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martes, 17 de enero de 2023

¿Cómo nos vendieron la moto?

    ¿Cómo nos vendieron la moto de la “vacunación”? Pues con el cuento de la ciencia y de un modo muy grosero, con una propaganda que apelaba más a las vísceras que a la razón. Nos decían con todo tipo de métodos pedagógicos -adoctrinadores- audiovisuales y mareándonos con datos estadísticos que si queríamos volver a la normalidad que previamente nos habían secuestrado en nombre del fetiche del Bien Común teníamos que prestar el músculo deltoides del brazo a un pinchacito de nada como el de un diminuto mosquito insignificante... Que no nos preocupáramos porque no íbamos a enterarnos. 
 
    Como consecuencia del mágico pinchazo que dura lo que un abrir y cerrar de ojos, se abría como por arte de magia, gracias al "ábrete, sésamo" todo lo que previamente había sido clausurado por razones sanitarias: una boutique de ropa cerrada durante el confinamiento decretado por la emergencia sanitaria, un restaurante también clausurado donde no se podía comer sin el certificado de inoculación, un cine, un teatro, una sala de conciertos, un viaje a París... La oficina, que había estado cerrada, se abría también como consecuencia de la inyección y los oficinistas, que habían estado trabajando en línea desde su casa, podían volver a tomar el café de la máquina y a relacionarse con sus compañeros como antes de la pandemia como si no hubiera pasado nada... 
 
 
 Mediojuego médico, Yulia Napolskaya (1973-...)
 
    Se abrían la noria de la feria, la bolera y el estadio de fútbol, que habían estado cerrados a cal y canto por razones supuestamente sanitarias para evitar los contagios que hubiera sido mejor no haber evitado, porque de esa manera, exponiéndonos al peligro, habríamos desarrollado nuestro sistema inmunitario... Pero se trataba de lo contrario: acabando con la inmunidad natural tendríamos que recurrir a la artificial farmacopeica.  
 
    A continuación nos recitaban el siguiente mantra: “Con cada 'vacuna', la vida se retoma”. Salta a la vista que la vida que se retoma es la que previamente se ha negado esgrimiendo la razón sanitaria del bien común, de lo que se deduce fácilmente que nos han negado la vida -la vieja normalidad- para vendernos la moto de la vacuna con el cuento de la ciencia y de los expertos de los platós televisivos... 
 
    Da la sensación de que la razón de tanto cerrojazo ha sido el sometimiento de la gente a las restricciones del Ministerio de Sanidad que como la madrastra de Blancanieves nos ofrece ahora una manzana envenenada que nos sumirá en un profundo sueño... 
 
    Ha logrado imponerse la iatrocracia o iatrarquía, que viene a ser lo mismo con distinto sufijo griego: el gobierno de la clase sanitaria, no de los médicos que curan a los pacientes, sino de las autoridades sanitarias, es decir, de los políticos profesionales que se ampara bajo el fetiche de la Sanidad, que no es lo mismo, y la ortodoxia de una supuesta Ciencia vendida a la copa de Higía y a la serpiente enrollada en ella, que es a la vez la causa y el remedio, el veneno y el antídoto de la enfermedad imaginaria, a la gloria mayor de la industria farmacopeica. 
 

 
   Hay quien piensa que la mascarilla persistente en los transportes públicos españoles nos hace parecer más atractivos de lo que somos, porque deja a la imaginación de los demás nuestras facciones que ocultan so pretexto de impedir la entrada y la salida de víruses patógenos, y la imaginación lo que hace es idealizar esas facciones, suponiendo la proporción y la simetría en unos rasgos que posiblemente no tengan esas cualidades. Y a los adolescentes les permite, además, ocultar el acné juvenil que a esa edad tanto suele acomplejarles. Quizá por eso, y por el miedo al recíproco contagio del síndrome, mejor que la enfermedad, del virus coronado, algunas personas adoctrinadas prefieren ocultarse detrás de ese parapeto, aun cuando como ahora no sea obligatoria fuera de los transportes públicos y recintos hospitalarios, que, además, nos permite pasar desapercibidos cuando no queremos saludar a alguien.
 
    (Entre paréntesis, he llegado a leer en un periódico supuestamente serio cuyo nombre no voy a mencionar porque me produce cierta vergüenza ajena un artículo donde una psicóloga clínica afirmaba que la mascarilla nos aporta un encanto especial que no tenemos, un atractivo sexual, diríase, semejante al de la lencería, como si fuera una prenda erótica íntima de fetichismo y fantasía). 
 
    La grosera propaganda acaba diciendo: “Estamos todos vacunados, todos protegidos.” Pero después de tan reconfortante mensaje aparece un letrero que nos advierte de que eso no significa que las cosas vuelvan a ser como eran antes de la declaración de alarma sanitaria, pese a la redención que iba a aportarnos la sacrosanta eucaristía vacunal. No nos hagamos ilusiones. Hay que convivir con el virus y habrá que vacunarse todos los años, como se hacía con la gripe, lo recuerdan. Por el momento, aunque vacunados, sigamos aplicando los gestos de barrera y llevando mascarilla en interiores concurridos, no vaya a ser que, como es más que probable, acabemos contagiándonos. Y la gente se pregunta como siempre desde que el mundo es mundo que por qué.

jueves, 10 de noviembre de 2022

El Perro del Infierno

    Höllehund, o sea el Perro del Infierno en la lengua de Goethe, no es el nombre de ningún videojuego de última generación ni de ninguna película terrorífica, sino la denominación mitológica que se ha dado popularmente en Alemania a los nuevos sublinajes o subvariantes BQ.1 y BQ.1.1 de la variante Ómicron del Covid-19 o virus coronado. 
 

  Can Cérbero o Cancerbero, el tricefálico portero de la mansión de Hades.
 
    La denominación de “Sabueso del Infierno”, hace referencia a Cérbero, el portero del inframundo o cancerbero del dios Hades, el romano Plutón, un monstruo de tres cabezas que no dejaba entrar a nadie que no hubiese muerto ni salir a las ánimas de los fallecidos. 
 
      Estas subvariantes de la variante del virus coronado ya se han detectado en cinco países europeos, incluido España, y los ¿expertos? esperan que los casos aumenten significativamente en las próximas semanas. 
 
    El prestigioso y al mismo tiempo desprestigiado Instituto Robert Koch de Berlín venía detectando un aumento significativo de casos de dichos patógenos desde finales de agosto y principios de septiembre. El Centro Europeo para la Prevención y Control de Enfermedades (ECDC por sus siglas en la lengua del Imperio) advirtió recientemente de que es probable que estos patógenos continúen aumentando el número de casos en el futuro cercano. Podrían volverse dominantes a mediados de noviembre o principios de diciembre. 
 
