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martes, 29 de octubre de 2024

Cambio de hora (y II)

    Una de las cosas que más me llama la atención es la absoluta dependencia del reloj y el calendario, digamos del tiempo en general, a la que se ven sometidas todas nuestras actividades, desde las más insignificantes de la vida cotidiana hasta las más solemnes, desde las más privadas a las más públicas, cosa que comprobamos cada vez que se produce un cambio de hora que altera los patrones de nuestros horarios de sueño y de vigilia. Y es que ese logro tan antiguo de la humanidad que es la medición de lo que pasa sin que nos demos cuenta de lo que está pasando, o sea del tiempo, se ha convertido en un instrumento de control y de gobierno, convirtiéndonos en controladores controlados. 
 
    En lugar de estar a nuestro servicio, de forma que nos diéramos cuenta de lo que pasaba sin darnos cuenta, estamos nosotros al servicio del viejo Crono. Nada se escapa a su dictadura, ni el horario del trabajo ni el del ocio y el desempleo. Incluso las vacaciones y el esparcimiento, esos momentos en los que parecemos olvidarnos del reloj y de la agenda de las cosas que tenemos que hacer porque “están escritas”, están planificados y programados, racionados, mientras los segundos, los minutos, las horas y los días se nos escurren como el agua fugitiva de la fuente de entre los dedos de las manos. 
 
      En los pocos momentos en los que somos capaces de romper esta rutina que nos esclaviza haciendo algo que no estaba previsto, a menudo involuntariamente, afloran sensaciones y reminiscencias, a destiempo y a contratiempo, de lo que algún día fuimos, de lo que podríamos haber llegado a ser si nos hubieran y hubiéramos nosotros mismos dejado libres y no nos hubiéramos impuesto el trampantojo del futuro, que sustituye las cosas presentes y palpables por las ideales e inasibles. 
 
    Una de las trampas que nos tienden los que pretenden gobernar nuestras vidas es la constante mención del futuro, y su evocación, como si fuera algo palpable que ya hubiera pasado. Nos prometen un futuro mejor, un futuro brillante lleno de esperanza y de ilusión. El futuro es humo, humo es lo que nos venden y prometen diciendo que tenemos un gran porvenir, mucho futuro, que es nuestro, por delante… 
 
 
    En otras épocas hablaban de otra vida, de la verdadera vida, siempre futura, instalada en el más allá. Ahora nos ponen ese futuro glorioso en el más acá, en el año 2030 por ejemplo de la era cristiana, para lo que programan una agenda, pero es la misma falacia cambiada de sitio. A los políticos se les hace la boca agua y se les llena de palabras cargándonos ese futuro de promesas electorales. Pero esa fe en el porvenir que nos inculcan no sirve más que para que aceptemos la mortecina realidad y el aborregamiento gregario que nos imponen en la actualidad, una realidad que es la muerte de lo que podía haber sido si no se hubiera sacrificado precisamente en las aras sangrientas de un tiempo que no es, porque no hay futuro que valga, no hay futuro que venga a quitarnos lo que tenemos ahora, lo poco y lo mucho que tenemos ahora, que es la vida misma.

    Hay dos concepciones sobre el tiempo: la cíclica, que parece que es la más antigua y está ligada al desarrollo de la agricultura y al retorno de las estaciones y a la alternancia del día y la noche, y la lineal, más moderna, que lo presenta como una progresión de los ciclos anuales hacia el futuro, que sustituyó a la primera imponiéndose definitivamente a raíz de un acontecimiento que crea la historia y la divide en un antes y un después. 

     Algunas revoluciones, como la francesa, intentaron romper con el calendario tradicional, pero en realidad lo que hicieron no fue romper con el Tiempo, sino sustituir el viejo calendario por el republicano, adoptado por la Convención Nacional desde 1792 hasta 1896, en que fue abolido por Napoleón, sustituyendo el engendro judeocristiano de la semana, que es la división del tiempo más aleatoria y que menos corresponde a ningún ciclo natural, que ya habían consagrado los hebreos en la Biblia con la creación del mundo en siete días, por un período de decenas, que dividiría los meses en tres, adoptando el sistema decimal. 

Calendario republicano de la Revolución Francesa.

    El calendario se volvió a implantar brevemente tras el derrocamiento de Napoleón en 1814, y fue usado también por la efímera Comuna de París de 1871, según la inevitable Güiquipedia, sin que supusiera ningún cambio sustancial. A fin de cuentas solo se trataba de sustituir el cómputo de siete por el de diez.

viernes, 5 de abril de 2024

MORS CERTA, HORA INCERTA

    Algunos relojes afirman en latín algo que no es verdad: Mors certa, hora incerta (La muerte es segura, la hora -se sobreentiende de la muerte, su hora- incierta). Estos relojes deberían afirmar lo contrario: Hora certa, mors incerta (La hora -en general- es segura, la muerte incierta). Pues la muerte, que es algo desconocido para nosotros, es incierta porque no tenemos ninguna experiencia propia de ella. Por lo tanto no es la hora de nuestra muerte muy cierta sino la hora que es ahora: la que nos indica el reloj. Así pues hablemos no de la hora de nuestra muerte, sino de esta misma hora que es ahora.

Reloj de Leipzig (Alemania)

    Cicerón en su monografía Sobre la vejez escribió: Moriendum enim certe est, et incertum an hoc ipso die (Hemos ciertamente de morir, y es incierto si en este mismo día). Estas palabras, escritas por M. Tulio Cicerón y puestas en boca de Catón, son quizá el origen de esta máxima que se lee por ejemplo en el reloj de Leipzig (y en muchos otros). Pero nosotros, obstinados socráticos, preguntémonos qué es la muerte. ¿Qué es la muerte? No lo sabemos. Preguntémonos sin embargo qué hora es ahora. ¿Qué hora es? La que nos marca el reloj. Pero como el poeta Virgilio cantó (y muchos relojes repiten): tempus fugit irreparabile (el tiempo huye irreparable) y la hora que era cuando la constatábamos, cuando la sabíamos, ya no es la que era, ha dejado de ser. Así pues ¿hemos de morir o de vivir?

domingo, 1 de octubre de 2023

¿Quién ha creado a Dios?

