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viernes, 28 de enero de 2022

Saturno devorando a sus hijos

    Leo en las hojas parroquiales electrónicas de mi comunidad autónoma, o sea en la prensa de campanario, que los directores de los IES, o sea I(n)stitutos de Educación Secundaria de Cantabria, piden ayuda a la Consejería de Educación de dicha taifa (cito literalmente) “ante el incremento de los trastornos de la salud mental del alumnado como consecuencia de la situación 'muy convulsa' que sufre la sociedad desde hace dos años por los 'estragos' del Covid-19”. 
 
    Reclaman que se dote a los centros de la figura del psicólogo escolar y que se aumente la dotación del servicio de Orientación (vuelvo a citar de la hoja parroquial) "para dar la mejor respuesta posible a esta problemática latente y mejorar la atención psicológica en nuestros centros educativos". 
 
Saturno devorando a su hijo, Goya (1819-1823)
 
      No voy a entrar yo en la necesidad o no de dichos psicagogos y orientadores desorientados la mayoría de las veces que reivindican los directores de los i(n)stitutos, que también deberían atender al profesorado y a los propios equipos directivos. Me llaman más la atención las justificaciones que esgrimen para reclamarlos, como si el problema no fuera en gran medida con ellos, y no me refiero solo a los equipos directivos de los centros, sino a los profesores y padres, a los adultos en general. 
 
    Afirman los directores claramente que los trastornos mentales que sufren los adolescentes se deben a la situación muy convulsa provocada por los estragos del Covid-19. No son los estragos de la enfermedad del virus coronado, me parece a mí, los que han provocado la convulsión de la sociedad, sino las medidas restrictivas y draconianas que se han aplicado y se siguen implementando desde mediados de marzo del 2020 secundadas unánimemente por los medios de información, empeñados en la tarea de desinformar y de hacer que cunda el pánico en la gente. Una de ellas, a título de mero ejemplo:  la aconsejada utilización de los barbijos FPP2, los más caros en el mercado y los más seguros, según los expertos de los platós televisivos, porque no dejan entrar ni salir a los virus. Claro que tampoco dejan entrar ni salir el aire por lo que se hace difícil, si no imposible, respirar. 
 
Saturno devorando a su hijo, Daniele Crespi (1619)
 
     Son los protocolos sanitarios en los hospitales y los protocolos escolares dictados por las autoridades sanitarias y educativas respectivamente los responsables de los trastornos de los adolescentes, a los que comenzaron encerrando en sus casas -confinando, decían entonces con un eufemismo deleznable para referirse a lo que no era sino un arresto domiciliario, España se convertía en un enorme centro penitenciario-, obligando a llevar mascarillas en las aulas y a mantener ridículas distancias de 'seguridad', tomándoles la temperatura compulsivamente todos los días y haciéndoles creer que estaban enfermos porque podían estarlo o porque lo decía una prueba fraudulenta que no tiene ningún valor diagnóstico pero que se ha utilizado para diagnosticar la 'enfermedad' asintomática, cerrando aulas y aislando y poniendo en cuarentena a los 'positivos' como si fueran apestados, inculcándoles desde el primer momento que podían matar sin querer a sus abuelos y progenitores, y finalmente que tenían que inocularse una sustancia experimental, ellos que no tenían prácticamente ningún riesgo de contraer ni de trasmitir la dichosa enfermedad. 
 
Saturno devorando a uno de sus hijos, Rubens (1636)
 
     Parece que el sistema de enseñanza, o educativo, como prefiere autodenominarse él, ha decidido no querer saber lo que está pasando. ¿Cómo no van a estar trastornados los jóvenes y adolescentes, si lo estamos todos, inducidos como hemos sido a una psicosis colectiva delirante y paranoica? ¿Quién está en los cabales de su sano juicio? Pero es especialmente triste que ellos, los adolescentes, y los niños, cuyas sonrisas se han visto congeladas bajo las ridículas mascarillas, estén viviendo bajo una dictadura mediática y sanitaria que les ha inculcado que los besos y los abrazos son conductas de alto riesgo que tenemos que evitar si no queremos contagiarnos y matar a los mayores. 
 
