El principal axioma de la
educación financiera al servicio de la economía de la empresa y de las
entidades bancarias es: “Un euro (o un dólar, o cualquier otra moneda:
todas son iguales para el caso) vale más ahora que
mañana”. Este principio no contempla el efecto de la inflación
que hace que el poder adquisitivo de los salarios y del dinero
disminuya con el tiempo y que se disparen -se inflen, se hinchen- los
precios del consumo, lo que
echaría por tierra la afirmación, sino el hecho de que si se posee un
capital hoy puede invertirse de modo que mañana se tenga más que hoy,
porque el dinero se reproduce y a la vez que produce más dinero crea el
tiempo que lo produce: la tierra prometida del futuro: pecunia
pecuniam parit.
En
italiano hay un dicho que reza meglio un uovo oggi che una
gallina domani, esto es, que es
mejor un huevo hoy que una gallina mañana, es lo que nos dice Nuestra Señora de la Incertidumbre, porque la recepción de algo en el futuro es
incierta e insegura, habida cuenta de la inexistencia del futuro -siempre por venir- (y de la gallina) si no hay
capital sometido a tasa de interés por medio que lo cree, como
veremos.
"Todo necio", dijo Machado, "confunde valor
y precio". No confundamos nosotros el valor con el precio
del dinero, que es el lucro que reporta el vil metal. En realidad deberíamos
hablar del precio y no del valor del dinero, pero ya está consagrada
la expresión. El valor del dinero
en el tiempo (en inglés, Time Value of Money, abreviado
usualmente
como TVM) es un concepto económico fundamentado en la premisa de que un
emprendedor(*) prefiere recibir un pago de una suma fija de dinero
hoy, en lugar de recibir el mismo valor nominal en una fecha
futura.
Suelen manejarse dos
conceptos económicos importantes: Valor Futuro (VF) y Valor Presente
(VP). ¿Qué relación hay entre el VF y el VP? Según una página de
economía cualquiera que consulto al azar en la Red, se trata “de dos caras de
una misma moneda”, expresión muy significativa. Prescindiendo de
los adjetivos “futuro” (que va a ser) y “presente”
(que está delante), nos queda lo sustancial: valor. El dinero
tiene un valor, pero ese valor no lo tiene per se,
se lo conferimos nosotros.
Por otra parte, el Valor
Futuro (VF) del dinero en el tiempo es el valor que creemos que
tendrá una suma determinada de dinero de la que disponemos en la
actualidad (VP, o Valor Presente), o que decidimos invertir,
emprendedores que somos, en un proyecto determinado. Para poder
calcular el VF necesitamos conocer la tasa de interés que vamos a
aplicar a nuestro capital en los períodos de tiempo venideros.
La fórmula del Interés
simple es muy sencilla: Interés = Capital x Rédito x Tiempo partido
todo por 100, ya que el Rédito se establece en tanto por ciento.
Si queremos averiguar los intereses que producirá un capital al 0%
en un año, la solución es muy sencilla: cero. No hay interés. El
Valor Futuro se equipara al Valor Presente. El capital no se ha
incrementado porque no ha habido afán de lucro ni ganancia.
Pero siempre se
espera que el mismo dinero tenga un VF mayor que el VP. ¿Por qué?
Por el interés, porque el dinero produce dinero, o, dicho de otra
manera, porque el dinero genera tiempo, una expectativa de futuro en
la que recuperaremos nuestro capital incrementado. Ese incremento
(que es el interés que se interpone: inter est) no deja de ser un excremento propiamente dicho, es decir,
y perdón por lo vulgar de la expresión, una mierda.
Despejemos ahora el
factor T(iempo) en la fórmula. Se establece así la ecuación de T
= Interés x 100 / Capital x Rédito. Si presuponemos, pasando del 0
al 100, un hipotético Rédito del 100%; T sería igual al Interés
dividido por el Capital; al ser idénticos Interés y Capital, porque
este último se habría duplicado, el factor T sería un año
justamente: hemos generado un año de dividendos: doce meses, trescientos sesenta días: el dinero ha parido
una suma equivalente de dinero durante un año y, a la vez, ha
generado ese año: el Tiempo sería el cociente de la división de
los dividendos (el Interés) por el divisor (el Capital).
