He aquí un portal de Belén deshabitado o pesebre reducido a su mínima expresión, una ruina de edificio destartalado y abandonado, que no debería ofender a nadie por su carácter laico y ajeno a toda creencia o fe religiosa, aunque siempre habrá quien se dé por ofendido.
En él faltan la mula y el buey, bestias de carga tradicionalmente explotadas como acémilas, cuya presencia suele justificarse en la tradición belenista porque san Francisco de Asís los incluyó en el siglo XIII de la era cristiana con la misión de mantener caliente entre pajas la cuna del recién nacido. Y se puede remontar al profeta Isaías (1:3) que vaticinó: "Conoce el buey a su dueño, y el asno el pesebre de su amo, pero Israel no entiende, mi pueblo no tiene conocimiento".
Falta la estrella de Navidad, en el cielo
porque últimamente no se ve ningún cometa ni estrella errante ni astro que determine ningún rumbo que seguir en el firmamento, sino
numerosos satélites de telecomunicaciones que nos incomunican y que acercando nuestras voces e imágenes nos alejan a nosotros, y misiles que no conducen a ninguna parte y conllevan ruina y
destrucción.
Falta la joven María, que repudiada por su marido, el carpintero que por su edad podía ser su padre, con el que la obligaron a casarse, aún no ha decidido si, embarazada como está porque se entregó a un desconocido del que se enamoró y ha tenido un retraso en la regla, tendrá a la criatura o abortará clandestinamente, prohibida como está la interrupción del embarazo en Palestina. En todo caso, no tiene dinero para pagárselo, por lo que no sabe qué acabará haciendo. Así como no aceptó nunca su papel de virgen cuando conoció el amor verdadero y efímero como es, tampoco está segura de querer asumir el de abnegada madre de familia ni el de esposa de un marido al que no quiere.
Falta José, el carpintero, el marido de la muchacha palestina supuestamente virgen, que ha repudiado a su esposa María al descubrir que estaba embarazada y que la criatura no era suya.
Y falta la figura central del Belén que es el presunto niño Jesús, la criatura que la madre aún no ha decidido si va a dar a luz o no, por lo que no ha nacido todavía -si lo hace lo hará entre escombros- y no puede saberse por lo tanto si será niño o niña, al margen del género u orientación sexual que en su caso quisiera adoptar. Todo el mundo, sin embargo, celebra su nacimiento dándolo por hecho.
Falta el Ángel del Señor que no tiene nada que anunciar al mundo, y cuyo mensaje de paz en la tierra donde la paz no es más que otro nombre de la guerra quedaría sarcástico.
Faltan los pastores, por supuesto, que no tienen a nadie que adorar.
Y faltan sus majestades los Reyes Magos de Oriente, Melchor, Gaspar y Baltasar, que, como si fueran
inmigrantes ilegales y sin papeles, no han podido atravesar el muro que
el Estado de Israel ha levantado como frontera con Cisjordania, donde se halla la urbe betlemita, que junto con la franja de Gaza forman el estado de Palestina.
Deberíamos desearnos siempre no FELIZ NAVIDAD, sino FELIZ (na)VIDA(d) y no andar haciéndonosla imposible (la vida) los unos a los otros durante estas fechas y todas las demás. Pues eso, lo dicho.
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