    Somos precisamente los mayores los que hemos sacrificado la infancia y la adolescencia. Nunca antes se había visto una cosa igual, que una generación inmole a los más jóvenes haciéndoles literalmente la vida imposible para asegurar su supervivencia. Miento, se había visto, sí, en la mitología: Saturno, entiéndase Crono,  el titán, que ante el temor no sólo de ser destronado sino de sucumbir a manos de uno de sus hijos, un temor que le había sido inculcado por Urano y Gea, el Cielo y la Tierra respectivamente en la lengua de Homero, depositarios de la sabiduría, que era la ciencia de aquel momento, y del conocimiento del porvenir, los iba devorando a medida que nacían.  Ayudó a su madre a vengarse de su padre Urano, que abusaba constantemente de ella, utilizando la hoz que ella le dio para cercenarle los testículos que arrojó al mar, de donde nacería según una versión Afrodita. Crono ocupó su lugar en el cielo y se hizo dueño del universo, casándose con su hermana la titánide Rea. Los romanos lo identificaron a él con Saturno y a ella con Cibeles. 

       Numerosos pintores, a lo largo de la histoira del arte, han representado la escena de antropofagia en la que Crono devora literalmente a cada uno de sus hijos.  Por ejemplo, y dentro del Museo de El Prado, sin ir más lejos, tenemos los impresionantes lienzos de Goya y el de Rubens, más antiguo.
 
 

    En la época imperial, con la romanización del norte de África, Saturno se identificó con el gran dios cartaginés Ba'al Hammon, al que los cartagineses ofrecían sacrificios humanos de niños, precisamente, recién nacidos. Las nuevas generaciones eran sacrificadas en aras de la supervivencia de sus mayores.
 
     Saturno, pues, ha engullido a todos sus vástagos, antes de que alguno de ellos le arrebate el trono y la vida, contagiándole el virus letal que no ha visto nadie todavía pero que como Dios existe, y cómo y cuánto existe... todavía.

lunes, 9 de agosto de 2021

Tiempo contra amor, amor contra tiempo

Traigo aquí para comentario un óleo del pintor francés Pierre Mignard titulado El Tiempo cortando las alas del Amor (1694) porque, como revela su título, es una alegoría de cómo el amor, representado por un niño, es víctima del paso del Tiempo, es decir de su propio futuro, ante el que sucumbe. El amor es el dios Eros o Cupido desarmado, sin su arco y sus poderosas flechas. El Tiempo, que en griego se dice χρόνος (chrónos, raíz que conservamos en no pocos helenismos), dotado de unas enormes y poderosas alas que simbolizan su cronometrado paso se ha identificado con el viejo dios Κρόνος (Crónos, Crono, de la raza de los titanes, perteneciente a la primera generación divina, anterior a los dioses olímpicos, el Saturno de los romanos que devoraba a cada uno de sus hijos varones según le nacían), y le está cortando las alas al Amor con una podadera. Su símbolo es un reloj de arena, y la guadaña cercenadora y mortífera. Crono o Saturno, que en su origen era un dios agricultor, aparece otras veces empuñando una hoz, ya que se relaciona con el cultivo y la poda de la vid, y comparte este atributo con las alegorías posteriores de la muerte. El Tiempo mata al Amor, le corta las alas para que no pueda emprender el vuelo libre como el viento y herir los corazones de los hombres y los dioses. 


