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lunes, 11 de abril de 2022

La locura de Changái

    La gente grita desesperada desde las ventanas de los rascacielos de Changái, la capital económica china, que cuenta con la friolera escandalosa de 25 millones de habitantes, tantos como los de toda Australia, y que afronta su peor crisis sanitaria de Covid-19 desde hace dos años, de lo que dábamos cuenta aquí el otro día, descargando su agresividad después de siete días y sus siete noches de confinamiento sin ningún alivio prolongado indefinidamente, ya que nadie puede abandonar su domicilio bajo ningún concepto. 
 
    Los habitantes de Changái protestan así, asomándose a sus ventanas y gritando, por la falta de suministros. Algo muy distinto, como puede comprobarse, de aquellos "aplausos de las ocho" no dóciles sino imbéciles del confinamiento español, que, alentados desde la televisión por los poderes públicos, hacían que muchos ciudadanos salieran a los balcones y se asomaran a las ventanas a aplaudir a los sanitarios que atendían a los enfermos, como era su deber, a las fuerzas de orden público que vigilaban el cumplimiento de la encerrona, y a las autoridades que habían ordenado por el bien común el arresto domiciliario.
 
    "Es Changái -dice en chino la voz en off que grabó este vídeo y que lo ha difundido por las redes sociales-. Todo el mundo está gritando. Empezó con una pareja. Ahora todo el mundo grita después de una semana de encierro. Algo va a pasar. Nadie sabe cuándo va a terminar esto".
 

     Un dron que sobrevuela la ciudad por la noche les dice con amable voz femenina a los habitantes de Changái encerrados en sus pisos a modo de abejas en las celdas de sus colmenas: Por favor, cumplan con las restricciones del COVID. Controlen el deseo de libertad de su alma. No abran la ventana ni canten.
 

         Mientras tanto, el presidente de la República Popular de China brinda satisfecho alzando una copa de vino. El gobierno chino que él representa es la envidia de todos los ejecutivos occidentales por el control cuasi absoluto que ejerce sobre sus ciudadanos. 

Xi Jinping, presidente de la República Popular china, alza satisfecho su copa.
 
    Resulta ridícula la pretensión del gobierno chino de cero cóvid. Es harto improbable que la existencia del bicho pueda ser erradicada de la faz de la Tierra una vez adquirida su carta de naturaleza. Como tantos otros víruses, y al margen de su origen natural o artificial que aquí y ahora no viene a cuento, hay que acostumbrarse a convivir con él, porque “llegó para quedarse”, o, mejor, siempre estuvo aquí, como el dinosaurio de Monterroso.
 
 
     Lo sacarán a relucir cuando a ellos les convenga, sobre todo en la próxima temporada otoño-invierno. El prestigioso virólogo alemán,  responsable de todas las peceerres que se hacen en el mundo y que engordan las estadísticas de casos, de cuyo nombre no quiero acordarme, además de recomendar las asfixiantes mascarillas FPP2 en todos los interiores, ya ha dicho que esto no es más que una tregua veraniega, que en el otoño e invierno que viene habremos perdido la inmunidad adquirida con la vacuna y con el hecho de haber pasado la enfermedad, pese a estar la mayoría vacunados. ¿Habrá que volver a vacunarse? Ahora mismo, aquí en Europa, el asunto está soterrado como el Guadiana con el parte diario de la guerra de Ucrania, pero la locura de Changái no está tan lejos, aunque ya no esté como está Ucrania todos los días y a todas horas en sus pantallas. ¡Atentos permanezcan!
 
 

miércoles, 30 de marzo de 2022

Changái, castigados sin salir de casa.

    Los habitantes de media ciudad de Changái, en concreto de la zona este, están confinados, o sea obligados a permanecer entre las cuatro paredes de su domicilio hasta las cinco de la mañana del 1 de abril. A partir de esta fecha le tocará el turno a la zona oeste. La capital económica china, que cuenta con la friolera escandalosa de 25 millones de habitantes, afronta su peor crisis sanitaria de Covid-19 desde hace dos años.

    Se trata de un arresto domiciliario en dos fases con el que las autoridades sanitarias pretenden poner coto a la epidemia. Hasta ahora habían tomado medidas más ligeras como confinamientos de 24 horas en determinados edificios o complejos residenciales, pero ahora se trata, como se ha dicho, de confinar media ciudad, una medida drástica que considera enfermos potenciales a millones de ciudadanos sanos.

Línea del cielo de la ciudad de Changái.

