderna, ajena al mundo antiguo, de la profilaxis la que es una consecuencia de ese principio moral. La justificación, pues, no es médica, sino moral. 
 
    La traducción más adecuada del adagio latino sería:  “vale más el cuidado, la cautela, la caución, el prestar atención que la medicina”. Es decir que lo que vale la pena es evitar la medicina, porque la medicina es perjudicial para la salud. Podríamos también decir: la sanidad, en lugar de la medicina, contraponiendo el término gubernativo “sanidad” con el popular “salud” para aludir a las medidas irracionales que nos imponen las autoridades sanitarias. Y que la cautela consiste, precisamente, en no someterse a la medela.

jueves, 18 de febrero de 2021

John Bull aséptico y desinfectado

¡Gloriosos tiempos aquellos en que un periódico británico serio y prestigioso como The Times publicaba el 1 de agosto de 1854 lo siguiente: Preferimos correr nuestra suerte con el cólera y lo demás que ser sacrificados en aras de la Salud (1)! 
 
Se felicitaba el periódico por la dimisión del señor Edwin Chadwick, al que comparaba con Esculapio, el dios romano de la medicina, político que intentando solucionar un problema sanitario, creó otro de mucha mayor envergadura: para librar a los vecinos del desagradable hedor que provenía de las fosas sépticas de sus sus pozos negros, condujo las aguas fecales por un sistema de alcantarillado hasta el Támesis, contaminando el río del que bebían, lo que contribuyó inadvertidamente a la propagación del cólera entre la población.  
 
Comenzaba el artículo diciendo que la idiosincrasia británica aborrecía el poder absoluto, ya lo encarnara un soberano, un obispo o incluso el propio parlamento. 
 
Se celebraba que hubiera caído la Junta de Salud, nuestro Comité de Expertos, que diríamos hoy, y, rebelándose contra la tiranía médica que había impuesto, se leía: Todos nosotros reclamamos el privilegio de cambiar de médicos, de desechar su medicina cuando estamos hartos de ella, o de prescindir de ellos por completo cuando nos sentimos aceptablemente bien (2).
 
Se protestaba contra el atentado que en nombre de la Salud Pública se perpetraba contra el bienestar de la gente obligándola a tomar medidas higiénicas asépticas y sanitarias de carácter profiláctico que atentaban contra sus costumbres y principios: No hay nada que un hombre odie tanto como que le limpien en contra de su voluntad, o que le barran el suelo, le blanqueen las paredes, le quiten los estercoleros, o le obliguen a cambiar el techo de paja por pizarra, todo ello a las órdenes de una especie de bomba sanitaria. Es un hecho positivo que muchos han muerto de un buen lavado, tanto por la irritación de los nervios como por la exposición de la cutícula, una vez desprotegida por la suciedad. (3) 
 
El artículo refleja, al ser de carácter anónimo, no sólo la opinión de un lector, sino de alguna forma la línea editorial del propio periódico. Cita a John Bull, un personaje literario creado por John Arbuthnot como personificación del prototipo británico, del Reino Unido en general y de Inglaterra en particular: un tipo robusto, de mediana edad, más rural que urbano. A diferencia del tío Sam, que es la alegoría de los Estados Unidos, John Bull, no es un símbolo de autoridad, sino un hombre común que se contenta con su pinta de cerveza y su carácter flemático. 
 
Cartel de John Bull animando al reclutamiento durante la I guerra mundial.
 
Se ha utilizado su imagen, al igual que la del Tío Sam, para animar a los jóvenes a alistarse en el Ejército pero también satíricamente para burlarse de los poderosos, como en la caricatura, que es obra de Richard Newton, donde le suelta un pedo irreverente al mismísimo cartel del rey Jorge III. 
 
 
John Bull, es decir, cualquier inglés, se veía obligado a practicar compulsivamente sus abluciones y condenado a una perpetua noche del sábado todos los días. Se deduce que era considerado hasta cierto punto normal practicar la higiene corporal una vez a la semana, la noche del sábado,  pero no más, por lo que resulta intolerable la imposición de la higiene cotidiana: “Era una noche de sábado perpetua, y el señorito John Bull era fregado, y frotado, y peinado con dientes pequeños, hasta que las lágrimas se asomaban a sus ojos, y sus dientes castañeaban, y sus puños se cerraban de preocupación y dolor. (4) 
John Bull con mascarilla quirúrgica y guantes señalándonos con el dedo.

¿Se atrevería, me pregunto yo retóricamente, alguno de nuestros periódicos emblemáticos como por ejemplo El Periódico Global, pongamos por caso, a publicar una cosa así a propósito de la gestión gubernamental del virus coronado? Obviamente, no, porque no sería políticamente correcto, y porque nosotros, que aceptamos el poder absoluto bajo nuestro régimen democrático, hemos hecho ya nuestra elección y hemos preferido sacrificarnos en los altares de la diosa Salud, que es mortífera por necesidad, que correr nuestra suerte con el virus coronado u otras epidemias. 
 
(1) We prefer to take our chance of cholera and the rest than be bullied into health. (The Times, 1 de agosto de 1854, pág. 8.) 
 
(2) We all of us claim the privilege of changing our doctors, throwing away their medicine when we are sick of it, or doing without them altogether whenever we feel tolerably well. (Ibidem) 
 
(3) There is nothing a man so much hates as being cleaned against his will, or having his floors swept, his walls whitewashed, his pet dungheaps cleared away, or his thatch forced to give way for slate, all at the command of a sort of sanitary bombailiff. It is a positive fact that many have died of a good washing, as much from the irritation to the nerves as from the exposure of the cuticle, no longer protected by dirt. (Íbid.) 
 
(4) It was a perpetual Saturday night, and Master John Bull was scrubbed, and rubbed, and small-tooth-combed, till the tears came into his eyes, ansl his teeth chattered, and his fists clinched themselves with worry and pain. (Íbid.)