Analicemos ahora el siguiente texto breve emitido por el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico (sic) de las Españas, presidido por la Ministra doña Teresa Ribera, a la que vemos en dos fotografías en compañía del sedicente y sonriente filántropo Bill Gates durante la COP28: Necesitamos dar las señales correctas que favorezcan la colaboración público-privada. Impulsar una innovación tecnológica al servicio de la descarbonización.
Con lo de "la colaboración público-privada" se refiere el texto al trato de los gobiernos de los Estados, personificado por nuestra Ministra progresista, con el Capital, encarnado en este caso por el magnate señor Gates y su benéfica y filantrópica, según dicen, fundación.
Con lo de la "descarbonización", ¿a qué se refieren? Sin duda a la transición a la green economy, con la que el capitalismo neoliberal pretende cambiar para poder seguir igual y obtener la bendición de Su Santidad el Papa, que no pudo asistir a la cumbre a la que asistieron más de cuatrocientos jets privados por estar enfermo de gripe en la Santa Sede, poniéndole el adjetivo de "verde" que-te-quiero-verde, como hacía García Lorca: Verde viento. Verdes ramas. / El barco sobre la mar / y el caballo en la montaña.
Lo que nos tememos algunos no es que vayan a prohibirnos de golpe y sopetón calentar nuestras casas, comer carne y lácteos -los pedos de las vacas son metano puro que crea gases de efecto invernadero que aceleran el calentamiento global del planeta y provocan el cambio climático-, conducir automóviles, limitar nuestros viajes... Los viajes en avión son insostenibles para el medio
ambiente, aunque a la cumbre de Abu Dabi han volado, como queda dicho, cuatrocientos jets privados... de vergüenza.
Es muy probable que tras el pasaporte sanitario que nos endilgaron para salvarnos la vida que no nos salvaron, nos venga ahora la Iglesia de la Climatología con el pasaporte de carbono, y que, para que
sobreviva el turismo que tanto interesa, se asigne no a los viajeros, que ya no quedan en el mundo, sino a los numerosos turistas, que eso es lo que hay en la tierra del Señor, un racionamiento anual de
carbono que no podrán exceder sin tener que pagar por ello.
Lo que nos tememos algunos es que nos impongan un impuesto al Carbono para sancionar económicamente a los que quieran hacer esas cosas, de modo que quien tiene dinero pueda permitirse esos lujos, es decir, consiga indulgencias que le permitan el perdón de sus pecados ecológicos.
Si se salen con la suya, sólo los ricos podrán permitirse esos lujos, mientras que los pobres iremos al trabajo en bicicleta y patinete (no eléctricos, por supuesto, sino a pedales), volveremos a casa helada y húmeda y comeremos insectos, que son más baratos que la carne y también son fuente de proteínas animales.
Ponerle precio al carbono recaudaría los billones
necesarios para hacer frente a la transición climática, dice el Fondo
Monetario Internacional. Algunos gobiernos no se atreven por la
impopularidad de los impuestos, pero la doctrina es que si se penalizan económicamente las altas emisiones, la
descarbonización se acelera (y se salva el Planeta merced a las energías
renovables que nos alejarían de los combustibles fósiles y a las
tecnologías con bajas emisiones de carbono, lo que estimularía un
crecimiento “limpio” o, como diría nuestra Ministra de Sanidad, "sano y seguro").
Haría falta saber si se pone el impuesto al carbono también a los bombardeos de las guerras... y a lo mejor así dejaba de haberlas.
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