¿Dónde está el origen de la interpretración previsora del dicho praestat cautela quam medela? Quizá en el hecho de que se cita antes la cautela que la medela, y se da a entender que si antes hay caución no hace falta recurrir después a la curación.
Pero no es lo mismo decir que predecir, ni sentir que presentir. No puede ser lo mismo la caución que la precaución. Pero la docta Academia a la hora de definir "caución" pontifica “prevención, precaución o cautela”, entrando así en la confusión de un círculo vicioso, equiparando caución y precaución sin tener en cuenta el valor del prefijo pre-, procedente del latín prae-, que indica anticipación, anterioridad, y que aparece en el verbo prae-stat, que literalmente significa “estar delante, aventajar, ser superior”.
Habría que decir que lo que vale más que la medicación es la caución, y no tanto la pre-caución. Y frente a la idea omnipresente de precaución habría que enarbolar la de la mera cautela: Una cosa es tener cuidado, tener visión de las cosas, y otra es anticiparse a la visión, que es un error que nos impide ver lo que tenemos delante.
Se dice a veces que a los niños hay que advertirles de que hay cosas que ellos no ven y que pueden hacerles daño, como por ejemplo meter la corriente eléctrica si meten los dedos en un enchufe. Es cierto. El problema viene cuando, una vez adultos, se les sigue tratando como a niños dado el paternalismo del Estado moderno.
En este sentido ha triunfado en nuestros días la idea de que hay que prevenir los males antes de curarlos, y eso lo dice el Estado Terapéutico que vela por nuestro bien. El problema es que el Estado Terapéutico es como el Ogro filantrópico que decía Octavio Paz: un monstruo filántropo, es decir, que ama tanto la humanidad que por eso mismo la hará sufrir, como reza aquel otro refrán de “quien bien te quiere te hará sufrir”.
Nos hará mal por nuestro bien, dándonos el cambiazo: un mal presente, que no vemos, pero que está aquí haciéndonos la vida imposible, por un bien futuro, que tampoco vemos porque no está aquí pero nos impide ver lo que hay delante de nuestras narices.
Por eso están "triunfando" las llamadas vacunas del coronavirus, porque previenen la enfermedad que causa dicho virus haciendo que sus síntomas se atenúen y sean más leves. Son las tiritas que se ponen antes de la herida. En lugar de ocuparse de la curación de las heridas cuando se produzcan, nos ocupamos de la profilaxis para que no se produzcan, confiando en la magia de que podemos ahuyentarlas.
Encuentro la sugerencia de la maldad de la precaución en un paso de Séneca, la epístola núm. 5, a Lucilio (7-9), una formulación que me ha resultado bastante esclarecerdora, es decir, reveladora de la mentira en la que habitualmente vivimos, que es que solemos valorar más la previsión que la propia visión, la precaución que la caución, hasta el punto de equipararlas erróneamente. Así dice el sabio cordobés: Por ello la previsión, el bien máximo de la condición humana, se ha convertido en un mal. (Itaque prouidentia, maximum bonum condicionis humanae, in malum uersa est).
Nos torturamos con el porvenir y con el pasado (nos et uenturo torquemur et praeterito). Es decir que nosotros, a diferencia de las fieras, nos sentimos inseguros por peligros que no vemos porque pertenecen al pasado y al reino de la memoria o al futuro y la suposición, en lugar de acomodarnos a los que tenemos por delante, que son los únicos que hay.
¿Por qué la prouidentia es mala, si la uidentia es buena? Porque la prouidentia impide la uidentia al ser una anticipación. Digamos que frente a la previsión de las cosas, hay que proponer la sencilla visión, porque la previsión puede cegarnos, y no dejarnos ver, si nos ciega, lo que tenemos delante.
No hay comentarios:
Publicar un comentario