Internet nos entretiene y distrae, hace que nuestros ojos sólo vean lo superficial y no profundicen: vemos las imágenes antes que los textos y las palabras, los textos son breves -en caso contrario no hay quien los lea en la pantalla sin dejarse los ojos en el empeño-, buscamos los nombres propios antes que los comunes, nos despistamos con los vínculos que nos llevan a otra parte, como abejas libando de flor en flor, incapaces de (con)centrarse...
Navegamos y navegamos sin llegar a buen puerto nunca. No nos encauzamos hacia las ideas y los conceptos que deberíamos combatir y desechar, nos perdemos en las frases largas. Ese es el daño que está haciendo internet: mucha güiquipedia y poca cultura; mucha (demasiada) información, tanta que es imposible no ya procesarla y asimilarla, sino ni siquiera leerla. El lenguaje, cuando se reduce a información, deja de ser lenguaje que piensa por nosotros. La información mata la comunicación.
La Red no sólo suministra la materia para el pensamiento, sino que también condiciona nuestro modo de pensar haciéndolo hiperactivo, acrítico, fragmentario, incapaz de enfrascarse en una sola cosa.
Echamos una ojeada, sin profundizar, saltando de un sitio a otro, cliqueando aquí y acullá como, navegando sin rumbo fijo, como barco a la deriva que se va al garete, naufragando al fin en el mar superabundante de olas informativas no siempre actualizadas que no llegamos a procesar.
La sede de Google, en Mountain View, California es el santuario supremo de Internet, que se esfuerza en organizar la información mundial y hacerla universalmente accesible y útil, desarrollando “el motor de búsqueda perfecto”.
Si no sales en Gúguel (San Gúguel, como dicen algunos santificándolo) es porque no estás en Internet y si no estás en Internet, es porque no existes.
Algunos, para cerciorarse de su propia existencia, necesitan buscar su nombre propio y apellidos en la Red Informática Universal. Dios está en Internet, ergo Dios existe: yo estoy en internet, luego yo existo como Dios.
Es interés económico suyo llevarnos a los mortales a la distracción: distraernos de lo que realmente nos importa, de la realidad, que es mentira, con el simulacro de la realidad virtual, que es más falsa todavía. Ni siquiera en vacaciones, ese invento del gobierno para vaciarnos a fin de poder rellenarnos otra vez, somos capaces de desconectar nuestros móviles conectados a la Red y desconectar de nosotros mismos.
Quieren distraernos de la realidad de que somos mortales pero no porque vayamos a morir, como creen algunos, sino porque ya estamos muertos. Internet nos ha hecho más superficiales de lo que éramos. ¡Viva la superficialidad, que es lo más profundo!
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