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miércoles, 21 de septiembre de 2022

Carp-us carp-it

    Escribe Elías Canetti en Masa y Poder: “La orden es más antigua que el habla, si no, los perros no podrían entenderla. El amaestramiento de animales descansa precisamente en el que ellos, sin que conozcan un habla, aprenden a comprender qué se quiere de ellos.” 
     Aplicado a la comunicación humana, las entonaciones interpelativa y yusiva son anteriores a la predicativa o enunciativa y a las palabras del propio lenguaje: La entonación interpelativa, que se caracteriza por una curva melódica ascendente (por ejemplo: “¡Niño!”), sirve para llamar a alguien, pero no para decir nada de él todavía convirtiéndolo en tercera persona.  Cuando interpelamos a alguien usamos el nombre en su forma primaria, que es el caso vocativo, que sirve par apelar, pero no para predicar. La entonación yusiva, por su parte, que se caracteriza por la entonación descendente, sirve para dar una orden, como si fuera un verbo en su forma primigenia, que es el modo imperativo: “¡Ven!”
 
    En esta fase prehistórica de las lenguas no se distinguen nombres comunes de nombres propios todavía. La combinación de ambas tonalidades produce una frase como: “¡Niño, ven!”. A partir de una producción como esta, donde se combinaban las entonaciones interpelativa y yusiva, como funciones primarias del lenguaje, puede pasarse, entrando en la gramática de las lenguas, a la función predicativa, que es secundaria, y que conlleva el fenómeno de la declinación del nombre y de la conjugación del verbo: “El niño viene”
 
    Es la función lógica del lenguaje, que sirve para constatar la realidad. Hemos pasado a la predicación, es decir, a la afirmación, en el ejemplo que nos ocupa, de la obediencia del niño. El niño ha pasado de segunda persona, de ser el oyente al que se dirige la llamada y la orden, a convertirse en tema de conversación. Se ha creado la tercera persona. Asimismo,  en la conjugación del verbo podemos incluir el accidente temporal, introduciendo el tiempo y creando un pasado y un futuro como proyecciones del presente, y comenzar a predicar: “El niño vino, venía, vendrá...” 
 
     En una fase anterior de las lenguas, de las que algunas como el inglés nos dan testimonio todavía, no había tal distinción entre nombres y verbos, es decir, una misma palabra podía usarse con entonación interpelativa y yusiva, aunque no fuera algo frecuente. De hecho, una misma palabra, puede ser usada con ambas funciones, para llamar a alguien, como si fuera un nombre en su forma primaria, que es el caso vocativo, y a la vez darle una orden, como si fuera un verbo en la forma primaria del verbo, que es el imperativo. 
 
     Es algo más que un juego de palabras al que asistimos en latín durante la cena de Trimalción. Al comienzo del banquete, el nuevo rico Trimalción, que ha olvidado el significado de la palabra 'pobre', llama para deslumbrar a sus invitados a un sirviente repitiendo varias veces su nombre con una voz muy lenta. Encolpio, el protagonista de la novela, asombrado de que su anfitrión repita varias veces la misma palabra  “Carpe, carpe” con un tono monocorde (lentissima uoce, en latín) cuando el interpelado ya está presente, pregunta al comensal que tiene al lado, quien le informa de que el amo está llamando al esclavo encargado única- y exclusivamente de trinchar la carne y a la vez le está ordenando que trinche efectivamente las viandas que van a consumir. 
 
Ilustración de Georges-Antoine Rochegrosse (1859-1938)
 
     Esta es la explicación: (Petronio, Satiricón 36, 5-8): Carpus uocatur. Itaque quotiescumque dicit “Carpe”, eodem uerbo et uocat et imperat. (Se llama Trincha. Y así cada vez que dice “trincha”, con la misma palabra lo llama y le da una orden). Efectivamente, una misma palabra, que es CARPE, sirve como vocativo que es de Carpus, para interpelarlo, y como imperativo de carpere “cortar, trinchar, partir”, como en el carpe diem horaciano -aunque ahí tiene el sentido semántico de 'aprovecha el día, sácale el jugo-,  para ordenarle que haga lo que le está mandando. Una misma palabra, en este caso en el que se neutralizan la función apelativa y la yusiva, identifica la acción imperativa y el nombre propio del destinatario que tiene que ejecutarla.
 
