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jueves, 21 de septiembre de 2023

Cíborgs guerreros

    ¿Sustituirán los organismos cibernéticos a los soldados de carne y hueso? ¿Harán los robots la guerra por nosotros? Eso parece que es lo que sugiere el Proyecto “Replicator”, anunciado el pasado 28 de agosto por la Secretaria de Defensa, es decir de la Guerra, de los Estados Unidos de América, la señora Kathleen Hicks.
 
    El proyecto del Pentágono trata de poner en marcha un ejército de cíborgs o drones supuestamente inteligentes -cuando usan este adjetivo quieren decir 'obedientes'- y autónomos, previsto a más tardar para 2025.
 
Kathleen Hicks amenaza con miles de futuros drones.
 
 
    Dron desde 1946 es el nombre que se da en la lengua del Imperio a una aeronave no tripulada o sin piloto humano a bordo dirigida por control remoto. En inglés antiguo drone era el nombre del macho de la abeja reina (θρῶναξ thronax en dialecto griego laconio), es decir, del zángano. Parece que la palabra es de origen onomatopéyico en ambos casos, por lo que trata de imitar el zumbido de la abeja macho en principio y el del motor del aparato. 
 
   El Imperio del tío Sam quiere contrarrestar así el poder chino del Ejército Popular de Liberación -¿cuándo se liberará el pueblo del ejército 'popular' que pesa sobre él como la losa de una lápida?- cuyas fuerzas armadas tienen la superioridad numérica. Como dijo la Secretaria de la Guerra, la principal ventaja del gigante asiático es “mass”, o sea, la cantidad: more ships, more missiles, more people: más naves, más misiles, más soldados a su servicio, por lo que el Pentágono no pretende igualarlo "libra por libra" (pound for pound), sino superarlo tecnológicamente.
 
    El proyecto militar del Pentágono es la respuesta a la amenaza china de invasión que se cierne sobre Taiguán. Lo que quiere el tío Sam es un ejército de drones-soldados impulsados por la presunta inteligencia artificial. Estos robots realizarían varias actividades militares como reconocimiento, comunicación, designación de objetivos y... atacar. El Pentágono quiere desplegar plataformas autónomas que se caracterizarán por ser "pequeñas, inteligentes, baratas y muchas".
 

  Al utilizar robots para materializar la amenaza, Estados Unidos se asegura de no usar su propio ejército profesional, mientras pone al chino, superior numéricamente, en  peligro de extinción. Si esto se materializa, ya no habría ninguna distancia reflexiva ni ningún escrúpulo moral entre el arma y la persona que la empuña, porque ya "nadie" empuñaría el arma. El anuncio de la Secretaria de la Guerra de Estados Unidos abre la puerta a una violencia ilimitada. 
 
    El tío Sam ya no necesitará reclutar jóvenes como hizo para la guerra de Vietnam, levantando protestas contra el reclutamiento obligatorio ni dotarse de un ejército estrictamente profesional y mercenario como el que posee ahora y tener que afrontar los traumas psicológicos de los veteranos de guerra. Si era dulce y hermoso morir por la patria, como cantó Horacio, ahora matar por ella eximirá al Imperio del alto tributo de vidas humanas que tenía que pagar.
 
"Drones baratos dirigidos a China"
 
     Estos robots “inteligentes”, drones baratos dirigidos a China, o cíborgs -organismos cibernéticos, como el cinematográfico Robocop, con el que la ciencia ficción superó a la Ciencia- no desobedecerán nunca una orden porque no se les planteará ninguna duda, dilema o vacilación como a cualquier soldado, que nunca sería tan "inteligente", es decir, tan obediente. 
 
    Los robots no hacen preguntas. No van a declararse insumisos o desertores. No tienen crisis de estrés postraumático. El problema que plantean es precisamente que no desobedecen nunca. Al igual que la bomba atómica, esta innovación tecnológica podría tener efectos devastadores matando sin piedad. Una vez abierta la caja de Pandora, será difícil que se cierre.
 
 
 
    Hoy en día, la posible pérdida de vidas humanas es un elemento disuasor a la hora de iniciar o intensificar un conflicto (eufemismo de una guerra). Pero cuando las principales víctimas son robots o cíborgs, el factor disuasivo cambia por completo. Las armas ofensivas autónomas destinadas a matar permitirán conflictos armados en una escala jamás imaginada.

jueves, 11 de mayo de 2023

Cuatro años (de) más

    Leía el otro día que el actual presidente de los Estados Unidos declaraba en una entrevista retrasmitida por la televisión en horas de máxima audiencia que tenía intención de volver a presentarse a las elecciones para repetir en el cargo, si salía elegido, porque aspiraba a un segundo mandato ya que aún tenía “trabajo que terminar” para reforzar la economía y reafirmar el liderazgo de EE.UU. en el extranjero. Con lo de extranjero se refería, claro está, al mundo.
 
    El octogenario que ha dado suficientes muestras de incipiente, si no avanzada ya, demencia senil afirmaba sin falsa modestia: “He adquirido muchísima sabiduría y sé más que la gran mayoría de la gente” (I have acquired a hell of a lot of wisdom and know more than the vast majority of people). 
 