El
término cociente
se remonta al vocablo latino quotiens
(adverbio que deriva de quot,
“cuantos” y que
significa “cuantas veces”) y que por lo tanto indica la cantidad
de veces que el divisor está contenido en el dividendo.
¿Qué le sucede ahora al
factor T, pongámonos en este otro caso, si la tasa de interés es del 0%?
Si no hay interés
ninguno por medio, la ecuación se reduce a T = Interés (que es 0) x
100 partido del Capital x 0. El resultado de la operación sería
igual a cero. El tiempo sería cero, vacío, ninguno. En
conclusión: sin interés o con un interés del 0%, el Tiempo, es
decir, el futuro no existe, y el Capital no es más que una
convención que sólo tiene el valor actual que queramos darle, y nuestro
dinero no funcionaría en un país donde no se admite nuestra moneda, o en
una isla desierta de los mares del sur, si es que todavía queda alguna,
o en un pueblo abandonado de la serranía de Cuenca donde ya no
vive ni Dios.
¿Esto es economía crítica? No, lo que aquí hacemos es crítica de la economía.
(*)
Nótese cómo se ha sustituido el término "empresario" por el
aparentemente más positivo o neutro "emprendedor", debido seguramente a
sus connotaciones despectivas capitalistas, y de qué modo el sistema
educativo fomenta el sedicente espíritu emprendedor, y cómo se oculta el
grosero materialismo anteponiendo el noble sustantivo "espíritu".
Nótese cómo también las autoridades en lugar de fomentar el espíritu
crítico y el aprendizaje, alientan el "emprendizaje", horrísono palabro,
o los talleres, más horrísonos todavía, como he leído por alguna parte,
de emprendeduría (sic).
oOo
Lluvia de dinero
(Moscú, un día ya lejano de julio de 2011)
El sueño de que se ponga
de repente a llover interminablemente, y que las gotas de la lluvia
infinita que cae del cielo sean billetes de banco llevó a decenas de
conductores de Moscú a salir a trompicones de sus coches y tirarse
al suelo de la autopista a la caza del dinero, cuando vieron que su
sueño se hacía realidad aquel día rutinario y gris.
Los diez carriles de una
de las autopistas de entrada y salida a Moscú no fueron suficientes
para absorber el monumental atasco de tráfico que se organizó
cuando unos desconocidos –ángeles bienhechores del Señor, que
regalaba dinero gratis a los moscovitas como si fuera el maná caído
del cielo, según unos, o quizá idiotas, según otros, o quizá
ladrones, como en las películas, perseguidos por la policía que se
desembarazaban del botín- lanzaron una lluvia de billetes que
revolotearon y se posaron al fin como hojas que caen de los árboles
en otoño al soplo del viento sobre el asfalto. Muchos conductores
deteniendo sus autos en marcha salieron a recogerlos a la calzada,
esparcidos como estaban por el firme.
Eran numerosos billetes de
banco de mil rublos, unos 25 euros al cambio. El problema de estos
billetes, cuando los conductores los examinaron con
detenimiento es que eran falsos. Saltaba enseguida a la vista. ¡Qué
desilusión! La ilusión se desinflaba como pompa de jabón.
Pocos se pararon a pensar
que, en verdad, aunque no salte tan pronto a la vista, todos los
billetes de banco, por más que sean de curso perfectamente legal, son
falsos en verdad. Pocas veces nos paramos a pensar, engañados como
estamos, que el dinero, siendo real como es, una cosa realísima, la
realidad de las realidades más real de todas, no deja de ser pese a eso, o por eso
mismo, una mentira, y que como dice la pintada anónima en la pared: todos los billetes son falsos.
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