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miércoles, 13 de diciembre de 2023

"Dejad de moler, molineras"

    Incluye Paul Lafargue en El derecho a la pereza un epigrama griego de Antípatro de Salónica sobre el regreso de la mítica Edad de Oro, cuyo rasgo más característico era que los árboles y las cosechas daban su fruto sin intervención del hombre, que se alimentaba sin trabajo, saludando la llegada de la máquina que iba a liberar supuestamente a la humanidad de la esclavitud del trabajo, epigrama que citaba también su suegro Carlos Marx en El Capital. Está tomado de la Antología Griega (IX, 418), y el texto, compuesto por cuatro dísticos elegíacos de hexámetro y pentámetro dactílicos, exhortaba a las molineras a dormir la mañana, es decir, a no madrugar ya que el molino -la tecnología- iba a liberarlas del trabajo de la molienda.  Dice más o menos lo siguiente en versión rítmica:  

Muela dejad de mover, molineras; dormid la mañana,
    aunque anuncien ya   cantos de gallo el albor;
 ya que a las linfas Deméter mandó esas manualidades;
    y ellas, que van en tropel    sobre la rueda a caer,
mueven el eje; y aquél, con sus curvos radios rodantes,
    hace la mole girar    -rocas nisirias* que son-.
Vida gozamos antigua de nuevo, si es que aprendemos
    sin trabajar a tomar   cuanto Deméter nos da.
 
    *Las aludidas rocas nisirias son piedras volcánicas de la pequeña isla de Nisiro, al sur de la isla de Cos, que eran apreciadas precisamente por su utilidad como ruedas de molino. 
 

Ἴσχετε χεῖρα μυλαῖον, ἀλετρίδες· εὕδετε μακρά,
    κἢν ὄρθρον προλέγῃ     γῆρυς ἀλεκτρυόνων·
Δηὼ γὰρ Νύμφαισι χερῶν ἐπετείλατο μόχθους·
    αἱ δὲ κατ’ἀκροτάτην     ἁλλόμεναι τροχιήν,
ἄξονα δινεύουσιν· ὁ δ’ἀκτίνεσσιν ἑλικταῖς
    στρωφᾷ Νισυρίων     κοῖλα βάρη μυλάκων.
γευόμεθ’ ἀρχαίου βιότου πάλιν, εἰ δίχα μόχθου
    δαίνυσθαι Δηοῦς     ἔργα διδασκόμεθα.

 
    Los optimistas llegaron a pensar que llegaría un día en que el trabajo quedaría relegado a la máquina, y el hombre podría liberarse de la maldición bíblica de su condena. 
 
    ¡Qué equivocado, en efecto, estaba entre los antiguos el optimista de Antípatro de Salónica, poeta griego contemporáneo de Cicerón, cuando saludó la invención del molino hidráulico de viento que trituraba el grano, como liberación del trabajo de las esclavas y restaurador de la mítica edad de oro paradisíaca donde resplandecería la libertad! 
 
 
    Les decía, en efecto, Antípatro a las molineras que dejaran de moler y que siguieran durmiendo plácidamente cuando el gallo anunciara el nuevo día, cuando sonara el despertador, diríamos hoy, o el toque cuartelero de diana de los soldados. Y es que al hacer las ninfas, es decir, las linfas, o sea las aguas, el trabajo que antes realizaban las jóvenes ahora podrían las molineras vivir libres de la esclavitud del trabajo y gozar gratuitamente de los frutos que la diosa madre Tierra les concedía, es decir, el pan de trigo. 
 