    El desconcierto que crea Trimalción se debe a que utiliza un tono monocorde, anulando las marcas entonativas y prosódicas respectivamente constituyentes de las funciones interpelativa y yusiva, creando así una ambigüedad pragmática y performativa. Para deshacer esa ambigüedad, tendría que haber pronunciado el primer “Carpe”, interpelativo, con una entonación ascendente, y haber hecho una pausa, y pronunciar el segundo “carpe”, yusivo, con una curva melódica descendente. 
  
     La importancia de estos criterios entonativos pone de relieve que una producción oral, sin sus entonaciones propias, o un texto escrito, reducido a su exclusiva expresión gráfica, puede ser interpretado en dos sentidos opuestos, incurriendo en la ambigüedad. 
 
Fotograma de Satiricón, correspondiente a la cena de Trimalción, de Federico Fellini (1969)
 
    Manuel C. Díaz y Díaz, en su espléndida traducción del Satiricón de Petronio, opta por traducir carpe por "parte", y vierte así el pasaje:
     -Parte -dijo.
    Llegó al punto un trinchador y acompasando las posturas al ritmo de la música tajó la vianda con un estilo que recordaba el de un conductor de carro que luchase a son de órgano.
    Seguía repitiendo sin cesar Trimalción con voz melosa:
    -Parte, parte.
    Yo barrunté que tanto repetir esta palabra encerraba alguna ingeniosidad; y así no tuve empacho en preguntarlo al comensal de mi derecha. Él, que muchas veces había contemplado juegos de este tipo, me dijo:
    -Ves al que hace las tajadas: se llama "Parte". Y así cada vez que dice "Parte", con una sola palabra lo llama y lo manda.
  
 Cuando el esclavo obedece, y ejecuta su cometido, podemos utilizar el lenguaje en su función secundaria, que es la predicativa, y, así como el "¡Niño, ven!" del principio se convertía en "El niño viene", podemos en este caso, entrando ya en la gramática de la lengua propiamente dicha, afirmar algo como: “Carpus carpit”, donde Carpus actúa ya como sujeto y carpit como predicado verbal.

jueves, 21 de julio de 2022

Muertos bien informados

    Los cementerios, escribe Elías Canetti, ejercen una fuerte atracción; se les visita por una morbosa curiosidad, aunque no se tengan parientes sepultados en ellos. Y uno experimenta en estas visitas un estado de ánimo muy peculiar: la contrición que se siente y se muestra ante la presencia de tantos muertos encubre en realidad la secreta satisfacción del superviviente que va y viene entre las tumbas y que mira esta o aquella lápida, leyendo los nombres y las fechas para saberse vivo y sentirse como tal. Uno se alegra de no encontrar allí su propia nicho con su nombre y apellidos, con la fecha de su nacimiento y de su muerte.

    En una reciente visita mía a uno, he sido testigo de una curiosa escena. Solo estábamos dos personas, un hombre mayor que yo, aunque sólo pude verlo de espaldas, inmóvil como estaba frente a la tumba de lo que supongo era uno de sus seres queridos, y yo.


     El tipo, que no me había visto llegar, no iba a poner flores ni ningún otro adorno funerario, sino que parecía que estaba rezando o hablando en silencio con sus muertos, es decir, consigo mismo. Al cabo de unos instantes sacó del bolsillo... un móvil, como si fuera a hacer una fotografía.

    Pero al poco rato, comienza a oírse lo que me parece, al menos por lo que puedo escuchar en la distancia, una señal horaria y el boletín informativo de Radio Nacional de España, el famoso parte, de guerra, como decía mi padre.

    No puedo dar crédito a lo que oigo. Al instante, me viene a la cabeza una confesión de Hegel que había leído recientemente en alguna parte y me había llamado la atención: "Leer el periódico es mi oración de la mañana". Pero en este caso la plegaria matutina no era para los vivos sino, por así decir, para los muertos, si es que no éramos los mismos unos y otros destinatarios de información.

