jueves, 12 de septiembre de 2024
¿Puede existir un mundo sin dinero?
martes, 7 de mayo de 2024
Invitación a leer 'La Religión del Capital' de Paul Lafargue
domingo, 14 de abril de 2024
Espectáculo de variedades
Yo también soy idiota. Hecha esta confesión personal, debo decir que el escritor catalán Quim Monzó publica ‘Ments preclares’, subtitulado “El llibre dels idiotes”, un libro, que no he leído, de artículos periodísticos sobre los idiotas, y declara: “No encuentro tan grave llamar idiota a alguien; yo mismo soy idiota”. Y me hago la siguiente reflexión: etimológicamente idiotas, en efecto, somos todos y cada uno en el sentido original del término griego: persona privada o particular, simple ciudadano, hombre del común, plebeyo, también soldado raso; ignorante, rudo, vulgar, inexperto, profano. Ya lo decía el Bachiller Carrasco en El Quijote, atribuyéndoselo al Eclesiastés y citando la Vulgata latina, para ponderar el gran número de necios que había en todos los tiempos y lugares: stultorum infinitus est numerus: "el número de imbéciles es infinito". Así que yo mismo soy idiota ἰδιώτης, etimológicamente hablando, lo reconozco. ¿Qué le vamos a hacer? Y una de las características de mi persona que tengo como idiota que soy es además de hablar, leer y escribir, que para eso me enseñaron en la escuela, un idioma ἰδίωμα, que es lo mismo que una patria, una nacionalidad, o sea, una propiedad privada, una jaula, pero también un instrumento con el que, sin embargo, puedo, denunciarlo.
Inteligencia Artificial: IA no son solo las siglas de “inteligencia artificial” sino también, y más propiamente hablando, de la expresión “invasión algorítmica”, que es de lo que se trata lo primero.
La mentira política. “En política no se puede mentir. Si uno miente tiene que dimitir”. Lo ha dicho una ministra del gobierno español, da igual su nombre propio y apellidos y su ministerio. Lo ha dicho y ha dicho la verdad olvidando que ella, como miembro de ese gobierno que es, es forzosamente una mentirosa, por el axioma de que gobernar es mentir, o, como escribió Maquiavelo, gobernare è far credere: "gobernar es hacer creer", que viene a ser lo mismo que mentir, porque la creencia es un acto de fe y la fe se fundamenta en la mentira. Gobernar es, en efecto, mentir, sin que pueda decirse lo contrario, que mentir sea gobernar, pero sí que parece que para gobernar es preciso ejercer el arte del engaño, y para engañar hay que mentir, porque el Poder se basa en dos pilares fundamentales que vienen a ser uno solo en definitiva y el mismo: el miedo y la mentira.
La guerra es un crimen de lesa humanidad. No penséis que la guerra no es un crimen: Lo dijo Ernest Jéminguay en 1946 y debería repetirlo cualquier biennacido ahora mismo como si se tratara de un mantra religioso: Never think that war, no matter how necessary, nor how justified, is not a crime: “Nunca penséis que la guerra, por necesaria o justificada que sea, no es un crimen”. No a la guerra por lo tanto.
Abolición del mos meretricius. Bienintencionada sin duda la querencia de abolir la prostitución que les ha entrado a algunos progresistas, si no fuera porque no se dan cuenta de que no se puede erradicar el puterío sin abolir el sistema capitalista de producción que fundamenta su propia esencia teológica. Nada más lejos de su intención porque dichos progresistas no pretenden abolir el trabajo asalariado. Escribe Paul Lafargue en El Sermón de la Cortesana, incluido en su Religión del Capital (1886): La cortesana trafica con lo que no se puede ni pesar ni medir, con la cosa inmaterial que escapa a las sagradas leyes del intercambio: vende el amor, como el tendero suministra el jabón y la candela, como el poeta detalla el ideal. Pero la cortesana vendiendo el amor se vende; da al sexo de la mujer un valor, su sexo participa entonces de las cualidades de nuestro Dios, se convierte en una parcela de Dios, es Capital. La cortesana encarna a Dios.
domingo, 17 de diciembre de 2023
Presentación de "El derecho a la pereza" de Paul Lafargue
Paul Lafargue (1842-1911) fue uno de los introductores de las primeras ideas marxistas en España, donde ya casi nadie se acuerda de Carlos Marx una vez que el Partido Socialista Obrero Español que fundara Pablo Iglesias abandonó su doctrina en el congreso extraordinario que se celebró en Madrid en 1979, en el que se abogó por el socialismo democrático o socialdemocracia.
