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jueves, 21 de julio de 2022

Muertos bien informados

    Los cementerios, escribe Elías Canetti, ejercen una fuerte atracción; se les visita por una morbosa curiosidad, aunque no se tengan parientes sepultados en ellos. Y uno experimenta en estas visitas un estado de ánimo muy peculiar: la contrición que se siente y se muestra ante la presencia de tantos muertos encubre en realidad la secreta satisfacción del superviviente que va y viene entre las tumbas y que mira esta o aquella lápida, leyendo los nombres y las fechas para saberse vivo y sentirse como tal. Uno se alegra de no encontrar allí su propia nicho con su nombre y apellidos, con la fecha de su nacimiento y de su muerte.

    En una reciente visita mía a uno, he sido testigo de una curiosa escena. Solo estábamos dos personas, un hombre mayor que yo, aunque sólo pude verlo de espaldas, inmóvil como estaba frente a la tumba de lo que supongo era uno de sus seres queridos, y yo.


     El tipo, que no me había visto llegar, no iba a poner flores ni ningún otro adorno funerario, sino que parecía que estaba rezando o hablando en silencio con sus muertos, es decir, consigo mismo. Al cabo de unos instantes sacó del bolsillo... un móvil, como si fuera a hacer una fotografía.

    Pero al poco rato, comienza a oírse lo que me parece, al menos por lo que puedo escuchar en la distancia, una señal horaria y el boletín informativo de Radio Nacional de España, el famoso parte, de guerra, como decía mi padre.

    No puedo dar crédito a lo que oigo. Al instante, me viene a la cabeza una confesión de Hegel que había leído recientemente en alguna parte y me había llamado la atención: "Leer el periódico es mi oración de la mañana". Pero en este caso la plegaria matutina no era para los vivos sino, por así decir, para los muertos, si es que no éramos los mismos unos y otros destinatarios de información.

    El informativo debió de durar unos diez minutos. La noticia estrella del día que dejaba helados a todos los oyentes era que la ola de calor extremo que nos invadía había provocado 360 muertes en España en los primeros seis días, a más de haber los incendios calcinado miles de hectáreas forestales en toda la curtida piel de toro...


'El infierno era esto'

      Acabado el noticiario, el hombre apaga la radio, guarda el móvil y se dirige a la puerta del cementerio. Entonces me ve y, sin ningún rebozo, me dedica una amable sonrisa, con la que me da a entender que, aparentemente, está muy contento consigo mismo, porque se sabe, como yo, un superviviente. 

    Una vez que se ha marchado y me he quedado solo, no puedo resistirme a la tentación de -curiosidad malsana- ir a ver la misteriosa tumba delante de la que había escuchado su plegaria matutina, que diría Hegel. Es la de una mujer (¿su madre?) que murió en 1979 y que se llamaba Teresa. No hay foto, ni epígrafe, ni flores, ni signo religioso alguno. 

    ¿Estaba loco, o, por el contrario, muy cuerdo oyendo en medio de aquel silencio sepulcral -nunca mejor dicho lo de sepulcral- las noticias del boletín informativo con aquella misteriosa Teresa? ¿Creía este hombre que mantenía un poco viva a su madre o a su abuela o a quien fuera aquella misteriosa mujer compartiendo ante su tumba los sucesos que siguen afectando al mundo de los vivos?

    No sé qué pensar. Los muertos no oyen, pero quizá los vivos tampoco. No queremos oír que la noticia es que la amenaza de muerte pende sobre nosotros como la vieja espada de Damoclés, y contamos los vivos que caen muertos como moscas, como esos 360 muertos exactamente bien informados, ni más ni menos, que han perecido víctimas del golpe de calor... 

    La noticia define la causa de la muerte, para que el Estado protector, al que sacrificamos nuestra libertad -y nuestra vida, por lo tanto- en aras de nuestra supuesta seguridad, se encargue de luchar baldíamente contra dicha ola de calor, justificando su existencia so capa de protegernos de futuras y por lo tanto inexistentes por ahora oleadas de calor. 


     La noticia es que la gente se muere, sea por una razón o por otra, pero siempre por una causa definida que hay que justificar, como era esta de las altas temperaturas, o como había sido antes la pandemia que se había llevado seis millones de almas al Más Allá, o los bombardeos de la guerra de Ucrania... Es decir que es natural el hecho de morirse, y de hacerlo de muerte natural, aunque resulte incomprensible y uno se subleve contra la idea de que la muerte es algo natural que le pasa a uno. No, eso nunca.  A uno no le pasa nunca, les pasa a los demás, la muerte. Sólo hace falta definir la causa de la muerte. No hace falta que sea la causa efectiva porque, según apuntan los expertos -especialistas en todo, especialistas en nada-, las temperaturas extremas, sin ser la causa directa, provocan descompensaciones en las personas vulnerables. Y todos lo somos un poco. Vulnerables. 

