Entre numerosas obras
maestras, el museo parisino del Louvre custodia una pequeña obra de
arte en terracota del escultor neoclásico francés Joseph Chinard (1756-1813) conocida como La razón (o el Genio de la Razón), con
los rasgos de Apolo hollando con sus pies a la Superstición,
fechada en 1791, y el parisino museo Carnavalet, por su
parte, posee otra obra suya también en terracota del mismo año y complementaria de la
anterior: “La Autoridad del Pueblo” con los rasgos de Júpiter
fulminando a la Aristocracia. Se trata de dos alegorías mitológicas que representan a los dos dioses más importantes de la cultura clásica grecolatina: Apolo como personificación de la Razón y Júpiter como encarnación del poder respectivamente.
Ambas obras, que le habían sido encargadas, iban a servir como bases de candelabros que aportarían algo de luz que destruyera las tinieblas, las famosas luces de la Revolución Francesa.
Que Apolo represente la razón, después de Nietzsche, que contrapuso lo apolíneo a lo dionisiaco, no nos resulta muy extraño; más extraño es lo segundo, que Júpiter, el monarca del Olimpo, el padre y rey de dioses y hombres, encarne la autoridad del pueblo o la, diríamos hoy, democracia. En todo caso, la obra de Chinard, como veremos, representa la adhesión política
del artista a las nuevas ideas de la Revolución Francesa, de la que
fue un firme partidario.
Analicémoslas un poco:
Lo que pisotea la Razón
personificada como Apolo es la superstición, es decir, la religión
y el fanatismo, sobre los que se impone. El dios Apolo, identificado
con el Sol, el viejo dios griego Helio, con una corona de rayos solares sobre su cabeza, se yergue
completamente desnudo y dotado de una belleza sensualmente
femenina en calidad de efebo imberbe, sorprendentemente alado, lo que es una innovación propia del artista dentro de la iconografía tradicional del dios,
sobre una nube portando en su mano derecha una antorcha. Las luces
tanto del Sol como de la antorcha representan, obviamente, la razón,
que se impone a lo que tiene a sus pies: una monja acurrucada
completamente vestida que no puede ver esa luz debajo de la nube oscurantista, y que personifica la
superstición de la Iglesia, con dos símbolos cristianos en sus manos: un
crucifijo y un cáliz. Chinard fue
encarcelado en Roma por orden papal en el Castel Sant'Angelo debido
al carácter subversivo de esta obra que atacaba claramente a la Iglesia que él pastoreaba y la fe que la sostenía.
Lo que pisotea Júpiter
es la Aristocracia, el Antiguo Régimen. Resulta curiosa, por lo
insólita que es, como hemos dicho, la identificación de Júpiter con la Autoridad del
Pueblo. Por lo demás, la iconografía de Júpiter es la habitual:
caracterizado con la majestuosa águila real a su lado y un haz de
rayos fulminantes en su diestra, aparece con cierta majestad regia,
dotado de barba y cabellos rizados, completamente desnudo, como Apolo, lo que no suele
ser habitual en la representación de este dios, pisoteando el rostro de
la aristocracia, símbolo del antiguo régimen, representada por un
hombre con una espada y símbolos feudales rotos. La pieza es,
obviamente, una alegoría de la Revolución Francesa.
Ambas obras se complementan tanto por su simbolismo alegórico como por su composición escénica. En cuanto al significado, ya se ha dicho que representan el triunfo de la razón y del pueblo -en realidad la burguesía, la nueva clase social emergente y adinerada que va a sustituir a la otra y a imponerse al pueblo- sobre la religión y el antiguo régimen y la nobleza hereditaria de la sangre respectivamente. Por lo que se refiere al grupo escultórico, ambas obras tienen dos planos: el superior donde aparecen los dos dioses clásicos desnudos -estamos ante una obra neoclásica que exalta la desnudez sin tapujos- y caracterizados directa o indirectamente con alas, elemento que subraya su caracter celestial, que se sobreponen al inferior y terrenal: una monja arrodillada y un aristócrata o "noble" derribado y pisoteado.