Asistimos en la actualidad, por ejemplo en nuestro país, a un intento más de reducción de la semana laboral, desde las cuarenta horas semanales actuales, vigentes desde 1983 que suponen trabajar ocho horas diarias de lunes a viernes, a treinta y siete horas y media como máximo sin reducción de salario, proceso que culminará, según está previsto, en el año 2025, pasando el año que viene por la reducción a treinta y ocho horas y media semanales.
En este sentido se propone también la reducción de la semana laboral a cuatro días, y el aumento del fin de semana a tres. Son intentos muy timoratos de hacer más llevadera la servidumbre que conlleva el trabajo asalariado para la producción y consumo de inutilidades.
Pero ¿qué decir de todos estos bienintencionados intentos de humanización del trabajo? Pues lo más evidente: que lejos de liberarnos del yugo del trabajo, y de la reducción de la vida a tiempo cronometrado y, por lo tanto, a dinero también, lo que pretenden es hacerlo más llevadero, algo parecido a la actitud hipócrita de la iglesia católica respecto a la esclavitud que, lejos de condenarla radicalmente, proponía humanizarla dando un trato lo más benévolo posible a los esclavos.
No es extraño, pues, que el libro que presento fuera mejor acogido por los libertarios que por los marxistas propiamente dichos en aquellos años de escisión entre ambos movimientos, pues en el propio marxismo se halla la paradoja de que la clase obrera, que está llamada a protagonizar la revolución social que superará el capitalismo, lejos de luchar por su extinción, proclama orgullosamente siempre su existencia gritando "¡Viva la clase obrera!", lo que viene a ser lo mismo que "¡Viva el trabajo!", y eso ya se sabe lo malo que es para el que proclama como Lafargue que la pereza no es un pecado capital, sino, usando el lenguaje de la doctrina católica, una de las más preciosas virtudes que tenemos.
miércoles, 13 de diciembre de 2023
"Dejad de moler, molineras"
aunque anuncien ya cantos de gallo el albor;
ya que a las linfas Deméter mandó esas manualidades;
y ellas, que van en tropel sobre la rueda a caer,
mueven el eje; y aquél, con sus curvos radios rodantes,
hace la mole girar -rocas nisirias* que son-.
Vida gozamos antigua de nuevo, si es que aprendemos
sin trabajar a tomar cuanto Deméter nos da.
Ἴσχετε χεῖρα μυλαῖον,
ἀλετρίδες· εὕδετε μακρά,
κἢν ὄρθρον
προλέγῃ γῆρυς ἀλεκτρυόνων·
Δηὼ γὰρ
Νύμφαισι χερῶν ἐπετείλατο μόχθους·
αἱ
δὲ κατ’ἀκροτάτην ἁλλόμεναι τροχιήν,
ἄξονα
δινεύουσιν· ὁ δ’ἀκτίνεσσιν
ἑλικταῖς
στρωφᾷ Νισυρίων κοῖλα
βάρη μυλάκων.
γευόμεθ’ ἀρχαίου βιότου
πάλιν, εἰ δίχα μόχθου
δαίνυσθαι Δηοῦς ἔργα διδασκόμεθα.
martes, 11 de abril de 2023
Trabajo
domingo, 26 de marzo de 2023
Arde París
París está que arde y no sólo París, sino todo el hexágono francés. ¿Qué está pasando en el país vecino que no pasa aquí? ¿Por qué los franceses están saliendo masivamente a las calles a protestar en las manifestaciones más numerosas que se hayan visto en los últimos años? ¿Por qué se niegan a aceptar como les pide su presidente del Gobierno que les suban la edad de jubilación de 62 a 64 años? ¿No ven, acaso, que todos los países europeos, entre ellos el nuestro, ya han adoptado los 65 y 67 años como límites de jubilación? ¿Por qué los franchutes reaccionan con tanta ira, contra algo que los demás han aceptado al fin sin rechistar? ¿Son acaso ellos unos vagos redomados que no quieren trabajar más porque son los más holgazanes de Europa?