 
 
    Sin duda, no entendió Antípatro que la máquina, es decir la tecnología, en lugar de liberar al hombre del trabajo, vino a alargar su jornada laboral y a crearle una nueva dependencia: la cadena tecnológica. Y es que la tecnología no es neutral como pretenden algunos ni su maldad depende del mal uso que se haga de ella: no sólo no ha liberado la vida humana, sino que la ha complicado más todavía, por lo que aún estamos esperando que alguien o algo, no sabemos muy bien quién o qué, venga a liberarnos de la servidumbre de la tecnología y del trabajo, y sobre todo de las nuevas tecnologías y sus viejas servidumbres.

jueves, 15 de junio de 2023

Execración de las nuevas tecnologías

 
Felices, Laurie Lipton (2015)

La ciberdependencia es el opio hoy 
del pueblo, que diría el viejo Carlos Marx 
si levantara la cabeza y viera que hay 
una adicción globalizada y compulsiva 
en todos los rincones del planeta Tierra
que nos convierte en espectadores impasibles
y hace que hagamos click en la pantalla y eso 
que llaman realidad virtual y no es verdad, 
y nunca en nuestra propia realidad real, 
navegando sin llegar a puerto nunca bueno 
por los procelosos mares del ciberespacio, 
sin ser capaces ni siquiera de denunciar 
su falsedad intrínseca y consustancial. 
Maldigo, pues, la inteligencia artificial
 las tecnologías de la nueva información
 y comunicación, malditas sean todas, 
que sólo sirven para incomunicarnos 
atrapados en sociales redes solitarias
y mantenernos a todos bien desinformados
 a fuerza de saturación de informaciones
 y controlados por los hilos del poder.
Realidad virtual, Laurie Lipton (2015)
 

martes, 21 de febrero de 2023

De la degeneración del género epistolar

    Escribía don Juan Manuel de Prada el otro día un artículo titulado escuetamente 'Cartas' en XLSemanal,  que empezaba con una interesante consideración sobre la tecnología que comparto: Los tecnólatras (o sea, el común de las gentes) postulan que la tecnología es 'neutra' y que 'bien utilizada', facilita y mejora nuestra vida. Pero lo cierto es que la tecnología nunca es 'neutral', siempre toma partido; y su 'partido' consiste en rapiñar una parte de nuestra vida, a veces de forma áspera y violenta, otras veces de forma meliflua e indolora vaciándola de sustancia. Hay una ley biológica infalible que nos advierte que, a medida que disminuye lo vivo, aumenta lo automático”.

    Y se lamentaba el autor de que la tecnología haya permitido, a modo de ejemplo, que dejemos de escribirnos cartas, brindándonos a cambio la golosina de la inmediatez. Ahora escribimos guasá(p)s, llenos muchas veces de pictogramas que ni siquiera se llaman así, sino emojis, en japonés (pequeña imagen o icono digital que se usa en las comunicaciones electrónicas para representar una emoción, un objeto, una idea, etc., según la docta Academia)   o emoticonos (en la lengua del Imperio) que nos ahorran el engorro de utilizar el teclado alfabético, emplear palabras y construir frases con  ellas  para expresar nuestras emociones e ideas, y todo eso encima a través de imágenes tontas e infantiles que nunca podrán alcanzar la plasticidad del lenguaje alfabético y la construcción de una frase rica en matices... 

     

      Se ha perdido la epistolaridad, por así decir: la elaboración de un mensaje, el coloquio de intimidades que crea un clima espiritual único, como dice de Prada un tanto grandilocuentemente.  Pero lo más grave no es eso solo, sino, además, que, como escribí en otra parte, a riesgo de repetirme más que el eco de un disco rayado: Las imágenes siempre han tenido un poder adoctrinador sobre la población analfabeta. Era el caso de las imágenes religiosas en las iglesias medievales. Nuestras nuevas generaciones, analfabetas funcionales gracias al sistema educativo (¡manda güebos!), utilizan estas imágenes que son un medio sutil de adoctrinamiento entontecedor. La desaparición de las imágenes sagradas de los templos ha acabado por sacralizar todas las imágenes, que se han convertido en santos de nuestra devoción. Parecen imágenes inocentes e ingenuas, algunas hasta simpáticas si no fuera por su pretensión de serlo a toda costa. 