    Una niña de siete años de Brescia (Italia) ha planteado un viejo problema teológico a sus mayores. La niña, a la que le habían enseñado en clase de religión en la escuela que Dios había creado el mundo y a las personas, se preguntaba a sí misma y les preguntaba a sus padres, abuelos y a la maestra que quién había creado a Dios. Como no le daban una respuesta convincente, escribió respetuosamente por consejo de sus padres, que veían que la pequeña estaba realmente obsesionada con ese problema, una carta al Papa Bergoglio, planteándole la cuestión que la atormenta. 
 
Una niña escribe, Telemaco Signorini 1885-90
 
     No ha sido el Papa personalmente, sino un monseñor de sus colaboradores quien le ha respondido en nombre de Su Santidad: El Santo Padre ha recibido tu hermosa nota. El Papa Francesco, que te agradece tu amable gesto, quiere hacerte saber que reza por ti a fin de que puedas crecer en el deseo sincero de conocer y amar a Jesús”. 
 
    La respuesta no ha satisfecho la curiosidad infantil de la pequeña. La pregunta, que sigue viva por lo tanto, recuerda un poco de lejos a aquella otra que se hacía san Agustín: ¿Qué hizo Dios antes de crear el universo? El santo de Hipona no respondió, como cuenta irónicamente Stephen Hawkings en su A Brief History of Time, que estaba preparando el infierno para los que hacían demasiadas preguntas, como hacen los niños y el niño que todos llevamos dentro, sino que el tiempo era una propiedad del universo que Dios había creado, y que por lo tanto no existía antes del comienzo del universo. El tiempo es pues obra de Dios que surge con la creación del mundo, por lo que Dios es anterior al tiempo, aunque no en un sentido cronológico, y esto es lo realmente embarazoso de la peliagudísima cuestión. 
 
San Agustín, atribuido a Gerard Seghers (1600-1650)
 
     Pero también san Agustín a propósito del tiempo, escribía aquello otro que se ha hecho proverbial y que nos vale también a nosotros para Dios, para el Universo y para cualquier otra cosa que queramos definir: "¿Qué es, pues, el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé; si alguien me lo pregunta y quiero explicarlo, ya no lo sé" (Confesiones, XI, 14, 17).

viernes, 22 de septiembre de 2023

¿Qué y cómo es Dios?

    Escribe Cicerón en su tratado teológico De natura deorum I, 60 sobre qué o cómo es la divinidad, apoyándose en el poeta Simónides de Ceos, quien estuvo alojado en la corte del tirano Hierón de Siracusa en torno al año 476 ante, lo siguiente:


    Si me preguntas qué es o cómo es la divinidad, haré uso de la autoridad de Simónides, quien, al haberle preguntado eso mismo el tirano Hierón (roges me quid aut quale sit deus: auctore utar Simonide, de quo cum quaesiuisset hoc idem tyrannus Hiero), solicitó un día para pensárselo (deliberandi sibi unum diem postulauit); al preguntarle lo mismo al día siguiente, pidió un par de días (cum idem ex eo postridie quaereret, biduum petiuit); como duplicaba el número de días una y otra vez y Hierón extrañado no dejaba de preguntarle por qué obraba así (cum saepius duplicaret numerum dierum admiransque Hiero requireret cur ita faceret), respondió Simónides: “Porque cuanto más tiempo lo considero, tanto más oscura me parece que es mi esperanza” ("quia quanto diutius considero" inquit "tanto mihi spes uidetur obscurior"). 

    En una versión griega de la misma anécdota, donde no se menciona al tirano Hierón, sino a un hipotético "alguien" como preguntador, el poeta Simónides responde: cuanto más reflexiono sobre la divinidad, tanto más me alejo de saberlo (ὅσον, ἔφη, µᾶλλον σκοπῶ περὶ τοῦ θείου, τοσοῦτον ἀπέχω εἰδέναι). 


    El testimonio de Simónides que cita Cicerón señala la dificultad que hay en saber y poder, por lo tanto, afirmar algo en términos generales sobre Dios o la divinidad, si se prefiere, por lo que en cualquier afirmación que se nos ocurriera hacer sobre la divinidad, más que acercarnos a su comprensión nos estaríamos alejando irremisiblemente de ella. 



    Será el maestro Eckhart, en la era cristiana, quien incidirá en esta idea de la inefabilidad de Dios afirmando: Todo lo que digas de Dios es falso, y De Dios lo mejor es el silencio.
 
    Algo muy parecido afirmó san Agustín sobre el tiempo:  Si nadie me lo pregunta, lo sé; pero no lo sé si quiero explicárselo a quien me lo pregunta. («Quid est ergo tempus? Si nemo ex me quaerat, scio; si quaerenti explicare uelim, nescio.»)

jueves, 24 de agosto de 2023

Alegoría de la prudencia de Tiziano

    Como si fuera un tricéfalo cancerbero, presenta Tiziano esta Alegoría de la prudencia o, más bien, Alegoría del tiempo gobernado por la prudencia, que viejo ya el artista habría pintado entre los años 1560 y 1570. Vemos tres cabezas humanas: el perfil de un viejo a la izquierda, quizá el propio Tiziano, la figura central y frontal de un hombre adulto, quizá su hijo Orazio, que mira directamente al espectador del lienzo, y el perfil de un joven a la derecha, su joven nieto o sobrino Marco, configurando así tres generaciones de una misma familia. Respresenta el cuadro las tres edades de la vida humana: vejez, madurez, juventud. Debajo de estos rostros, vemos una tríada de cabezas de animal asociadas a ellas: a la izquierda, el perfil de un lobo, en el centro la testa de un león, y a la derecha el perfil de un perro. 

    En la parte superior del lienzo, Tiziano ha escrito unos latines en los que llama la atención el uso de la conjunción NI, propia del latín arcaico, si no es un error, en lugar de NE, la conjunción final negativa: EX PRAETERITO A partir del pasado (sobre la cabeza del anciano y la figura del lobo) / PRAESENS PRVDENTER AGIT el presente actúa prudentemente (sobre la cabeza central) / NI FVTVRV(M) ACTIONE(M) DETVRPET para que el futuro no arruine la acción (sobre la cabeza del joven y del perro). El mensaje del cuadro es que la prudentia o pro-uidentia consiste en ver antes, prever, lo que puede pasar para evitar que pueda arruinar la acción del presente.