    No se sabe, sin embargo, la gravedad de dichos casos. Si bien todos los indicadores dicen que la pandemia,  apandemia, con prefijo negativo, o pseudopandemia, se ha terminado, se acerca la ola de la campaña de otoño-invierno, y nos hallamos ante la amenaza de la triple pandemia (como si no hubiéramos tenido bastante con una, ahora nos amenazan con tres: de virus coronado persistente, gripe y resfriado común de toda la vida), triplandemia que coincide con la vacunación, y aunque lo de El Perro del Infierno no es un nombre adecuado, porque parece muy poco serio, cosa de cuentos de viejas para asustar a los niños pequeños como aquello de que viene el sacamantecas, el sacaúntos, el hombre del saco o, en definitiva, el coco, el nombre que le han puesto los científicos de BQ.1 y BQ.1.1. tampoco es muy serio, que digamos, y resulta hasta más terrorífico que el otro, siendo su función la misma, que es la de meter miedo. Se trata de poner un nombre a lo indefinido, a lo que no lo tiene, por lo que cualquier denominación resulta ridícula. 
 
La prueba del algodón
 
     De momento no hay indicios de que esta variante suponga un riesgo serio más allá de un vulgar catarro o gripe o resfriado común, pero las autoridades sanitarias piden a todo aquel que aún no esté completamente vacunado contra la Covid-19 que lo haga, sin percatarse de que nunca nadie estará cabalmente 'completamente vacunado' contra un virus indefinido que muta constantemente huyendo de su propia definición. 
 
    La Ministra de Sanidad del Reino de las Españas ha informado de todo esto y ha dicho que no podemos bajar la guardia,  porque hemos entrado en el otoño «y este se caracteriza por la mayor circulación de virus e infecciones respiratorias» por lo que la mascarilla, que no sirve para nada, seguirá siendo obligatoria en los transportes públicos, hospitales y farmacias... y los Centros de Salud llamarán a los mayores a recibir una doble vacunación el mismo día: una banderilla en cada brazo.
 
    No podemos descuidarnos, porque de lo que se trata es de pre-ocuparnos, de que nos entre la pre-ocupación antes de la ocupación de cuidarnos, que tampoco debería entrarnos porque la salud, sea lo que sea, es olvidó. Y si no nos cuidamos nosotros, ya nos cuida Papá Estado, que para eso está, para que no nos descuidemos, para que estemos siempre pendientes del peligro indefinido que nos amenaza, y para que nos desvivamos y no podamos vivir ni siquiera por descuido.     

miércoles, 30 de marzo de 2022

Changái, castigados sin salir de casa.

    Los habitantes de media ciudad de Changái, en concreto de la zona este, están confinados, o sea obligados a permanecer entre las cuatro paredes de su domicilio hasta las cinco de la mañana del 1 de abril. A partir de esta fecha le tocará el turno a la zona oeste. La capital económica china, que cuenta con la friolera escandalosa de 25 millones de habitantes, afronta su peor crisis sanitaria de Covid-19 desde hace dos años.

    Se trata de un arresto domiciliario en dos fases con el que las autoridades sanitarias pretenden poner coto a la epidemia. Hasta ahora habían tomado medidas más ligeras como confinamientos de 24 horas en determinados edificios o complejos residenciales, pero ahora se trata, como se ha dicho, de confinar media ciudad, una medida drástica que considera enfermos potenciales a millones de ciudadanos sanos.

Línea del cielo de la ciudad de Changái.

    La metrópolis asiática se ha convertido en el epicentro de una nueva ola de contagios relacionados con la variante Ómicron del virus coronado, que ha puesto en jaque la estrategia china de reducir el número de casos a cero absoluto, un ideal imposible de alcanzar. La guerra contra el bicho emprendida no pretende paliar sus efectos aplicando medicina curativa, sino eliminar el virus, matándolo como si se tratase de un ser vivo, de la faz de la Tierra para siempre.  Esta medida se aplica porque según el ministerio de Sanidad el lunes se produjeron 3.500 nuevos casos positivos en Changái, lo que supone un 3,5 por ciento de casos. Estos casos no son casos clínicos, es decir, enfermos que necesiten cuidados hospitalarios leves o intensivos, sino que la mayoría son falsos positivos, es decir, casos asintomáticos.

    A pesar de todas las aplicaciones móviles y los rastreos de los que llegaban al país y de las cuarentenas y confinamientos impuestos, la variante Ómicron pone en jaque la política ridícula de cero Cóvid emprendida por las autoridades sanitarias del país.

    Cuando parecía que se había acabado la pesadilla vírica, resulta que despierta el dragón chino, le hacen una PCR y sale positiva. ¿Qué le vamos a hacer? Pues lo que está mandado: arrestar a la gente, castigarla cuatro días sin salir de casa por su mal comportamiento.

viernes, 21 de enero de 2022

¡Malditos protocolos!

    Que 'protocolo' es una palabra griega, cuyo prefijo proto- en la lengua de Homero quiere decir 'primero',  salta a la vista enseguida comparándola con protagonista, prototipo o protozoo por ejemplo. 

    Encontramos en nuestra lengua en 1611 (Covarrubias) atestiguado el término 'protocolo' como 'serie de documentos notariales', 'ceremonial', tomado del latín tardío protocollum, y este a su vez del griego bizantino πρωτόκολλον (prōtócollon) con el significado de 'hoja que se pegaba a un documento para darle autenticidad', propiamente 'lo que se pegaba en primer lugar'. El segundo término griego que entra en el compuesto es κόλλα, que significa 'pasta para pegar, goma, cola', lo que sugiere el engrudo con el que nos pegan el cartel del sambenito.

    La docta Academia recoge hasta cinco definiciones del término 'protocolo'. La más conocida hasta la fecha era “Conjunto de reglas establecidas por norma o por costumbre para ceremonias y actos oficiales o solemnes”. De hecho se leía a veces que algún personaje de la realeza se había saltado el protocolo, ridículas normas que estaban por encima del común de la gente normal y corriente. Pero quizá la definición que se ha impuesto después de estos dos años de irrupción pandémica del virus coronado ha sido la cuarta, a la que le falta, sin embargo, el carácter normativo y regulador de comportamientos que han adoptado los sedicentes protocolos: “Secuencia detallada de un proceso de actuación científica, técnica, médica, etc.”

    No deberíamos, sin embargo, menospreciar ni pasar por alto la quinta definición que da la docta Academia, circunscrita al campo de la informática, habida cuenta de la relación entre esta crisis sanitaria y el desarrollo de las telecomunicaciones: “Conjunto de reglas que se establecen en el proceso de comunicación entre dos sistemas.”

    Hemos asistido a la implatación de protocolos covídicos. Así, por ejemplo, se dictan instrucciones para saber cómo hay que actuar cuando uno es 'positivo' o contacto estrecho, y se decreta un período de aislamiento para los casos positivos asintómáticos (repárese en la contradictio in adiecto) o con síntomas leves de un tiempo determinado que varía según el capricho protocolario de los expertos. 

