Escribe Elías Canetti en Masa y Poder: “La orden es más antigua que el habla, si no, los perros no podrían entenderla. El amaestramiento de animales descansa precisamente en el que ellos, sin que conozcan un habla, aprenden a comprender qué se quiere de ellos.”
Aplicado a la comunicación humana, las entonaciones interpelativa y yusiva son anteriores a la predicativa o enunciativa y a las palabras del propio lenguaje: La entonación interpelativa, que se caracteriza por una curva melódica ascendente (por ejemplo: “¡Niño!”), sirve para llamar a alguien, pero no para decir nada de él todavía convirtiéndolo en tercera persona. Cuando interpelamos a alguien usamos el nombre en su forma primaria, que es el caso vocativo, que sirve par apelar, pero no para predicar. La entonación yusiva, por su parte, que se caracteriza por la entonación descendente, sirve para dar una orden, como si fuera un verbo en su forma primigenia, que es el modo imperativo: “¡Ven!”.
En esta fase prehistórica de las lenguas no se distinguen nombres comunes de nombres propios todavía. La combinación de ambas tonalidades produce una frase como: “¡Niño, ven!”. A partir de una producción como esta, donde se combinaban las entonaciones interpelativa y yusiva, como funciones primarias del lenguaje, puede pasarse, entrando en la gramática de las lenguas, a la función predicativa, que es secundaria, y que conlleva el fenómeno de la declinación del nombre y de la conjugación del verbo: “El niño viene”.
Es la función lógica del lenguaje, que sirve para constatar la realidad. Hemos pasado a la predicación, es decir, a la afirmación, en el ejemplo que nos ocupa, de la obediencia del niño. El niño ha pasado de segunda persona, de ser el oyente al que se dirige la llamada y la orden, a convertirse en tema de conversación. Se ha creado la tercera persona. Asimismo, en la conjugación del verbo podemos incluir el accidente temporal, introduciendo el tiempo y creando un pasado y un futuro como proyecciones del presente, y comenzar a predicar: “El niño vino, venía, vendrá...”
En una fase anterior de las lenguas, de las que algunas como el inglés nos dan testimonio todavía, no había tal distinción entre nombres y verbos, es decir, una misma palabra podía usarse con entonación interpelativa y yusiva, aunque no fuera algo frecuente. De hecho, una misma palabra, puede ser usada con ambas funciones, para llamar a alguien, como si fuera un nombre en su forma primaria, que es el caso vocativo, y a la vez darle una orden, como si fuera un verbo en la forma primaria del verbo, que es el imperativo.
Es algo más que un juego de palabras al que asistimos en latín durante la cena de Trimalción. Al comienzo del banquete, el nuevo rico Trimalción, que ha olvidado el significado de la palabra 'pobre', llama para deslumbrar a sus invitados a un sirviente repitiendo varias veces su nombre con una voz muy lenta. Encolpio, el protagonista de la novela, asombrado de que su anfitrión repita varias veces la misma palabra “Carpe, carpe” con un tono monocorde (lentissima uoce, en latín) cuando el interpelado ya está presente, pregunta al comensal que tiene al lado, quien le informa de que el amo está llamando al esclavo encargado única- y exclusivamente de trinchar la carne y a la vez le está ordenando que trinche efectivamente las viandas que van a consumir.
Esta es la explicación: (Petronio, Satiricón 36, 5-8): Carpus uocatur. Itaque quotiescumque dicit “Carpe”, eodem uerbo et uocat et imperat. (Se llama Trincha. Y así cada vez que dice “trincha”, con la misma palabra lo llama y le da una orden). Efectivamente, una misma palabra, que es CARPE, sirve como vocativo que es de Carpus, para interpelarlo, y como imperativo de carpere “cortar, trinchar, partir”, como en el carpe diem horaciano -aunque ahí tiene el sentido semántico de 'aprovecha el día, sácale el jugo-, para ordenarle que haga lo que le está mandando. Una misma palabra, en este caso en el que se neutralizan la función apelativa y la yusiva, identifica la acción imperativa y el nombre propio del destinatario que tiene que ejecutarla.
El desconcierto que crea Trimalción se debe a que utiliza un tono monocorde, anulando las marcas entonativas y prosódicas respectivamente constituyentes de las funciones interpelativa y yusiva, creando así una ambigüedad pragmática y performativa. Para deshacer esa ambigüedad, tendría que haber pronunciado el primer “Carpe”, interpelativo, con una entonación ascendente, y haber hecho una pausa, y pronunciar el segundo “carpe”, yusivo, con una curva melódica descendente.
La importancia de estos criterios entonativos pone de relieve que una producción oral, sin sus entonaciones propias, o un texto escrito, reducido a su exclusiva expresión gráfica, puede ser interpretado en dos sentidos opuestos, incurriendo en la ambigüedad.
Manuel C. Díaz y Díaz, en su espléndida traducción del Satiricón de Petronio, opta por traducir carpe por "parte", y vierte así el pasaje:
-Parte -dijo.
Llegó al punto un trinchador y acompasando las posturas al ritmo de la música tajó la vianda con un estilo que recordaba el de un conductor de carro que luchase a son de órgano.
Seguía repitiendo sin cesar Trimalción con voz melosa:
-Parte, parte.
Yo barrunté que tanto repetir esta palabra encerraba alguna ingeniosidad; y así no tuve empacho en preguntarlo al comensal de mi derecha. Él, que muchas veces había contemplado juegos de este tipo, me dijo:
-Ves al que hace las tajadas: se llama "Parte". Y así cada vez que dice "Parte", con una sola palabra lo llama y lo manda.
Cuando el esclavo obedece, y ejecuta su cometido, podemos utilizar el lenguaje en su función secundaria, que es la predicativa, y, así como el "¡Niño, ven!" del principio se convertía en "El niño viene", podemos en este caso, entrando ya en la gramática de la lengua propiamente dicha, afirmar algo como: “Carpus carpit”, donde Carpus actúa ya como sujeto y carpit como predicado verbal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario