Resulta sarcástico cómo un Estado moderno y democrático como el francés, surgido de una revolución que hizo que todo cambiara para seguir igual, y que hizo del laicismo una de las señas de identidad de su república, después de prohibir en el ámbito público y político el uso del velo islámico femenino, obliga ahora a toda la ciudadanía por razones sanitarias a llevar una mascarilla, que no deja de ser un sucedáneo del velo del islam.
La mascarilla no despersonaliza a los seres humanos, deshumaniza a las personas. Su única ventaja, si se puede llamar así, es su carácter igualitario que no discrimina sexualmente, ya que se impone a los dos sexos. Pero el mal de muchos es, ya se sabe, el consuelo de los tontos.
Alguien replicará que no es lo mismo una razón religiosa que una sanitaria a la hora de una imposición. No lo es y sí lo es. No lo es porque obviamente son razones de distinta índole; y sí lo es porque en ambos casos se trata de justificar una obligación. Poco importa que el argumento de la coartada sea religioso o sanitario, desde el momento en que la Sanidad se ha convertido en la nueva Religión y nuevo culto, y su credo es la Ciencia vulgarizada y dogmática. En ambos casos se le ordena a la gente lo que debe y lo que no debe hacer.
Ya no se trata de salvar las almas como en los viejos tiempos medievales, sino los cuerpos. 'Salvar vidas' es el eslogan o grito de guerra ahora de la mayoría de los Estados democráticos.
El laicismo es la condición del laico. Y laico, etimológicamente, significa “del pueblo, popular”. El término procede del griego λαϊκός (laïkós), adjetivo derivado del sustantivo λαός (laós) a través del intermedio latino. En griego λαός (laós) significa pueblo en cuanto reunión de hombres y se opone a δῆμος (démos), que es el pueblo en cuanto organización política. El laicismo es la independencia de la gente de cualquier organización o confesión religiosa. De lo que no se libra el pueblo como λαός (laós) es de su dominación estatal, que no deja de ser una organización religiosa desde el momento en que el Estado es la nueva Iglesia y los ciudadanos sus feligreses, identificándose así torticeramente con el pueblo como δῆμος (démos). La expresión "estado laico", por lo tanto, no deja de ser una contradicción en sus términos: no puede haber un estado verdaderamente popular porque si hay Estado no hay pueblo, en el sentido griego de λαός (laós) y, viceversa, si hay pueblo no hay Estado.
En este sentido el Estado moderno, a través de sus autoridades sanitarias, nos impone, como el viejo clero, una serie de obligaciones. Una de ellas es el uso de las mascarillas que deben tapar nuestra boca y nariz para que no contagiemos con las más sencillas y económicas, aunque no estemos infectados, a nuestros congéneres al respirar. Las hay más complicadas que, además de evitar que contagiemos, nos defienden como un escudo protector del contagio exterior. Prácticamente herméticas, resulta no ya costoso, sino imposible respirar con ellas sin que uno padezca hipoxia y sienta que se ahoga y asfixia. Parece obvio que cuanto menos respiremos menos contraeremos un virus respiratorio, por lo que en último extremo de lo que se trata es de dejar de respirar.
De alguna
manera el Estado francés, volviendo a él, y la mayoría de los otros Estados
modernos, nos están imponiendo el velo islámico, el velo de la
sumisión, que es lo que significa originariamente “islam”, como se sabe. Me refiero al niqab, no al hiyab.
Al hablar del velo islámico hay que hacer alusión al inevitable burka afgano, que cubre totalmente el cuerpo femenino de pies a cabeza, y que sólo deja traslucir los ojos a través de una rejilla. El burka afgano es lo más parecido al traje de un astronauta o al Equipo de Protección Individual médico.
Los franceses durante la colonización de Argelia organizaron ceremonias de desvelamiento forzoso de mujeres musulmanas. Un cartel propagandístico incitaba a las musulmanas argelinas a desvelarse voluntariamente y no ocultar su belleza a los ojos del colono invasor. Se difundió en Argelia durante la ocupación francesa, distribuido por el ejército como arma de guerra psicológica. Era como si no contentos con el dominio del país, quisieran poseer también a sus mujeres, desvelarlas, desnudarlas porque, como decía el mariscal francés Thomas Robert Bugeaud (1784-1849), colonizador de Argelia: “Los árabes se nos escapan, porque esconden a sus mujeres de nuestras miradas”. "¿No es, pues, usted hermosa?" Decía el cartel en la lengua de Molière. "Descúbrase (o desvélese)".
y nosotros huimos en este éxodo, cual "pueblo elegido“, dirigidos por un Estado implementador e inoculador, porque vivir es demasiado peligroso, de ahí que se sumen fuerzas en el combate por la existencia de un futuro tecnocientífico, sencillito y cómodo, donde las cuentas del rosario sean sustituidas por el espejismo probabilístico inserto en el fiel de la balanza (trucado a lo largo de la historia en beneficio del que manda), por aquello de que la justicia o 'causa' exige sacrificios y nunca descansa.
ResponderEliminarLo malo no es ser pueblo, sino "pueblo elegido" por el Estado que pretende salvarnos y guiarnos a ese futuro tenocientífico que dices.
ResponderEliminarSegún parece, hay un partido laócrata en España que defiende la laocracia en vez de la democracia. Consideran que el poder está en todos los ciudadanos y quieren acabar con la partidocracia. ¿Es lo mismo laocracia que democracia?
ResponderEliminarLo ignoraba. En griego antiguo la diferencia entre demos y laós, significando ambas “pueblo”, es que demos es la parte de la población que gobierna, los ciudadanos libres mayores de edad, y excluye a mujeres, extranjeros, esclavos y menores, y laós es toda la población sin excluir a nadie. La palabra laocracia existía en griego pero se usó poco y cuando se usó fue como sinónimo de democracia, porque la democracia griega, siendo directa como era, nunca incluyó a mujeres, esclavos y metecos para desempeñar los cargos públicos.
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