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martes, 14 de octubre de 2025

¿Qué es el tiempo?

Philomena Cunk es el personaje cómico de ficción interpretado por Diane Morgan que encarna a una atolondrada periodista de investigación científica en la serie televisiva británica Moments of wonder, 'Momentos de asombro'. En ella, Philomena divulga información errónea a la vez que hace preguntas básicas a sus entrevistados no exentas a veces de enjundia y de malicia, que dejan pensando al espectador y al propio entrevistado. Estos no son personajes ficticios, suelen ser catedráticos, doctores y especialistas en filosofía, teología, física cuántica, arte y muchas otras disciplinas, la flor y nata académica del Reino Unido. A un físico, por ejemplo, le preguntó qué es más veloz la luz o la sombra.

En esta ocasión, desde el Museo del Reloj de Greenwich, que es para ella la capital del tiempo, Philomena se pregunta qué es el tiempo, después de afirmar que es algo valioso, relacionándolo remotamente con el dinero, diciendo que ha existido antes de que empezara a contar, lo que le lleva a preguntarse qué son los relojes y qué es lo que miden. 

 Un reloj musical suizo 

A la vista de la mayoría de los relojes, podría decirse que el tiempo es algo circular -el eterno retorno- pero en realidad es lineal, es la línea vertical imaginaria del meridiano de Greenwich, también llamado meridiano cero y primer meridiano, que divide el planeta en dos mitades idénticas de 180º cada una, segmentadas en husos horarios de 15º, que es el resultado de la división de los 360º de la circunferencia completa entre las veinticuatro horas que tiene el día.  

Moments of Wonder: ¿Qué es el tiempo?

Philomena dice que se halla en el único lugar del mundo donde puede estar a la vez entre el pasado y el futuro, con el presente pasándole por su entrepierna,  running right up trough my middle bits.

Dice que nadie sabe lo que es el tiempo excepto los científicos, que lo saben todo. Y entonces pregunta al científico Stuart Clark, doctor, astrónomo y miembro de la Royal Astronomical Society, qué es el tiempo, y este le responde categóricamente: En realidad no lo sabemos. Pero, acto seguido, formula dos posibles hipótesis manteniendo la dicotomía físico/psíquico, que viene a ser la misma, grosso modo, que objetivo/subjetivo: el tiempo puede ser algo físico y objetivo y entonces sería como un río que fluye, o algo psicológico y subjetivo. 

Philomena le interrumpe preguntándole qué quiere decir con la hipótesis del río, a lo que Stuart Clark le responde que el tiempo fluye como el agua del río, y que los sucesos que nos pasan en la vida son como cosas que hay en el río que el agua encuentra a su paso, de lo que concluye la presentadora que los eventos que nos pasan en la vida son como los peces y demás que hay en los ríos. 

 

En la línea de la respuesta seria del científico de no se sabe qué es el tiempo, nos viene como anillo al dedo lo que escribió Agustín de Hipona, San Agustín, en sus Confesiones XI, 14, 17, donde contrapone el hecho de saber lo que es el tiempo, con el de ponerse a explicarlo, porque saber sabemos lo que es, tenemos una idea de él que todos manejamos, (gracias sobre todo, entre paréntesis, a los llamados tiempos verbales de nuestras gramáticas escolares), esa idea nos sirve para hablar de las cosas, pero no podemos hablar de ella sin poner en peligro su consistencia y existencia, por eso dice el santo que no puede explicarlo con palabras, que lo sabemos pero no lo sabemos: 

 

¿Qué es, pues, el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé; pero si quiero explicárselo al que me lo pregunta, no lo sé. Lo que sí digo sin vacilación es que sé que si nada pasase no habría tiempo pasado; y si nada sucediese, no habría tiempo futuro; y si nada existiese, no habría tiempo presente. Pero aquellos dos tiempos, pretérito y futuro, ¿cómo pueden ser, si el pretérito ya no es y el futuro todavía no es? Y en cuanto al presente, si fuese siempre presente y no pasase a ser pretérito, ya no sería tiempo, sino eternidad. Si, pues, el presente, para ser tiempo es necesario que pase a ser pretérito, ¿cómo deciros que existe éste, cuya causa o razón de ser está en dejar de ser, de tal modo que no podemos decir con verdad que existe el tiempo sino en cuanto tiende a no ser?


domingo, 23 de junio de 2024

Ricos y pobres

    Escribe Agustín de Hipona, San Agustín (Ciudad de Dios contra paganos, VII, 11-12), que a Júpiter, que era el nombre que correspondería, mutatis mutandis, a nuestro Dios judeocristiano en la religión politeísta de la antigua Roma, una religión sin embargo en vías de transición al monoteísmo dado que entre los muchos dioses y diosas inmortales a los que se rendía culto él era el padre de dioses y hombres y también su rey omnipotente, a Júpiter, decía, también se le llamaba en la antigua Roma Pecunia, es decir, Dinero.  Se preguntaba, no obstante, el hiponense si no hubiera sido más adecuado llamarle Pecunio, con género gramatical masculino. 