    Resulta curiosa la conjunción de la palabra “pretérito” con el viejo y el lobo, “presente” con el adulto y el león, y “futuro” con el joven y el perro, asociándose las tres formas del tiempo con las tres edades de la vida: vejez/pasado, madurez/presente, juventud/futuro. Algunos críticos destacan cómo Tiziano resalta la apariencia de realidad casi palpable de las dos cabezas centrales que representan el presente: la del hombre en la madurez de su vida y la del león, mientras que desdibuja un poco los perfiles de los lados, contrastando lo que es, lo central, con lo que fue -y por lo tanto ya no es- y lo que todavía no ha llegado a ser -y por eso mismo tampoco es. Ahí radica la imposibilidad de reflejar el tiempo en el espacio atemporal del lienzo, y el éxito y fracaso de esta alegoría: el éxito en la plasmación gráfica y el fracaso en la imposibilidad de reflejar en el espacio de un lienzo el transcurso del tiempo.

   

  Tiziano no inventó ni la teoría de las tres edades, ni la iconografía del lobo/león/perro, que vemos que tomó prestada de Macrobio, quien en Saturnales I, 20, dice lo siguiente: La ciudad vecina de Egipto, que se ufana de haber sido fundada por Alejandro de Macedonia, honra a Sarapis (o Serapis) e Isis con una veneración rayana en delirio. Ahora bien, está demostrado que toda esta veneración, bajo el nombre de Sarapis, se consagra al sol, bien en tanto que colocan una cestilla sobre su cabeza, bien en tanto que añaden a su estatua la imagen de un animal de tres cabezas: la cabeza del centro, y también la más grande, reproduce la figura de un león; al lado derecho, surge la cabeza de un perro de aspecto dócil y afable; en cuanto a la parte izquierda del cuello, la remata la cabeza de un lobo voraz, y estas figuras de animales las entrelaza con su espiral una serpiente, que repliega su cabeza hasta la diestra del dios, el cual, con dicha mano, apacigua al monstruo. Pues bien, la cabeza del león simboliza el tiempo presente, porque su condición, entre el pasado y el futuro, es enérgica y fogosa en la acción inmediata. Por su parte, el tiempo pasado está representado con la cabeza del lobo, porque la memoria de las cosas pasadas se nos roba y quita. Asimismo, la imagen del perro afable representa el resultado del tiempo futuro, cuya esperanza, aunque incierta, nos seduce.” (Traduc. De Ferando Navarro Antolín, Saturnales, Macrobio, I, 20)

    Según este texto, la imagen del monstruo tricéfalo conllevaba la presencia de una serpiente, que debía servir como nexo de unión de las tres cabezas y representar el carácter cíclico del tiempo.

    El problema que plantea esta alegoría es que nos presenta el tiempo como una secuencia espacial: simultánea, donde precisamente no hay un tiempo que transcurra: nos presenta el tiempo en el espacio, y lo hace creando un Jano trifronte, diríamos, es decir, quiere presentarnos tres edades de un ser en una sola, para lo que se ve obligado a presentar las cabezas de tres seres como si fueran las de uno solo, un Jano, diríamos, trifronte, que no solo mira al pasado y al futuro, como el dios romano que da nombre al mes que abre el año, sino también al presente. Y eso es imposible porque nunca veremos esas tres cabezas juntas, esas tres edades de un mismo ser, a la vez, sino sucesivamente como cuando contemplamos ya viejos un álbum de fotos del joven o el niño y el adulto que hemos sido, nuestros que son antepasados.

domingo, 30 de abril de 2023

Lecciones de economía: 6.-El valor del dinero en el tiempo.

    El principal axioma de la educación financiera al servicio de la economía de la empresa y de las entidades bancarias es: “Un euro (o un dólar, o cualquier otra moneda: todas son iguales para el caso) vale más ahora que mañana”. Este principio no contempla el efecto de la inflación que hace que el poder adquisitivo de los salarios y del dinero disminuya con el tiempo y que se disparen -se inflen, se hinchen- los precios del consumo, lo que echaría por tierra la afirmación, sino el hecho de que si se posee un capital hoy puede invertirse de modo que mañana se tenga más que hoy, porque el dinero se reproduce y a la vez que produce más dinero crea el tiempo que lo produce: la tierra prometida del futuro: pecunia pecuniam parit.

    En italiano hay un dicho que reza meglio un uovo oggi che una gallina domani, esto es, que es mejor un huevo hoy que una gallina mañana, es lo que nos dice Nuestra Señora de la Incertidumbre, porque la recepción de algo en el futuro es incierta e insegura, habida cuenta de la inexistencia del futuro -siempre por venir- (y de la gallina) si no hay capital sometido a tasa de interés por medio que lo cree, como veremos. 


    "Todo necio", dijo Machado, "confunde valor y precio". No confundamos nosotros el valor con el precio del dinero, que es el lucro que reporta el vil metal. En realidad deberíamos hablar del precio y no del valor del dinero, pero ya está consagrada la expresión.  El valor del dinero en el tiempo (en inglés, Time Value of Money, abreviado usualmente como TVM) es un concepto económico fundamentado en la premisa de que un emprendedor(*) prefiere recibir un pago de una suma fija de dinero hoy, en lugar de recibir el mismo valor nominal en una fecha futura.

    Suelen manejarse dos conceptos económicos importantes: Valor Futuro (VF) y Valor Presente (VP). ¿Qué relación hay entre el VF y el VP? Según una página de economía cualquiera que consulto al azar en la Red, se trata “de dos caras de una misma moneda”, expresión muy significativa. Prescindiendo de los adjetivos “futuro” (que va a ser) y “presente” (que está delante), nos queda lo sustancial: valor. El dinero tiene un valor, pero ese valor no lo tiene per se, se lo conferimos nosotros.

