martes, 17 de enero de 2023
¿Cómo nos vendieron la moto?
jueves, 10 de noviembre de 2022
El Perro del Infierno
miércoles, 30 de marzo de 2022
Changái, castigados sin salir de casa.
Los habitantes de media ciudad de Changái, en concreto de la zona este, están confinados, o sea obligados a permanecer entre las cuatro paredes de su domicilio hasta las cinco de la mañana del 1 de abril. A partir de esta fecha le tocará el turno a la zona oeste. La capital económica china, que cuenta con la friolera escandalosa de 25 millones de habitantes, afronta su peor crisis sanitaria de Covid-19 desde hace dos años.
Se trata de un arresto domiciliario en dos fases con el que las autoridades sanitarias pretenden poner coto a la epidemia. Hasta ahora habían tomado medidas más ligeras como confinamientos de 24 horas en determinados edificios o complejos residenciales, pero ahora se trata, como se ha dicho, de confinar media ciudad, una medida drástica que considera enfermos potenciales a millones de ciudadanos sanos.
La metrópolis asiática se ha convertido en el epicentro de una nueva ola de contagios relacionados con la variante Ómicron del virus coronado, que ha puesto en jaque la estrategia china de reducir el número de casos a cero absoluto, un ideal imposible de alcanzar. La guerra contra el bicho emprendida no pretende paliar sus efectos aplicando medicina curativa, sino eliminar el virus, matándolo como si se tratase de un ser vivo, de la faz de la Tierra para siempre. Esta medida se aplica porque según el ministerio de Sanidad el lunes se produjeron 3.500 nuevos casos positivos en Changái, lo que supone un 3,5 por ciento de casos. Estos casos no son casos clínicos, es decir, enfermos que necesiten cuidados hospitalarios leves o intensivos, sino que la mayoría son falsos positivos, es decir, casos asintomáticos.
A pesar de todas las aplicaciones móviles y los rastreos de los que llegaban al país y de las cuarentenas y confinamientos impuestos, la variante Ómicron pone en jaque la política ridícula de cero Cóvid emprendida por las autoridades sanitarias del país.
Cuando parecía que se había acabado la pesadilla vírica, resulta que despierta el dragón chino, le hacen una PCR y sale positiva. ¿Qué le vamos a hacer? Pues lo que está mandado: arrestar a la gente, castigarla cuatro días sin salir de casa por su mal comportamiento.
viernes, 21 de enero de 2022
¡Malditos protocolos!
Que 'protocolo' es una palabra griega, cuyo prefijo proto- en la lengua de Homero quiere decir 'primero', salta a la vista enseguida comparándola con protagonista, prototipo o protozoo por ejemplo.
Encontramos en nuestra lengua en 1611 (Covarrubias) atestiguado el término 'protocolo' como 'serie de documentos notariales', 'ceremonial', tomado del latín tardío protocollum, y este a su vez del griego bizantino πρωτόκολλον (prōtócollon) con el significado de 'hoja que se pegaba a un documento para darle autenticidad', propiamente 'lo que se pegaba en primer lugar'. El segundo término griego que entra en el compuesto es κόλλα, que significa 'pasta para pegar, goma, cola', lo que sugiere el engrudo con el que nos pegan el cartel del sambenito.
La docta Academia recoge hasta cinco definiciones del término 'protocolo'. La más conocida hasta la fecha era “Conjunto de reglas establecidas por norma o por costumbre para ceremonias y actos oficiales o solemnes”. De hecho se leía a veces que algún personaje de la realeza se había saltado el protocolo, ridículas normas que estaban por encima del común de la gente normal y corriente. Pero quizá la definición que se ha impuesto después de estos dos años de irrupción pandémica del virus coronado ha sido la cuarta, a la que le falta, sin embargo, el carácter normativo y regulador de comportamientos que han adoptado los sedicentes protocolos: “Secuencia detallada de un proceso de actuación científica, técnica, médica, etc.”
No deberíamos, sin embargo, menospreciar ni pasar por alto la quinta definición que da la docta Academia, circunscrita al campo de la informática, habida cuenta de la relación entre esta crisis sanitaria y el desarrollo de las telecomunicaciones: “Conjunto de reglas que se establecen en el proceso de comunicación entre dos sistemas.”
Hemos asistido a la implatación de protocolos covídicos. Así, por ejemplo, se dictan instrucciones para saber cómo hay que actuar cuando uno es 'positivo' o contacto estrecho, y se decreta un período de aislamiento para los casos positivos asintómáticos (repárese en la contradictio in adiecto) o con síntomas leves de un tiempo determinado que varía según el capricho protocolario de los expertos.
