jueves, 15 de agosto de 2024
Por un golpe de calor
miércoles, 10 de julio de 2024
Una muerte orgásmica
viernes, 5 de abril de 2024
MORS CERTA, HORA INCERTA
Algunos relojes afirman en latín algo que no es verdad: Mors certa, hora incerta (La muerte es segura, la hora -se sobreentiende de la muerte, su hora- incierta). Estos relojes deberían afirmar lo contrario: Hora certa, mors incerta (La hora -en general- es segura, la muerte incierta). Pues la muerte, que es algo desconocido para nosotros, es incierta porque no tenemos ninguna experiencia propia de ella. Por lo tanto no es la hora de nuestra muerte muy cierta sino la hora que es ahora: la que nos indica el reloj. Así pues hablemos no de la hora de nuestra muerte, sino de esta misma hora que es ahora.
jueves, 3 de agosto de 2023
No es el fin (A vueltas con la muerte, II)
Si cantamos con Nick Cave, Kylie Minogue y amigos esta canción de Bob Dylan -"Not the end"-, estamos negando lo que está mandado que creamos y espantando así el fantasma de la muerte, porque el que canta su mal espanta, y nuestro mal es que a menudo barruntamos que la muerte es el final, la espada de Damoclés que pende sobre nuestras cabezas: not the end, not the end, just remember the death is not the end: No es el fin, no es el fin, recuerda que la muerte no es el fin.
jueves, 23 de marzo de 2023
El mejor regalo de los dioses
Nota fabula est. Dice Cicerón: Es conocida la historia que contaba Heródoto que le contó el sabio Solón al rey Creso cuando le preguntó quién era el hombre más feliz del mundo.
"Los amados de los dioses mueren jóvenes" es un tópico que arranca probablemente del griego Menandro, que escribió en la lengua de Homero Ὃν οἱ θεοὶ φιλοῦσιν, ἀποθνὴσκει νέος, y que Plauto vertió al latín como "Quem di diligunt adulescens moritur", y que llegó al poeta británico lord Byron como "whom the gods love, dies young". Otro poeta, el italiano Giacomo Leopardi lo tradujo a su lengua como "Muor giovane colui ch' al cielo è caro": Muere joven el que es al cielo grato.
De esta manera alcanzarían muriendo, paradójicamente, la inmortalidad (no-muerte, en sentido literal), viviendo al menos en la memoria y el recuerdo de los hombres. Pero la enseñanza que se desprende de la historia no es que la diosa les concediese la inmortalidad, como han querido algunas interpretaciones cristianas torticeras, considerando la muerte en sí como algo malo, y decidiese recompensarles con la vida eterna post mortem, sino, todo lo contrario: la muerte y no la inmortalidad era lo mejor que podría lograr un mortal.
domingo, 2 de octubre de 2022
Imaginerías de la muerte en Sebald Beham
jueves, 21 de julio de 2022
Muertos bien informados
Los
cementerios, escribe Elías Canetti, ejercen una fuerte atracción;
se les visita por una morbosa curiosidad, aunque no se tengan parientes sepultados en ellos. Y
uno experimenta en estas visitas un estado de ánimo muy peculiar: la
contrición que se siente y se muestra ante la presencia de
tantos muertos encubre en realidad la secreta satisfacción del
superviviente que va y viene entre las tumbas y que mira esta o
aquella lápida, leyendo los nombres y las fechas para saberse vivo y sentirse como tal. Uno se alegra de no encontrar allí su propia nicho con su nombre y apellidos, con la fecha de su nacimiento y de su muerte.
En una reciente visita mía a uno, he sido testigo de una curiosa escena. Solo estábamos dos personas, un hombre mayor que yo, aunque sólo pude verlo de espaldas, inmóvil como estaba frente a la tumba de lo que supongo era uno de sus seres queridos, y yo.
Pero al poco rato, comienza a oírse lo que me parece, al menos por lo que puedo escuchar en la distancia, una señal horaria y el boletín informativo de Radio Nacional de España, el famoso parte, de guerra, como decía mi padre.