 El Tiempo cortando las alas del Amor, Paul Mignard (1694)

El cuadro representa la guerra eterna y a muerte entre el amor y el tiempo. El amor, cuando florece, lucha contra el tiempo haciendo que nos olvidemos de él, y el tiempo a su vez contra el amor. Es una guerra sin cuartel, interminable, que en el cuadro de Mignard se resuelve a favor del primero, que ha doblegado al sentimiento amoroso, al que apresa entre sus piernas y le cercena las alas que le habían nacido a sus espaldas, unas alas que simbolizan el anhelo de vuelo y libertad, algunas de cuyas plumas yacen ya por el suelo... Cortarle las alas a alguien, desplumarlo como se hace con algunos pájaros para que no vuelen, es privarlo de libertad, impedir su vuelo.

El pintor ha imaginado al Padre del Tiempo musculoso, con barba y cabellos canosos, con la guadaña de la muerte que cercena la vida y el reloj de arena, a más de unas poderosas alas oscuras. El carcaj cargado de flechas de Cupido/Eros, que yace por el suelo, simboliza la derrota del amor. Los deseos que encarnan esas flechas se han extinguido, privados de alas como el dios.

La representación del tiempo, cuya imagen se confunde con la del ángel de la muerte, recuerda a algunas alegorías del invierno como un anciano inexorable, y contrasta con la representación del amor, un niño ligado a los placeres fugaces de la vida, impotente frente a su propio futuro, condenando como está no tanto a envejecer como a entrar en la sociedad adulta. 

 Saturno cortando las alas al amor, Antoon Van Dyck (1630)

Unos años antes que Mignard,  el pintor flamenco Antoon Van Dyck había tratado el tema en su Saturno cortando las alas al amor (hacia 1630). El Tiempo es también aquí un anciano un tanto desaliñado y medio calvo que corta, despiadado, las alas a Cupido, cuyo cuerpo blanco y tierno se retuerce y revuelve inútilmente contra ese atropello. La alegoría es evidente. Pero el tiempo aquí ya es Saturno, es decir, el Padre, pues se ha consumado la identificación de χρόνος (chrónos) y Κρόνος (Kronos) devorando a uno de sus hijos, reduciendo a tiempo cronometrado la vida del hombre y sus amores. Es mucho más que lo que aparenta: la alegoría va más allá de representar lo efímero del amor, que sería una mera ilusión que se desvanece con el trascurso del tiempo y que, por lo tanto, no dura más que unos pocos años en el mejor de los casos, como en aquellos versos de Jean-Pierre Claris de Florian, que decían en la lengua de Molière "Plaisir d´amour ne dure qu´un moment / Chagrin d´amour dure toute la vie", que musicó Berlioz para orquesta y que han cantado gentes muy diversas, y que en nuestra lengua podrían sonar rítmicamente y cantarse así, traduciendo el "moment" por un "suspiro": No dura más que un suspiro el amor, / y el desamor dura toda la vida.


 Saturno cortando las alas de Cupido, Ivan Akimov (1802)

El pintor ruso Ivan Akimov retoma también, por su parte, este tema en su Saturno cortando las alas de Cupido (1802), donde el viejo dios, que recuerda vagamente por su musculatura y sus largas barbas al Moisés de Miguel Ángel, utiliza la propia guadaña, que es el símbolo de la muerte, y no ya una inocente podadera como en Van Dick y Mignard, para cortarle las alas al niño dios, a su hijo, que, por su parte, ha dejado caer, como en los tratamientos anteriores, sus armas: su arco y sus flechas. Se identifican así el futuro y la muerte definitivamente, al compartir ambos el atributo de la guadaña que en un caso corta las alas y en el otro la vida.



Una imagen más moderna, cuya autoría desconozco, tomada de la Red, representa esta misma escena, pero aquí son los padres, la madre y en concreto el padre la encarnación de Saturno o el Tiempo de los relojes, es decir el Futuro,  los adultos que cortan las alas al niño, su hijo, con unas enormes tijeras, como, sin duda alguna, les hicieron sus padres a ellos cuando eran pequeños, por lo que ahora repiten, convertidos ellos en padres y acomodados en la edad adulta y sociedad establecida, el bárbaro ritual.

sábado, 11 de julio de 2020

De la confusión entre Krónos y Chrónos

Cicerón en su tratado teológico De natura deorum (libro II, capítulo 25) afirma: "(Hablando de Saturno, al que los griegos denominaron) ...Krónos, que es lo mismo que chrónos, esto es, espacio de tiempo)."  Para un romano culto como Cicerón la confusión de estas dos palabras inicialmente distintas, la primera un  nombre propio y la segunda común, era patente por la práctica homofonía si se exceptúa la ligera aspiración del término griego chrónos que lo diferencia de crónos, que no la tiene.  


