Incluye Paul Lafargue en El derecho a la pereza un epigrama griego de Antípatro de Salónica sobre el regreso de la mítica Edad de Oro, cuyo rasgo más característico era que los árboles y las cosechas daban su fruto sin intervención del hombre, que se alimentaba sin trabajo, saludando la llegada de la máquina que iba a liberar supuestamente a la humanidad de la esclavitud del trabajo, epigrama que citaba también su suegro Carlos Marx en El Capital. Está tomado de la Antología Griega (IX, 418), y el texto, compuesto por cuatro dísticos elegíacos de hexámetro y pentámetro dactílicos, exhortaba a las molineras a dormir la mañana, es decir, a no madrugar ya que el molino -la tecnología- iba a liberarlas del trabajo de la molienda. Dice más o menos lo siguiente en versión rítmica:
Muela dejad de mover, molineras; dormid
la mañana,
aunque anuncien ya cantos de gallo el albor;
ya que a las linfas Deméter mandó esas manualidades;
y ellas, que van en tropel sobre la rueda a caer,
mueven el eje; y aquél, con sus curvos radios rodantes,
hace la mole girar -rocas nisirias* que son-.
Vida gozamos antigua de nuevo, si es que aprendemos
sin trabajar a tomar cuanto Deméter nos da.
aunque anuncien ya cantos de gallo el albor;
ya que a las linfas Deméter mandó esas manualidades;
y ellas, que van en tropel sobre la rueda a caer,
mueven el eje; y aquél, con sus curvos radios rodantes,
hace la mole girar -rocas nisirias* que son-.
Vida gozamos antigua de nuevo, si es que aprendemos
sin trabajar a tomar cuanto Deméter nos da.
*Las aludidas rocas nisirias son piedras volcánicas de la pequeña isla de Nisiro, al sur de la isla de Cos, que eran apreciadas precisamente por su utilidad como ruedas de molino.
Ἴσχετε χεῖρα μυλαῖον,
ἀλετρίδες· εὕδετε μακρά,
κἢν ὄρθρον
προλέγῃ γῆρυς ἀλεκτρυόνων·
Δηὼ γὰρ
Νύμφαισι χερῶν ἐπετείλατο μόχθους·
αἱ
δὲ κατ’ἀκροτάτην ἁλλόμεναι τροχιήν,
ἄξονα
δινεύουσιν· ὁ δ’ἀκτίνεσσιν
ἑλικταῖς
στρωφᾷ Νισυρίων κοῖλα
βάρη μυλάκων.
γευόμεθ’ ἀρχαίου βιότου
πάλιν, εἰ δίχα μόχθου
δαίνυσθαι Δηοῦς ἔργα διδασκόμεθα.
Los optimistas llegaron a pensar que llegaría un día en que el trabajo quedaría relegado a la máquina, y el hombre podría liberarse de la maldición bíblica de su condena.
¡Qué equivocado, en efecto, estaba entre los antiguos el optimista de Antípatro de Salónica, poeta griego contemporáneo de Cicerón, cuando saludó la invención del molino hidráulico de viento que trituraba el grano, como liberación del trabajo de las esclavas y restaurador de la mítica edad de oro paradisíaca donde resplandecería la libertad!
Les decía, en efecto, Antípatro a las molineras que dejaran de moler y que siguieran durmiendo plácidamente cuando el gallo anunciara el nuevo día, cuando sonara el despertador, diríamos hoy, o el toque cuartelero de diana de los soldados. Y es que al hacer las ninfas, es decir, las linfas, o sea las aguas, el trabajo que antes realizaban las jóvenes ahora podrían las molineras vivir libres de la esclavitud del trabajo y gozar gratuitamente de los frutos que la diosa madre Tierra les concedía, es decir, el pan de trigo.
Sin duda, no entendió Antípatro que la máquina, es decir la tecnología, en lugar de liberar al hombre del trabajo, vino a alargar su jornada laboral y a crearle una nueva dependencia: la cadena tecnológica. Y es que la tecnología no es neutral como pretenden algunos ni su maldad depende del mal uso que se haga de ella: no sólo no ha liberado la vida humana, sino que la ha complicado más todavía, por lo que aún estamos esperando que alguien o algo, no sabemos muy bien quién o qué, venga a liberarnos de la servidumbre de la tecnología y del trabajo, y sobre todo de las nuevas tecnologías y sus viejas servidumbres.
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