martes, 11 de abril de 2023

Trabajo

    En el país vecino algunos trabajadores se han suicidado sin causa exterior aparente. El Gobierno galo buscó una razón para los suicidios y los atribuyó a problemas psicológicos personales. No es así. En realidad los suicidios son un grito de revuelta ante una situación que nos desborda y de la que no podemos escapar. Un trabajador en medio de una reunión se clavó un cuchillo en el abdomen. En realidad nos estaba dando una puñalada a todos, a la opinión pública, al mundo. Quería que viéramos lo que no queremos ver: que él es nosotros mismos, que nosotros mismos somos él. 
 
    Los sindicatos obreros han luchado por reducir el número de horas y aumentar los salarios y, en menor medida, controlar las condiciones de trabajo, y últimamente en Francia para que no se suba la edad jubilosa de la liberación del trabajo de los 62 años actuales a los 64, pero no han tocado el problema esencial, que es la existencia del trabajo mismo. Se diría que han colaborado en la mejora humanitaria de las condiciones laborales, pero no en la destrucción de lo que nos hace infelices: el trabajo. Es como si hubieran servido, paradójicamente, para lo contrario de lo que querían, para perpetuar la esclavitud humanizándola, en lugar de liberarnos de ella. 
 
 
    El trabajador y el patrón eran antaño dos personas distintas, ahora se da el caso de que en muchos casos son la misma persona. Si yo trabajo para mí mismo, podría decir que soy autónomo, pero también puedo decir que no soy tan independiente, porque no soy uno: me he dividido esquizofrénicamente en dos y yo soy a la vez mi jefe y mi empleado, por lo que estoy trasladando el escenario de lo que los marxistas llamaban la lucha de clases al interior de mí mismo. 
 
    El trabajador ha sido transformado en una especie de empleador de sí mismo. Ya no hay lucha de clases fuera de uno mismo. Pero el capital -ahora en forma financiera- y el trabajo siguen estando ahí, y el conflicto se ha trasladado al alma del individuo, y este conflicto -irresoluble, esquizofrénico- es el que lleva a explotar, al no puedo más del suicidio. 
 
    Frente a esto sólo nos queda reivindicar la figura intelectual de Paul Lafargue, y gritar con él: VIVA EL DERECHO A LA PEREZA, que trabajen las máquinas. Ni trabajar para vivir, ni vivir para trabajar, sino todo lo contrario. El trabajo mata: No te mates trabajando, no te mates a trabajar.

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