El
código QR (Quick Response en la lengua del Imperio, de Respuesta
Rápida en la nuestra) es una evolución bidimensional cuadrada del
código de barras lineal que ya conocíamos en los productos de consumo,
y que almacena datos codificados. El código QR es algo que, poco acostumbrados como estábamos, cada vez estamos empezando a ver más en España.
Recuerdo la primera vez que vi uno en
un restaurante. Al pedir la carta, me dijeron que escaneara el
susodicho código, al que había que acceder a través del móvil y
del programa correspondiente que lo leía. El camarero justificó con la mejor de sus
sonrisas la ausencia de carta de menú por razones sanitarias. La
típica cartulina manoseada por los clientes ya no estaba disponible
porque podía ser un nido de viruses y contagiar el peor de todos
ellos, el coronavirus o virus coronado, que estaba causando estragos,
que había contagiado a una de cada cien personas en el mundo, y de
ese uno por ciento de los que lo habían contraído estaba matando a
uno de cada centenar, aunque se nos hizo creer a todos desde el primer
momento que lo habíamos todos contraído ya sea en acto o en
potencia aristotélica, y que por lo tanto íbamos a morir más tarde
o más temprano de COVI o con COVI.
La
inclusión de software que lee códigos QR en teléfonos móviles le
permite al usuario que utiliza la aplicación (y que al mismo tiempo
es utilizado, en voz pasiva, por ella) la comodidad de no introducir
datos (números y letras) de forma manual en el teléfono, cosa que
para las personas de edad avanzada es algo farragoso y engorroso por la falta de
práctica y torpeza de nuestros dedos y por los problemas de visión, que con la presbicia, que en griego quería decir "vejez", vamos adquiriendo.
Cuando era pequeño y yo tenía una vista de lince me dijeron que ya vería lo que entonces no acertaba a ver algún día (“ya lo verás, ya
lo verás... cuando seas mayor"), y lo que veo ahora, cuando ya soy eso que llaman una persona mayor, es que no veo
nada sin gafas y veo muy poco con ellas.
Las
direcciones y los URL (Uniform Resource Locators en
la lengua del Imperio, o localizadores de respuesta uniforme en la
nuestra) incrustados en códigos QR se están volviendo cada vez más comunes en revistas, anuncios publicitarios, y hasta en tarjetas de presentación y de visita. Se están, pues, haciendo
moneda de uso corriente gracias a que permiten simplificar en gran medida la
tarea de introducir detalles individuales en la agenda o lista de
contactos de un teléfono móvil. Ahí radica su éxito.
Chagái (China)
Pero
lo último sobre estos códigos que he oído es que en el Extremo Oriente, en
el cielo nocturno de Changái se ha visto recientemente un código QR gigante, el más
grande formado en el mundo hasta la fecha que pasará a engrosar el
libro de los records que se le ocurrió escribir al ejecutivo de la
cervecería irlandesa Guinness, formado con mil quinientos drones luminosos que
sobrevolaron por la noche la gran ciudad china. Formaban así la
bandera de la nueva religión tecnocrática, para que la gente pueda,
apuntando con sus aparatos supuestamente inteligentes, o dotados al
menos, digamos, de una inteligencia artificial, ya que no natural,
descargarse juegos de vídeo que entretengan su lento, sumiso y
pausado caminar hacia la muerte.
Al parecer
la China comunista/capitalista es uno de los países del mundo donde más se utilizan estos
códigos de barras bidimensionales. Al escanearlos con los móviles, llevan a los usuarios a la
página de descarga para que instalen el producto correspondiente, lo
que no deja de ser una interesante muestra publicitaria de
mercadotecnia para pescar incautos muy efectiva.