    Y también (lo siento por repetirme otra vez): Hay quien ha visto ya el peligro que corre el lenguaje escrito y hablado de ser eliminado por los pictogramas, porque como dicen sus usuarios “las palabras no molan tanto como los emojis”. La escritura pictográfica conforma un lenguaje artificial y superficial, sin ninguna profundidad, completamente elemental, simpático e infantil,  y desprovisto de emociones complejas y sentimientos reales.

 


    Los sustitutos digitales de las palabras pretenden expresar todo tipo de ideas vacías de contenido, eliminando el pensamiento, la reflexión, la argumentación y exposición de razonamientos. Si empobrecemos el lenguaje, el pensamiento se vuelve dócil, manipulable y controlable, peligro que corren sus usuarios, los niños, los jóvenes y los adultos no tan jóvenes, que, en lugar de utilizar ese lenguaje, son utilizados por él.

     Y así es como hemos perdido la costumbre de escribirnos cartas, y de decirnos cosas en esa lengua de l'âme pour l'âme, como le escribía Arthur Rimbaud a Paul Demény, una lengua que puede expresarlo todo: perfumes, sonidos, colores, pensamientos a través de palabras que valen más que mil imágenes, contra el dicho tantas veces repetido. 

    Esa lengua es la que encuentra el poeta, una lengua por cierto muy alejada de la horrenda prosa de las cultiparlas de políticos y periodistas, poeta que por algo se llamó 'trovador” (del occitano 'trovar', que significa 'hallar', y de ahí que la composición de versos se considere un hallazgo, algo que se encuentra en el acervo popular). Y poeta es cualquiera que haga uso de la lengua popular, que es la más poética. 

    Recuérdese, a propósito de esto último, lo que le preguntaba Juan de Mairena a un alumno: ¿Cómo se dice en lenguaje poético "los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa (hoy diríamos mejor, en la vía pública, porque rúa ha quedado ya algo obsoleto)"? Y el alumno respondía acertada-, es decir, poéticamente: "Lo que pasa en la calle".

jueves, 29 de abril de 2021

Un código QR en el cielo de Changái

    El código QR (Quick Response en la lengua del Imperio, de Respuesta Rápida en la nuestra) es una evolución bidimensional cuadrada del código de barras lineal que ya conocíamos en los productos de consumo, y que almacena datos codificados. El código QR es algo que, poco acostumbrados como estábamos, cada vez estamos empezando a ver más en España.
 
 
    Recuerdo la primera vez que vi uno en un restaurante. Al pedir la carta, me dijeron que escaneara el susodicho código, al que había que acceder a través del móvil y del programa correspondiente que lo leía. El camarero justificó con la mejor de sus sonrisas la ausencia de carta de menú por razones sanitarias. La típica cartulina manoseada por los clientes ya no estaba disponible porque podía ser un nido de viruses y contagiar el peor de todos ellos, el coronavirus o virus coronado, que estaba causando estragos, que había contagiado a una de cada cien personas en el mundo, y de ese uno por ciento de los que lo habían contraído estaba matando a uno de cada centenar, aunque se nos hizo creer a todos desde el primer momento que lo habíamos todos contraído ya sea en acto o en potencia aristotélica, y que por lo tanto íbamos a morir más tarde o más temprano de COVI o con COVI. 
 
 
 
    La inclusión de software que lee códigos QR en teléfonos móviles le permite al usuario que utiliza la aplicación (y que al mismo tiempo es utilizado, en voz pasiva, por ella) la comodidad de no introducir datos (números y letras) de forma manual en el teléfono, cosa que para las personas de edad avanzada es algo farragoso y engorroso por la falta de práctica y torpeza de nuestros dedos y por los problemas de visión, que con la presbicia, que en griego quería decir "vejez", vamos adquiriendo. 

    Cuando era pequeño y yo tenía una vista de lince me dijeron que ya vería lo que entonces no acertaba a ver algún día (“ya lo verás, ya lo verás... cuando seas mayor"), y lo que veo ahora, cuando ya soy eso que llaman una persona mayor, es que no veo nada sin gafas y veo muy poco con ellas. 
 