    Por otra parte, el Valor Futuro (VF) del dinero en el tiempo es el valor que creemos que tendrá una suma determinada de dinero de la que disponemos en la actualidad (VP, o Valor Presente), o que decidimos invertir, emprendedores que somos, en un proyecto determinado. Para poder calcular el VF necesitamos conocer la tasa de interés que vamos a aplicar a nuestro capital en los períodos de tiempo venideros. 


    La fórmula del Interés simple es muy sencilla: Interés = Capital x Rédito x Tiempo partido todo por 100, ya que el Rédito se establece en tanto por ciento. Si queremos averiguar los intereses que producirá un capital al 0% en un año, la solución es muy sencilla: cero. No hay interés. El Valor Futuro se equipara al Valor Presente. El capital no se ha incrementado porque no ha habido afán de lucro ni ganancia. 

    Pero siempre se espera que el mismo dinero tenga un VF mayor que el VP. ¿Por qué? Por el interés, porque el dinero produce dinero, o, dicho de otra manera, porque el dinero genera tiempo, una expectativa de futuro en la que recuperaremos nuestro capital incrementado. Ese incremento (que es el interés que se interpone: inter est) no deja de ser un excremento propiamente dicho, es decir, y perdón por lo vulgar de la expresión, una mierda.

    Despejemos ahora el factor T(iempo) en la fórmula. Se establece así la ecuación de T = Interés x 100 / Capital x Rédito. Si presuponemos, pasando del 0 al 100, un hipotético Rédito del 100%; T sería igual al Interés dividido por el Capital; al ser idénticos Interés y Capital, porque este último se habría duplicado, el factor T sería un año justamente: hemos generado un año de dividendos: doce meses, trescientos sesenta días: el dinero ha parido una suma equivalente de dinero durante un año y, a la vez, ha generado ese año: el Tiempo sería el cociente de la división de los dividendos (el Interés) por el divisor (el Capital).


    El término cociente se remonta al vocablo latino quotiens (adverbio que deriva de quot, “cuantos” y que significa “cuantas veces”) y que por lo tanto indica la cantidad de veces que el divisor está contenido en el dividendo.

    ¿Qué le sucede ahora al factor T, pongámonos en este otro caso, si la tasa de interés es del 0%? Si no hay interés ninguno por medio, la ecuación se reduce a T = Interés (que es 0) x 100 partido del Capital x 0. El resultado de la operación sería igual a cero. El tiempo sería cero, vacío, ninguno. En conclusión: sin interés o con un interés del 0%, el Tiempo, es decir, el futuro no existe, y el Capital no es más que una convención que sólo tiene el valor actual que queramos darle, y nuestro dinero no funcionaría en un país donde no se admite nuestra moneda, o en una isla desierta de los mares del sur, si es que todavía queda alguna, o en un pueblo abandonado de la serranía de Cuenca donde ya no vive ni Dios.

¿Esto es economía crítica? No, lo que aquí hacemos es crítica de la economía.
 
 
(*) Nótese cómo se ha sustituido el término "empresario" por el aparentemente más positivo o neutro "emprendedor", debido seguramente a sus connotaciones despectivas capitalistas, y de qué modo el sistema educativo fomenta el sedicente espíritu emprendedor, y cómo se oculta el grosero materialismo anteponiendo el noble sustantivo "espíritu". Nótese cómo también las autoridades en lugar de fomentar el espíritu crítico y el aprendizaje, alientan el "emprendizaje", horrísono palabro, o los talleres, más horrísonos todavía,  como he leído por alguna parte, de emprendeduría (sic).  

oOo

Lluvia de dinero
 (Moscú, un día ya lejano de julio de 2011)

El sueño de que se ponga de repente a llover interminablemente, y que las gotas de la lluvia infinita que cae del cielo sean billetes de banco llevó a decenas de conductores de Moscú a salir a trompicones de sus coches y tirarse al suelo de la autopista a la caza del dinero, cuando vieron que su sueño se hacía realidad aquel día rutinario y gris.

Los diez carriles de una de las autopistas de entrada y salida a Moscú no fueron suficientes para absorber el monumental atasco de tráfico que se organizó cuando unos desconocidos –ángeles bienhechores del Señor, que regalaba dinero gratis a los moscovitas como si fuera el maná caído del cielo, según unos, o quizá idiotas, según otros, o quizá ladrones, como en las películas, perseguidos por la policía que se desembarazaban del botín- lanzaron una lluvia de billetes que revolotearon y se posaron al fin como hojas que caen de los árboles en otoño al soplo del viento sobre el asfalto. Muchos conductores deteniendo sus autos en marcha salieron a recogerlos a la calzada, esparcidos como estaban por el firme.

Eran numerosos billetes de banco de mil rublos, unos 25 euros al cambio. El problema de estos billetes, cuando los conductores los examinaron con detenimiento es que eran falsos. Saltaba enseguida a la vista. ¡Qué desilusión! La ilusión se desinflaba como pompa de jabón.

Pocos se pararon a pensar que, en verdad, aunque no salte tan pronto a la vista, todos los billetes de banco, por más que sean de curso perfectamente legal, son falsos en verdad. Pocas veces nos paramos a pensar, engañados como estamos, que el dinero, siendo real como es, una cosa realísima, la realidad de las realidades más real de todas, no deja de ser pese a eso, o por eso mismo, una mentira, y que como dice la pintada anónima en la pared: todos los billetes son falsos.

jueves, 27 de abril de 2023

Lecciones de economía: 4.- Time is money, money is time.

    Hay una película mediocre pero ilustrativa que lleva por título “El Precio del Mañana” (In Time en inglés), dirigida por Andrew Niccol (2011). Se trata de una distopía en la que las personas, llegadas a una determinada edad, mueren repentinamente a no ser que tengan dinero para adquirir tiempo extra de vida.  Mientras que los ricos pueden vivir eternamente, el resto empobrecido de la población debe negociar o pedir préstamos para poder seguir viviendo.


    Ya lo dijo, según cuentan, Benjamin Franklin, un prohombre de Estado, en dos palabras: Time is money: el tiempo es dinero: horas de trabajo que se remuneran, que se convierten en dinero, un dinero que exige el sacrificio de nuestro tiempo, por lo que ese tiempo siempre futuro se convierte en un dinero también futuro. El refrán viene a decir que todo el tiempo que uno pueda dedicar a trabajar y generar dinero, es tiempo “bien invertido”, remunerado, que vale su peso en oro, que puede trocarse por dinero. En cambio, si uno se aparta de ese camino e invierte el tiempo en otros ocios o negocios, está perdiendo dinero y perdiendo, como suele decirse, el tiempo.