El mayor éxito de los protocolos sanitarios ha sido, sin duda alguna, convencer a las personas sanas de que debían ponerse en cuarentena porque aunque no tuvieran síntomas de ninguna enfermedad estaban enfermos, o podían estarlo en cualquier momento. Las personas que gozaban de buen estado de salud eran consideradas un peligro para la comunidad porque en realidad no estaban sanas, como pretendían, sino enfermas, porque eran personas-sanas-imaginarias ya sea en acto con levísimos síntomas o en potencia aristotélica, los llamados asintomáticos, por lo que fueron constreñidos, entre otras cosas, a llevar mascarillas nasobucales, guardar distancias de seguridad de hasta dos metros con los demás y, en algunos países, como el nuestro, a confinarse en sus hogares, y a encomendarse a la poción mágica para toda la población, incluida la infantil: el famoso 'café para todos', entre otras muchas más barbaridades.
Las personas sanas eran un peligro para la comunidad porque en realidad no estaban sanas como creían y parecían a simple vista, sino potencialmente enfermas, por lo que se decidió enseguida ponerlas en cuarentena, confinándolas en sus domicilios bajo eslóganes gubernamentales difundidos por las autoridades sanitarias como “Quédate en casa. Salva vidas”.
Lo que había por debajo de esta superchería científica no era un virus letal que iba a destruir a la humanidad, sino un golpe de Estado mundial contra los pueblos, perpetrado por los llamados fondos buitres que gobiernan los mercados. No se trataba de un golpe de Estado tradicional manu militari, sino de un auténtico coup d' État, de un Estado mundial o global como dicen ahora que fagocita y parasita la maltrecha soberanía popular.
Se veía aquí un conflicto entre la estructura superficial y la profunda del Estado, que no es ningún secreto, ya que los gobiernos no son los mandatarios, sino que, como sabemos, los que mandan son los más mandados. Algo huele a podrido en la Dinamarca del Estado Profundo que quiere unificar el planeta, como dicen ahora, bajo la bandera de un neoliberalismo globalizado, tecnocrático y digital, y bajo una ideología progresista. En verdad ya no hay derecha ni izquierda entre los partidos políticos que se reparten el pastel de los gobiernos, sino arriba y abajo, y la guerra es vertical, no horizontal.
Cuando van a cumplirse dos años de esta pesadilla de brote psicótico colectivo inducido por las autoridades sanitarias, algunos gobiernos empiezan a hablar tímidamente de levantar restricciones y de volver a la vieja normalidad. Pero el daño está hecho. Y es irreparable. E irreversible. Ya no hablan de derrotar al virus invisible al que le habíamos declarado solemnemente la guerra, renovando así la metáfora bélica, porque han visto que ninguna de las estrategias implementadas, incluidas las inoculaciones milagrosas, han servido para acabar con el enemigo invisible, sino para todo lo contrario, por lo que ahora empiezan a decirnos que tenemos que acostumbrarnos a convivir con él y con sus innumerables mutaciones y secuelas.
La epidemia, que fue declarada pandemia por la Organización Mundial de la Salud cambiando los criterios de definición para acomodar el ascua a su sardina, pasa a ser considerada ahora un mal endémico, una endemia con la que habrá que convivir como con el resto de las enfermedades, sin otorgarle ningún estatuto especial, como si fuera lo que siempre ha sido, una gripe, y sin tener que adoptar medidas restrictivas especiales que se han revelado al fin y a la postre completamente contraproducentes.
A fin de cuentas, vienen a decirnos, la pandemia no era más que una gripe con excesivo márquetin, dentro de una enorme operación comercial de digitalización, una gripe que, nos mintieron, no había desaparecido de la faz de la tierra gracias a las ridículas mascarillas y gestos de barrera.
El fracaso de su estrategia -no hay error que no hayan cometido, como ha escrito el doctor y profesor francés Christian Perrone- les lleva ahora a dar marcha atrás tímidamente, anulando los pasaportes y los ridículos toques de queda, rebatuizados entre nosotros por el doctor Sánchez o por alguno de sus pésimos asesores lingüísticos como "restricciones de movilidad nocturna". El problema de todo esto es que atrás han quedado muchos muertos, demasiados muertos que no han sido víctimas del virus coronado, aunque figuren así en las estadísticas con las que nos amedrentaban día y noche, sino de las políticas demenciales antivirales de los gobiernos dictadas por la Organización Mundial de la Salud, y acatadas sumisamente por los gobiernos vasallos porque lo mandaba el protocolo.