No puedo dar crédito a lo que oigo. Al instante, me viene a la cabeza una confesión de Hegel que había leído recientemente en alguna parte y me había llamado la atención: "Leer el periódico es mi oración de la mañana". Pero en este caso la plegaria matutina no era para los vivos sino, por así decir, para los muertos, si es que no éramos los mismos unos y otros destinatarios de información.
El informativo debió de durar unos diez minutos. La noticia estrella del día que dejaba helados a todos los oyentes era que la ola de calor extremo que nos invadía había provocado 360 muertes en España en los primeros seis días, a más de haber los incendios calcinado miles de hectáreas forestales en toda la curtida piel de toro...
'El infierno era esto'
Acabado el noticiario, el hombre apaga la radio, guarda el móvil y se dirige a la puerta del cementerio. Entonces me ve y, sin ningún rebozo, me dedica una amable sonrisa, con la que me da a entender que, aparentemente, está muy contento consigo mismo, porque se sabe, como yo, un superviviente.
Una vez que se ha marchado y me he quedado solo, no puedo resistirme a la tentación de -curiosidad malsana- ir a ver la misteriosa tumba delante de la que había escuchado su plegaria matutina, que diría Hegel. Es la de una mujer (¿su madre?) que murió en 1979 y que se llamaba Teresa. No hay foto, ni epígrafe, ni flores, ni signo religioso alguno.
¿Estaba loco, o, por el contrario, muy cuerdo oyendo en medio de aquel silencio sepulcral -nunca mejor dicho lo de sepulcral- las noticias del boletín informativo con aquella misteriosa Teresa? ¿Creía este hombre que mantenía un poco viva a su madre o a su abuela o a quien fuera aquella misteriosa mujer compartiendo ante su tumba los sucesos que siguen afectando al mundo de los vivos?
No sé qué pensar. Los muertos no oyen, pero quizá los vivos tampoco. No queremos oír que la noticia es que la amenaza de muerte pende sobre nosotros como la vieja espada de Damoclés, y contamos los vivos que caen muertos como moscas, como esos 360 muertos exactamente bien informados, ni más ni menos, que han perecido víctimas del golpe de calor...
La noticia define la causa de la muerte, para que el Estado protector, al que sacrificamos nuestra libertad -y nuestra vida, por lo tanto- en aras de nuestra supuesta seguridad, se encargue de luchar baldíamente contra dicha ola de calor, justificando su existencia so capa de protegernos de futuras y por lo tanto inexistentes por ahora oleadas de calor.
El Estado, como organización suprema, se dedica a administrar esa muerte, de la que nos da cuenta estadística- y puntualmente a través por ejemplo de los boletines informativos horarios de Radio Nacional, no vayamos a creernos inmortales como las ideas de Platón. En ese sentido, todos estamos ya condenados a muerte, aunque no encontremos todavía nuestro sitio en el cementerio -hasta aquí el tiempo, desde aquí la eternidad, decía la inscripción de la entrada-, como aquellos que descansan efectivamente en paz, una paz solo perturbada por las noticias de sucesos del reino de los vivos que oyen como el que oye llover.
Vienen a mí unos versos antiguos de la Odisea de Homero (XI, 488-491). Cuando el sufrido Odiseo desciende a los infiernos, se encuentra allí con el alma en pena de Aquiles, el héroe que había preferido una vida breve pero intensa y llena de gloria, que una larga pero anodina y anónima, que le dice ahora, arrepentido: “No a consolar de la muerte me vengas, noble Odiseo. / Preferiría servir a jornal o a destajo, labriego / de amo indigente que no poseyera mucho sustento, / que sobre todos los muertos reinar que ya fallecieron”.
sábado, 22 de enero de 2022
Borges espurio y auténtico
"Si pudiera vivir nuevamente mi vida,
declinaría, créanme, tal eventualidad,
harto de la fatiga de esta triste existencia
y de esta realidad falsa en sus apariencias,
harto de soportar la gravedad del mundo
como el gigante aquel que fascinaba al niño
que era yo y que hojeaba láminas de los libros
de la mitología de griegos y romanos,
antes de que él supiera que iba a ser su destino
ser Atlante fatal, su fatídico sino,
valga la redundante torpeza literaria.
No hay instante que valga la pena de vivirlo
ni el hastío tedioso de volverlo a vivir.