Dicen los defensores del retraso de la edad de jubilación que al haber aumentado nuestra esperanza de vida es lógico que aumente también con ella la de nuestra vida laboral y por lo tanto la edad de jubilación, equiparando la vida propiamente dicha con la maldición veterotestamentaria del trabajo.
Hay en la cultura francesa un libro cuyo título ha dejado una huella indeleble. Se trata de “El derecho a la pereza”. Corría 1880 cuando un tal Paul Lafargue, marxista en principio y casado con Laura, la hija de Carlos Marx, que acabaría irritándose con su yerno, publicó un pequeño manifiesto que circuló con ese mismo título en la lengua de Molière: Le droit à la peresse, en el que reivindicaba uno de los siete pecados capitales, la pereza, haciendo de él virtud y renegando de la diligentia que proponía la iglesia para combatirlo, y que se ha convertido en todo un clásico de la literatura de la Francia.
Frente a los que reclamaban el derecho al trabajo, Lafargue reivindicaba el derecho a la vagancia, holgazanería o pereza. El manifiesto levantó una inmensa polvareda. Aunque ha pasado casi un siglo y medio, el libro nunca ha perdido actualidad. Se convirtió en objeto de interminables debates, especialmente dentro de la izquierda, que había acabado por santificar el trabajo, como el cristianismo, y comenzó a hablarse del derecho al tiempo libre y al ocio. Lafargue imaginó esencialmente el momento en que "trabajaremos como máximo tres horas al día" y disfrutaremos el resto, para poder vivir de este modo de verdad.
Lafargue estaba enfatizando algo que hemos olvidado, el lugar que ocupa el trabajo en nuestras vidas. El trabajo se ha convertido en un fin en sí mismo y las condiciones laborales, lejos de mejorar, han empeorado y acabado deteriorándose, la gente en todos los rincones del planeta trabaja cada vez más y en trabajos cada vez más precarios a costa del tiempo libre, con todo lo que ello conlleva. Y conlleva mucho.
Desde las primeras palabras de su libro Lafargue describió algo que suena sumamente relevante en nuestro tiempo: “Una extraña locura se apodera de las clases trabajadoras de las naciones donde domina la civilización capitalista. Esta locura arrastra tras ella las miserias individuales y sociales que atormentan desde hace siglos a la triste humanidad. Esta locura es el amor al trabajo, la pasión furibunda por el trabajo llevada hasta el agotamiento de las fuerzas vitales del individuo y de su descendencia. En lugar de reaccionar ante esta aberración mental, los sacerdotes, los economistas y los moralistas han considerado sacrosanto el trabajo". A lo que tendríamos que añadir nosotros: y los políticos tanto de la izquierda como también de la derecha. No olvidemos que en la tradición cristiana el trabajo es una maldición de Dios, que luego los cristianos han bendecido, y los marxistas también gritando ¡Viva la clase trabajadora!, lo que es lo mismo que decir: ¡Viva la esclavitud!
Lafargue se retrotrae a la antigüedad clásica: "Los griegos del siglo de oro, también ellos, no sentían más que desprecio por el trabajo: a los esclavos solos les estaba permitido trabajar: el hombre libre no practicaba nada más que los ejercicios corporales y los juegos de la inteligencia... Los filósofos de la antigüedad enseñaban el desprecio por el trabajo, esta degradación de la libertad del hombre; los poetas alababan la pereza, este don de los dioses. O Meliboee, deus nobis haec otia fecit. (“Oh Melibeo, un dios nos dio esta paz sin trabajo”) Cristo en su discurso de la montaña predicó la pereza: “Aprended de los lirios del campo, cómo crecen; no trabajan ni hilan. Y sin embargo, os lo digo yo, ni Salomón con toda su gloria se vistió como uno de ellos.” Jehová, el dios barbudo y ceñudo, dio a sus adoradores el supremo ejemplo de la pereza ideal: después de seis días de trabajo, descansa para toda la eternidad.”
Lo que vienen a reivindicar estos franceses que salen a las calles no es en definitiva algo tan revolucionario como sería una vida sin la condena del trabajo, que, según la etimología de la palabra es un suplicio porque el tripalium era un instrumento de tortura, sino algo tan sencillo como que no empeoren las condiciones laborales aumentando el tiempo de condena laboral.