Recordemos la voz del sistema sanitario diciéndonos: Si tienes fiebre, quédate en casa. Y los ancianos, que han sido el grupo etario más afectado, muriéndose en las residencias porque no eran admitidos en los hospitales.
Se han restringido libertades de reunión, asociación, movimiento... todo en nombre de un supuesto Bien Común, que no era ni bueno ni común, sino que respondía a los intereses privados de las industrias farmacéuticas, del entretenimiento serial y a las tecnológicas de la comunicación que nos incomunica. Y nos han aplicado cientos de protocolos. Este palabro no deja de ser en realidad un eufemismo de las instrucciones que quieren que sigamos para regular nuestro comportamiento.
La primera vez que oí el término fue a un Jefe de Estudios de un Instituto de Educación Secundaria Obligatoria que encarecía a los profesores a aplicar el protocolo. No tenía en la boca otra palabra sino aquella a todas horas. Había que seguir el protocolo (protocol en la lengua del Imperio), lo que significaba que había que hacer no lo que él mandaba sino lo que estaba mandado, es decir, seguir las reglas de actuación programadas.
El Protocolo de Kioto,
desde el año 2005, que es cuando entró en vigor, era un reglamento
de la ONU sobre el Cambio Climático que tenía por objetivo reducir
las emisiones de seis gases de efecto invernadero con el objetivo de
salvar el Planeta. Los protocolos sanitarios han venido a salvarnos la vida, es decir, a darnos la extremaunción, ese acto litúrgico que nos embarca en la góndola de Caronte.
El
propio sistema educativo, que ha empujado a la muerte voluntaria a
tantos niños y adolescentes haciendo trizas su salud mental y haciendo que renuncien a la vida desde que comenzó la maldita pesadilla
de histeria colectiva de la pandemia, a los que ha mareado con tomas compulsivas de temperatura, mascarillas obligatorias, distancias de seguridad, encierros y confinamientos y sentimientos de culpabilidad y todo tipo de sermones moralistas solidarios, amén de inoculaciones, leo en la prensa de una de las taifas carpetovetónicas que ahora “trabaja en un protocolo para prevenir el
suicidio desde las aulas”. ¡Qué sarcasmo! ¡Qué manera de desollarlos o, lo que es lo mismo, de arrancarles el pellejo!
sábado, 17 de julio de 2021
La enésima ola
domingo, 15 de noviembre de 2020
El amor, el sexo y el virus coronado en la segunda ola
Se trata de una campaña moralizante en toda regla de la vida pública y privada, cuya motivación primera no es como pudiera parecer a primera vista sanitaria, sino moral y en último extremo política, por lo que la argumentación profiláctica, higiénica y sanitaria que nos ponen por delante es secundaria, como un intento de justificación o racionalización de las medidas que han, como dicen ellos, implementado. Dejamos al margen la cuestión, cuando menos discutible, de hasta qué punto es o no es tan verdaderamente letal el virus coronado como nos lo han querido presentar.
jueves, 24 de septiembre de 2020
Calladitos
Leía yo el otro día una noticia que publicaba La voz de Galicia, cuyo titular rezaba: ¿La solución para el covid? Ponte la mascarilla, habla más bajo y sal afuera. Pero lo mejor de ella venía en el subtítulo: “Los expertos aseguran que si toda la humanidad estuviese en silencio durante uno o dos meses la pandemia desaparecería”. Y también se decía: “Quienes investigan el covid-19 han ensalzado con razón las virtudes de las mascarillas; han aclamado la necesidad de la ventilación y han elogiado la naturaleza saludable de las actividades al aire libre. Pero hay otra táctica conductual que no ha recibido suficiente atención, en parte, porque se da a conocer por su ausencia.” La tácita alusión se refiere al silencio, que, efectivamente, brilla por su ausencia.
Uno de tales expertos, el profesor José L. Jiménez de la Universidad de Colorado, ha lanzado al mundo su remedio infalible: colocar como en las bibliotecas en todos los lugares públicos un cartel que diga: «Silencio, por la salud de todos». Y cumplimiento obligatorio. O sea: calladitos todos.
miércoles, 23 de septiembre de 2020
Generando miedo
Leía yo el otro día en El diario montañés, el sedicente "decano de la prensa de Cantabria", el siguiente titular no poco alarmista en grandes letras: “La pandemia asesta un duro golpe a Cantabria con tres fallecidos en una jornada negra”. En letra más pequeña, debajo del gran titular, se decía: “Las víctimas, dos mujeres de 69 y 88 años y un hombre de 55, todos con problemas de salud previos, elevan la cifra total de decesos a 228”.
