Las revoluciones nacen del descontento del pueblo con el Poder y el orden establecido, pero acaban siempre restituyendo el orden que pretendían derrocar. ¿Por qué sucede eso? Porque las revoluciones son un proyecto cargado de futuro y, por lo tanto, condenado al futuro, y el futuro es de ellos, del Señor del Tiempo y sus secuaces, el futuro es el asesinato, el futuro es la muerte.
Nos infunden desde arriba, desde las altas esferas del Poder, miedo, un miedo ingente para que no vivamos, para que vivamos con miedo: dentro de cien años, a lo sumo, estaremos muertos. Dentro de cien años todos estaremos calvos, todos seremos calaveras en la fosa común del olvido.
Esa es la muerte futura que nos venden, la muerte siempre futura con la que nos amenazan. Frente a eso le rezo yo, sin mucha fe, porque soy un descreído, al Cristo del Poco Poder y de la Buena Muerte estas letanías: danos, Señor del desempoderamiento, la buena muerte ahora mismo. Líbranos de la mala muerte que es la que nos da mala vida. No queremos la muerte futura, que esa no es buena, esa siempre es mala. Esa es la espada de Damoclés que, pendiente sobre nuestra testa coronada, no nos deja vivir ni disfrutar de los goces presentes ahora mismo. Queremos la muerte ahora, aquí y ahora, la buena muerte.
Todos la hemos experimentado alguna vez. Cuando menos lo piensas, cuando menos lo intentas, y cuando menos cuenta te das, te sobreviene una sensación, y la sensación que se experimenta entonces, si uno en el recuerdo permanece un poco fiel, es una sensación de plenitud y de vacío al mismo tiempo, y de felicidad desconocida, de lo que no se puede experimentar nunca ni en el Mercado, ni en la Familia, ni en los tratos políticos, ni con los compañeros, ni nada: el olvido; de vez en cuando se olvida uno de sí mismo y de todo.
Cuando dormimos entregándonos a los brazos de Morfeo también, pero incluso sin llegar a dormirnos: esa es la buena muerte, en la que estamos recayendo ahora mismo a poco que nos dejemos llevar y no nos dejemos amedrentar por la otra, por la mala, por la siempre futura, la real, la que nos envenena y nos quita las ganas de vivir, o las ganas de morir, que es lo mismo.
El olvido de sí que con tanta brutalidad combaten el Estado y el Capital llegando al paroxismo de este terror instituido para no dejar vivir, donde cada uno sea el mero soporte de su DNI y demás tarjetas de feria, los demás unos asintomáticos contagiosos y la nueva normalidad un encierro mercantil para mantener activas y dinámicas las transacciones asociadas a los identificadores, desechando y despreciando a aquellos que no dispongan de los mismos para su reconocimiento (donde hasta la inoculación viene a cuento).
ResponderEliminarTodo en el bien del "crédito", esas cifras muy activas y sacrificios grandiosos, multimillonarios, en el altar del progreso para que el Capital siga vivo entre tantísimos muertos.
La Publicidad, siempre tan emotiva, ya es la industria principal donde las demás se integran (mediática, política y científica) y con ella se avanza en esta guerra.
«Un número considerable de personas todavía no se siente suficientemente amenazada personalmente; podría ser que estén tranquilos por la baja tasa de mortalidad en su grupo demográfico […] Es necesario aumentar el nivel de amenaza personal percibido entre los que son complacientes, utilizando mensajes emocionales contundentes».