Una ilustración de Vicenzo Cartari 1615 en Las verdaderas y nuevas imágenes de los dioses de los antiguos muestra la conflación entre Saturno y el Padre Tiempo. Tienen en común que ambos están desnudos, ambos están de pie y ambos tienen barba. Crono/Saturno, a la izquierda, está caracterizado con la hoz que le dió su madre Gea/Tierra, símbolo sin duda agrícola de poda de cultivos, especialmente de la viña, y de cosecha de cereales, por lo que simboliza el paso de una sociedad paleolítica de cazadores-recolectores nómadas a otra neolítica de agricultores-ganaderos sedentarios, con la que castró a Urano, y Tiempo, a su derecha, por el doble par de alas a sus espaldas. Gracias a esta fusión el tiempo adquirirá la hoz o guadaña en otras versiones y será sinónimo de destrucción y muerte. (Y, andando el tiempo, nunca mejor dicho, la hoz, convertida en guadaña, será símbolo de la Parca, o sea, de la Muerte medieval).

En griego tenemos dos palabras para referirnos al tiempo aión (eón o aión, αἰών, en griego arcaico αἰϝών) y chrónos, similares a las latinas aeuom y tempus respectivamente: la primera representa el tiempo como eternidad, como algo continuo y eterno, y la segunda como algo discontinuo y propiamente temporal. El tiempo era un dios bicéfalo o bifronte, como un Jano romano, el dios de las puertas, que abre el calendario y da nombre al mes de enero (Ianuarius), que mira hacia el pasado y el futuro. Esta distinción entre palabras se ha perdido en las lenguas modernas, donde solo disponemos de una para referirnos a dos cosas muy distintas entre sí: tiempo, time, temps, Zeit...


Saturno, identificado ya como dios del Tiempo, aparece en una ilustración de Cartari con el uróboro o serpiente que se muerde la cola que representa la eternidad o tiempo cíclico, es decir, como Aión/Eón más que como Chrónos.

Con la identificación de Crónos (Saturno) con Chrónos (el tiempo), aparece el tiempo propiamente dicho. En el relato de la Edad de Oro de Ovidio, cuando reinaba Saturno, no había propiamente tiempo, pero, una vez destronado este por su hijo Júpiter o sea Jove, hace su aparición propiamente el año con sus cuatro estaciones en la Edad de Plata: Luego que el mundo, echando a Saturno al lóbrego Tártaro, / era de Júpiter, hubo la raza de plata llegado / que era más vil que la de oro, más noble que el bronce arrubiado. / Jove restó duración al vernal buen tiempo de antaño, / y entre inviernos y estíos y otoños desigualados / y una fugaz primavera, partió en cuatro tramos el año. (Metamorfosis I, vv.113-118). 
 

Saturno ha desaparecido, y con él la Edad de Oro, que los romanos intentaban recuperar periódicamente en las fiestas saturnales, y, con su desaparición, aparece el Tiempo, es decir, Crónos se convierte en Chrónos, el portador del tiempo cronometrado. Es como si hubiera sufrido una metamorfosis para convertirse en lo que no era. Crónos impedía que el tiempo se dividiera en tramos, Chrónos ha traído el calendario al mundo, y con él, somos expulsados del paraíso de la Edad de Oro y condenados al tiempo, representado a veces como un can Cérbero tricéfalo que mira al pasado, presente y futuro. Hemos entrado en la historia.