 

    El mayor éxito de los protocolos sanitarios ha sido, sin duda alguna, convencer a las personas sanas de que debían ponerse en cuarentena porque aunque no tuvieran síntomas de ninguna enfermedad estaban enfermos, o podían estarlo en cualquier momento. Las personas que gozaban de buen estado de salud eran consideradas un peligro para la comunidad porque en realidad no estaban sanas, como pretendían, sino enfermas, porque eran personas-sanas-imaginarias ya sea en acto con levísimos síntomas o en potencia aristotélica, los llamados asintomáticos, por lo que fueron constreñidos, entre otras cosas, a llevar mascarillas nasobucales, guardar distancias de seguridad de hasta dos metros con los demás y, en algunos países, como el nuestro, a confinarse en sus hogares, y a encomendarse a la poción mágica para toda la población, incluida la infantil: el famoso 'café para todos', entre otras muchas más barbaridades. 

    Las personas sanas eran un peligro para la comunidad porque en realidad no estaban sanas como creían y parecían a simple vista, sino potencialmente enfermas, por lo que se decidió enseguida ponerlas en cuarentena, confinándolas en sus domicilios bajo eslóganes gubernamentales difundidos por las autoridades sanitarias como “Quédate en casa. Salva vidas”.

    Lo que había por debajo de esta superchería científica no era un virus letal que iba a destruir a la humanidad, sino un golpe de Estado mundial contra los pueblos, perpetrado por los llamados fondos buitres que gobiernan los mercados. No se trataba de un golpe de Estado tradicional manu militari, sino de un auténtico coup d' État, de un Estado mundial o global como dicen ahora que fagocita y parasita la maltrecha soberanía popular.

    Se veía aquí un conflicto entre la estructura superficial y la profunda del Estado, que no es ningún secreto, ya que los gobiernos no son los mandatarios, sino que, como sabemos, los que mandan son los más mandados. Algo huele a podrido en la Dinamarca del Estado Profundo que quiere unificar el planeta, como dicen ahora, bajo la bandera de un neoliberalismo globalizado, tecnocrático y digital, y bajo una ideología progresista. En verdad ya no hay derecha ni izquierda entre los partidos políticos que se reparten el pastel de los gobiernos, sino arriba y abajo, y la guerra es vertical, no horizontal.

Hygieia o la Medicina (detalle),  Gustave Klimt (1862-1918)
 

    Cuando van a cumplirse dos años de esta pesadilla de brote psicótico colectivo inducido por las autoridades sanitarias, algunos gobiernos empiezan a hablar tímidamente de levantar restricciones y de volver a la vieja normalidad. Pero el daño está hecho. Y es irreparable. E irreversible. Ya no hablan de derrotar al virus invisible al que le habíamos declarado solemnemente la guerra, renovando así la metáfora bélica, porque han visto que ninguna de las estrategias implementadas, incluidas las inoculaciones milagrosas, han servido para acabar con el enemigo invisible, sino para todo lo contrario, por lo que ahora empiezan a decirnos que tenemos que acostumbrarnos a convivir con él y con sus innumerables mutaciones y secuelas.

    La epidemia, que fue declarada pandemia por la Organización Mundial de la Salud cambiando los criterios de definición para acomodar el ascua a su sardina, pasa a ser considerada ahora un mal endémico, una endemia con la que habrá que convivir como con el resto de las enfermedades, sin otorgarle ningún estatuto especial, como si fuera lo que siempre ha sido, una gripe, y sin tener que adoptar medidas restrictivas especiales que se han revelado al fin y a la postre completamente contraproducentes. 

    A fin de cuentas, vienen a decirnos, la pandemia no era más que una gripe con excesivo márquetin, dentro de una enorme operación comercial de digitalización, una gripe que, nos mintieron, no había desaparecido de la faz de la tierra gracias a las ridículas mascarillas y gestos de barrera.


    El fracaso de su estrategia -no hay error que no hayan cometido, como ha escrito el doctor y profesor francés Christian Perrone- les lleva ahora a dar marcha atrás tímidamente, anulando los pasaportes y los ridículos toques de queda, rebatuizados entre nosotros por el doctor Sánchez o por alguno de sus pésimos asesores lingüísticos como "restricciones de movilidad nocturna". El problema de todo esto es que atrás han quedado muchos muertos, demasiados muertos que no han sido víctimas del virus coronado, aunque figuren así en las estadísticas con las que nos amedrentaban día y noche, sino de las políticas demenciales antivirales de los gobiernos dictadas por la Organización Mundial de la Salud, y acatadas sumisamente por los gobiernos vasallos porque lo mandaba el protocolo.

    Recordemos la voz del sistema sanitario diciéndonos: Si tienes fiebre, quédate en casa. Y los ancianos, que han sido el grupo etario más afectado, muriéndose en las residencias porque no eran admitidos en los hospitales.

    Se han restringido libertades de reunión, asociación, movimiento... todo en nombre de un supuesto Bien Común, que no era ni bueno ni común, sino que respondía a los intereses privados de las industrias farmacéuticas, del entretenimiento serial y a las tecnológicas de la comunicación que nos incomunica. Y nos han aplicado cientos de protocolos. Este palabro no deja de ser en realidad un eufemismo de las instrucciones que quieren que sigamos para regular nuestro comportamiento.

    La primera vez que oí el término fue a un Jefe de Estudios de un Instituto de Educación Secundaria Obligatoria que encarecía a los profesores a aplicar el protocolo. No tenía en la boca otra palabra sino aquella a todas horas. Había que seguir el protocolo (protocol en la lengua del Imperio), lo que significaba que había que hacer no lo que él mandaba sino lo que estaba mandado, es decir, seguir las reglas de actuación programadas. 

    El Protocolo de Kioto​, desde el año 2005, que es cuando entró en vigor, era un reglamento de la ONU sobre el Cambio Climático que tenía por objetivo reducir las emisiones de seis gases de efecto invernadero con el objetivo de salvar el Planeta.​ Los protocolos sanitarios han venido a salvarnos la vida, es decir, a darnos la extremaunción, ese acto litúrgico que nos embarca en la góndola de Caronte.

    

    El propio sistema educativo, que ha empujado a la muerte voluntaria a tantos niños y adolescentes haciendo trizas su salud mental y haciendo que renuncien a la vida desde que comenzó la maldita pesadilla de histeria colectiva de la pandemia, a los que ha mareado con tomas compulsivas de temperatura, mascarillas obligatorias, distancias de seguridad, encierros y confinamientos y sentimientos de culpabilidad y todo tipo de sermones moralistas solidarios, amén de inoculaciones, leo en la prensa de una de las taifas carpetovetónicas que ahora “trabaja en un protocolo para prevenir el suicidio desde las aulas”. ¡Qué sarcasmo! ¡Qué manera de desollarlos o, lo que es lo mismo, de arrancarles el pellejo!

sábado, 17 de julio de 2021

La enésima ola

    Ya nadie sabía muy bien en la Residencia si era la cuarta, la quinta o la sexta de las olas. Pero la noticia de la televisión era que había estallado una nueva ola epidémica, la enésima, y que inundaba en pleno verano el paseo marítimo y las terrazas de las cafeterías elegantes, después de romper contra los arenales de la playa y los diques que malamente podían contenerla. 
 