Tempus pecunia est, El tiempo es dinero, Richard Harpum (2004)

    El dicho tiene su equivalencia en castellano: “El tiempo es oro”, aunque el patrón oro ya esté desacreditado como moneda.  Se trata de una metáfora literaria y ecuación matemática que equipara esas dos magnitudes, aparentemente inconexas, en una sola, como si dijéramos A=B, por lo que también podríamos decir: y vivceversa B=A. Así que démosle la vuelta al archiconocido refrán y obtendremos una valiosa verdad, como propone George Gissing en 1903, en sus Papeles privados de Henry Ryecroft: “Money is time. With money I buy for cheerful use the hours which otherwise would not in any sense be mine; nay, which would make me their miserable bondsman.” (El dinero es tiempo. Con dinero compro para uso fruitivo las horas que de otra manera no serían mías en ningún sentido; más aún, que me convertirían en su miserable fiador).

    Con el dinero ya no sólo se compran cosas (y personas, y vientres de alquiler, si llega el caso), sino también, y sobre todo, ideas: más dinero y tiempo. Las cosas que más importan económicamente hablando, que no son las más importantes; las cosas que más valen, que no son las más valiosas, sino las más caras, las que cuestan cifras astronómicas de millones de millones, ya no son los bienes concretos que pueden palparse, comprarse y venderse en el mercado, sino los dineros, el capital mismo, que es la cosa que crea todas las cosas, el Ser Supremo, Dios en persona, lo que hace que las cosas (y las personas) sean tales y se compren y se vendan en el mercado global, estableciéndose otra ecuación indiscutible: Dinero = Dios, y viceversa. 


    Lo que importa hoy es que dinero compra dinero, dinero produce dinero: pecunia pecuniam parit. (PECVNIA era, por cierto, el nombre del dinero en latín, ya que “denarius”, de donde nos viene a nosotros la palabra, era el nombre de una moneda que valía diez ases como vimos en la primera entrega). ¿En qué consiste esa compraventa? En nada concreto y material, sino en todo lo contrario: en la más pura abstracción ideal e inmaterial. El dinero compra dinero que genera más dinero: crece y se multiplica.

    El dinero, según los economistas, es un bien (petición de principio: repárese en que el dinero se considera un bien, algo bueno), intercambiable por todos los demás bienes, incluido él mismo en el cómputo, porque él también es una mercancía, y, por lo tanto, tiene un precio que se expresa en dinero. ¿Resulta contradictorio? Lo es, en efecto.

    A veces oímos a esos economistas hablar del precio del dinero. Examinemos esta locución aparentemente inofensiva. No la confundamos con “el valor del dinero”. el valor es una cualidad subjetiva más bien que nosotros le atribuimos al vil metal, mientras que el precio es algo más objetivo y que es auto-referente: hace referencia precisamente al dinero mismo. ¿Cuánto dinero cuesta, qué precio tiene, precisamente, todo el dinero que hay en el mundo? ¿Hay suficiente dinero en el mundo, dinero extra que no entra en el cálculo total, como si dijéramos metadinero metafísico, para comprar todo el dinero del mundo, o habría que crearlo ex nihilo?


    A la pregunta de cuánto dinero hay en el mundo, no hay una respuesta exacta, porque depende de la definición de dinero que se dé. Cuanto más amplia y abstracta es la definición dada, más alta es la cifra y el número de ceros. ¿Hay dinero en el mundo para comprar el dinero que hay en el mundo?

    Pero hay un efecto secundario de primer orden en este proceso financiero: la inversión de dinero crea el tiempo, y cuando decimos el tiempo queremos decir el futuro, un futuro que no existía antes, que está esencialmente vacío pero que resulta rentable, que nos reporta una cantidad adicional de dinero por la inversión o el préstamo que hemos hecho a otra persona o a una entidad financiera que, por su parte, se lo va a prestar a otro usuario por el interés.

    Y en esa huida hacia adelante es donde el dinero crea el futuro, el nuestro propio y el de la humanidad en general, porque el dinero es tiempo, el dinero es futuro, y el futuro, que es el factor importantísimo con el que opera la economía, es la muerte. El templo de ese Ser Supremo está vacío. Ese vacío mismo era Dios: en eso consisten los depósitos del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial y Universal Intergaláctico, el Sancta Sanctorum sólo contiene su propio vacío: eso eran las reservas de oro del erario público. Hay que repetirlo: Está vacío. Y el tiempo, como el rey en el cuento infantil de El Traje Nuevo del Emperador, está desnudo.

La persistencia de la memoria o Los relojes blandos, Salvador Dalí (1931)

    La relación entre ambos conceptos es interesante, pero compleja. Aparentemente el dinero es mucho más fácil de definir que el tiempo. Ya el obispo Agustín de Hipona, santificado por la Iglesia Católica,  constataba esta dificultad  en sus Confesiones (XI, 14, 17): quid est ergo tempus? si nemo ex me quaerat, scio; si quaerenti explicare uelim, nescio: Qué es, pues, el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé; pero si quiero explicárselo al que me lo pregunta, no lo sé. El tiempo resulta inaprehensible, por lo que no se puede hablar de él, explicarlo, pero gracias al dinero, que es el Dios creador de ese can Cérbero de tres cabezas -pretérito, presente y futuro, como los tiempos verbales de la gramática que aprendíamos en la escuela-, lo cronometramos y falsificamos.

lunes, 9 de agosto de 2021

Tiempo contra amor, amor contra tiempo

Traigo aquí para comentario un óleo del pintor francés Pierre Mignard titulado El Tiempo cortando las alas del Amor (1694) porque, como revela su título, es una alegoría de cómo el amor, representado por un niño, es víctima del paso del Tiempo, es decir de su propio futuro, ante el que sucumbe. El amor es el dios Eros o Cupido desarmado, sin su arco y sus poderosas flechas. El Tiempo, que en griego se dice χρόνος (chrónos, raíz que conservamos en no pocos helenismos), dotado de unas enormes y poderosas alas que simbolizan su cronometrado paso se ha identificado con el viejo dios Κρόνος (Crónos, Crono, de la raza de los titanes, perteneciente a la primera generación divina, anterior a los dioses olímpicos, el Saturno de los romanos que devoraba a cada uno de sus hijos varones según le nacían), y le está cortando las alas al Amor con una podadera. Su símbolo es un reloj de arena, y la guadaña cercenadora y mortífera. Crono o Saturno, que en su origen era un dios agricultor, aparece otras veces empuñando una hoz, ya que se relaciona con el cultivo y la poda de la vid, y comparte este atributo con las alegorías posteriores de la muerte. El Tiempo mata al Amor, le corta las alas para que no pueda emprender el vuelo libre como el viento y herir los corazones de los hombres y los dioses. 


