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sábado, 17 de abril de 2021

Hombre precavido vale por dos (y III)

    En muchos órdenes se va imponiendo la idea de la precaución, de forma que lo que en principio podía ser una característica individual del carácter de algunas personas, adquiere una dimensión colectiva perseguida por gobiernos y gobernantes, que prefieren anticiparse a los problemas, creándolos a menudo, que solucionarlos cuando se presenten, por lo que el principio de prevención se extiende más allá del ámbito individual al sostenimiento del orden social. 

    En el ámbito de la medicina, por ejemplo, asistimos a la sustitución de la medicina tradicional curativa por la preventiva. El cardenal de Richelieu había escrito una máxima de Estado que decía que «un médico que puede prevenir las enfermedades es más estimado que el que trabaja curándolas» (Maximes d’État, 1623).  

    La Organización Mundial que dice velar por la Salud, haciéndose eco de esta sentencia y otras por el estilo,  avisa, de hecho, de que más vale prevenir que curar, porque para ella tratar a los pacientes “ya no es suficiente” (¡!) y aboga por empezar a prevenir las enfermedades, lo que no deja de ser una forma de anticiparlas y aun de crearlas para justificar existencia de dicho organismo "protector". 


     En la justicia, se habla de una justicia preventiva que es preferible a otra punitiva, es decir que es preferible evitar que sucedan los delitos que tener que castigarlos una vez que han sucedido. Sir Edward Coke aplica la regla del médico para la seguridad del cuerpo a la justicia, y dice melior est enim iustittia uere praeueniens, quam seuere puniens, tomándolo al parecer de Hugo Grocio: pues es mejor la justicia que previene verdaderamente que la que castiga severamente. Este principio se generalizará en los regímenes totalitarios siguiendo a Napoleón Bonaparte, que escribió en sus Maximes et pensées: «la severidad previene más faltas de las que reprime.»

    En el ámbito laboral, se habla de la “prevención de riesgos laborales”, olvidando que es el propio trabajo, y no las eventualidades que pueden sucedernos en él, el auténtico riesgo de muerte para la vida y que la mejor prevención sería no trabajar. 

     En el ámbito doméstico se generalizan los llamados seguros del hogar para prevenir los accidentes domésticos, así como en la conducción se hace obligatorio un seguro de accidentes de tráfico en previsión de los riesgos que pueden producirse como efecto de la conducción. 

     Incluso en el ámbito militar se habla a veces de guerra preventiva, como desarrollo del célebre adagio si uis pacem para bellum de los antiguos romanos. Según la inevitable güiquipedia: La guerra preventiva (preventive war) es aquella acción armada que se emprende con el objetivo (real o pretextado) de repeler una ofensiva o una invasión que se percibe como inminente, o bien para ganar una ventaja estratégica en un conflicto también inminente. Aunque se suele presentar como forma de autodefensa, la legitimidad de la guerra preventiva es objeto de disputa moral, sobre todo por la dificultad de ponerse de acuerdo acerca de si la amenaza es real y, en caso de serlo, de si se trata de un peligro inminente que justifique el ataque, o bien se utiliza como pretexto para atacar primero. 

    Pero hay también una pre-emptive war. No es lo mismo prevention, que quivale a nuestra prevención o precaución, que pre-emption, que es etimológicamente una “compra previa”, es decir, una acción que evita que otra se produzca, y que llamaríamos en castellano pre-ención. La diferencia es muy sutil y de hecho muchas veces se confunden ambos términos anglosajones y se traducen los dos por nuestro "prevención". La pre-ención es una acción militar contra un objetivo cuando hay pruebas irrefutables de que el objetivo está a punto de iniciar un ataque militar, es un anticiparse a la jugada que va a realizar el contrincante. La prevención es la adopción de una acción militar contra un objetivo cuando se cree su ataque inevitable, aunque no necesariamente inminente, y cuando la demora en el ataque implicaría un riesgo mayor. Tanto las prevenciones como la pre-enciones lo que hacen es que las desgracias, es decir las guerras y los ataques, vengan antes. Al menos a nuestras mentes. Al prevenirlas las atraemos, y nos enfrentamos a ellas antes de tenerlas delante, y con la preención lo que hacemos es adquirirlas. 