    La prensa oficial que leía el viejo en la Residencia insistía en que la repentina irrupción del tsunami se debía a la irresponsabilidad de la juventud, -divino tesoro, la juventud, ay, que se va para no volver, como cantó el poeta-, y al hecho de que los jóvenes no habían recibido ninguna dosis todavía en su inmensa mayoría, lo que ponía sobre el tapete la conveniencia de reinyectar a los residentes como él con una sobredosis, pues ya habían pasado seis meses desde la última inyección, y la ambulancia ululaba cuando venía a buscar a alguno con su sirena que hacía ladrar a los perros  con un aullido parecido al de los lobos. 
 
 
    Él había visto morir a algunos residentes estigmatizados como él, aunque nunca se sabía muy bien si morían por el estigma o debido a otra razón, como por ejemplo de viejos simplemente, de aquello que le pasaba a uno cuando le llegaba su hora y siempre se había llamado "muerte natural".  
 
    Solo a finales del año 2021 después de Cristo se había comenzado a ver algo de luz al final del túnel con la llegada de las primeras jeringuillas y las inyecciones en manos de sonrientes enfermeras. Hubo que arremangarse para sentir en el brazo el frío pinchazo de la aguja que garantizaba la salud. Y él lo hizo y sonrió a las animosas  enfermeras. No podía ocultar su alegría por lo que parecía el principio del fin de aquella pesadilla. Pero era una luz que en lugar de iluminar cegaba los ojos deslumbrados. 
 
    La ilusión, es decir, el engaño había durado poquísimo, muy poco... Lo cierto era que, pese a la doble inoculación  -o a causa de ella, como pensaba ahora-, estaban todos los residentes apestados. La gente seguía muriéndose lentamente y ya no se sabía la razón... Parecía que el túnel no tenía salida, que ni siquiera era un túnel, sino una tenebrosa galería.
 
    Leía el jubilado en el periódico que le facilitaba la Residencia que un estudio de la Universidad de Algún Sitio afirmaba que los perros y los gatos también podían estar estigmatizados. Según los científicos que habían llevado a cabo el estudio, los animales de compañía que habían sido objeto de su seguimiento, eran un foco de contagio, ya que habían resultado positivos a la prueba de Reacción en Cadena a la Polimerasa que avalaba la existencia del estigma, por lo que sus dueños deberían evitar el contacto con ellos a fin de no contagiarse de aquella plaga. Se imponía la distancia física. Había que hacer como con el resto de personas: guardar las distancias. Se dijo a sí mismo: "¡Ahora van a quitarnos también las caricias a los gatos!" 
 
El lector, Ferdinand Holder (c.1885)
 
    Era lo que faltaba. Que les prohibieran en el lazareto, como llamaba él a la Residencia, también la compañía silenciosa de los gatos, que le inspiraban una inmensa ternura, fieles compañeros de su soledad que iban y venían por aquellas dependencias a su antojo. En la Residencia, en efecto, había nacido de la noche a la mañana una camada felina que se dejaba acariciar y ronroneaba, y transmitía una inmensa paz a los ancianos morituros. 
 
    Había que aislarse, ese era el mensaje. Vivir como un náufrago a la deriva en el seno de la institución, privados de la sonrisa de los niños, de los abrazos y los besos de los hijos y los nietos, sin poder siquiera acariciar a un gato, con la serenidad y despreocupación que eso le daba a uno.
 
 
    El mundo en el que vivimos no tiene nada que ver con el mundo en el que creíamos vivir, pensaba el viejo, es una quimera sostenida por los que mandan, por los monitores de ocio y educadores, por el sistema sanitario que se encarga de crear e inventar enfermedades que diagnosticarnos, por las noticias de los medios de información, que están hechas para mostrarnos la realidad y ocultarnos, de paso, la verdad de que esa realidad que nos muestran es una mentira, real pero engañosa, por los mercados financieros cuya misión es hundirnos en la miseria haciendo que trabajemos toda la vida para ganarnos la vida y descubrir, al cabo, que hemos perdido eso que creíamos estar ganándonos, y, en fin, por el orden establecido, cuya tarea es sembrar el caos y el desorden.

domingo, 15 de noviembre de 2020

El amor, el sexo y el virus coronado en la segunda ola

El adjetivo πάνδημος (pándemos) al igual que πανδήμιος (pandémios) hace su aparición estelar en el célebre diálogo platónico sobre el amor, el Banquete o Simposio, en el que uno de los comensales, un tal Pausanias, establece que Eros -el amor- no es un dios unitario e idéntico siempre a sí mismo, y de la misma forma que hay una Afrodita celestial -urania, la mayor, la que no tiene madre, la que nació de las espumas del mar fecundadas por el semen de Urano- y otra, la menor, que es hija de Zeus y Dione- a la que llamamos común, popular -pándemos, en griego-, hay también dos amores, pues Afrodita y Eros son inseparables. 

El eros popular o pandémico prefiere el cuerpo, mientras que el eros celeste o uránico ama más el alma. El primero es carnal, el segundo espiritual. Pausanias condena el primero. Quizá de aquí es de donde ha salido la conceptualización del llamado “amor platónico”, que se inclinaría más por el amor ideal, espiritual que el real o carnal que siente la gente de ínfima condición, que se lanza a lo que surja sin hacer demasiadas distinciones. 

A continuación interviene Erixímaco, que, admitiendo la distinción establecida por Pausanias, no condena sin embargo el amor vulgar y común, sino que lo recomienda con moderación. En esta misma línea, hay que recordar la actitud epicúrea y radicalmente contraria al amor platónico, entre los romanos, de Lucrecio, que habló en su poema en verso de la locura y el sufrimiento que provoca el amor ideal, y propuso como remedio la Venus uolgiuaga, la Venus que vaga por el pueblo.

 Afrodita Pandemos, Charles Gleyre (1854)

Jenofonte, por su parte, en su Simposio o Convite pone en boca de Sócrates, fiel a su no saber, que no sabe si hay dos Afroditas distintas o se trata de dos aspectos -epónimos o sobrenombres, dice él- de la misma diosa, un poco, diríamos nosotros, como sucede entre los católicos con el culto a la Virgen María, que es una sola, pero tiene distintas y numerosas advocaciones, aunque reconoce Sócrates que sí hay dos cultos distintos: εἰ μὲν οὖν μία ἐστὶν Ἀφροδίτη ἢ διτταί, Οὐρανία τε καὶ Πάνδημος, οὐκ οἶδα· καὶ γὰρ Ζεὺς ὁ αὐτὸς δοκῶν εἶναι πολλὰς ἐπωνυμίας ἔχει· ὅτι γε μέντοι χωρὶς ἑκατέραι βωμοί τε καὶ ναοί εἰσι καὶ θυσίαι τῆι μὲν Πανδήμωι ῥαιδιουργότεραι, τῆι δὲ Οὐρανίαι ἁγνότεραι, οἶδα. Así pues, no sé si hay una sola Afrodita o dos, la celestial y la vulgar, pues también Zeus, aunque parece ser uno mismo, tiene muchas advocaciones; aun así, sé que hay para cada una de ellas altares separados, templos y ritos, muy libres y relajados para la Afrodita vulgar, y muy cstos para la celestial (traducción propia).