    La metrópolis asiática se ha convertido en el epicentro de una nueva ola de contagios relacionados con la variante Ómicron del virus coronado, que ha puesto en jaque la estrategia china de reducir el número de casos a cero absoluto, un ideal imposible de alcanzar. La guerra contra el bicho emprendida no pretende paliar sus efectos aplicando medicina curativa, sino eliminar el virus, matándolo como si se tratase de un ser vivo, de la faz de la Tierra para siempre.  Esta medida se aplica porque según el ministerio de Sanidad el lunes se produjeron 3.500 nuevos casos positivos en Changái, lo que supone un 3,5 por ciento de casos. Estos casos no son casos clínicos, es decir, enfermos que necesiten cuidados hospitalarios leves o intensivos, sino que la mayoría son falsos positivos, es decir, casos asintomáticos.

    A pesar de todas las aplicaciones móviles y los rastreos de los que llegaban al país y de las cuarentenas y confinamientos impuestos, la variante Ómicron pone en jaque la política ridícula de cero Cóvid emprendida por las autoridades sanitarias del país.

    Cuando parecía que se había acabado la pesadilla vírica, resulta que despierta el dragón chino, le hacen una PCR y sale positiva. ¿Qué le vamos a hacer? Pues lo que está mandado: arrestar a la gente, castigarla cuatro días sin salir de casa por su mal comportamiento.

jueves, 29 de abril de 2021

Un código QR en el cielo de Changái

    El código QR (Quick Response en la lengua del Imperio, de Respuesta Rápida en la nuestra) es una evolución bidimensional cuadrada del código de barras lineal que ya conocíamos en los productos de consumo, y que almacena datos codificados. El código QR es algo que, poco acostumbrados como estábamos, cada vez estamos empezando a ver más en España.
 
 
    Recuerdo la primera vez que vi uno en un restaurante. Al pedir la carta, me dijeron que escaneara el susodicho código, al que había que acceder a través del móvil y del programa correspondiente que lo leía. El camarero justificó con la mejor de sus sonrisas la ausencia de carta de menú por razones sanitarias. La típica cartulina manoseada por los clientes ya no estaba disponible porque podía ser un nido de viruses y contagiar el peor de todos ellos, el coronavirus o virus coronado, que estaba causando estragos, que había contagiado a una de cada cien personas en el mundo, y de ese uno por ciento de los que lo habían contraído estaba matando a uno de cada centenar, aunque se nos hizo creer a todos desde el primer momento que lo habíamos todos contraído ya sea en acto o en potencia aristotélica, y que por lo tanto íbamos a morir más tarde o más temprano de COVI o con COVI. 
 
 
 
    La inclusión de software que lee códigos QR en teléfonos móviles le permite al usuario que utiliza la aplicación (y que al mismo tiempo es utilizado, en voz pasiva, por ella) la comodidad de no introducir datos (números y letras) de forma manual en el teléfono, cosa que para las personas de edad avanzada es algo farragoso y engorroso por la falta de práctica y torpeza de nuestros dedos y por los problemas de visión, que con la presbicia, que en griego quería decir "vejez", vamos adquiriendo. 

    Cuando era pequeño y yo tenía una vista de lince me dijeron que ya vería lo que entonces no acertaba a ver algún día (“ya lo verás, ya lo verás... cuando seas mayor"), y lo que veo ahora, cuando ya soy eso que llaman una persona mayor, es que no veo nada sin gafas y veo muy poco con ellas. 
 
     Las direcciones y los URL (Uniform Resource Locators en la lengua del Imperio, o localizadores de respuesta uniforme en la nuestra) incrustados en códigos QR se están volviendo cada vez más comunes en revistas, anuncios publicitarios,  y hasta en tarjetas de presentación y de visita. Se están, pues, haciendo moneda de uso corriente gracias a que permiten simplificar en gran medida la tarea de introducir detalles individuales en la agenda o lista de contactos de un teléfono móvil. Ahí radica su éxito.


Chagái (China)

    Pero lo último sobre estos códigos que he oído es que en el Extremo Oriente, en el cielo nocturno de Changái se ha visto recientemente un código QR gigante, el más grande formado en el mundo hasta la fecha que pasará a engrosar el libro de los records que se le ocurrió escribir al ejecutivo de la cervecería irlandesa Guinness, formado con mil quinientos drones luminosos que sobrevolaron por la noche la gran ciudad china. Formaban así la bandera de la nueva religión tecnocrática, para que la gente pueda, apuntando con sus aparatos supuestamente inteligentes, o dotados al menos, digamos, de una inteligencia artificial, ya que no natural, descargarse juegos de vídeo que entretengan su lento, sumiso y pausado caminar hacia la muerte.


    Al parecer la China comunista/capitalista es uno de los países del mundo donde más se utilizan estos códigos de barras bidimensionales. Al escanearlos con los móviles, llevan a los usuarios a la página de descarga para que instalen el producto correspondiente, lo que no deja de ser una interesante muestra publicitaria de mercadotecnia para pescar incautos muy efectiva.