      Encuentro en la fábula de Esopo El jabalí y la zorra (224, Hsr. 252, Ch. 327) un ejemplo de prevención: un jabalí, apostado junto a un árbol, estaba afilándose los dientes. Al preguntarle una zorra que por qué afilaba sus dientes sin que le amenazara ningún cazador ni ningún otro peligro visible, le dijo que no lo hacía en vano, sino porque si le sobrevenía alguno no iba a tener tiempo de hacerlo entonces y haciéndolo ahora ya estaba preparado para esa eventualidad. La moraleja que se desprende del diálogo es que los preparativos deben hacerse antes de enfrentarse uno a los peligros.

    Reelaborada y versificada por nuestro Samaniego, núm. 22 del libro V de sus Fábulas en verso castellano para el uso del Real Seminario Vascongado (1826), ilustra la idea de la prevención, haciéndose eco en uno de sus versos del ideal romano del si uis pacem, para bellum, si quieres la paz, prepara la guerra, y del refrán de que el hombre prevenido vale por dos: Sus horribles colmillos aguzaba / un jabalí en el tronco de una encina. / La zorra, que vecina / del animal cerdoso se miraba, / le dice: «Extraño el verte, / siendo tú en paz señor de la bellota, / cuando ningún contrario te alborota, / que tus armas afiles de esa suerte.» / La fiera le responde: «Tengo oído / que en la paz se prepara el buen guerrero, / así como en la calma el marinero, / y que vale por dos el prevenido.» 

     Frente a esta tradición literaria y culta, hay un refrán de transmisión básicamente oral y popular que recoge algo del sano escepticismo del pueblo que, rebelándose contra esta obsesión médica no ya por la prevención sino por la propia curación, nos advierte de que “es peor el remedio que la enfermedad”, o “peor la cura que el mal que se quiere atajar”. Es el caso de algunos tratamientos del cáncer, que pueden llegar a ser más agresivos que el propio cáncer. A duras penas podemos hallar un eco literario de este sentir popular en la expresión  aegrescitque medendo, (“y se agrava curándose”) que aplica Virgilio en La Eneida XII, 46 a la herida de índole psicológica de Turno, donde el rey Latino, pretendiendo aliviar con sus palabras la ira de aquel, consigue el efecto contrario, hurgar más en la llaga, y, tal es el poder del lenguaje, hace que la enfermedad se recrudezca.

viernes, 16 de abril de 2021

Hombre precavido vale por dos (II)

    ¿Dónde está el origen de la interpretración previsora del dicho praestat cautela quam medela? Quizá en el hecho de que se cita antes la cautela que la medela, y se da a entender que si antes hay caución no hace falta recurrir después a la curación. 

    Pero no es lo mismo decir que predecir, ni sentir que presentir. No puede ser lo mismo la caución que la precaución. Pero la docta Academia a la hora de definir "caución" pontifica “prevención, precaución o cautela”, entrando así en la confusión de un círculo vicioso, equiparando caución y precaución sin tener en cuenta el valor del prefijo pre-, procedente del latín prae-, que indica anticipación, anterioridad, y que aparece en el verbo prae-stat, que literalmente significa “estar delante, aventajar, ser superior”. 

     Habría que decir que lo que vale más que la medicación es la caución, y no tanto la pre-caución. Y frente a la idea omnipresente de precaución habría que enarbolar la de la mera cautela: Una cosa es tener cuidado, tener visión de las cosas, y otra es anticiparse a la visión, que es un error que nos impide ver lo que tenemos delante. 


     Se dice a veces que a los niños hay que advertirles de que hay cosas que ellos no ven y que pueden hacerles daño, como por ejemplo meter la corriente eléctrica si meten los dedos en un enchufe. Es cierto. El problema viene cuando, una vez adultos, se les sigue tratando como a niños dado el paternalismo del Estado moderno. 