Con sus consejos tan puritanos como obscenos, los nuevos idealistas de la celestial virtualidad sexual, los modernos sexólogos están oponiéndose a la pandemia mucho más de lo que ellos mismos imaginan, pues recomiendan en estos tiempos de la segunda ola del virus coronado que se han inventado para seguir sustentando el pánico, y que me recuerda a mí a aquella "ola de erotismo y pornografía que nos invade" de la dictadura tardofranquista, recurrir al amor uranio, celeste, ideal: tanto da. Aunque ellos no lo dicen así, nos están recomendando la Afrodita espiritual o amor platónico, o dicho con término más contemporáneo, para que lo entiendan los mileniales, el sexo virtual, que es lo mismo, lo que nos da idea de lo que será la dichosa “nueva normalidad”. 

Afrodita Urania, Christian Griepenkerl  (1878)

Dicen que hay que evitar los besos, hacer uso de mascarillas y preservativo, y que la pareja podrá llegar a tocarse manteniendo medidas preventivas. No sé yo muy bien cómo entender estas obscenidades. Supongo que se refieren a guantes asépticos. No creo que se precisen trajes de protección sanitarios similares a los de los astronautas... Pero si hay que guardar la distancia de seguridad de dos metros, que ahora parece que quieren rebajar a metro y medio, poca cosa podremos hacer con nuestra pareja estable u ocasional, salvo tocarnos a nosotros mismos y consagrarnos al onanismo.

"La sexualidad es tan rica y variada que no se pueden dar fórmulas mágicas -puntualizan-, sino solo realizar aquellas prácticas que sean seguras y placenteras para ambos". Me da a mí que lo de prácticas seguras y placenteras es muy contradictorio, pero bueno los sexólogos o expertos en conocer lo desconocido, que es el sexo, donde todos nos perdemos, llegan a sugerirnos que podemos encontrar algún placer, aunque parezca mentira, en lo que nos mandan: "A lo mejor la mascarilla se convierte en un objeto de fetichismo erótico". 

Pero lo más seguro, vuelven a la carga, es el sexo virtual o el cibersexo: no transmite el coronavirus, que es ahora lo que más importa, pero tampoco otras enfermedades venéreas, y evita embarazos no deseados. El sexo virtual, enfatizan, lejos de ser un mero "sustituto pobre" del sexo presencial, es decir, del sexo carnal de toda la vida, puede constituir "una nueva estrategia en las relaciones sexuales", una variante que puede ayudar a "salir de la monotonía" en la que a veces incurren algunas parejas poco imaginativas. 

 
Lo más seguro, en definitiva, aunque no se atreven a decirlo claramente así porque suena muy puritano, es no follar si no queremos infecciones ni contagios y somos personas cautas, porque de lo contrario somos unas cabras locas descerebradas que dicen “a fornicar, que son dos días y el mundo se acaba”, y eso sólo puede llevarnos a nosotros y a nuestras parejas a acabar mal, ya sea en el hospital o ya sea en el cementerio, que viene a ser lo mismo. 

Se trata de una campaña moralizante en toda regla de la vida pública y privada, cuya motivación primera no es como pudiera parecer a primera vista sanitaria, sino moral y en último extremo política, por lo que la argumentación profiláctica, higiénica y sanitaria que  nos ponen por delante es secundaria, como un intento de justificación o racionalización de las medidas que han, como dicen ellos, implementado. Dejamos al margen la cuestión, cuando menos discutible, de hasta qué punto es o no es tan verdaderamente letal el virus coronado como nos lo han querido presentar.

La vuelta a la normalidad sin adjetivos, la de toda la vida -no estamos hablando de la “nueva normalidad” que nos impone el discurso dominante- parece muy lejana en estos tiempos de virus coronario que corren. Dependerá, dicen algunos, “de lo que tarde en llegar una vacuna o un tratamiento eficaz para que la COVID-19 deje de tener el protagonismo actual y pase a ser una enfermedad más”.
 
Nacimiento de Venus, Alexandre Cabanel (1863)

Pues bien, el protagonismo actual que tiene el virus coronado se lo han dado las autoridades sanitarias y los medios, e indirectamente se lo damos nosotros ahora mismo hablando de él. El virus sólo ha dejado de ser el causante o responsable de una enfermedad más, que es lo que era, para convertirse en una coartada esgrimida por los gobiernos para mantener bajo control a la gente, no vaya a ser que se desmande. 

La mejor vacuna contra la COVID-19 está ya disponible y a nuestro alcance. Es bien barata y accesible. No hace falta adquirirla en ninguna farmacia. Hay stock suficiente para toda la población que la precise. No tine efectos secundarios: Consiste en dejar de creer en el virus, como decía el otro: la mejor vacuna es la pérdida de fe en Él.

jueves, 24 de septiembre de 2020

Calladitos

Leía yo el otro día una noticia que publicaba La voz de Galicia, cuyo titular rezaba: ¿La solución para el covid? Ponte la mascarilla, habla más bajo y sal afuera. Pero lo mejor de ella venía en el subtítulo: “Los expertos aseguran que si toda la humanidad estuviese en silencio durante uno o dos meses la pandemia desaparecería”. Y también se decía: “Quienes investigan el covid-19 han ensalzado con razón las virtudes de las mascarillas; han aclamado la necesidad de la ventilación y han elogiado la naturaleza saludable de las actividades al aire libre. Pero hay otra táctica conductual que no ha recibido suficiente atención, en parte, porque se da a conocer por su ausencia.” La tácita alusión se refiere al silencio, que, efectivamente, brilla por su ausencia. 

Uno de tales expertos, el profesor José L. Jiménez de la Universidad de Colorado, ha lanzado al mundo su remedio infalible: colocar como en las bibliotecas en todos los lugares públicos un cartel que diga: «Silencio, por la salud de todos». Y cumplimiento obligatorio. O sea: calladitos todos.

Nos han impuesto desde el quince de marzo como sin querer los votos monásticos o canónicos que distinguían a los religiosos de los seglares para acceder a nuestra salvación siempre futura renunciando a los placeres terrenales. Además del voto de obediencia a las recomendaciones sanitarias -ponte mascarilla, quédate en casa, guarda las distancias...-, voto de pobreza habida cuenta de la crisis económica que ya tenemos encima y voto de castidad por el distanciamiento social y el “noli me tangere” de rigor, parece que sería necesario ahora un nuevo e insólito voto, que sería el de silencio para acabar con la pandemia.  
 