 
    Trataba así el inquilino de la Casa Blanca de quitar importancia a los rumores sobre su avanzada edad y su incipiente chochera o chochez, como prefiera decirse, que ambos términos, según la docta Academia, significan en castellano “Mostrar debilitadas las facultades mentales por efecto de la edad”, que le hace creerse uno de los más sabios de los mortales, afirmando que era la persona con más experiencia que se había presentado nunca a la presidencia de ese país. 
 
    Intentaba así el señor Biden, que en caso de ganar tendrá 86 años al final de su segundo mandato, tranquilizar a sus votantes sobre su provecta edad, presentándola como una ventaja y no como un inconveniente para desempeñar el cargo que ocupa. 
 
 
     Leía yo por otra parte, para desquitarme de tanta información como recibe uno aunque no quiera todos los días por los medios de producción de noticias, unos versos olvidados de Eurípides, de una tragedia perdida titulada Éolo de la que conservamos este fragmento que cita Estobeo, donde el autor da voz a un anciano que dice hablando en general de la vejez y que traduzco un tanto libremente pero en su propio ritmo de trímetros yámbicos: ¡Ay, qué verdad entraña el cuento antiguo aquel! / Los viejos nada somos más que ya runrún / y puros huesos, de vanos sueños yendo en pos; / perdido el juicio, creemos tener aún razón (φεῦ φεῦ, παλαιὸς αἶνος ὡς καλῶς ἔχει· / γέροντες οὐδέν ἐσμεν ἄλλο πλὴν ψόφος / καὶ σχῆμ᾽, ὀνείρων δ᾽ ἕρπομεν μιμήματα·  / νοῦς δ᾽ οὐκ ἔνεστιν, οἰόμεσθα δ᾽ εὖ φρονεῖν.
 
    Creo que le vienen de pegada al caso de este personaje, que no es más que ruido y apariencia, mera imagen, que persigue como un loco sueños tales como la grandeza de América y mantener el liderazgo yanqui en todo el mundo mundial, y, lo peor de todo, que careciendo de inteligencia natural, cree que está en sus cabales y que tiene buen juicio y que además ha adquirido muchísima sabiduría -literalmente usó la expresión a hell of a lot of wisdom que literalmente sería 'un infierno de un montón de sabiduría'-, o mejor "un mogollón infernal de sabiduría", cuando lo que tiene es un hell of a lot of insanity, o sea, 'un carajal infernal de demencia', como demuestra precisamente el hecho de que se crea tan sabio y no sólo eso sino muchísimo más sabio que el común de los mortales, tan ignorantes que somos.

sábado, 10 de septiembre de 2022

En Dios confiamos

    El billete de dólar americano les dice bien claro a los yanquis en su lengua, que es la del Imperio: in God we trust ("en Dios confiamos", o, enderezando el hipérbaton, que es la alteración del orden de palabras en el discurso para dar énfasis a lo que se cambia de sitio, "confiamos en Dios"). Por algo será. En todo caso, muy significativo que sea el propio billete de banco el que lo diga. El dinero nos recuerda a sus usuarios que ponemos nuestra confianza, nuestra fe, nuestro crédito, en el mismo dinero, es decir: en Dios.

    In God we trust es el lema de los Estados Unidos de América desde que lo decretara en 1956 el presidente del país por aquel entonces, el señor Eisenhouer. En la letra de la última estrofa del himno americano, que habitualmente no se canta, ya se decía algo parecido: in God is our trust ("en Dios está nuestra confianza"). 


     El caso es que el otro día, el doctor Ashish Kumar Jha (a la derecha en la fotografía de abajo), que no es un doctor cualquiera, sino, además, el coordinador de COVID-19 de la Casa Blanca afirmó en una comparecencia televisiva que la FDA (Administración de  Medicamentos y Alimentos)  había actualizado -y los CDC recomendado (Centros para el Control y Prevención de Enfermedades)- las inoculaciones contra la última variante del virus coronado, llamada Ómicron con nombre de letra griega que no ofende a nadie, excepto al alfabeto griego. Y ya estaba disponible la milagrosa y falsa vacuna para todos los americanos y americanas mayores de 12 años de edad, que iba a dispensarse al mismo tiempo que la de la gripe. Y añadió sonriendo, como si la cosa fuera de broma, una boutade: "Dios nos dio dos brazos: uno para la vacuna de la gripe y otro para la de COVID-19". 

"Dios nos dio dos brazos: uno para la vacuna de la gripe y otro para la del COVID-19".

     No incurría, sin embargo, en una blasfemia el doctor porque no estaba citando el nombre de Dios en vano. Al contrario. Según la Iglesia de la Inmunología y de la Ciencia, que el estómago agradecido de este sacristán representa, ambas "nuevas" vacunas ofrecen al creyente que comulga con ellas una protección mejor ante la infección, ante el contagio y ante las formas severas o graves de la enfermedad. La supuesta vacuna les ofrece la salvación milagrosa de un supuesto virus. Cuestión de fe. Pero ¿quién o qué va a salvarles de los efectos adversos y reales como la vida misma de la supuesta vacuna? Más claro, agua.