Lo más relevante de esta noticia, a mi modo de ver, no era el dato en sí de la elevada cifra total de decesos teniendo en cuenta que se refiere a siete meses y que por lo tanto no es tan alta aunque estemos hablando de un pequeña taifa como es sin duda esta comunidad autónoma, sino la reflexión que hacía el periodista en el grueso del artículo, donde afirmaba: Las escuetas informaciones de la Consejería de Sanidad suelen incluir al referirse a cada nuevo deceso, la coletilla de las “comorbilidades”.
Me llamaba la atención la culta latiniparla de la que hacía gala el periodista al llamar con eufemismo “fallecidos” a los muertos y “deceso” a la muerte, y de usar el tecnicismo médico “comorbilidades”, que el diccionario de la Academia define como "coexistencia de dos o más enfermedades en un mismo individuo, generalmente relacionadas", para lo que la prensa escrita y los locutores y locutrices televisivos suelen denominar habitualmente con culto helenismo “patologías previas”, pero me llamaba más la atención todavía la reflexión que hacía después sobre la coletilla o significativo añadido que la Consejería de Sanidad incluía honestamente, todo hay que decirlo, en su escueta información, soltando la siguiente perla: En ocasiones, esto tiende a interpretarse como que el virus precisa combinarse con problemas de salud previos para ser mortal, cuando más bien se trata de que encuentra un camino más fácil para desarrollar toda su capacidad letal. Aquí contrapone el periodista lo que todo el mundo entiende a primera vista, a saber, que el virus no mata si no hay “problemas previos de salud”, y lo que en el segundo miembro de su frase él quiere que se entienda, que es lo mismo pero al revés: que el virus sí mata, cuando encuentra allanado el camino por otras afecciones.
Salta a la vista de cualquiera que la letalidad del virus, si no se combina con problemas de salud previos, es prácticamente nula. El contagio, por lo tanto, del virus no debería ser tan temido porque no mata per se. ¿Qué significa esto? Que esas tres víctimas probablemente no habrían muerto todavía, pese a estar contagiadas, si no hubieran tenido previas patologías, y que esas enfermedades previas son las que nuestro sistema sanitario debería también tratar de atajar con mayor esmero, para que el contagio de este virus o de cualquier otro que nos venga no nos lleve por el mal y allanado camino que dice el periodista.
Como ya no nos asustan mucho con los llamados “casos positivos”, que suben de día en día como la espuma efervescente, cosa que no dejan de recordarnos a todas horas así como que son debidos, cómo no, a nuestra irresponsabilidad, casos positivos que no son propiamente hablando enfermos ni mucho menos muertos, vuelven a la carga ahora sacando a relucir los fallecidos, aunque sean pocos y no sean tantos ya, pero cuentan y cuánto en la nueva normalidad y en esta segunda ola que se han empeñado en declarar para seguir metiéndonos el miedo en el cuerpo y en el alma, que es lo que tratan de hacer tanto los medios de formación de la opinión pública como las autoridades sanitarias.
Que tres muertos sean un duro golpe asestado por la pandemia que ennegrece particularmente una jornada, como proclama el provinciano periódico local de campanario, es mucho decir, y por eso se dice: para que se diga mucho y se repita, y a fuerza de repetirlo como si fuera un mantra o la letanía del rosario, suene a que tres son muchos y suene a verdadero. Pero el número tres, como tal número, no es sinónimo de muchos en absoluto, porque también puede serlo de pocos, como en este otro titular de otro diario: "La Junta corrige el dato de ayer y confirma solo tres muertos por coronavirus en Zamora".
viernes, 7 de agosto de 2020
Esperpento aragonés
viernes, 31 de julio de 2020
Diuide et impera
jueves, 25 de junio de 2020
La coronación del virus entre el hiyab y la psyop.
La mascarilla, que se ha convertido en una cuestión ética y moral que brinda a los creyentes una falsa sensación de seguridad, es el símbolo, además, de una nueva fe que no promete ya la salvación del alma, espiritual, sino del cuerpo. La mascarilla, dentro de esta nueva religión, es el Hiyab, el velo islámico.