 
 
Pero puede que este cuarto y piadoso voto, el de silencio, como creen algunos, sea el más efectivo y valioso si los primeros que tienden un tupido velo de silencio fuesen los telepredicadores: los locutores y locutrices de los púlpitos televisivos,  la radio e internet a través de los móviles, las tabletas y los ordenadores, que no en vano se llaman Personal Computers en la lengua del Imperio. Si dejan de sermonearnos a todos y en especial a la juventud por su insolidaridad e irresponsabilidad y dejan de vocear sobre el incremento de casos positivos, peceerres, tests, cordones sanitarios, contagios, UCI,s., brotes y rebrotes, segundas olas... ya veríamos cómo se acaba, tout court, la pandemia de todos los demonios. 

 
Lo malo de estos votos, incluido el de silencio, es que nos prometen los valores de una salvación futura y por lo tanto inalcanzable de salud corporal a cambio de los placeres terrenales que están aquí y ahora a nuestro alcance, lo que me recuerda a la vieja disputa y antagonismo irreductible de los bienes y los valores de Ferlosio,  y lo malo en concreto del voto de silencio que quiere imponérsenos a todos es que nos impediría maldecir al tirano por lo que nos ha echado encima y hacer uso de la blasfemia que tanto bien hace al que la profiere y tanto desahoga.

miércoles, 23 de septiembre de 2020

Generando miedo

Leía yo el otro día en El diario montañés, el sedicente "decano de la prensa de Cantabria", el siguiente titular no poco alarmista en grandes letras: “La pandemia asesta un duro golpe a Cantabria con tres fallecidos en una jornada negra”. En letra más pequeña, debajo del gran titular, se decía: “Las víctimas, dos mujeres de 69 y 88 años y un hombre de 55, todos con problemas de salud previos, elevan la cifra total de decesos a 228”.

Lo más relevante de esta noticia, a mi modo de ver, no era el dato en sí de la elevada cifra total de decesos teniendo en cuenta que se refiere a siete meses y que por lo tanto no es tan alta aunque estemos hablando de un pequeña taifa como es sin duda esta comunidad autónoma, sino la reflexión que hacía el periodista en el grueso del artículo, donde afirmaba: Las escuetas informaciones de la Consejería de Sanidad suelen incluir al referirse a cada nuevo deceso, la coletilla de las “comorbilidades”.  

Me llamaba la atención la culta latiniparla de la que hacía gala el periodista al llamar con eufemismo fallecidos a los muertos y “deceso” a la muerte, y de usar el tecnicismo médico “comorbilidades”, que el diccionario de la Academia define como "coexistencia de dos o más enfermedades en un mismo individuo, generalmente relacionadas", para lo que la prensa escrita y los locutores y locutrices televisivos suelen denominar habitualmente con culto helenismo “patologías previas”, pero me llamaba más la atención todavía la reflexión que hacía después sobre la coletilla o significativo añadido que la Consejería de Sanidad incluía honestamente, todo hay que decirlo, en su escueta información, soltando la siguiente perla: En ocasiones, esto tiende a interpretarse como que el virus precisa combinarse con problemas de salud previos para ser mortal, cuando más bien se trata de que encuentra un camino más fácil para desarrollar toda su capacidad letal. Aquí contrapone el periodista lo que todo el mundo entiende a primera vista, a saber, que el virus no mata si no hay “problemas previos de salud”, y lo que en el segundo miembro de su frase él quiere que se entienda, que es lo mismo pero al revés: que el virus sí mata, cuando encuentra allanado el camino por otras afecciones.

Salta a la vista de cualquiera que la letalidad del virus, si no se combina con problemas de salud previos, es prácticamente nula. El contagio, por lo tanto, del virus no debería ser tan temido porque no mata per se. ¿Qué significa esto? Que esas tres víctimas probablemente no habrían muerto todavía, pese a estar contagiadas, si no hubieran tenido previas patologías, y que esas enfermedades previas son las que nuestro sistema sanitario debería también tratar de atajar con mayor esmero, para que el contagio de este virus o de cualquier otro que nos venga no nos lleve por el mal y allanado camino que dice el periodista. 

 Y eso no se hace, creo yo, cerrando centros de salud de atención primaria e imponiendo la consulta telefónica en lugar de la presencial a los pacientes ni focalizando toda la atención sanitaria y hospitalaria en el dichoso virus coronado, ni en hacer pruebas y confinar a toda la población expuesta a esta epidemia que, pese al cada vez más elevado número de contagios, ya no es lo que era y lo que fue en la pasada primavera, cuando las mismas autoridades sanitarias que ahora nos imponen las mascarillas, y se las imponen a los niños a partir de los seis años en las escuelas y recomiendan a partir de los tres en Cantabria, nos decían que no eran necesarias.

Como ya no nos asustan mucho con los llamados “casos positivos”,  que suben de día en día como la espuma efervescente, cosa que no dejan de recordarnos a todas horas así como que son debidos, cómo no, a nuestra irresponsabilidad, casos positivos que no son propiamente hablando enfermos ni mucho menos muertos, vuelven a la carga ahora sacando a relucir los fallecidos, aunque sean pocos y no sean tantos ya, pero cuentan y cuánto en la nueva normalidad y en esta segunda ola que se han empeñado en declarar para seguir metiéndonos el miedo en el cuerpo y en el alma, que es lo que tratan de hacer tanto los medios de formación de la opinión pública como las autoridades sanitarias.

Que tres muertos sean un duro golpe asestado por la pandemia que ennegrece particularmente una jornada, como proclama el provinciano periódico local de campanario, es mucho decir, y por eso se dice: para que se diga mucho y se repita, y a fuerza de repetirlo como si fuera un mantra o la letanía del rosario, suene a que tres son muchos y suene a verdadero. Pero el número tres, como tal número, no es sinónimo de muchos en absoluto, porque también puede serlo de pocos, como en este otro titular de otro diario: "La Junta corrige el dato de ayer y confirma solo tres muertos por coronavirus en Zamora".