    El informativo debió de durar unos diez minutos. La noticia estrella del día que dejaba helados a todos los oyentes era que la ola de calor extremo que nos invadía había provocado 360 muertes en España en los primeros seis días, a más de haber los incendios calcinado miles de hectáreas forestales en toda la curtida piel de toro...


'El infierno era esto'

      Acabado el noticiario, el hombre apaga la radio, guarda el móvil y se dirige a la puerta del cementerio. Entonces me ve y, sin ningún rebozo, me dedica una amable sonrisa, con la que me da a entender que, aparentemente, está muy contento consigo mismo, porque se sabe, como yo, un superviviente. 

    Una vez que se ha marchado y me he quedado solo, no puedo resistirme a la tentación de -curiosidad malsana- ir a ver la misteriosa tumba delante de la que había escuchado su plegaria matutina, que diría Hegel. Es la de una mujer (¿su madre?) que murió en 1979 y que se llamaba Teresa. No hay foto, ni epígrafe, ni flores, ni signo religioso alguno. 

    ¿Estaba loco, o, por el contrario, muy cuerdo oyendo en medio de aquel silencio sepulcral -nunca mejor dicho lo de sepulcral- las noticias del boletín informativo con aquella misteriosa Teresa? ¿Creía este hombre que mantenía un poco viva a su madre o a su abuela o a quien fuera aquella misteriosa mujer compartiendo ante su tumba los sucesos que siguen afectando al mundo de los vivos?

    No sé qué pensar. Los muertos no oyen, pero quizá los vivos tampoco. No queremos oír que la noticia es que la amenaza de muerte pende sobre nosotros como la vieja espada de Damoclés, y contamos los vivos que caen muertos como moscas, como esos 360 muertos exactamente bien informados, ni más ni menos, que han perecido víctimas del golpe de calor... 

    La noticia define la causa de la muerte, para que el Estado protector, al que sacrificamos nuestra libertad -y nuestra vida, por lo tanto- en aras de nuestra supuesta seguridad, se encargue de luchar baldíamente contra dicha ola de calor, justificando su existencia so capa de protegernos de futuras y por lo tanto inexistentes por ahora oleadas de calor. 


     La noticia es que la gente se muere, sea por una razón o por otra, pero siempre por una causa definida que hay que justificar, como era esta de las altas temperaturas, o como había sido antes la pandemia que se había llevado seis millones de almas al Más Allá, o los bombardeos de la guerra de Ucrania... Es decir que es natural el hecho de morirse, y de hacerlo de muerte natural, aunque resulte incomprensible y uno se subleve contra la idea de que la muerte es algo natural que le pasa a uno. No, eso nunca.  A uno no le pasa nunca, les pasa a los demás, la muerte. Sólo hace falta definir la causa de la muerte. No hace falta que sea la causa efectiva porque, según apuntan los expertos -especialistas en todo, especialistas en nada-, las temperaturas extremas, sin ser la causa directa, provocan descompensaciones en las personas vulnerables. Y todos lo somos un poco. Vulnerables. 

    El Estado, como organización suprema, se dedica a administrar esa muerte, de la que nos da cuenta estadística- y puntualmente a través por ejemplo de los boletines informativos horarios de Radio Nacional, no vayamos a creernos inmortales como las ideas de Platón. En ese sentido, todos estamos ya condenados a muerte, aunque no encontremos todavía nuestro sitio en el cementerio -hasta aquí el tiempo, desde aquí la eternidad, decía la inscripción de la entrada-, como aquellos que descansan efectivamente en paz, una paz solo perturbada por las noticias de sucesos del reino de los vivos que oyen como el que oye llover.

    Vienen a mí unos versos antiguos de la Odisea de Homero (XI,  488-491). Cuando el sufrido Odiseo desciende a los infiernos, se encuentra allí con el alma en pena de Aquiles, el héroe que había preferido una vida breve pero intensa y llena de gloria, que una larga pero anodina y anónima, que le dice ahora, arrepentido: “No a consolar de la muerte me vengas, noble Odiseo. / Preferiría servir a jornal o a destajo, labriego / de amo indigente que no poseyera mucho sustento, / que sobre todos los muertos reinar que ya fallecieron”.