    En este sentido ha triunfado en nuestros días la idea de que hay que prevenir los males antes de curarlos, y eso lo dice el Estado Terapéutico que vela por nuestro bien. El problema es que el Estado Terapéutico es como el Ogro filantrópico que decía Octavio Paz: un monstruo filántropo, es decir, que ama tanto la humanidad que por eso mismo la hará sufrir, como reza aquel otro refrán de “quien bien te quiere te hará sufrir”.

    Nos hará mal por nuestro bien, dándonos el cambiazo: un mal presente, que no vemos, pero que está aquí haciéndonos la vida imposible, por un bien futuro, que tampoco vemos porque no está aquí pero  nos impide ver lo que hay delante de nuestras narices. 

    Por eso están "triunfando" las llamadas vacunas del coronavirus, porque previenen la enfermedad que causa dicho virus haciendo que sus síntomas se atenúen y sean más leves. Son las tiritas que se ponen antes de la herida. En lugar de ocuparse de la curación de las heridas cuando se produzcan, nos ocupamos de la profilaxis para que no se produzcan, confiando en la magia de que podemos ahuyentarlas. 

    Encuentro la sugerencia de la maldad de la precaución en un paso de Séneca, la epístola núm. 5, a Lucilio (7-9), una formulación que me ha resultado bastante esclarecerdora, es decir, reveladora de la mentira en la que habitualmente vivimos, que es que solemos valorar más la previsión que la propia visión, la precaución que la caución, hasta el punto de equipararlas erróneamente. Así dice el sabio cordobés: Por ello la previsión, el bien máximo de la condición humana, se ha convertido en un mal. (Itaque prouidentia, maximum bonum condicionis humanae, in malum uersa est). 

      
    ¿Cómo puede afirmarse que la previsión o prouidentia en latín, de donde derivan nuestra providencia, que es sin embargo un falso amigo, y nuestra prudencia, de ser un bien, el mayor bien de la condición humana, se haya convertido en un mal? Séneca establece la comparación con los animales, que huyen de los peligros que ven (ferae pericula, quae uident, fugiunt), y una vez que los han evitado están seguros. Nosotros, sin embargo, a diferencia de ellos, nos atormentamos con los peligros pasados y los futuros, que no existen, unos porque son agua pasada y los otros porque no son. 

    Nos torturamos con el porvenir y con el pasado (nos et uenturo torquemur et praeterito). Es decir que nosotros, a diferencia de las fieras, nos sentimos inseguros por peligros que no vemos porque pertenecen al pasado y al reino de la memoria o al futuro y la suposición, en lugar de acomodarnos a los que tenemos por delante, que son los únicos que hay. 

     ¿Por qué la prouidentia es mala, si la uidentia es buena? Porque la prouidentia impide la uidentia al ser una anticipación. Digamos que frente a la previsión de las cosas, hay que proponer la sencilla visión, porque la previsión puede cegarnos, y no dejarnos ver, si nos ciega, lo que tenemos delante.

jueves, 15 de abril de 2021

Hombre precavido vale por dos (I)

    No hace falta recurrir a muchos ejemplos para sugerir cómo desde las Instancias Superiores se nos dice lo que tenemos que hacer. Me refiero con esta expresión tanto a las autoridades del Gobierno como a las de nuestra alma, que nos apremian a ocuparnos de nuestra propia persona, de nuestro cuerpo, que para eso es nuestro y nos ha tocado en suerte administrarlo y gobernarlo, y como nuestro que es podemos hacer con él lo que queramos, hasta donárselo a la ciencia post mortem por ejemplo, cualquier cosa menos desentendernos de él. 
 
    Hay una escena humorística breve de los Monty Python sobre la donación de órganos que merece la pena ver, aunque sólo sea para reírse un poco, que buena falta hace la risa en momentos de una seriedad tan ridícula como la que nos gobierna, incluida en su espléndida película “El sentido de la vida”. Cuando le preguntan al cirujano qué hará con el hígado extirpado ante mortem, responde que se usará para salvar más vidas, por el bien de la nación, por el bien común, lo que conlleva el sacrificio del donante.
 