Leo que por la radio ha proclamado un consejero cualquiera, su nombre propio no deja de ser un pseudónimo, de una de los diecisiete reinos de taifas de las Españas, en una declaración tan sincera como reveladora, más verdad de la que seguramente pretendía: Eso es lo que tenemos que generar: temor al virus; hay que tener miedo a infectarse, no a las sanciones. En esta declaración asoma y resplandece la verdad del asunto: los políticos como él tienen que generar, como dice él, miedo, pero no temor a las sanciones económicas en forma de cuantiosas multas que van de los 600 a los 6000 euros ni a las detenciones manu militari y traslados esposados a comisaría, hay que crear un temor superior a ése, el miedo a infectarse, la psicosis del virus, que en el fondo no es un miedo a contagiarse sin más, sino el miedo a morirse, el miedo a la muerte, para que todas las medidas que se tomen en aras de la Salud Pública, maldita sea la puta madre, nunca mejor dicho, que la parió, sean obedecidas al fin sin rechistar.

viernes, 7 de agosto de 2020

Esperpento aragonés

El Departamento de Sanidad del Gobierno de la taifa de Aragón ha publicado un edicto informativo dirigido a los “contactos de enfermos COVID-19”, que no tiene desperdicio para el resto de la humanidad, aunque a primera vista pudiera parecer una singularidad idiótica de ese reino. Así comienza: “Le acaban de realizar a usted la prueba denominada PCR cuyo objetivo es detectar si usted está enfermo”.

Usted, es decir, cualquiera puede sentirse en plena forma, más sano que una manzana, puede que incluso no se le pase por la cabeza que pudiera estar enfermo y no saberlo, pero no se fíe de las apariencias que, como dice la gente, engañan a menudo: “Usted ha estado en contacto con una persona enferma de COVID-19”. Y eso le pone a usted en nuestro punto de mira. No se fíe: Nos consta fehacientemente por nuestros servicios de sabuesos rastreadores que Vd. ha estado en contacto con una persona enferma y “debe saber que puede desarrollar la enfermedad desde el contacto con el enfermo hasta 14 días después, es lo que conocemos como período de incubación”.
Es por eso por lo que le hemos sometido a la prueba PCR, que son las siglas al revés de Reacción en Cadena a la Polimerasa en la lengua del Imperio. Así que en breve “Un sanitario se pondrá en contacto con usted para darle el resultado de la prueba”.

...Otra vez la dichosa palabra “contacto”. ¿Si estoy enfermo, no podré contagiar al sanitario que se ponga en contacto conmigo? No, si lo hace virtualmente, a través de la Red. De hecho mis contactos informáticos están a salvo del contagio porque son virtuales, puras entelequias. ¡Esos son los únicos contactos buenos, me dicen implícitamente, los que sólo existen en las Redes Sociales!

Bien, me advierten de que el sanitario que contacte conmigo podrá darme la baja laboral, si la necesito, lo que me llena de alegría. ¿Cómo no voy a necesitar que me liberen siquiera temporalmente del laburo, y, sobre todo, si estoy enfermo? Liberarse del trabajo estando sano parece cosa harto difícil, cuando uno se ve obligado a ganarse el pan con los sudores de su frente.

Pero sigo leyendo la hoja parroquial del Reino Democrático de la Taifa de Aragón, y, oh sorpresa, aquí viene lo mejor de todo.  “Si el resultado de la PCR fuera negativo, nos dice que no está enfermo en el momento de la prueba, pero DE NINGUNA MANERA INDICA QUE ESTÉ LIBRE DE PADECER LA ENFERMEDAD EN LOS PRÓXIMOS DÍAS, por lo que DEBE PERMANECER AISLADO.”

Que conste que las mayúsculas, que se leen como si fueran auténticos alaridos, pertenecen al texto, no se las pongo yo. Los ojos me hacen chiribitas. No puedo dar crédito a lo que estoy leyendo: ¡Mi gozo en un pozo! Si te hacen la prueba dichosa, date por jodido, maño. Seas positivo o negativo, te va a dar igual.

No lo entiendo. Podría llegar a entender que si el resultado de la dichosa prueba fuera positivo yo debiera aislarme para no contagiar a los demás. Podría llegar a entenderlo, aunque me resistiría a considerarme “enfermo” simplemente porque haya resultado positivo, cuando yo me siento en plena forma, sin ningún síntoma de enfermedad. Pero ya digo, podría entender que aún no haya desarrollado los síntomas...

Ahora bien, que me digan que si resulto negativo y que, por lo tanto, no estoy enfermo “en el momento de la prueba”, debo, sin embargo, permanecer aislado porque no estoy libre de padecer la enfermedad en los próximos días, eso no hay Dios que lo entienda.

Lo que me están diciendo desde el Departamento de Sanidad de la taifa de Zaragoza es que, según la metafísica aristotélica, no estoy enfermo a día de la prueba PCR en acto (ἐνέργεια, enérgeia), pero podría estarlo en potencia (δúναμις, dýnamis) y desarrollar la enfermedad en las próximas dos semanas. Esto no deja de ser una entelequia en el sentido ordinario y vulgar de la palabra griega ἐντελέχεια entelécheia, es decir, una cosa irreal porque yo, de hecho, no estoy enfermo. Pero téngase en cuenta que en la jerga filosófica aristotélica la entelequia es el “fin u objetivo de una actividad que la completa y la perfecciona”, por lo que se identifica con la actualidad.

Si no estoy enfermo en acto, tampoco lo estoy en potencia. Podría estarlo, pero no lo estoy: esa es la contradicción. Puedo llegar a estarlo, o no. Pero aquí no se aplica el principio jurídico de "in dubio pro reo", en caso de duda a favor del reo, sino todo lo contrario: "in dubio contra reum": no hay presunción de inocencia, sino de culpabilidad. 

Lo peor es el “por lo tanto” que se sigue de todo lo anterior: -No debo salir de casa durante 14 días. -No debo salir de mi habitación -celda- y si es imprescindible, por ejemplo para ir al retrete, debo hacerlo con mascarilla, desinfectar el inodoro y lavarme las manos como hacía Poncio Pilatos. Tengo que evitar relacionarme con las personas con las que convivo. Es decir, no sólo se trata de un arresto domiciliario que me impide salir de casa, sino de un aislamiento en celda de castigo.

El documento, después de ampararse en una ley orgánica de Medidas Especiales en Materia de Salud Pública,  finaliza del siguiente modo: “Recordándole que de no seguir las recomendaciones arriba indicadas se puede provocar una situación de verdadero peligro para la salud de la población, al poder transmitir la enfermedad al resto de la comunidad”. Manda huebos. (Los textos entrecomillados están tomados literalmente del documento adjunto).

viernes, 31 de julio de 2020

Diuide et impera

Diuide et impera (divide y domina), aunque pudiera parecer una cita clásica latina a primera vista, no está documentada en ninguna fuente conocida, por lo que su origen debe de ser medieval o renacentista. Suele citarse a menudo bajo la forma Diuide et uinces (divide y vencerás), y pertenece al ámbito de la estrategia política.

Se utiliza mucho como modo maquiavélico de ejercer el poder, dando a entender que para dominar a la población hay que dividirla, separarla, aislarla. El tirano divide a los súbditos, hace que se enfrenten incluso entre sí los unos con los otros, a fin de mejor poderlos dominar como mediador.