    Un poeta republicano Valerio Sorano había definido a Júpier como "omnipotente" y "padre y madre" (progenitor genitrixque), de reyes, cosas y dioses, y al mismo tiempo como dios único y como todos los dioses a la vez. Varron, citado por san Agustín, ha transmitido su cita: Iuppiter omnipotens, regum rerumque deumque / progenitor, genitrixque deum, deus unus, et omnes.

     Horacio había ya dejado un hexámetro donde se refería al dinero no tanto como divinidad sino como rey, o más propiamente reina, del mundo: et genus et formam regina Pecunia donat, : "Dona linaje además de belleza la reina Moneda".  

Moneda británica de medio penique con la inscripción inferior "DEA PECUNIA"

    Ya entre los griegos Aristófanes había sacado una comedia titulada Pluto ('riqueza', de donde deriva nuestra “plutocracia”, traducida a menudo como 'Dinero'), donde se decía que era un dios ciego que repartía dinero a troche y moche sin mirar a quién se lo daba, por lo que la riqueza, y la felicidad consiguiente, estaba mal repartida. Cuando Pluto al final de la comedia recupera la vista comienza a repartirlo justamente enriqueciendo a los pobres y empobreciendo a los ricos.

    Pero se rebela el santo de Hipona contra esa denominación, que le parecía de una gran bajeza y un insulto a la divinidad. Es cierto que gracias al dinero se pueden conseguir todas las cosas (eius sunt omnia, que nos recuerda al hemistiquio virgiliano y panteísta Iouis omnia plena, 'todo está lleno de Júpiter'), pero eso no le convierte en un dios bueno.  Otro gallo nos cantaría, propone él, si dijéramos que el verdadero nombre de Dios es Riqueza, porque eso nos permitiría diferenciar entre riqueza y dinero, y cambiar el significado de rico, que ya no sería el que posee mucho dinero, sino el que posee sabiduría, bondad y demás virtudes.

    Ricos, en efecto, llamamos a los sabios, a los justos, a los buenos, que tienen poco o ningún dinero; más bien son ricos en virtudes, las cuales, aun en las necesidades de las cosas corporales, les hacen sentirse satisfechos con lo que tienen ('nam dicimus diuites sapientes, iustos, bonos, quibus pecunia uel nulla uel parua est; magis enim sunt uirtutibus diuites, per quas eis etiam in ipsis corporalium rerum necessitatibus sat est quod adest').

    Y consecuentemente también cambiamos el significado de 'pobres' que ya no son los que no tienen dinero, sino por el contrario los que lo tienen y mucho pero, por eso mismo, nadando en su misma abundancia, nunca estarán satisfechos con lo mucho que tienen, que siempre se les hará poco porque siempre querrán más. Pobres, en cambio, llamamos a los avaros, siempre ansiosos y necesitados; pues aunque pueden tener mucho dinero, en su misma abundancia, por grande que sea, no pueden por menos de estar necesitados ('pauperes uero auaros, semper inhiantes et egentes; quamlibet enim magnas pecunias habere possunt, sed in earum quantacumque abundantia non egere non possunt').

    El santo de Hipona ha hecho suya la paradoja realizando un cambio semántico en que ambas palabras han pasado a significar lo contrario de lo que significaban: los ricos son pobres y los pobres son ricos. ¿Qué es lo que ha trocado el sentido de estos términos? La conformidad o sapientia con la realidad que tiene cada uno: los ricos son pobres porque no se conforman con lo mucho que tienen. Los pobres son ricos porque se conforman con lo poco que tienen. Es la religión del conformismo la que propone el obispo de Hipona.

San Agustín en su gabinete, Sandro Botticelli (1490-1495)

    Por todo ello propone que a Júpiter, o en nuestro caso a Dios, que para el caso viene a ser lo mismo, no le llamemos Dinero, que es su verdadero nombre, sino Sabiduría (por no recurrir al nombre de la vieja diosa Minerva) o, mejor diríamos, Conformidad o Conformismo con lo establecido, con la realidad tal como es, con Lo-que-hay (sat est quod adest), pero todos sabemos, porque lo sentimos en el fondo de nuestro corazón, que lo que hay no es lo mejor que podía haber.

oOo

Un chiste de ricos y pobres

Iba una vez un pobre infeliz por el bosque, cuando de repente le sale un enmascarado esgrimiendo la espada y gritándole: 

 -¡Alto ahí! Soy Robin Hood de los bosques, el que roba a los ricos para dárselo a los pobres.

 Y el mendigo le contesta:

-Ay de mi, yo soy el más pobre de todos los pobres, señor Hood.

-¿En serio? -le pregunta Robin interesándose vivamente por su caso personal- pues, si es así, ten, toma. 

Y empezó a darle sacos y cofres de oro y joyas del botín recientemente expropiado a los ricos. Al poco rato, cuando se quedó solo,  el mendigo empezó a dar saltos de contento gritando como un loco:

-¡Albricias! ¡Soy rico! ¡Soy inmensamente rico!.