 El Tiempo cortando las alas del Amor, Paul Mignard (1694)

El cuadro representa la guerra eterna y a muerte entre el amor y el tiempo. El amor, cuando florece, lucha contra el tiempo haciendo que nos olvidemos de él, y el tiempo a su vez contra el amor. Es una guerra sin cuartel, interminable, que en el cuadro de Mignard se resuelve a favor del primero, que ha doblegado al sentimiento amoroso, al que apresa entre sus piernas y le cercena las alas que le habían nacido a sus espaldas, unas alas que simbolizan el anhelo de vuelo y libertad, algunas de cuyas plumas yacen ya por el suelo... Cortarle las alas a alguien, desplumarlo como se hace con algunos pájaros para que no vuelen, es privarlo de libertad, impedir su vuelo.

El pintor ha imaginado al Padre del Tiempo musculoso, con barba y cabellos canosos, con la guadaña de la muerte que cercena la vida y el reloj de arena, a más de unas poderosas alas oscuras. El carcaj cargado de flechas de Cupido/Eros, que yace por el suelo, simboliza la derrota del amor. Los deseos que encarnan esas flechas se han extinguido, privados de alas como el dios.

La representación del tiempo, cuya imagen se confunde con la del ángel de la muerte, recuerda a algunas alegorías del invierno como un anciano inexorable, y contrasta con la representación del amor, un niño ligado a los placeres fugaces de la vida, impotente frente a su propio futuro, condenando como está no tanto a envejecer como a entrar en la sociedad adulta. 

 Saturno cortando las alas al amor, Antoon Van Dyck (1630)

Unos años antes que Mignard,  el pintor flamenco Antoon Van Dyck había tratado el tema en su Saturno cortando las alas al amor (hacia 1630). El Tiempo es también aquí un anciano un tanto desaliñado y medio calvo que corta, despiadado, las alas a Cupido, cuyo cuerpo blanco y tierno se retuerce y revuelve inútilmente contra ese atropello. La alegoría es evidente. Pero el tiempo aquí ya es Saturno, es decir, el Padre, pues se ha consumado la identificación de χρόνος (chrónos) y Κρόνος (Kronos) devorando a uno de sus hijos, reduciendo a tiempo cronometrado la vida del hombre y sus amores. Es mucho más que lo que aparenta: la alegoría va más allá de representar lo efímero del amor, que sería una mera ilusión que se desvanece con el trascurso del tiempo y que, por lo tanto, no dura más que unos pocos años en el mejor de los casos, como en aquellos versos de Jean-Pierre Claris de Florian, que decían en la lengua de Molière "Plaisir d´amour ne dure qu´un moment / Chagrin d´amour dure toute la vie", que musicó Berlioz para orquesta y que han cantado gentes muy diversas, y que en nuestra lengua podrían sonar rítmicamente y cantarse así, traduciendo el "moment" por un "suspiro": No dura más que un suspiro el amor, / y el desamor dura toda la vida.


 Saturno cortando las alas de Cupido, Ivan Akimov (1802)

El pintor ruso Ivan Akimov retoma también, por su parte, este tema en su Saturno cortando las alas de Cupido (1802), donde el viejo dios, que recuerda vagamente por su musculatura y sus largas barbas al Moisés de Miguel Ángel, utiliza la propia guadaña, que es el símbolo de la muerte, y no ya una inocente podadera como en Van Dick y Mignard, para cortarle las alas al niño dios, a su hijo, que, por su parte, ha dejado caer, como en los tratamientos anteriores, sus armas: su arco y sus flechas. Se identifican así el futuro y la muerte definitivamente, al compartir ambos el atributo de la guadaña que en un caso corta las alas y en el otro la vida.



Una imagen más moderna, cuya autoría desconozco, tomada de la Red, representa esta misma escena, pero aquí son los padres, la madre y en concreto el padre la encarnación de Saturno o el Tiempo de los relojes, es decir el Futuro,  los adultos que cortan las alas al niño, su hijo, con unas enormes tijeras, como, sin duda alguna, les hicieron sus padres a ellos cuando eran pequeños, por lo que ahora repiten, convertidos ellos en padres y acomodados en la edad adulta y sociedad establecida, el bárbaro ritual.

jueves, 10 de septiembre de 2020

El reloj del canónigo Chirino

La mejor fotografía -captura de la luz, etimológicamente- que conozco de Cuenca no es una imagen, sino unas palabras de Pío Baroja que escribió en la primera parte de “Los recursos de la astucia”, titulada "La Canóniga", dentro de sus “Memorias de un hombre de acción”, que dicen: Cuenca, como casi todas las ciudades interiores de España, tiene algo de castillo, de convento, de santuario.

Retrata Baroja a estas ciudades españolas, entre las que descuella Cuenca, con dos sustantivos: son por un lado una fortaleza y por otro un oasis  en medio de las llanuras que les rodean, en la monotonía de los yermos que les circundan, en esos parajes pedregosos, abruptos, de aire trágico y violento.

(...) Son estas ciudades, ciudades roqueras, místicas y alertas: tienen el porte de grandes atalayas para otear desde la altura.

Cuenca, como pueblo religioso, estratégico y guerrero, ofrece este aire de centinela y observador.