    El Estado, como organización suprema, se dedica a administrar esa muerte, de la que nos da cuenta estadística- y puntualmente a través por ejemplo de los boletines informativos horarios de Radio Nacional, no vayamos a creernos inmortales como las ideas de Platón. En ese sentido, todos estamos ya condenados a muerte, aunque no encontremos todavía nuestro sitio en el cementerio -hasta aquí el tiempo, desde aquí la eternidad, decía la inscripción de la entrada-, como aquellos que descansan efectivamente en paz, una paz solo perturbada por las noticias de sucesos del reino de los vivos que oyen como el que oye llover.

    Vienen a mí unos versos antiguos de la Odisea de Homero (XI,  488-491). Cuando el sufrido Odiseo desciende a los infiernos, se encuentra allí con el alma en pena de Aquiles, el héroe que había preferido una vida breve pero intensa y llena de gloria, que una larga pero anodina y anónima, que le dice ahora, arrepentido: “No a consolar de la muerte me vengas, noble Odiseo. / Preferiría servir a jornal o a destajo, labriego / de amo indigente que no poseyera mucho sustento, / que sobre todos los muertos reinar que ya fallecieron”.

jueves, 28 de mayo de 2020

Aquiles, nacimiento y muerte

La obra, que data de 1789, fue realizada en mármol blanco por el escultor neoclásico Thomas Banks (1735-1805).  Muestra a Tetis metiendo a Aquiles, “el de los pies ligeros”, en la laguna Estigia que conferirá la inmortalidad al cuerpo del niño sumergido en ella, salvo el talón, su único punto vulnerable, por donde lo sostiene su madre y por donde, andando el tiempo, le entrará la muerte. Ni siquiera Tetis, que es una diosa, puede lograr la inmortalidad de su hijo.  

Tetis sumergiendo a Aquiles en la laguna Estigia, Thomas Banks (1790)

Homero, en la Ilíada, no narra ni el nacimiento ni la muerte de Aquiles, ni se menciona nunca tampoco su supuesta inmortalidad. La leyenda del talón parece muy posterior al poema homérico, que se centra y focaliza en la ira del héroe. 

 El colérico Aquiles, H. W. Bissen (1861) 

El escultor danés H. W. Bissen reflejó en su "colérico Aquiles" la ira homérica. Vemos a Aquiles, prototipo de juventud y belleza masculina, completamente desnudo, sentado sobre una roca,  apoyadas sus dos manos sobre la rodilla, con las piernas abiertas, mostrando sin falso pudor sus atributos viriles, que son el centro de la composición, y con una cara de auténtico enfado porque Agamenón le ha arrebatado a su presa, la troyana Briseida. El héroe ha depuesto su espada y se ha quitado el casco, que yacen por el suelo, mostrando así su resolución de abandonar el combate.

La imagen más evocadora de la muerte del héroe es la escultura de Filippo Albacini (1777-1858), conocida como “Aquiles herido”,  de estilo también neoclásico, realizada en mármol. 

Aquiles herido, F. Albacini (1825)

Muestra a Aquiles con el talón atravesado por la flecha dorada de Paris. La obra es una reminiscencia o evocación de la escultura clásica conocida como “Gálata moribundo”. Quizá no muestra el verdadero carácter iracundo del héroe, sino que sirve como pretexto para exhibir la belleza idealizada del desnudo masculino. 

Gálata moribundo (siglo III a. C.)

Hay, sin embargo, una diferencia fundamental si nos fijamos en los rostros de ambos personajes: mientras que el gálata muestra una expresión de fiereza, el Aquiles de Albacini parece mostrar una cierta sensualidad, no exenta de masoquismo, en su rostro. Refleja una resignación complaciente ante una muerte aceptada. 

Ambas esculturas, que representan el nacimiento y la muerte de Aquiles, son ajenas a la epopeya homérica. La muerte, por otra parte, del héroe no es muy heroica, si tenemos en cuenta que Aquiles era el ἄριστος Ἀχαιῶν (áristos Achaión), el mejor de los guerreros griegos. 

 
Aquiles herido, Innocenzo Fraccaroli (1842)

En las puertas Esceas Paris le dispara una flecha, que, guiada por el dios Apolo, el que hiere de lejos, según el célebre epíteto, atravesará infaliblemente su talón dándole muerte. Un escarabajo etrusco, realizado en cornalina (400-350 a. de C.), muestra la escena de la flecha saliente del talón de Aquiles. El primer autor del que tenemos noticia que recoge esta versión de la muerte del héroe es Publio Papinio Estacio en el siglo I de nuestra era. 

Hay, sin embargo, otra versión diferente de la de Estacio sobre la muerte del héroe en la que también intervienen Paris y el dios Apolo. En esta la princesa troyana Políxena desempeña un papel importante: Aquiles se ha enamorado de ella cuando acompañó a su padre el anciano rey Príamo a rescatar el cadáver de Héctor a la tienda de Aquiles. Se arregla la boda y Aquiles debe ir al templo de Apolo donde es atacado y asesinado por Paris, que le habría clavado un cuchillo por la espalda, y Deífobo.