  
 
    Los médicos especialistas nos invitan constantemente a ocuparnos de todos nuestros órganos con revisiones periódicas y chequeos para evitar males mayores. Nos recuerdan a menudo los dentistas, por ejemplo, que, no debemos hacernos sólo una limpieza anual de boca, sino semestral y aun trimestral... Y, no contentos con eso, los galenos especialistas y generalistas nos invitan a pre-ocuparnos, es decir, a ocuparnos de nuestros órganos con antelación, con lo que consiguen que no nos ocupemos de otras cosas, como por ejemplo, de vivir, sencillamente, que no es por otra parte una ocupación, sino todo lo contrario, una des-pre-ocupación. 
    
    Cuando nos ocupamos de algo, como quieren nuestras Instancias Superiores, -y no digamos ya cuando nos pre-ocupamos- estamos intentando poner la tirita o la venda antes de habernos hecho la herida, y tomando el fármaco antes de tener la dolencia. Aplicamos unas soluciones que son más problemáticas que el propio problema, que sería preferible dejar irresoluto. ¿Merece la pena matar moscas a cañonazo limpio? ¿No es peor el efecto secundario y daños colaterales del bombardeo de la artillería que el vuelo de los moscardones sobre nosotros? 
 
        Claro está que hay un refrán atestiguado en las fuentes escritas y literarias que dice que “Hombre prevenido vale por dos”, o bien “hombre precavido..., o apercibido" en nuestros clásicos como en “castillo apercibido, no es sorprendido o decebido”,  según el cual el previsor es el doble de valioso que el alegremente despreocupado.
 
 
    Responde este refrán, que no es vox populi sino voz de las Instancias Superiores, es decir, vox Dei, voz de Dios,  a una idea muy arraigada en el mundo moderno que es la de la prevención. Hay que prevenir los males y las desgracias antes de que sucedan para evitar en primer lugar que sucedan, y, si eso no es posible, porque hay siempre imprevistos, para evitar al menos el daño psicológico que nos infligirían si nos pillan desprevenidos precisamente. Ya algo de contradicción asoma en la propia formulación. Si prevenimos algo, estamos haciendo que suceda antes de tiempo, que tome la delantera sobre lo previsto, aunque precisamente lo que pretendemos es evitarlo anticipándonos. 
 
    En la base de la medicina profiláctica moderna se encuentra otro refrán “Más vale prevenir que curar”, que recomienda la precaución antes de que suceda una desgracia de la cual tengamos que arrepentirnos y curarnos después. Su variante “Más vale prevenir que lamentar” viene a decir lo mismo. Se considera que ambos son una traducción del lema latino medieval tomado del ámbito médico Praestat cautela quam medela, que se le atribuyó sin ningún fundamento a Hipócrates, el padre de la medicina curativa. Suele traducirse erróneamente como “más vale precaución que medicina”, dando a entender que es mucho mejor evitar que algo malo suceda antes que tener que remediarlo una vez que haya sucedido sometiéndose uno a tratamientos médicos.
 
    Este principio, de índole más bien moral y personal, no procede, como se pretende, de la medicina antigua, que era fundamentalmente curativa, sino al contrario, es la idea moderna, ajena al mundo antiguo, de la profilaxis la que es una consecuencia de ese principio moral. La justificación, pues, no es médica, sino moral. 
 
    La traducción más adecuada del adagio latino sería:  “vale más el cuidado, la cautela, la caución, el prestar atención que la medicina”. Es decir que lo que vale la pena es evitar la medicina, porque la medicina es perjudicial para la salud. Podríamos también decir: la sanidad, en lugar de la medicina, contraponiendo el término gubernativo “sanidad” con el popular “salud” para aludir a las medidas irracionales que nos imponen las autoridades sanitarias. Y que la cautela consiste, precisamente, en no someterse a la medela.