Si partimos de que “la unión hace la fuerza”, al tirano no le interesa que la gente permanezca unida porque esa unión podría ser un obstáculo para su poder. Se esforzará, por lo tanto, en mantener al pueblo dividido. Y una de las divisiones que más éxito han tenido son las naciones y nacionalidades, esos adjetivos gentilicios que añadimos a la palabra “pueblo”, cuando hablamos del pueblo palestino o del italiano o el español... Las banderas y las naciones dividen al pueblo que, de por sí, no tiene patria.

Si relacionamos la máxima latina, con la situación actual provocada por la irrupción del virus coronado del pasado 2019, vemos enseguida que no ha podido haber mejor excusa para aislar a la gente que la amenaza difusa pero aterradora de esta pandemia que la llamada "distancia social" o "física", que ha confinado a la población bajo arresto domiciliario y aislado con el pretexto de que era por el bien común (confundiéndose el bien común con el bien de la gente), y por su salud, confundiéndose la general de todos con la particular de cada uno, para ejercer un poder totalitario sobre la población mundial e instaurar una dictadura sanitaria.


Unas líneas del libro Los orígenes del totalitarismo de Hanna Arendt, publicado por primera vez en inglés en 1951, inciden esclarecedoramente sobre este asunto: It has frequently been observed that terror can rule absolutely only over people who are isolated against each other and that therefore one of the primary concerns of tyrannical government is to bring this isolation about. Isolation may be the beginning of terror; it certainly is its most fertile ground; it always is its result. This isolation is, as it were, pretotalitarian; its hallmark is impotence insofar as power always comes from people acting together, acting in concert; isolated people are powerless by definition (The origins of totalitarianism, Hanna Arendt, 1951).

"Se ha observado frecuentemente que el terror puede dominar de forma absoluta sólo a hombres aislados y que, por eso, una de las preocupaciones primarias del comienzo de todos los Gobiernos tiránicos consiste en lograr el aislamiento. El aislamiento puede ser el comienzo del terror; es ciertamente su más fértil terreno; y siempre su resultado. Este aislamiento es, como si dijéramos, pretotalitario. Su característica es la impotencia en cuanto que el poder siempre procede de hombres que actúan juntos, «actuando concertadamente» (Burke); por definición, los hombres aislados carecen de poder." (Los orígenes del totalitarismo, Hanna Arendt, traducción de Guillermo Solana, publicada por Taurus 1998, pág. 379)

jueves, 25 de junio de 2020

La coronación del virus entre el hiyab y la psyop.

Estamos viviendo una pesadilla apocalíptica de índole religiosa. La razón ha sido defenestrada. En su lugar hemos entronizado una teocracia islámica en el sentido etimológico de la palabra árabe islam, لإسلام, que significa sumisión, sometimiento

La mascarilla, que se ha convertido en una cuestión ética y moral que brinda a los creyentes una falsa sensación de seguridad, es el símbolo, además, de una nueva fe que no promete ya la salvación del alma, espiritual, sino del cuerpo. La mascarilla, dentro de esta nueva religión, es el Hiyab, el velo islámico. 

La inevitable Güiquipedia nos depara a propósito esta sorpresa etimológica: La palabra islām, de la raíz trilítera s-l-m, deriva del verbo árabe aslama, que significa literalmente ‘aceptar, rendirse o someterse’.​ Así, el islam representa la aceptación y sometimiento a la voluntad de Dios (de Dios, sí, que es la traducción castellana de la palabra árabe Al-Lāh الله que significa precisamente ‘el Dios’). Aunque Nietzsche certificó la muerte de Dios por boca de Zaratustra, sabemos que en verdad no murió sino que se reencarnó en el Estado, y no sólo en Él, sino también en el Capital, añadimos nosotros ahora, que son tal para cual, las dos caras, la política y la económica, de una misma y única moneda. 

Los fieles deben demostrar su sumisión venerándolo, siguiendo estrictamente sus órdenes y aboliendo el politeísmo y las creencias paganas anteriores. 

En palabras del arabista Pedro Martínez Montávez: Se dice habitualmente que islam significa sumisión total a Dios, lo que es indudablemente cierto, aunque no es menos cierto que ello corresponde a la traducción de solo una parte de la palabra. Queda una segunda parte por traducir, atendiendo a la raíz lingüística de la que deriva, que cubre el campo semántico del bienestar, de la salvaguarda, de la salud, de la paz. Quiere esto decir, sencilla y profundamente, que el creyente se somete a Dios, se pone en sus manos, porque tiene la seguridad de que así se pone a salvo. Obsérvese también que islam y salam —que es como en lengua árabe se dice paz— son términos hermanos, al derivar ambos de la misma raíz.​ 


Pero en realidad esto no es paz, sino una guerra camuflada: una guerra psicológica. Y conviene hacer creer que hemos vencido al virus, el Enemigo, porque era un objetivo hacerlo colectivamente. Esa era la consigna: «Juntos lo venceremos». 

Pero no cantemos epinicios todavía. El enemigo es muy traicionero porque permite la bondad de la evolución en muchas personas, sobre todo jóvenes pero que se convierten en portadores y transmisores asintomáticos que van a contagiar a las personas vulnerables... Así que nadie está libre de este apocalíptico enemigo, el peor de todos, el que todos y cada uno llevamos dentro: unos, los más vulnerables porque son sus víctimas, y otros, los más sanos, porque son los portadores víricos y potenciales verdugos. 

El enemigo, para San Antonio y sobre todo con el rocío mañanero de la noche de san Juan (con la hoguera de san Juan, todos los males se van), como creían los antiguos, se ha replegado, perdiendo virulencia y retirándose a sus campamentos de invierno. Sencillamente, el virus ahora tiene un trabajo muy difícil de propagación en las condiciones meteorológicas actuales, por lo que, incapaces de seguir empanicándonos con él en la coyuntura actual, aseguran que, entre esporádicos brotes y rebrotes veraniegos, volverá en otoño, renovando la agresividad de su ataque en toda su crudeza, cuando las mascarillas se sustituyan por las bufandas, porque habrá una segunda ola de nuevas invasiones. 

El mensaje que transmiten las autoriades sanitarias para que asumamos responsablemente la realidad es que nos hallamos ante unos meses de calma tensa, pero que debemos prepararnos seriamente para un brote otoñal situado en el futuro inalcanzable por definición. 

Estamos viviendo una PSYOP, que en la lengua del Imperio es la abreviatura de psycological operation, es decir, de una operación psicológica, en el sentido de maniobra de guerra psicológica. 

Esto aparece, no me lo invento yo, en la página electrónica del Ministerio de Defensa del Gobierno de las Españas concerniente al Grupo de Operaciones Psicológicas: Las operaciones psicológicas (PSYOPS) tienen como objeto modificar la conducta de una parte de la población previamente elegida, influyendo en sus percepciones y actitudes. Y también esto otro: Las unidades PSYOPS son necesarias en cualquier operación militar, ya que éstas implican de una forma u otra la imposición de nuestra voluntad sobre la del adversario.