Y en eso le asalta otra vez el enmascarado y le grita esgrimiendo la espada y cargado de razón: 

-¡Alto ahí, soy Robin Hood de los bosques, el que roba a los ricos para dárselo a los pobres! 

domingo, 1 de octubre de 2023

¿Quién ha creado a Dios?

    Una niña de siete años de Brescia (Italia) ha planteado un viejo problema teológico a sus mayores. La niña, a la que le habían enseñado en clase de religión en la escuela que Dios había creado el mundo y a las personas, se preguntaba a sí misma y les preguntaba a sus padres, abuelos y a la maestra que quién había creado a Dios. Como no le daban una respuesta convincente, escribió respetuosamente por consejo de sus padres, que veían que la pequeña estaba realmente obsesionada con ese problema, una carta al Papa Bergoglio, planteándole la cuestión que la atormenta. 
 
Una niña escribe, Telemaco Signorini 1885-90
 
     No ha sido el Papa personalmente, sino un monseñor de sus colaboradores quien le ha respondido en nombre de Su Santidad: El Santo Padre ha recibido tu hermosa nota. El Papa Francesco, que te agradece tu amable gesto, quiere hacerte saber que reza por ti a fin de que puedas crecer en el deseo sincero de conocer y amar a Jesús”. 
 
    La respuesta no ha satisfecho la curiosidad infantil de la pequeña. La pregunta, que sigue viva por lo tanto, recuerda un poco de lejos a aquella otra que se hacía san Agustín: ¿Qué hizo Dios antes de crear el universo? El santo de Hipona no respondió, como cuenta irónicamente Stephen Hawkings en su A Brief History of Time, que estaba preparando el infierno para los que hacían demasiadas preguntas, como hacen los niños y el niño que todos llevamos dentro, sino que el tiempo era una propiedad del universo que Dios había creado, y que por lo tanto no existía antes del comienzo del universo. El tiempo es pues obra de Dios que surge con la creación del mundo, por lo que Dios es anterior al tiempo, aunque no en un sentido cronológico, y esto es lo realmente embarazoso de la peliagudísima cuestión. 
 
San Agustín, atribuido a Gerard Seghers (1600-1650)
 
     Pero también san Agustín a propósito del tiempo, escribía aquello otro que se ha hecho proverbial y que nos vale también a nosotros para Dios, para el Universo y para cualquier otra cosa que queramos definir: "¿Qué es, pues, el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé; si alguien me lo pregunta y quiero explicarlo, ya no lo sé" (Confesiones, XI, 14, 17).

viernes, 22 de septiembre de 2023

¿Qué y cómo es Dios?

    Escribe Cicerón en su tratado teológico De natura deorum I, 60 sobre qué o cómo es la divinidad, apoyándose en el poeta Simónides de Ceos, quien estuvo alojado en la corte del tirano Hierón de Siracusa en torno al año 476 ante, lo siguiente:


    Si me preguntas qué es o cómo es la divinidad, haré uso de la autoridad de Simónides, quien, al haberle preguntado eso mismo el tirano Hierón (roges me quid aut quale sit deus: auctore utar Simonide, de quo cum quaesiuisset hoc idem tyrannus Hiero), solicitó un día para pensárselo (deliberandi sibi unum diem postulauit); al preguntarle lo mismo al día siguiente, pidió un par de días (cum idem ex eo postridie quaereret, biduum petiuit); como duplicaba el número de días una y otra vez y Hierón extrañado no dejaba de preguntarle por qué obraba así (cum saepius duplicaret numerum dierum admiransque Hiero requireret cur ita faceret), respondió Simónides: “Porque cuanto más tiempo lo considero, tanto más oscura me parece que es mi esperanza” ("quia quanto diutius considero" inquit "tanto mihi spes uidetur obscurior"). 

    En una versión griega de la misma anécdota, donde no se menciona al tirano Hierón, sino a un hipotético "alguien" como preguntador, el poeta Simónides responde: cuanto más reflexiono sobre la divinidad, tanto más me alejo de saberlo (ὅσον, ἔφη, µᾶλλον σκοπῶ περὶ τοῦ θείου, τοσοῦτον ἀπέχω εἰδέναι). 


    El testimonio de Simónides que cita Cicerón señala la dificultad que hay en saber y poder, por lo tanto, afirmar algo en términos generales sobre Dios o la divinidad, si se prefiere, por lo que en cualquier afirmación que se nos ocurriera hacer sobre la divinidad, más que acercarnos a su comprensión nos estaríamos alejando irremisiblemente de ella. 



    Será el maestro Eckhart, en la era cristiana, quien incidirá en esta idea de la inefabilidad de Dios afirmando: Todo lo que digas de Dios es falso, y De Dios lo mejor es el silencio.
 
    Algo muy parecido afirmó san Agustín sobre el tiempo:  Si nadie me lo pregunta, lo sé; pero no lo sé si quiero explicárselo a quien me lo pregunta. («Quid est ergo tempus? Si nemo ex me quaerat, scio; si quaerenti explicare uelim, nescio.»)