     Las direcciones y los URL (Uniform Resource Locators en la lengua del Imperio, o localizadores de respuesta uniforme en la nuestra) incrustados en códigos QR se están volviendo cada vez más comunes en revistas, anuncios publicitarios,  y hasta en tarjetas de presentación y de visita. Se están, pues, haciendo moneda de uso corriente gracias a que permiten simplificar en gran medida la tarea de introducir detalles individuales en la agenda o lista de contactos de un teléfono móvil. Ahí radica su éxito.


Chagái (China)

    Pero lo último sobre estos códigos que he oído es que en el Extremo Oriente, en el cielo nocturno de Changái se ha visto recientemente un código QR gigante, el más grande formado en el mundo hasta la fecha que pasará a engrosar el libro de los records que se le ocurrió escribir al ejecutivo de la cervecería irlandesa Guinness, formado con mil quinientos drones luminosos que sobrevolaron por la noche la gran ciudad china. Formaban así la bandera de la nueva religión tecnocrática, para que la gente pueda, apuntando con sus aparatos supuestamente inteligentes, o dotados al menos, digamos, de una inteligencia artificial, ya que no natural, descargarse juegos de vídeo que entretengan su lento, sumiso y pausado caminar hacia la muerte.


    Al parecer la China comunista/capitalista es uno de los países del mundo donde más se utilizan estos códigos de barras bidimensionales. Al escanearlos con los móviles, llevan a los usuarios a la página de descarga para que instalen el producto correspondiente, lo que no deja de ser una interesante muestra publicitaria de mercadotecnia para pescar incautos muy efectiva.

domingo, 25 de abril de 2021

Perseo o El asesino, de Ray Bradbury

El asesino, cuento publicado en 1953 dentro de una colección titulada “Las doradas manzanas del sol”, no es quizá uno de los mejores relatos breves de Ray Bradbury (1920-2012), pero no es tampoco desde luego uno de los peores. El mismo año en que publicó El asesino apareció su celebrada novela Fahrenheit 451, título cuyo significado nos aclara el autor en el subtítulo: temperatura a la que el papel de los libros se inflama y arde, novela llevada al cine por F. Truffaut en 1966 en una espléndida película, que narra la historia de un bombero que por orden del gobierno se dedica a la quema de libros. 

Enmarcado dentro de lo que era ficción científica en el año de su publicación y es años después rabiosa actualidad, El asesino nos presenta una sociedad donde la tecnología lo domina todo invadiendo todas las parcelas de la vida. Lo que se temía entonces que iba a suceder ha ocurrido: eso es lo que pasa ahora: el futuro ya está aquí. 

Es básicamente un diálogo entre dos personajes, Albert Brock, el asesino, y un psiquiatra. ¿Qué crimen ha perpetrado el señor Brock para que se lo denomine “el asesino”? No ha matado a ningún ser humano, ni siquiera a ningún ser vivo, sino que ha destruido diversos artefactos tecnológicos que se caracterizan por la producción de ruido -incluida la música, que forma parte de la sonora opresión general- y que impiden que haya silencio: aparatos como el teléfono, esa máquina de fantasmas, el televisor, la radio, el fonógrafo... 


 Perseo decapitando a Medusa, Laurent-Honoré Marqueste, 1876


En un momento del diálogo, surge la crítica de la democracia: gobierna la mayoría, pero no tiene razón, y ese gobierno irracional de la mayoría se impone a la totalidad, oprimiendo y ensordeciendo a las minorías. El psiquiatra le pregunta a Brock que por qué no actuó de una manera pacífica, sin hacer uso de la violencia, uniéndose a alguna asociación de enemigos de la tecnología, firmando peticiones y manifiestos, luchando por reformas legales y constitucionales. “Al fin y al cabo, estamos en una democracia (After all, this is a democracy)”, concluye sentenciando el doctor, aunque más propiamente debería matizar diciendo tecnodemocracia o demotecnocracia.
 