Déjenme en paz librarme de esta guerra, la vida;
déjenme que me muera no más, si ya he vivido."
Yo soñé esta mañana que moría y sentía
una gran sensación de alivio. Desperté
del sueño, y desperté francamente feliz
no porque fuera un sueño, sino porque era libre.
Olvídense de Borges, olvídense de mí.
oOo
miércoles, 20 de octubre de 2021
'El Triunfo de la Muerte' de Pencz
El Triunfo de la Muerte, Georg Penz (1539)
Lo que pretende la estampa de Georg Pencz titulada El Triunfo de la Muerte es inculcarnos la idea de que todos vamos a morir, de que hemos de morir y, por lo tanto, morir hemos: moriremos, y a quí no se salva ni Dios. Es un claro memento mori o recordatorio de nuestra condición mortal, por si se nos había olvidado nuestro destino y en lugar de vivir aterrorizados a la sombra perniciosa de la idea de la muerte, falsa como todas las ideas pero real, nos habíamos descuidado un poco y dedicado a vivir sin saber muy bien tampoco en qué consiste la vida.
La palabra "triunfo" en el título del grabado es una clara referencia a la ceremonia de entrada solemne en la ciudad de un general vencedor con una corona de laurel en la frente, símbolo de la victoria, en un carro tirado por cuatro caballos, llevando delante de él el botín, y detrás una selección de sus tropas en un desfile que iba hasta el templo de Júpiter en el Capitolio. Pero no estamos aquí ante un desfile pacífico para conmemorar una victoria después de una gran batalla, sino ante la mismísima batalla en la que un esqueleto, que simboliza a la Muerte, blande la guadaña con la que siega las vidas de todos los que encuentra a su paso. Que la Muerte esgrima una guadaña es herencia de la iconografía de Saturno, el viejo dios agrícola romano, confundido desde muy pronto con el tiempo cronometrado. Y que el Tiempo sea una epifanía de la Muerte no debería extrañarnos.
El esqueleto parece sonreír llevándose por delante los cadáveres de todos los estamentos de la sociedad, incluida la corona real y la tiara de un papa, atropellados bajo las ruedas de su carro tirado por dos siniestros y no precisamente muy pacíficos bueyes.
Al
fondo del grabado está implícito el Juicio Final y la moral del premio y el castigo que quiere inculcarnos: se abren dos
planos que anuncian el destino de los hombres después de la muerte,
y del Juicio Final que condena a unos y regala a otros con la vida
eterna. A la derecha, y entre llamas, la boca de Leviatán, que es la mismísima puerta de los infiernos, a la que
entran irremisiblemente las almas de los condenados tras atravesar la laguna
estigia en la barca de Caronte. A la izquierda,
las almas salvadas ascendiendo hacia la luz del Empíreo para llegar a la fuente
de la vida, a la inmortalidad.
En el pie del grabado aparecen dos versos latinos: un hexámetro tomado del poema astronómico de Manilio nascentes morimur, finisque ab origine pendet (Astronomicon IV 16) y un pentámetro tomado de una elegía de Propercio longius aut propius mors sua quemque manet.(II, 28, verso 58). Con ambos se forma un dístico elegíaco híbrido, que podemos traducir rítmicamente así: Cuando nacemos morimos, y el fin corresponde al inicio; / tarde o temprano a su vez va cada cual a morir.
martes, 20 de abril de 2021
Letanías de la buena muerte
Las revoluciones nacen del descontento del pueblo con el Poder y el orden establecido, pero acaban siempre restituyendo el orden que pretendían derrocar. ¿Por qué sucede eso? Porque las revoluciones son un proyecto cargado de futuro y, por lo tanto, condenado al futuro, y el futuro es de ellos, del Señor del Tiempo y sus secuaces, el futuro es el asesinato, el futuro es la muerte.
Nos infunden desde arriba, desde las altas esferas del Poder, miedo, un miedo ingente para que no vivamos, para que vivamos con miedo: dentro de cien años, a lo sumo, estaremos muertos. Dentro de cien años todos estaremos calvos, todos seremos calaveras en la fosa común del olvido.
