El
Sistema intenta ‘atraer’ a los homosexuales para gobernar su sexualidad
como hace con los heterosexuales, acabando así con la
‘diferencia’ que representaban y que amenazaba acaso con destruir la sagrada
familia tradicional formada por José, María
y el niño Jesús, más la burra y el buey. La ideología de la igualdad de derechos y
oportunidades le sirve de instrumento en esa tarea: promete un “trato
igual y no discriminatorio” a la pareja y a la familia homosexual para
que, precisamente como ‘pareja’ y como ‘familia’, habiendo abdicado de
su diferencia, contribuya a la reproducción del orden social
establecido. Poco importa la diferencia sexual, lo que interesa es que
se reproduzcan los roles y la institución que encarnan.
El peligro que representaba la figura del homosexual no radicaba en su
‘preferencia’ hacia su propio sexo, sino en el riesgo que suponía para
la institución familiar, que es el soporte incuestionable del entramado
social. “Familiarizado”, el homosexual deja de constituir una amenaza.
Habrá familias ‘diversas’, pero familias al fin y a la postre, que era
de lo que se trataba. Ya no hay un rechazo a la familia por parte del
homosexual, porque él mismo ha sido familiarizado.
El
sistema ya no margina ni discrimina ni ridiculiza a los homosexuales, que
es lo que hacía antes para conjurar la amenaza que representaba su
existencia; ahora los asimila, ha cambiado de táctica: pasa de
excluirlos, como hacía antes, a incluirlos como hace ahora.
La
pareja homosexual se consideró primero pareja de hecho y se equiparó
legalmente a la pareja heterosexual, abriéndose incluso la posibilidad
de la adopción de hijos. Da igual que no sea un matrimonio eclesiástico
ni civil, o que sea un paramatrimonio, no deja de ser un matrimonio, se
llame como se llame y se apellide como quiera.
La
figura del homosexual que vive solo, orientado hacia la promiscuidad,
ha quedado obsoleta. Su “desorden amoroso” es asimilado al vínculo
matrimonial con posibilidad de divorcio, claro, que asegura la
existencia de dicho vínculo. Porque el divorcio, lejos de romper la
institución matrimonial, como temían los conservadores, lo que hace es
fortalecerla, asegurar la indisolubilidad del vínculo.
El homosexual que había elegido el "wild side of the life"
es sustituido ahora por el homosexual asimilado y respetable,
amariconado en el peor sentido que pueda tener la palabreja.
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