Se levanta sobre un alto cerro que domina la llanura y se defiende por dos precipicios, en cuyo fondo corren dos ríos: el Júcar y el Huécar.

Estos barrancos, llamados las Hoces, se limitan por el cerro de san Cristóbal, en donde se asienta la ciudad y por el del Socorro y el del Rey, que forman entre ellos y el primero fosos muy hondos y escarpados.” 


Me sumerjo en la relectura envolvente de la novela de Baroja, que me trae el recuerdo vivo de Cuenca, y la fascinación que ejerció en mí, la primera vez que lo leí, el reloj que había pertenecido al canónigo Chirino, y que, una vez muerto este, había heredado Damián, el carpintero y fabricante de féretros. Había pasado el reloj del despacho del clérigo a la tienda de ataúdes del callejón de los Canónigos, situada en una casa antigua y negra, de piedra, con un arco apuntado a la entrada, en cuyo portal se hallaba el taller del carpintero donde se abría una ventana que daba a una hendidura por donde entraba la luz del sol y se entreveía la belleza natural de la Hoz del Huécar. 
 
Entre otros relojes que había allí, se destacaba uno alto de autómatas y de sonería, con el péndulo dorado y esmaltado en colores. Este reloj tenía una caja de color de caramelo oscuro llena de pinturas con guirnaldas y flores. Fijándose bien, en cada guirnalda se veía disimulado en ella un atributo macabro: aquí, una calavera con dos tibias; allí, un ataúd; en este rincón, un esqueleto. El péndulo tenía en medio de la lenteja una barca de latón sujeta con un tornillo y un contrapeso por dentro que hacía subir y bajar la proa y la popa alternativamente al compás de los movimientos del péndulo. En la barca había una figurita de Caronte. La esfera, de cobre, estaba rodeada de una orla de bronce con la efigie de Cronos, viejo haraposo y meditabundo, con unas alas en la espalda y un reloj de arena en la mano. (...)
 
Este reloj de pared tenía música y varias figuras aparecían al dar las horas. En el péndulo, Caronte se agitaba en su barca, y en la orla de bronce que rodeaba la esfera se leía: Vulnerant omnes, ultima necat. Damián, el marido de la Dominica, había arreglado el reloj y hecho que se movieran las figuras. Estas eran un niño y una niña, un joven y una doncella y un viejo y una vieja seguidos de la Muerte, representada por un esqueleto con su sudario blanco y su guadaña. Cuando desaparecían las edades de la vida seguidas de la Muerte, se abría una ventana y aparecía la Virgen. Al mismo tiempo que estas figuras pasaban por delante de la esfera del reloj sonaba una música melancólica de campanillas. (…)

Siempre que pasaba por delante del reloj del canónigo Chirino, Damián lo contemplaba con entusiasmo. Las guirnaldas de calaveras y tibias, entre flores, su carácter macabro y la salida de la Muerte le entusiasmaban. Se le antojaba una de las más bellas y geniales ocurrencias que podía haber salido de la cabeza de un hombre.

Le habían dicho lo que significaba el letrero en latín, y le parecía admirable: Vulnerant omnes, ultima necat. Todas hieren, la última mata.

Al final de la novela, el reloj del canónigo seguía funcionando y marcando el paso lento y pausado de las horas. El carpintero seguía fabricando ataúdes grandes y pequeños, féretros negros para hombres y mujeres y blancos para niños. Las tres edades de la vida -infancia, juventud y vejez- seguían desfilando y huyendo de la Muerte que las perseguía implacable con su sudario y su guadaña. El viejo Caronte se balanceaba en su barca. Y antes de que la música de campanillas tocara su sonata melancólica y apareciera la Virgen María, salía el viejo Cronos, alado y haraposo, meditando sobre el paso cronometrado, nunca mejor dicho, del tiempo con el reloj de arena en la mano.

sábado, 11 de julio de 2020

De la confusión entre Krónos y Chrónos

Cicerón en su tratado teológico De natura deorum (libro II, capítulo 25) afirma: "(Hablando de Saturno, al que los griegos denominaron) ...Krónos, que es lo mismo que chrónos, esto es, espacio de tiempo)."  Para un romano culto como Cicerón la confusión de estas dos palabras inicialmente distintas, la primera un  nombre propio y la segunda común, era patente por la práctica homofonía si se exceptúa la ligera aspiración del término griego chrónos que lo diferencia de crónos, que no la tiene.  


Una ilustración de Vicenzo Cartari 1615 en Las verdaderas y nuevas imágenes de los dioses de los antiguos muestra la conflación entre Saturno y el Padre Tiempo. Tienen en común que ambos están desnudos, ambos están de pie y ambos tienen barba. Crono/Saturno, a la izquierda, está caracterizado con la hoz que le dió su madre Gea/Tierra, símbolo sin duda agrícola de poda de cultivos, especialmente de la viña, y de cosecha de cereales, por lo que simboliza el paso de una sociedad paleolítica de cazadores-recolectores nómadas a otra neolítica de agricultores-ganaderos sedentarios, con la que castró a Urano, y Tiempo, a su derecha, por el doble par de alas a sus espaldas. Gracias a esta fusión el tiempo adquirirá la hoz o guadaña en otras versiones y será sinónimo de destrucción y muerte. (Y, andando el tiempo, nunca mejor dicho, la hoz, convertida en guadaña, será símbolo de la Parca, o sea, de la Muerte medieval).

En griego tenemos dos palabras para referirnos al tiempo aión (eón o aión, αἰών, en griego arcaico αἰϝών) y chrónos, similares a las latinas aeuom y tempus respectivamente: la primera representa el tiempo como eternidad, como algo continuo y eterno, y la segunda como algo discontinuo y propiamente temporal. El tiempo era un dios bicéfalo o bifronte, como un Jano romano, el dios de las puertas, que abre el calendario y da nombre al mes de enero (Ianuarius), que mira hacia el pasado y el futuro. Esta distinción entre palabras se ha perdido en las lenguas modernas, donde solo disponemos de una para referirnos a dos cosas muy distintas entre sí: tiempo, time, temps, Zeit...


Saturno, identificado ya como dios del Tiempo, aparece en una ilustración de Cartari con el uróboro o serpiente que se muerde la cola que representa la eternidad o tiempo cíclico, es decir, como Aión/Eón más que como Chrónos.

