martes, 20 de septiembre de 2022

Me parece a mí... (II)

6.- No se dejen engañar por la jerga que manejan los políticos. Desengáñense. En realidad son, más que políticos, economistas. Usan una jerga que no entienden ni ellos mismos. Un ejemplo tomado de la prensa: La debilidad del euro por el riesgo de recesión consolida la inflación pese a la agresiva subida de tipos (de interés) del BCE.  No van, por lo tanto, a incluir en su programa electoral la única medida auténticamente popular: abolición efectiva de las deudas contraídas y del dinero. No, eso no: prefieren hablarles de reducción (insignificante) del precio de los alquileres, de construcción de numerosas viviendas sociales económicas (conejeras) para jóvenes, de disminución de los tipos de interés (pero el interés del capital sigue ahí, deseando que transcurra el tiempo para generar beneficios), aumento (infinitesimal) del salario mínimo interprofesional y de las pensiones, o reducción progresiva de la carga de imposición fiscal contributiva... Callan lo fundamental: que van a procurar gestionar lo que hay para que todo siga igual con los mínimos reajustes necesarios: procurarán que estemos pagando toda la vida algo, lo que queramos, que eso es cosa hasta cierto punto de nuestra elección, pero algo: el auto, el chalé adosado, las vacaciones, lo que sea. 

 
7.- Izquierda/Derecha: Todos los gobiernos que hay en el mundo son, aunque algunos pretendan lo contrario, de derechas, porque gobernar se hace con la mano derecha. A la mano izquierda sólo le queda el desgobierno, levantarse contra el poder, hacer otra cosa distinta, a desmano de lo que hace la diestra. La izquierda no existe dentro del poder, es la que se levanta contra él. Por eso la imaginación nunca podrá acceder al poder, como pretendían los ilusos jóvenes sesentayochistas en París, sino luchar siempre contra él. La expresión “poder para el pueblo” sólo puede querer decir “poder para que el pueblo pueda librarse del yugo del poder”. 
 
 
 
8.- ¡Que se besen! La prensa publicó una fotografía de una pareja de novios orientales recién casados, impecablemente vestidos según los cánones occidentales. Sonrientes y risueños, insultantemente jóvenes, envidiables y felices si no fuera por que ambos llevan sendas y asépticas mascarillas a modo de condón en la boca. ¿Cómo harán para darse un beso en los labios exorcizando su peligro a fin de no contagiarse de la neumonía asiática, esa peste amarilla que galopa a lomos de uno los cuatro jinetes del Apocalipsis que cabalga de nuevo por el universo? 
 
 
9.- Deberíamos prestar más atención a la función de las puertas, benditas sean, que no sólo nos invitan a penetrar en aquellos recintos consagrados que nosotros mismos hemos cancelado entre cuatro paredes, sino que, más bien, nos exhortan a atravesarlas rompiendo la claustrofobia del arresto domiciliario -confinamiento según la jerga política y sanitaria- y salir de la cárcel de nosotros mismos.
 
 

10.- En conclusión: sin conclusión. Una conclusión es lo que consigues cuando, cansado de pensar, decides abortar el proceso interminable de la razón en marcha y fondear en las lagunas mentales donde naufragan las ideas estancas que impiden la fluidez del río del pensamiento. Pensar es remover nuestras creencias más encallecidas y anquilosadas, empezando por la más engolfada de todas ellas, que es la fe ciega en nuestra propia identidad personal. ¿Existe, preguntémonos, una identidad verdadera dentro de nosotros que pueda contraponerse a las numerosas identidades falsas que adoptamos? No, sin duda. Lo que existe son múltiples y falsas identidades: lo que hay son mentiras: no hay verdad. Conclusión: Pero no saquemos conclusiones apresuradas. Una conclusión es lo peor que hay: es una oclusión, una reclusión, un cierre del proceso que suponer hacer el ejercicio de la razón y de la sensibilidad.

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