A lo que el asesino responde que eso es, efectivamente, lo primero que hizo: protestó, participó en manifestaciones, firmó manifiestos y peticiones al gobierno, pero no sirvió de nada porque enseguida comprendió que su postura era minoritaria, dado que a la mayoría de la gente, que es la que manda, le gustaba el ruido y estaba satisfecha con la proliferación tecnológica y el estruendo producido. Fue entonces cuando decidió pasar a la acción destruyendo los estrepitosos cachorros y explicando la razón de su práctica. El psiquiatra le reprocha su actuación diciéndole que tenía que haber obrado como un buen soldado, es decir, obedeciendo y acatando la voluntad de la mayoría: Then you should have taken it like a good soldier, don't you think? The majority rules.

Perseo decapitando a Medusa (detalle), Laurent-Honoré Marqueste, 1876 
 
Un hallazgo de El asesino, desde mi punto de vista, es la definición que nos da de la televisión, válida para todas las pantallas, estableciendo dos metáforas que son referencias a la mitología clásica griega. Así describe Brock su asesinato del televisor hogareño: Luego entré y disparé al aparato de televisión, esa bestia insidiosa, esa Medusa, que petrifica a mil millones de personas todas las noches mirándola fijamente, esa Sirena que llamaba y cantaba y prometía tanto, y daba, al fin y al cabo, tan poca cosa, pero yo mismo siempre volviendo a él, volviendo, esperando y aguardando hasta que... ¡pum!

Dejando aparte la alusión a las sirenas, cuyo canto fascinante resultaba mortal para los que lo escuchaban, ocupémonos ahora de Medusa, que era una de las tres górgonas, monstruos femeninos de la mitología griega: Euríale, Estenó y Medusa, siendo esta última propiamente Gorgó, la Górgona por excelencia, y la única mortal de las tres hermanas. 

Hubo un héroe en aquellos lejanos tiempos, Perseo, que con ayuda de las ninfas, que le ofrecieron unas sandalias aladas para poder volar, una alforja, el casco de Hades que hacía invisible a quien se lo ponía, una cimitarra o espada curva, regalo de Hermes, y un espejo de Atenea, llegó hasta las górgonas, a las que encontró durmiendo. 
Perseo y las Górgonas, Walter Crane, 1890?
 
¿Cómo eran estas criaturas monstruosas? Eran de una horrible catadura, nunca mejor dicho: cabezas envueltas y rodeadas de serpientes entrelazadas, colmillos de jabalí, manos de bronce y alas de oro; y petrificaban dejando literalmente de piedra a quien las miraba de frente. Igual, diríamos, que todas las cadenas de televisión actuales tanto públicas como privadas repletas de telebasura, publicidad, reality shows... Realmente la única diferencia entre unas y otras es sólo la fuente de financiación. 

Perseo, que es el moderno telespectador y va a ser “el asesino”, se acerca a Medusa vuelto de espaldas y guiado por Atenea -personificación de la antigua sabiduría-, mirando a su enemiga nunca directamente sino reflejada en el espejo. De esta manera se arrima a ella y le cercena la cabeza de un tajo e inmediatamente la mete en la alforja, emprendiendo enseguida el vuelo de regreso. Las otras górgonas quieren perseguirlo y vengar la muerte de su hermana, pero no consiguen verlo gracias al casco de Hades que hace invisible a Perseo, por lo cual nuestro héroe sale sano y salvo de la aventura apagando definitivamente el aparato de televisión, con lo que ha derrotado al Mal, y logrando así salir de la platónica caverna. 
 
 Rihanna como Medusa, GQ Magazine 2013
 
El poder de las pantallas, no sólo de la pequeña, sino de todas, independientemente de su tamaño, no es sólo anestésico, sino fatal: letal. Sus imágenes nos dejan petrificados. Muertos. Frente al monstruo, el héroe que se rebela contra ella, que se niega a mirarla -que no ve la pantalla que vomita imágenes-, y que finalmente la destruye, nos libera de su maléfico influjo invitándonos al heroísmo de cometer el crimen de no mirarla nunca, para no dejarnos seducir por sus cantos letales de Sirena.