Esa es la muerte futura que nos venden, la muerte siempre futura con la que nos amenazan. Frente a eso le rezo yo, sin mucha fe, porque soy un descreído, al Cristo del Poco Poder y de la Buena Muerte estas letanías: danos, Señor del desempoderamiento, la buena muerte ahora mismo. Líbranos de la mala muerte que es la que nos da mala vida. No queremos la muerte futura, que esa no es buena, esa siempre es mala. Esa es la espada de Damoclés que, pendiente sobre nuestra testa coronada, no nos deja vivir ni disfrutar de los goces presentes ahora mismo. Queremos la muerte ahora, aquí y ahora, la buena muerte.
Todos la hemos experimentado alguna vez. Cuando menos lo piensas, cuando menos lo intentas, y cuando menos cuenta te das, te sobreviene una sensación, y la sensación que se experimenta entonces, si uno en el recuerdo permanece un poco fiel, es una sensación de plenitud y de vacío al mismo tiempo, y de felicidad desconocida, de lo que no se puede experimentar nunca ni en el Mercado, ni en la Familia, ni en los tratos políticos, ni con los compañeros, ni nada: el olvido; de vez en cuando se olvida uno de sí mismo y de todo.
Cuando dormimos entregándonos a los brazos de Morfeo también, pero incluso sin llegar a dormirnos: esa es la buena muerte, en la que estamos recayendo ahora mismo a poco que nos dejemos llevar y no nos dejemos amedrentar por la otra, por la mala, por la siempre futura, la real, la que nos envenena y nos quita las ganas de vivir, o las ganas de morir, que es lo mismo.
miércoles, 13 de mayo de 2020
Memento mori: moriremos.
domingo, 3 de mayo de 2020
Encuentro fortuito con Epicteto
La deuda con Sócrates, a través de Platón en este caso, es evidente. Epicteto sostiene, al igual que Sócrates, que nadie hace mal a sabiendas, que sólo se obra el mal por ignorancia: "Cuando alguien asiente a lo falso, sábete que no quería asentir a lo falso -pues toda alma se ve privada de la verdad contra su voluntad-, sino que la mentira le pareció verdad". (Disertaciones I, 28, 4-5).
Lo que te mata no es el virus, perfecta alegoría de la Muerte que todos llevamos dentro, sino el miedo. El miedo te mata porque no te deja vivir. No se puede vivir con miedo. No porque no se pueda, porque de hecho se puede y es como vivimos habitualmente, o, mejor dicho, como sobrevivimos y existimos. No se puede vivir con miedo porque el miedo es lo que no nos deja vivir, lo que nos mata. El miedo es nuestra muerte cotidiana.
El enemigo, por otra parte, ya no es el otro. El infierno ya no son los otros, como dijo Sartre. Somos nosotros mismos. O mejor: el enemigo soy yo mismo, está latente o patente dentro de mí. El bicho o virus coronado como el rey soy yo. El miasma de la peste está dentro de mí, que soy a la vez fuente y susceptible de contagio. Ya lo dice la letra de la canción del Dúo Dinámico que entonan a modo de himno: Resistiré: Cuando mi enemigo sea yo.
Pero la verdadera peste, el verdadero virus que mata es el miedo, el miedo a la muerte, una muerte de la que no tenemos ninguna experiencia propia, que siempre nos es ajena. Son los demás los que se mueren, no nosotros. Todavía. Porque nuestra muerte -mors certa, hora incerta; muerte cierta, hora incierta- está inscrita en el futuro, es una amenaza que pende sobre nuestra cabeza como la espada de Damoclés. Nunca está presente ni es mía. Sino siempre ajena.
¿Qué es la muerte, entonces? Si la muerte es algo es una idea, falsa como todas las ideas, que nos hacemos de algo. Real, si se quiere, sí, pero falsa. La muerte, ese miedo sustancial, constitutivo y constitucional, lo llevamos dentro, es nuestro ser. Dondequiera que vayamos la llevaremos con nosotros. Contagiaremos todo lo que toquemos. Contra ese virus nada puede la ciencia ni la medicina, ni las mascarillas ni los guantes ni los antivirales. Y no porque lo diga Epicteto, ni ningún otro maestro, sino porque tiene razón.