Con la identificación de Crónos (Saturno) con Chrónos (el tiempo), aparece el tiempo propiamente dicho. En el relato de la Edad de Oro de Ovidio, cuando reinaba Saturno, no había propiamente tiempo, pero, una vez destronado este por su hijo Júpiter o sea Jove, hace su aparición propiamente el año con sus cuatro estaciones en la Edad de Plata: Luego que el mundo, echando a Saturno al lóbrego Tártaro, / era de Júpiter, hubo la raza de plata llegado / que era más vil que la de oro, más noble que el bronce arrubiado. / Jove restó duración al vernal buen tiempo de antaño, / y entre inviernos y estíos y otoños desigualados / y una fugaz primavera, partió en cuatro tramos el año. (Metamorfosis I, vv.113-118). 
 

Saturno ha desaparecido, y con él la Edad de Oro, que los romanos intentaban recuperar periódicamente en las fiestas saturnales, y, con su desaparición, aparece el Tiempo, es decir, Crónos se convierte en Chrónos, el portador del tiempo cronometrado. Es como si hubiera sufrido una metamorfosis para convertirse en lo que no era. Crónos impedía que el tiempo se dividiera en tramos, Chrónos ha traído el calendario al mundo, y con él, somos expulsados del paraíso de la Edad de Oro y condenados al tiempo, representado a veces como un can Cérbero tricéfalo que mira al pasado, presente y futuro. Hemos entrado en la historia. 

sábado, 13 de junio de 2020

Final feliz (happy end)

Deseamos que llegue el finde, el fin de semana, el fin de mes, el fin de año, el fin del curso, el final feliz de la película de nuestra vida: 

 -que llegue el fin de semana para descansar, desconectar de la rutina y recargar las pilas, libres de la condena del trabajo, que es la cara moderna de la antigua esclavitud abolida de la faz del mundo para seguir subsistiendo bajo nuevas formas; 



-que llegue el fin de mes, que económicamente hablando supone la recompensa del asalariado, el estipendio, es decir, aquello en que se convierte nuestra vida cuando cobramos por nuestra prostitución a mes vencido el sueldo que debería alcanzarnos hasta el próximo fin de mes y que sólo nos durará unos días… 

-que llegue el fin de año para celebrarlo con burbujas espiritosas de champán con las que damos carpetazo y hacemos borrón y cuenta nueva, dispuestos a que el año que comienza sea de verdad un año nuevo y no, lo que acabará inevitablemente siendo, una repetición de lo mismo de siempre;



-que llegue el fin de curso para celebrar la ceremonia de graduación con la que nos autoengañamos creyendo que hemos llegado a la meta final del tópico "merecido descanso";

...cuando lo que en realidad queremos y estamos pidiendo a gritos desde las entrañas del alma y el fondo del corazón es el fin del tiempo que es esencialmente futuro: el fin de la semana, el fin del mes y el fin de todos los años que pretenden computar el paso del tiempo, así que ¡feliz fin de semana, por lo pronto, y feliz fin de mes y feliz fin de año, todo junto, y, si fuera posible, ojalá lo sea, feliz fin del tiempo también cronometrado!

viernes, 13 de marzo de 2020

El caso del monje Virila

Una tarde de primavera, el abad del monasterio salió a pasear por la serranía de Leyre, en el antiguo reino de Navarra, como hacía todas las tardes por costumbre. El viejo abad, sin alejarse mucho del convento,  caminaba imbuido en sus muchas cavilaciones, hasta que sintió fatiga y se sentó a reposar junto a una fuente, donde permaneció absorto durante un rato en el que se le fue, como suele decirse, el santo al cielo escuchando, junto al fresco murmullo del agua, el canto melodioso de un ruiseñor embelesado.

De vuelta por la noche al monasterio, encontró que todo era diferente, como si todo hubiera cambiado de repente por arte de magia. El hermano que abrió el portón no reconoció a aquel hombre que afirmaba ser el abad, y creyó que había perdido la cabeza, ni él reconoció tampoco al portero, cuyo rostro apenas le resultaba familiar, como los rostros y los hábitos de todos los frailes que le salieron al encuentro. Todos unos perfectos extraños. El propio convento seguía en pie, y, aunque era sin duda el mismo de siempre, algo le decía que era diferente. 


Tras consultar los archivos, descubrieron que hacía trescientos años, un monje de aquel cenobio, llamado Virila, que había regentado el monasterio,  había salido una tarde de paseo y no había vuelto nunca más, por lo que se supuso que habría sido devorado por alguna alimaña. 

Virila, tal era el nombre del hombre, había estado oyendo el efímero canto de un ruiseñor durante un instante, cuando en realidad habían transcurrido tres siglos. El abad se había dejado llevar por el canto del ruiseñor, y se había fundido de hecho con el cántico melódico mismo del ave, uniéndose el sujeto y el objeto, y desapareciendo en esa unión el cronómetro del tiempo. 

Esta experiencia por muy singular que parezca no es ajena al individuo común de cualquier época y lugar. Sucede en los raros momentos en que el pintor se funde con el cuadro y el paisaje que está pintando,  o el alpinista con la escalada, de la misma manera que el oído se hace uno con la música que escucha. 

Nuestra vida, si bien la consideramos, se reduce por una parte a pasado, o sea, a biografía, y por otra a proyectos de futuro, ya sean temores o deseos, si no son ambas cosas. Y nada más. Pero ni en el futuro pasa nada ni en el pasado tampoco. 

Y ¿ahora? Ahora pasa algo, otra cosa, algo que escapa fuera de la realidad, algo de lo que sólo podemos ser conscientes cuando salimos de ella, cuando dejamos de vivir en el pasado y en el futuro, cuando como al abad Virila se nos va el santo al cielo y nos fundimos con el cántico del ruiseñor . 

Es el tiempo del goce de la experiencia del ahora, que conecta en cada momento con la vida que pasa, y que nos saca de la realidad gracias a esa válvula de escape que es “aquí y ahora”. Una vez que hemos salido de la realidad, ¿no son lo mismo tres siglos que tres minutos?