sábado, 10 de septiembre de 2022

En Dios confiamos

    El billete de dólar americano les dice bien claro a los yanquis en su lengua, que es la del Imperio: in God we trust ("en Dios confiamos", o, enderezando el hipérbaton, que es la alteración del orden de palabras en el discurso para dar énfasis a lo que se cambia de sitio, "confiamos en Dios"). Por algo será. En todo caso, muy significativo que sea el propio billete de banco el que lo diga. El dinero nos recuerda a sus usuarios que ponemos nuestra confianza, nuestra fe, nuestro crédito, en el mismo dinero, es decir: en Dios.

    In God we trust es el lema de los Estados Unidos de América desde que lo decretara en 1956 el presidente del país por aquel entonces, el señor Eisenhouer. En la letra de la última estrofa del himno americano, que habitualmente no se canta, ya se decía algo parecido: in God is our trust ("en Dios está nuestra confianza"). 


     El caso es que el otro día, el doctor Ashish Kumar Jha (a la derecha en la fotografía de abajo), que no es un doctor cualquiera, sino, además, el coordinador de COVID-19 de la Casa Blanca afirmó en una comparecencia televisiva que la FDA (Administración de  Medicamentos y Alimentos)  había actualizado -y los CDC recomendado (Centros para el Control y Prevención de Enfermedades)- las inoculaciones contra la última variante del virus coronado, llamada Ómicron con nombre de letra griega que no ofende a nadie, excepto al alfabeto griego. Y ya estaba disponible la milagrosa y falsa vacuna para todos los americanos y americanas mayores de 12 años de edad, que iba a dispensarse al mismo tiempo que la de la gripe. Y añadió sonriendo, como si la cosa fuera de broma, una boutade: "Dios nos dio dos brazos: uno para la vacuna de la gripe y otro para la de COVID-19". 

"Dios nos dio dos brazos: uno para la vacuna de la gripe y otro para la del COVID-19".

     No incurría, sin embargo, en una blasfemia el doctor porque no estaba citando el nombre de Dios en vano. Al contrario. Según la Iglesia de la Inmunología y de la Ciencia, que el estómago agradecido de este sacristán representa, ambas "nuevas" vacunas ofrecen al creyente que comulga con ellas una protección mejor ante la infección, ante el contagio y ante las formas severas o graves de la enfermedad. La supuesta vacuna les ofrece la salvación milagrosa de un supuesto virus. Cuestión de fe. Pero ¿quién o qué va a salvarles de los efectos adversos y reales como la vida misma de la supuesta vacuna? Más claro, agua.

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